El encuentro de dos conciencias
Publicado en Jan 09, 2016
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El encuentro de dos conciencias estallando en la irreductible ansiedad del verbo. Una mirada. Una línea recta que es el infinito. Apenas la noche con su iridiscente espíritu posándose sobre los labios abiertos del destino. Hay algo de terrible y caníbal en el amor; esas ansias de devorarse y de perderse en el apocalipsis de la carne ensangrentada, esa pasión por deglutir remisamente los miedos del otro. Hay algo, dije, de criminal en la pasión del olvido, un impulso ciego de desollarse vivo para deshabitarse. No nos interesa habitar de nuevo, no sabemos nada de los sujetos, de los sustantivos y adjetivos, nos interesa perdernos siendo nada para nadie. ¿Hay mayor felicidad? No ser nada para nadie, lo escribo y un sabor a miel me azota el paladar. Nunca puedo pensar en nada amble sin pensar, a su vez, en algo terrible; en mi mente siempre hay una amasijo de cosas que se ponen y se contraponen incesantemente. Así fue, podría decir, el encuentro; dos caballos galopando rumbo a la muerte, sacudiendo el tizne con las patas, dos trenes descarrilados que, una vez que se ven perdidos, en lugar de frenar, aceleran para que la explosión se escuche hasta el último rincón de nuestra galaxia. Fugitivos de nosotros mismos y exiliados de todo convencionalismo social, desnudos en el líquido amniótico del azar. Un ensueño de calaveras, la respiración lenta del minotauro, las huellas que sigue el cazador; un escote, una blusa entreabierta; pensamientos en arrebatos suicidas y paraísos, en escaleras al infierno y en potentes fulgores que descuajan la apatía. Una sombra tendida sobre otra sombra, un teatro chino de pequeños eclipses; una estopa mojada con tiner, la alucinación, apenas el mareo de olas enormes que a base de vaivenes han carcomido toda la piedra. Y unos libros, habré de decir que el encuentro me hizo pensar en libros. No me digo un gran lector, me gustaría leer más y ver menos televisión; pero también me gustaría ser más guapo, son cosas que nunca pasarán. Uno nace feo y huevón, no hay más. La enredadera de luciérnagas en su mirada, el rubor de sus labios como la sangre de un colibrí destrozado por la bota de un soldado. Limpio, un amor limpio, como váter de estación de autobuses en Monterrey, Nuevo León, México. Algo sé, dije, algo creo que sé. Cayeron los rayos, los relámpagos como arena mojada entre los dedos de un niño. Pasó a mi lado y su indiferencia me hizo pensar en hormigas quemabas bajo una lupa por pura diversión.Para decir lo que fue, también diré lo que no fue; esa vez que fui al cerro y abrí los brazos en medio del universo, sintiéndome parte de cada célula de este mundo, de cada microorganismo. Las piedras eran mis hermanas, los mares eran mi sangre. Abrí los brazos llorando, no sé cómo decir una ausencia que nos desborda todo lo que somos, ácido líquido dentro de los huesos, desollado vivo ante un perfume que se aleja. Es la vieja metáfora, la del miembro fantasma; se dice que cuando una persona pierde una parte de su cuerpo, de repente se ve amputado físicamente, todos lo pueden ver (vemos a alguien sin brazo, sin pierna, etcétera) pero en su mente él/ella es un ser completo. E incluso duele esa parte del cuerpo, duele una parte que no existe, que no está. Eso es más o menos lo que significó su ausencia para mí; ya nadie la podía ver a mi lado, pero en mi mente ella seguía caminando a mi lado y riendo de mis estúpidos chistes; siempre había algo, un espejo, que me traía de vuelta a mi realidad con un salvajismo inusitado. Eso me hacía pensar en la filosofía náhuatl y en el antiguo filósofo para nuestra cultura, el tlamatinime, que significa, el que pone un espejo frente a ti. Ese simple acto, poner un espejo frente a alguien es la revelación, es obligar al otro a asumir la conciencia de su realidad, para bien y para mal. Una vez que uno está de este lado, fuera de la Mátrix, quiere que todos lo estén, aunque muchas veces eso sea simplemente un crimen. Muchas personas cuando se asumen tal cual son y no tal cual creen que son, se vuelven locas. Pero otras personas, las que aun viendo la realidad seguimos teniendo algo que nadie más tiene, lo agradecemos. Recuerdo un performance que hubo en mi pueblo, era un tal Cruz que bailaba embarrado de lodo y a todos los espectadores se acercaba con un espejo del tamaño de unos anteojos, el ritual consistía en poner el espejo en su cara y acercarse a nosotros para que pudiéramos ver nuestros ojos en su cara. Eso, por supuesto, me recordó a los tlamatinime, pero también en un sentido más profundo, es un ejercicio de empatía; todos podíamos ser aquel hombre, es más, todos éramos aquel hombre, danzando embarrados de lodo, en contacto con nuestra madre tierra. Sé que ustedes, señores del juzgado, me acusarán de jipi, primero porque me voy a los cerros a meditar, segundo porque conozco la cultura náhuatl y tercero porque siempre he creído más en el plano de inmanencia que en el plano de trascendencia. Lo que significa, en pocas palabras, que prefiero la carne a las ideas, que prefiero la materia (no es lo mismo que lo material) a lo inmaterial. Y por último, quiero decirles que antes del infierno y del cielo, creo en el suelo que piso y en las bocas que beso. He sembrado mis zapatos en la tierra, ese ha sido mi único pecado. Sin embargo, les diré un secreto: si uno siembra con mucho cuidado sus pies en la tierra, tarde que temprano crecerá un hombre, un hombre completo. Un hombre completo es a quien a ella amó, a un hombre completo es a quien ella dejó, un hombre completo, los confieso, es quien la mató. Pero esa no es toda la historia todavía.
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Foto del autor Getzemaní González
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Descripción

El encuentro de dos conciencias estallando en la irreductible ansiedad del verbo. Una mirada. Una línea recta que es el infinito. Apenas la noche con su iridiscente espíritu posándose sobre los labios abiertos del destino. Hay algo de terrible y caníbal en el amor; esas ansias de devorarse y de perderse en el apocalipsis de la carne ensangrentada, esa pasión por deglutir remisamente los miedos del otro. Hay algo, dije, de criminal en la pasión del olvido, un impulso ciego de desollarse vivo para deshabitarse. No nos interesa habitar de nuevo, no sabemos nada de los sujetos, de los sustantivos y adjetivos, nos interesa perdernos siendo nada para nadie. ¿Hay mayor felicidad? No ser nada para nadie, lo escribo y un sabor a miel me azota el paladar. Nunca puedo pensar en nada amble sin pensar, a su vez, en algo terrible; en mi mente siempre hay una amasijo de cosas que se ponen y se contraponen incesantemente. Así fue, podría decir, el encuentro; dos caballos galopando rumbo a la muerte, sacudiendo el tizne con las patas, dos trenes descarrilados que, una vez que se ven perdidos, en lugar de frenar, aceleran para que la explosión se escuche hasta el último rincón de nuestra galaxia. Fugitivos de nosotros mismos y exiliados de todo convencionalismo social, desnudos en el líquido amniótico del azar. Un ensueño de calaveras, la respiración lenta del minotauro, las huellas que sigue el cazador; un escote, una blusa entreabierta; pensamientos en arrebatos suicidas y paraísos, en escaleras al infierno y en potentes fulgores que descuajan la apatía. Una sombra tendida sobre otra sombra, un teatro chino de pequeños eclipses; una estopa mojada con tiner, la alucinación, apenas el mareo de olas enormes que a base de vaivenes han carcomido toda la piedra. Y unos libros, habré de decir que el encuentro me hizo pensar en libros. No me digo un gran lector, me gustaría leer más y ver menos televisión; pero también me gustaría ser más guapo, son cosas que nunca pasarán. Uno nace feo y huevón, no hay más. La enredadera de luciérnagas en su mirada, el rubor de sus labios como la sangre de un colibrí destrozado por la bota de un soldado. Limpio, un amor limpio, como váter de estación de autobuses en Monterrey, Nuevo León, México. Algo sé, dije, algo creo que sé. Cayeron los rayos, los relámpagos como arena mojada entre los dedos de un niño. Pasó a mi lado y su indiferencia me hizo pensar en hormigas quemabas bajo una lupa por pura diversión. Para decir lo que fue, también diré lo que no fue; esa vez que fui al cerro y abrí los brazos en medio del universo, sintiéndome parte de cada célula de este mundo, de cada microorganismo. Las piedras eran mis hermanas, los mares eran mi sangre. Abrí los brazos llorando, no sé cómo decir una ausencia que nos desborda todo lo que somos, ácido líquido dentro de los huesos, desollado vivo ante un perfume que se aleja. Es la vieja metáfora, la del miembro fantasma; se dice que cuando una persona pierde una parte de su cuerpo, de repente se ve amputado físicamente, todos lo pueden ver (vemos a alguien sin brazo, sin pierna, etcétera) pero en su mente él/ella es un ser completo. E incluso duele esa parte del cuerpo, duele una parte que no existe, que no está. Eso es más o menos lo que significó su ausencia para mí; ya nadie la podía ver a mi lado, pero en mi mente ella seguía caminando a mi lado y riendo de mis estúpidos chistes; siempre había algo, un espejo, que me traía de vuelta a mi realidad con un salvajismo inusitado. Eso me hacía pensar en la filosofía náhuatl y en el antiguo filósofo para nuestra cultura, el tlamatinime, que significa, el que pone un espejo frente a ti. Ese simple acto, poner un espejo frente a alguien es la revelación, es obligar al otro a asumir la conciencia de su realidad, para bien y para mal. Una vez que uno está de este lado, fuera de la Mátrix, quiere que todos lo estén, aunque muchas veces eso sea simplemente un crimen. Muchas personas cuando se asumen tal cual son y no tal cual creen que son, se vuelven locas. Pero otras personas, las que aun viendo la realidad seguimos teniendo algo que nadie más tiene, lo agradecemos. Recuerdo un performance que hubo en mi pueblo, era un tal Cruz que bailaba embarrado de lodo y a todos los espectadores se acercaba con un espejo del tamaño de unos anteojos, el ritual consistía en poner el espejo en su cara y acercarse a nosotros para que pudiéramos ver nuestros ojos en su cara. Eso, por supuesto, me recordó a los tlamatinime, pero también en un sentido más profundo, es un ejercicio de empatía; todos podíamos ser aquel hombre, es más, todos éramos aquel hombre, danzando embarrados de lodo, en contacto con nuestra madre tierra. Sé que ustedes, señores del juzgado, me acusarán de jipi, primero porque me voy a los cerros a meditar, segundo porque conozco la cultura náhuatl y tercero porque siempre he creído más en el plano de inmanencia que en el plano de trascendencia. Lo que significa, en pocas palabras, que prefiero la carne a las ideas, que prefiero la materia (no es lo mismo que lo material) a lo inmaterial. Y por último, quiero decirles que antes del infierno y del cielo, creo en el suelo que piso y en las bocas que beso. He sembrado mis zapatos en la tierra, ese ha sido mi único pecado. Sin embargo, les diré un secreto: si uno siembra con mucho cuidado sus pies en la tierra, tarde que temprano crecerá un hombre, un hombre completo. Un hombre completo es a quien a ella amó, a un hombre completo es a quien ella dejó, un hombre completo, los confieso, es quien la mató. Pero esa no es toda la historia todavía.

Palabras Clave: El encuentro de dos conciencias estallando en la irreductible ansiedad del verbo. Una mirada. Una línea recta que es el infinito. Apenas la noche con su iridiscente espíritu posándose sobre los labios abiertos del destino. Hay algo de terrible y caníbal en el amor; esas ansias de devorarse y de perderse en el apocalipsis de la carne ensangrentada esa pasión por deglutir remisamente los miedos del otro. Hay algo dije de criminal en la pasión del olvido un impulso ciego de desollarse vivo para deshabitarse. No nos interesa habitar de nuevo no sabemos nada de los sujetos de los sustantivos y adjetivos nos interesa perdernos siendo nada para nadie. ¿Hay mayor felicidad? No ser nada para nadie lo escribo y un sabor a miel me azota el paladar. Nunca puedo pensar en nada amble sin pensar a su vez en algo terrible; en mi mente siempre hay una amasijo de cosas que se ponen y se contraponen incesantemente. Así fue podría decir el encuentro; dos caballos galopando rumbo a la muerte s

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Getzemaní González Castro


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