El día transcurría normalmente, el cielo lucía despejado, el viento soplaba suavemente, todo estaba tranquilo, cada cosa estaba en su lugar, las personas eran una leve imagen borrosa en su mente; estaba concentrada únicamente en él. Sus ojos recorrían cada centímetro de su cuerpo, trataba de memorizar cada pieza de la obra de arte que estaba frente a ella, estaba tan embelesada observándolo que no se dio cuenta de que él también la observaba a ella... sus pupilas se conectaron por apenas unos segundos, pero no necesitó mayor tiempo para leer su mirada, vacío; un profundo y transparente vacío, pudo ver sus pensamientos correr a través de su mirada. Miedos, inseguridades, decepciones, carencias, amargura, y dudas, miles de dudas, todo eso era palpable en él. De pronto él se remueve incómodo, cambia de posición y levanta una parte de su sudadera, marcas, una, dos... muchas marcas. Sangre, marcas tintadas de sangre. Cortes, eran cortes. El mundo paró por un segundo, oh, dulce pequeño. ¿Cuánto dolor llevas aguantando? ¿Durante cuánto tiempo lo has aguantado? Finalmente llegó el momento de liberarte de el. Te liberas, pero te hundes, y la hundes, y hundes una pequeña galaxia contigo. Y te rompes, y la rompes; y rompes el cristal. Y te mueres, y la matas, y matas todo brote de vida existente. Y se acaba... todo se acaba.