Eulalia y la ventana - Parte II
Publicado en Jun 13, 2016
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El palpitar en la vida de Eulalia comenzaba a las cinco de la mañana, cuando su liviano sueño era interrumpido por el ruido de los motores de los omnibuses, que se detenìan en la parada que se hallaba precisamente debajo de su ventana.
Desde la cama oía el rumor de las voces humanas, que a veces hablaban cuchicheando, a gritos otras; debajo de su ventana los hombres del mundo exterior comentaban sus propios problemas o aquellos que los inquietaban colectivamente.
En algunas ocasiones las voces eran suaves, resignadas, que vertìan con gran esfuerzo un cúmulo de vorágines interiores, como si de tanto silenciar tristezas, hablar les costara un gran esfuerzo.
 Otras, eran voces iracundas, cuyo tono áspero, lastimaba los oìdos.
Eeran los voces de los hombres sin mansedumbre,  golpeados, que no resignaban y agredían, hablando a empellones, escupiendo las palabras, mezcladas con comentarios caústicos.
Esas voces desagradables herìan su sensibilidad. Entonces bastaba bajar las cortinas para que se transformasen en un murmullo sordo.
En el silencio de la noche, oía el estridente ulular de alguna ambulancia. Eulalia, insomne, imaginaba el accidente, el desastre o el ataque cardìaco.
Quedaba tensa hasta que el sonido se perdía en la distancia. Los fines de semana, debajo de su ventana, sonaba el canto destemplado de algùn ebrio, cuya voz empapada en alcohol, entonaba las estrofas de alguna canción pegadiza.
En cierta oportunidad tembló de impotencia, ante el grito desesperado de una mujer joven, a la que un hombre golpeaba sin piedad.
Los gritos desesperados se mezclaban con la voz gruesa, destemplada del hombre que profería gruesos epítetos.
Luego un sollozo largo y  el silencio.
 A través de la ventana seguía la evolución de las estaciones. Veía las pomas ateridas y aletargadas del árbol de la calle, que se asomaba a su ventana. Se asombraba ante el milagro de verlas abrirse al besarlas los primeros soles tibios de la primavera; contemplar las nubes blancas, mimetizarse en grises plomizos, para luego transformarse en mansa lluvia desparramada en charcos por el pavimento desparejo.
 
Desde la ventana se perdía con la contemplación de atardeceres fantásticos, aquellos en que el sol transformaba en prisma de colores el horizonte, y la paleta de la naturaleza se descomponìa en azules pristinos, en rojos coralinos o blancos nacarados.
Eulalia amaba su ventana. Debajo de ella pasaba la vida y ella la presentìa sin  herirse en sus zarzales.
Veía desfilar los delantales blancos de los niños, a los adolescentes descarados y bullangueros, a las parejas de ancianos, apretados uno contra otro, vacilantes, trémulos, en un mundo indiferente y violento, que los atropellaba como a descarte humnano. Le agradaba otear los edificios vecinos y escrudiñar sus ventanas. Era la experiencia de conocer la gente en su intimidad y hacer volar la imaginación. Por ejemplo, esa vecina de enfrente, que sentada pensativa en un sillòn y que al caer la tarde desaparecía de su vista, refugiandose en el interior del departamento.
Un día se corrieron las cortinas y Eulalia no volvió a verla jamás.
Eulalia imaginaba razones para aquello: Habría muerto? Se habria mudado? Tal vez se habria marchado de viaje?
No lo supo jamás.
Dos ventanas más arriba, una joven madre, amamantaba a su  bebé y lo mecía cantando que se durmiese.
La intrigaba la ventana aquella en la cual la luz de la habitación  permanecía encendida toda la noche.
Un estudiante? Un desvelado? Un enfermo? Tal vez alguien a quien naddie esperaba su regreso y temía  a la oscuridad.
En las noches de verano, abría su ventana de par en par y por ella entraba la noche cálida. Entonces aspiraba el olor a tierra mojada que desprendian las macetas recién regadas. EN esas noches, el cosmo parecía detenido, aturdido por el vaho del estío, palpitante, pleno de vida, tan diferente a la triste quietud del invierno embebido de niebla y de frío.
El mundo de Eulalia vibraba junto a aquella ventana. Era tan fácil, tan placentero pasar la vida a la vera de aquella ventana...
Eulalia estaba paralítica desde hacía mucho tiempo, luego de un grave accidente automovilistico. Sentada  en su silla de ruedas, participaba del trajìn del mundo, por aquella ventana de su dormitorio.
Su caso clínico era un misterio para la ciencia. Varias juntas médicas habian diagnosticado que pese a las secuelas fisicas estaba apta para caminar.
No obstante se aferraba a su silla y se declaraba imposibilitada para hacerlo y habìan resulado negativos los tratamientos de rehabilitaciòn intentados.
Todos los tratamientos siquicos, tambièn habìan fracasado.
Sin embargo, Eulalia era feliz.
Sus familiares, con amor, la instaban a superar con paciencia y constancia aquella barrera invisible que la paralizaba.
Eulalia, sentada junto a la ventana, asentìa, mientras observaba el trajinar de la calle, con una extraña sonrisa que le curvaba los labios.
 
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Foto del autor Diana Decunto
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Descripción

Eulalia sigue en su ventana

Palabras Clave: Cuál es el mal de Eulalia?

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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