Karina, ojos verdes (+18)
Publicado en Jan 09, 2016
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Era un miércoles cualquiera. 6:37 pm. Recién había terminado con mi novia. Estaba en la terraza de mi departamento, fumaba un cigarrillo y repasaba mi vida como ocurre en estos casos. Mis impulsos eran los de siempre, los ya comunes después de un rompimiento amoroso. Pensé en meterme al gimnasio, pensé en emborracharme hasta morir. Pensé en acostarme con el mayor número posible de mujeres. Los resultados fueron los de siempre: comer frituras, mantenerme sobrio y en celibato. Escuchaba música, Sopor Aeternus, para darle un aire trágico a mi situación. Inesperado y tal vez milagroso, me llegó un mensaje al celular:
—Hola
—Hola
—¿Cómo estás?
—¿Quién eres?
—Karina
—Estoy mal, Karina, la verdad.
Tenía alrededor de tres meses chateando con Karina a través de Facebook. De ahí me había pedido mi número celular. Era una chica alegre y divertida, pero no era muy mi tipo. Con esto no quiero decir que no fuera hermosa; en realidad era bellísima, pero sus gustos musicales y temas de conversación distaban mucho de los míos. Y es que me gustan las chicas blanco muerto, con cabello negro y de preferencia altas; pero sobretodo con gustos intelectuales refinados, de esas ratas de biblioteca que conocen muchos autores y escuchan música rara. Karina, en cambio era una chica sencilla, le gustaba la música grupera y había leído muy poquitos libros en su vida. Su ideal de vida ya lo había alcanzado, aprovecharse de su belleza y casarse con un tipo con buena posición económica. Conversábamos, entonces de temas triviales y universales, como el clima, el amor y las noticias.
Le conté a Karina de mi rompimiento amoroso. No me puse en el papel de víctima porque casi nunca lo soy. Nací podrido, nací para siempre estropearlo todo. Tenía mala estrella y mala sangre, pero era más de lo que otras personas tenían. Mi temperamento era una eterna contradicción entre la violencia y la melancolía. Vivía apartado de todos y cuando me invitaban a una fiesta, prefería no ir. Mi ideal de diversión en aquella época, era un trago en casa y un libro. Leía mucho y me enamoraba de las chicas que aparecían en las novelas, pero casi nunca, o más bien nunca, de las mujeres que compartían su vida conmigo. Le expliqué todo eso a Karina y me dio ánimos diciendo que así eran los artistas. No me considero un artista pero no tenía ánimos de discutir.
Karina me contó que su esposo la dejó plantada el día de su aniversario, que ella había esperado a su pareja con un atuendo muy coqueto y una cena romántica y él, simplemente, se había ido a beber con los amigos y había llegado a las tres de la mañana. Eso no es todo, al parecer Ricardo, que así se llamaba su esposo, había olvidado por completo el aniversario de bodas y eso que apenas cumplían tres años de casados. Pero la gota que derramó el vaso es que al día siguiente ni siquiera se disculpó, sino que se limitó a avisarle que tendría que salir de viaje por razones de ventas y marketing. No dije, para variar, lo primero que se me vino a la mente, a saber, que yo y muchos hombres éramos iguales de olvidadizos y canallas. Le dije, en cambio, que eso no se le hace a una mujer y que ese tal Ricardo era un pendejo por no valorar a la mujer que tiene al lado.
—Y me puse guapísima para él.
—¿Cómo?
—Me arreglé todo el día, me fui al spa, me compré un vestido negro, corto, pegadito y unas medias sensuales.
—Suena bien.
—Suena terrible. Me quedé sola, deseosa, fumando un cigarrillo tras otro y con una botella de vino en la mano.
—Al menos tenías vino
—Bendito vino
—¿Y cómo traías el cabello?
—Sencillo, con un molote, listo para que ese imbécil me lo soltara en un solo movimiento. Pero lo mejor era mi vestido, se me veían las piernas espectaculares.
—Me gustan las chicas con piernas espectaculares.
La conversación siguió en ese sentido, un coqueteo inocente que fue subiendo de tono. Al poco tiempo la imaginé enlutada en un vestido caro, con los labios húmedos de labial y vino, sus piernas espectaculares, bebiendo directamente de la botella y prendiendo un cigarrillo tras otro. En esa bella imagen mental me deleité por un instante. Luego le pregunté, no sé por qué, si se pensaba embarazar de Ricardo, y me dijo que lo habían intentado pero que al parecer alguno de los dos no era fértil. Me puso el ícono de una sonrisa que se me antojó amarga. Por el lado positivo, agregó, Puedo beber y fumar todo lo que quiera sin bebés en la casa. Entonces intuí que en ese mismo momento estaba un poco ebria.
—¿Estás tomando?
—Una copa de vino
—Qué rico. Yo no tengo más que cerveza.
—Tómate una conmigo.
—Ok. Salud.
—Esa es trampa
—¿Cómo sabes?
—Mejor por Skype
Yo tenía cuenta de Skype pero empolvada. La saqué cuando estuve trabajando para una empresa de comerciales, sin embargo, mis únicos dos contactos eran vendedores. Primero descargué un sinfín de actualizaciones y después la agregué. Me mandó solicitud de conversación por cámara y dudé. La verdad estaba en mi peor momento, desaliñado, con la barba crecida, sin bañar, fumando y ahora con una cerveza en la mano. Acepté la llamada pero dirigí la cámara a la cerveza. La destapé para que lo viera.
—No se vale, quiero ver tu cara.
—Ya así sabes que no hago trampa
—Pero quiero ver tu cara cuando brindes conmigo
—Para ti es fácil porque estás hermosa, yo estoy para el carretón de la basura
—No importa
De verdad estaba hermosa. Ojos verdes y sonrisa perfecta, sus dientes estaban parejos y blancos, como de la más fina porcelana. Su cabello rubio era largo, traía una blusa floreada con un generoso escote en el que se adivinaban dos frondosos y enormes senos. No me esperaba, lo confieso, el detalle de los senos. Hasta el momento sólo había visto fotos de su rostro. Levantó la copa de vino con sus uñas negras y el vino lucía delicioso pero aún más sus labios humectados por el dionisíaco elixir. Tomé valentía o desfachatez no sé de dónde y levanté la webcam, la puse sobre mi cara y levanté la cerveza para brindar con ella.
—Por los que se fueron
—Por los que estamos
—Oye sí te ves bien jodido
—Jajajá, te dije.
—Pero no tan mal como crees, eres como un vagabundo sexy.
—Tú eres como una ama de casa burguesa
—¿Qué es burguesa?
—No importa
—¿Entonces no te gusto?
—Me encantas
—¿Qué es lo que más te gusta de mí?
—De lo que alcanzo a ver, tu boca.
—Jajajá, ¿por qué?
—Porque se ve que sabe hacer maravillas
—Cuidado con lo que dices, soy una mujer casada.
—Perdón
—Es broma
—Oye, ¿puedo quitar la cámara? Me siento extraño
—Está bien
—Pero tú déjala. Quiero verte.
—Está bien
Las cervezas, las copas de vino, los piropos y las sonrisas se acumularon. Todo se desbordó en la noche. Le dije, ya un poco ebrio, que jamás imaginé que tuviera unos senos tan grandes, y ella, un tanto ebria, se sujetó ambas tetas y las apretó para que se vieran incluso más grandes. Luego le dije, más ebrio y caliente, que jamás desperdiciaría a una mujer como ella. Luego me dijo que esperara, que me tenía una sorpresa. Esperé alrededor de veinte minutos, mientras ponía una canción y otra. Luego apareció de nuevo, al otro lado de la pantalla, me pareció estar alucinando. Estaba vestida con el vestido negro y se había recogido el cabello en un molote. Además vi, de reojo, mientras se sentaba, que traía las famosas medias y se veían, ciertamente, increíbles sus piernas.
—¿Te gustó la sorpresa?
—Me encantó. No creo que eso haya desaprovechado el imbécil ese
—¿Verdad?
—Sí. Estás bellísima, de verdad. Eres una mujer muy hermosa y la verdad también muy excitante.
—No seas exagerado
—No exagero, si yo tuviera la oportunidad no la desaprovecharía
—¿Ah sí? ¿Qué me harías?
—Acariciaría tus mejillas, sujetaría tu cara y te daría un beso en la boca, lleno de ternura y devoción. Mordería un poquito tus labios, mientras acariciaría tu oreja con los dedos de mi mano derecha. Acariciaría tu cabello, lo soltaría con un movimiento para poder olerlo y disfrutarlo, deleitarme en la textura; eres como una obra de arte viviente. [Cuando le escribí eso, desató su cabello, dejándolo de nuevo libre como al principio de la conversación.] Tu cabellera es muy larga y hermosa, la verdad me encanta. También olería y mordisquearía un poquito tu cuello, sin importarme si tu esposo lo nota, dejaría mi marca en ti. Quisiera provocarte todos los orgasmos del mundo y firmarlos con mi nombre.
—Jajajá, estás loquito
—Un poco. Tú estás exquisita
—Eso nunca me lo habían dicho
—Porque nadie te ha deseado tanto como te deseo yo esta noche.
—No sé si leer eso me excita o me da miedo. O las dos cosas.
—Levantaría tu vestidito, para meter mi mano derecha. Haría tus bragas a un ladito y jugaría con tus labios vaginales, un poco con tu clítoris y un poco con tu monte de venus. Al sentir tu humedad en las yemas de mis dedos, besaría tus hombros, cálidos y hermosos; bajaría con los dientes un poco tus tirantes. Besaría tu tráquea, cada huesito de tu cuello. Aceleraría el movimiento de mis dedos dentro de ti, al sentir tu humedad, como te abres, como una flor. Llevaría mis dedos a la boca para sentir tu sabor. [Al escribir esto, ella se levantó de la silla y levantó su vestidito hasta que le vi las bragas, negras y de encaje, pequeñitas y sensuales; desabotonó despacio sus ligueros y me mostró sus piernas, deslizando con suavidad, hacia sus pies, las medias con extrañas figuras geométricas. Sus piernas, de verdad, eran espectaculares, fuertes, blancas y torneadas, se veían duras y sin embargo suaves al tacto.]
—Sigue, no te detengas.
—Desabrocharía tu vestido, sólo quitaría la parte de encima para deleitarme en la visión de tus pechos. Por encima del brasier los acariciaría y acariciaría también tu ombligo. Luego quitaría tu sostén y lamería cada centímetro de tus grandes y frondosos pechos, movería mi lengua en tenues zigzags de la base hasta la punta de los pezones, en movimientos circularías, jugaría con ellos. Sin dejar de masturbarte, empezaría a mordisquear tus pezones, para que sientas ese choque candente entre dolor y placer. Siente mis dientes, apretando cada vez más fuerte y mis manos moviéndose cada vez más rápido hasta que derrames tu mar de miel en mis dedos. Así, con los dedos llenos de tu esencia, dibujaría espirales en tus pezones, para después chuparlos y mamarlos como un lactante. Mordería con la comisura de los labios mientras soplo, jugando un tanto con la temperatura. Llevaría tu mano a que palparas mi pantalón para que sientas lo excitado que me pones. Quiero que bajes el cierre y lo tomes en tu mano para masturbarlo, que lo sientas cada vez más grueso entre tus dedos. Y en ese hechizo de la noche, perdernos en el éxtasis y el delirio de ser prohibidos. [Mientras escribía esto, ella se puso de pie y se quitó el vestido y el brasier, quedando en puras bragas y tacones. Tocaba sus senos que de verdad eran enormes con pezones igualmente grandes, rosáceos y deliciosos. Unos senos redondos, perfectos y a simple vista, naturales. Por debajo de las bragas metió la mano derecha y se comenzó a masturbar. Abrió las piernas, alejó un poco la cámara para que pudiera verla completa. Era, lo juro, lo más hermoso que había visto en mi vida. Sólo dejó de masturbarse para escribirme.]
—Por favor no te detengas, escríbeme hasta que me corra para ti. Hazme tuya.
—Me hincaría frente a ti, como la diosa que eres, para beberte. Lamería todo tu jugo, metiendo mi lengua y frotando tu clítoris, provocándote con besos y mordiscos por tus piernas y tus muslos. Besaría tus rodillas, tus pantorrillas y tus pies. Lamería tus tacones y subiría de luego, arremetiendo con mi lengua dentro de tu cueva sagrada. Movería mi lengua como una serpiente y chuparía tu clítoris mientras meto dos dedos y provoco que te corras como loca. Luego me pondría de pie frente a ti y metería mi verga en tu boca, sujetándote de los cabellos, la metería durísimo. Siente cómo se pone dura en tu garganta, crece y lames y chupas los huevos. Me encantaría verte a los ojos mientras meto mi verga sin sacarla, provocando tus lágrimas y luego recogería tus lágrimas sólo para metértela de nuevo. Abriría tus piernas y metería mi verga dentro de ti. Me gustaría sentir cómo me aprietas mientras estampo besos en tu boca, en tu cuello y en tus pechos. Sentarme y que me cabalgues, para poder morder tus pezones mientras subes y bajas de mí, sintiendo mi sexo cada vez más caliente y hambriento de ti. Siénteme, tócate pensando en mí. Aprieta tus pezones como si los apretara yo. [Mientras yo le escribía estas cosas, ella apretaba sus pezones grandes y duros, gemía, nunca olvidaré sus exquisitos gemidos y sus movimientos reflejos sobre la silla, arqueaba su espalda y apretaba los labios después de leerme. Se levantó de la silla y me mostró su sexo, completamente húmedo, sus piernas y se volteó para enseñarme sus nalgas redondas y duras. Era toda una escultura viva, la verdad estaba totalmente enloquecido, escribiendo fuera de mí y con la verga fuera del pantalón, un rato me masturbaba y otro rato le escribía.] Muéstrame tus nalgas, dime que eres mi puta, dime ¿así te coge Ricardo? [Y ella me mostraba las nalgas y me susurraba quedito a la cam que era mi puta. Y me decía que no, que Ricardo no se la cogía tan rico como yo. Toda aquella escena me enloquecía y me excitaba muchísimo.] Te pondría frente a la pared, de espaldas a mí y te cogería durísimo por el culo, ¿te gusta? Metería mis dedos en tu vagina para masturbarte mientras te doy por el culo, para que sientas dos vergas partiéndote en pedazos. Eres mía, tus gemidos son míos… Dime dónde quieres mi semen, [cuando le escribí eso, no dijo nada, simplemente se arrodilló frente a la webcam y abrió la boca grande moviendo la lengua con lubricidad. Así mismo apretó tus pechos e hizo una pequeña cuneta en donde me daba a entender que quería mi semen. Ante aquella visión deliciosa, me corrí.] Quiero ver cómo te corres, muéstrame, abre tus piernas completamente obscena, completamente puta, quiero que te vengas, enséñame. [Y se corrió a chorros. Así y después de una breve charla, dimos por terminada nuestra primera de muchas… desde entonces, sesiones online]
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Foto del autor Getzemaní González
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Miembro desde: Dec 18, 2009
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Descripción

Era un miércoles cualquiera. 6:37 pm. Recién había terminado con mi novia. Estaba en la terraza de mi departamento, fumaba un cigarrillo y repasaba mi vida como ocurre en estos casos. Mis impulsos eran los de siempre, los ya comunes después de un rompimiento amoroso. Pensé en meterme al gimnasio, pensé en emborracharme hasta morir. Pensé en acostarme con el mayor número posible de mujeres. Los resultados fueron los de siempre: comer frituras, mantenerme sobrio y en celibato. Escuchaba música, Sopor Aeternus, para darle un aire trágico a mi situación. Inesperado y tal vez milagroso, me llegó un mensaje al celular: —Hola —Hola —¿Cómo estás? —¿Quién eres? —Karina —Estoy mal, Karina, la verdad. Tenía alrededor de tres meses chateando con Karina a través de Facebook. De ahí me había pedido mi número celular. Era una chica alegre y divertida, pero no era muy mi tipo. Con esto no quiero decir que no fuera hermosa; en realidad era bellísima, pero sus gustos musicales y temas de conversación distaban mucho de los míos. Y es que me gustan las chicas blanco muerto, con cabello negro y de preferencia altas; pero sobretodo con gustos intelectuales refinados, de esas ratas de biblioteca que conocen muchos autores y escuchan música rara. Karina, en cambio era una chica sencilla, le gustaba la música grupera y había leído muy poquitos libros en su vida. Su ideal de vida ya lo había alcanzado, aprovecharse de su belleza y casarse con un tipo con buena posición económica. Conversábamos, entonces de temas triviales y universales, como el clima, el amor y las noticias. Le conté a Karina de mi rompimiento amoroso. No me puse en el papel de víctima porque casi nunca lo soy. Nací podrido, nací para siempre estropearlo todo. Tenía mala estrella y mala sangre, pero era más de lo que otras personas tenían. Mi temperamento era una eterna contradicción entre la violencia y la melancolía. Vivía apartado de todos y cuando me invitaban a una fiesta, prefería no ir. Mi ideal de diversión en aquella época, era un trago en casa y un libro. Leía mucho y me enamoraba de las chicas que aparecían en las novelas, pero casi nunca, o más bien nunca, de las mujeres que compartían su vida conmigo. Le expliqué todo eso a Karina y me dio ánimos diciendo que así eran los artistas. No me considero un artista pero no tenía ánimos de discutir. Karina me contó que su esposo la dejó plantada el día de su aniversario, que ella había esperado a su pareja con un atuendo muy coqueto y una cena romántica y él, simplemente, se había ido a beber con los amigos y había llegado a las tres de la mañana. Eso no es todo, al parecer Ricardo, que así se llamaba su esposo, había olvidado por completo el aniversario de bodas y eso que apenas cumplían tres años de casados. Pero la gota que derramó el vaso es que al día siguiente ni siquiera se disculpó, sino que se limitó a avisarle que tendría que salir de viaje por razones de ventas y marketing. No dije, para variar, lo primero que se me vino a la mente, a saber, que yo y muchos hombres éramos iguales de olvidadizos y canallas. Le dije, en cambio, que eso no se le hace a una mujer y que ese tal Ricardo era un pendejo por no valorar a la mujer que tiene al lado. —Y me puse guapísima para él. —¿Cómo? —Me arreglé todo el día, me fui al spa, me compré un vestido negro, corto, pegadito y unas medias sensuales. —Suena bien. —Suena terrible. Me quedé sola, deseosa, fumando un cigarrillo tras otro y con una botella de vino en la mano. —Al menos tenías vino —Bendito vino —¿Y cómo traías el cabello? —Sencillo, con un molote, listo para que ese imbécil me lo soltara en un solo movimiento. Pero lo mejor era mi vestido, se me veían las piernas espectaculares. —Me gustan las chicas con piernas espectaculares. La conversación siguió en ese sentido, un coqueteo inocente que fue subiendo de tono. Al poco tiempo la imaginé enlutada en un vestido caro, con los labios húmedos de labial y vino, sus piernas espectaculares, bebiendo directamente de la botella y prendiendo un cigarrillo tras otro. En esa bella imagen mental me deleité por un instante. Luego le pregunté, no sé por qué, si se pensaba embarazar de Ricardo, y me dijo que lo habían intentado pero que al parecer alguno de los dos no era fértil. Me puso el ícono de una sonrisa que se me antojó amarga. Por el lado positivo, agregó, Puedo beber y fumar todo lo que quiera sin bebés en la casa. Entonces intuí que en ese mismo momento estaba un poco ebria. —¿Estás tomando? —Una copa de vino —Qué rico. Yo no tengo más que cerveza. —Tómate una conmigo. —Ok. Salud. —Esa es trampa —¿Cómo sabes? —Mejor por Skype Yo tenía cuenta de Skype pero empolvada. La saqué cuando estuve trabajando para una empresa de comerciales, sin embargo, mis únicos dos contactos eran vendedores. Primero descargué un sinfín de actualizaciones y después la agregué. Me mandó solicitud de conversación por cámara y dudé. La verdad estaba en mi peor momento, desaliñado, con la barba crecida, sin bañar, fumando y ahora con una cerveza en la mano. Acepté la llamada pero dirigí la cámara a la cerveza. La destapé para que lo viera. —No se vale, quiero ver tu cara. —Ya así sabes que no hago trampa —Pero quiero ver tu cara cuando brindes conmigo —Para ti es fácil porque estás hermosa, yo estoy para el carretón de la basura —No importa De verdad estaba hermosa. Ojos verdes y sonrisa perfecta, sus dientes estaban parejos y blancos, como de la más fina porcelana. Su cabello rubio era largo, traía una blusa floreada con un generoso escote en el que se adivinaban dos frondosos y enormes senos. No me esperaba, lo confieso, el detalle de los senos. Hasta el momento sólo había visto fotos de su rostro. Levantó la copa de vino con sus uñas negras y el vino lucía delicioso pero aún más sus labios humectados por el dionisíaco elixir. Tomé valentía o desfachatez no sé de dónde y levanté la webcam, la puse sobre mi cara y levanté la cerveza para brindar con ella. —Por los que se fueron —Por los que estamos —Oye sí te ves bien jodido —Jajajá, te dije. —Pero no tan mal como crees, eres como un vagabundo sexy. —Tú eres como una ama de casa burguesa —¿Qué es burguesa? —No importa —¿Entonces no te gusto? —Me encantas —¿Qué es lo que más te gusta de mí? —De lo que alcanzo a ver, tu boca. —Jajajá, ¿por qué? —Porque se ve que sabe hacer maravillas —Cuidado con lo que dices, soy una mujer casada. —Perdón —Es broma —Oye, ¿puedo quitar la cámara? Me siento extraño —Está bien —Pero tú déjala. Quiero verte. —Está bien Las cervezas, las copas de vino, los piropos y las sonrisas se acumularon. Todo se desbordó en la noche. Le dije, ya un poco ebrio, que jamás imaginé que tuviera unos senos tan grandes, y ella, un tanto ebria, se sujetó ambas tetas y las apretó para que se vieran incluso más grandes. Luego le dije, más ebrio y caliente, que jamás desperdiciaría a una mujer como ella. Luego me dijo que esperara, que me tenía una sorpresa. Esperé alrededor de veinte minutos, mientras ponía una canción y otra. Luego apareció de nuevo, al otro lado de la pantalla, me pareció estar alucinando. Estaba vestida con el vestido negro y se había recogido el cabello en un molote. Además vi, de reojo, mientras se sentaba, que traía las famosas medias y se veían, ciertamente, increíbles sus piernas. —¿Te gustó la sorpresa? —Me encantó. No creo que eso haya desaprovechado el imbécil ese —¿Verdad? —Sí. Estás bellísima, de verdad. Eres una mujer muy hermosa y la verdad también muy excitante. —No seas exagerado —No exagero, si yo tuviera la oportunidad no la desaprovecharía —¿Ah sí? ¿Qué me harías? —Acariciaría tus mejillas, sujetaría tu cara y te daría un beso en la boca, lleno de ternura y devoción. Mordería un poquito tus labios, mientras acariciaría tu oreja con los dedos de mi mano derecha. Acariciaría tu cabello, lo soltaría con un movimiento para poder olerlo y disfrutarlo, deleitarme en la textura; eres como una obra de arte viviente. [Cuando le escribí eso, desató su cabello, dejándolo de nuevo libre como al principio de la conversación.] Tu cabellera es muy larga y hermosa, la verdad me encanta. También olería y mordisquearía un poquito tu cuello, sin importarme si tu esposo lo nota, dejaría mi marca en ti. Quisiera provocarte todos los orgasmos del mundo y firmarlos con mi nombre. —Jajajá, estás loquito —Un poco. Tú estás exquisita —Eso nunca me lo habían dicho —Porque nadie te ha deseado tanto como te deseo yo esta noche. —No sé si leer eso me excita o me da miedo. O las dos cosas. —Levantaría tu vestidito, para meter mi mano derecha. Haría tus bragas a un ladito y jugaría con tus labios vaginales, un poco con tu clítoris y un poco con tu monte de venus. Al sentir tu humedad en las yemas de mis dedos, besaría tus hombros, cálidos y hermosos; bajaría con los dientes un poco tus tirantes. Besaría tu tráquea, cada huesito de tu cuello. Aceleraría el movimiento de mis dedos dentro de ti, al sentir tu humedad, como te abres, como una flor. Llevaría mis dedos a la boca para sentir tu sabor. [Al escribir esto, ella se levantó de la silla y levantó su vestidito hasta que le vi las bragas, negras y de encaje, pequeñitas y sensuales; desabotonó despacio sus ligueros y me mostró sus piernas, deslizando con suavidad, hacia sus pies, las medias con extrañas figuras geométricas. Sus piernas, de verdad, eran espectaculares, fuertes, blancas y torneadas, se veían duras y sin embargo suaves al tacto.] —Sigue, no te detengas. —Desabrocharía tu vestido, sólo quitaría la parte de encima para deleitarme en la visión de tus pechos. Por encima del brasier los acariciaría y acariciaría también tu ombligo. Luego quitaría tu sostén y lamería cada centímetro de tus grandes y frondosos pechos, movería mi lengua en tenues zigzags de la base hasta la punta de los pezones, en movimientos circularías, jugaría con ellos. Sin dejar de masturbarte, empezaría a mordisquear tus pezones, para que sientas ese choque candente entre dolor y placer. Siente mis dientes, apretando cada vez más fuerte y mis manos moviéndose cada vez más rápido hasta que derrames tu mar de miel en mis dedos. Así, con los dedos llenos de tu esencia, dibujaría espirales en tus pezones, para después chuparlos y mamarlos como un lactante. Mordería con la comisura de los labios mientras soplo, jugando un tanto con la temperatura. Llevaría tu mano a que palparas mi pantalón para que sientas lo excitado que me pones. Quiero que bajes el cierre y lo tomes en tu mano para masturbarlo, que lo sientas cada vez más grueso entre tus dedos. Y en ese hechizo de la noche, perdernos en el éxtasis y el delirio de ser prohibidos. [Mientras escribía esto, ella se puso de pie y se quitó el vestido y el brasier, quedando en puras bragas y tacones. Tocaba sus senos que de verdad eran enormes con pezones igualmente grandes, rosáceos y deliciosos. Unos senos redondos, perfectos y a simple vista, naturales. Por debajo de las bragas metió la mano derecha y se comenzó a masturbar. Abrió las piernas, alejó un poco la cámara para que pudiera verla completa. Era, lo juro, lo más hermoso que había visto en mi vida. Sólo dejó de masturbarse para escribirme.] —Por favor no te detengas, escríbeme hasta que me corra para ti. Hazme tuya. —Me hincaría frente a ti, como la diosa que eres, para beberte. Lamería todo tu jugo, metiendo mi lengua y frotando tu clítoris, provocándote con besos y mordiscos por tus piernas y tus muslos. Besaría tus rodillas, tus pantorrillas y tus pies. Lamería tus tacones y subiría de luego, arremetiendo con mi lengua dentro de tu cueva sagrada. Movería mi lengua como una serpiente y chuparía tu clítoris mientras meto dos dedos y provoco que te corras como loca. Luego me pondría de pie frente a ti y metería mi verga en tu boca, sujetándote de los cabellos, la metería durísimo. Siente cómo se pone dura en tu garganta, crece y lames y chupas los huevos. Me encantaría verte a los ojos mientras meto mi verga sin sacarla, provocando tus lágrimas y luego recogería tus lágrimas sólo para metértela de nuevo. Abriría tus piernas y metería mi verga dentro de ti. Me gustaría sentir cómo me aprietas mientras estampo besos en tu boca, en tu cuello y en tus pechos. Sentarme y que me cabalgues, para poder morder tus pezones mientras subes y bajas de mí, sintiendo mi sexo cada vez más caliente y hambriento de ti. Siénteme, tócate pensando en mí. Aprieta tus pezones como si los apretara yo. [Mientras yo le escribía estas cosas, ella apretaba sus pezones grandes y duros, gemía, nunca olvidaré sus exquisitos gemidos y sus movimientos reflejos sobre la silla, arqueaba su espalda y apretaba los labios después de leerme. Se levantó de la silla y me mostró su sexo, completamente húmedo, sus piernas y se volteó para enseñarme sus nalgas redondas y duras. Era toda una escultura viva, la verdad estaba totalmente enloquecido, escribiendo fuera de mí y con la verga fuera del pantalón, un rato me masturbaba y otro rato le escribía.] Muéstrame tus nalgas, dime que eres mi puta, dime ¿así te coge Ricardo? [Y ella me mostraba las nalgas y me susurraba quedito a la cam que era mi puta. Y me decía que no, que Ricardo no se la cogía tan rico como yo. Toda aquella escena me enloquecía y me excitaba muchísimo.] Te pondría frente a la pared, de espaldas a mí y te cogería durísimo por el culo, ¿te gusta? Metería mis dedos en tu vagina para masturbarte mientras te doy por el culo, para que sientas dos vergas partiéndote en pedazos. Eres mía, tus gemidos son míos… Dime dónde quieres mi semen, [cuando le escribí eso, no dijo nada, simplemente se arrodilló frente a la webcam y abrió la boca grande moviendo la lengua con lubricidad. Así mismo apretó tus pechos e hizo una pequeña cuneta en donde me daba a entender que quería mi semen. Ante aquella visión deliciosa, me corrí.] Quiero ver cómo te corres, muéstrame, abre tus piernas completamente obscena, completamente puta, quiero que te vengas, enséñame. [Y se corrió a chorros. Así y después de una breve charla, dimos por terminada nuestra primera de muchas… desde entonces, sesiones online]

Palabras Clave: Era un miércoles cualquiera. 6:37 pm. Recién había terminado con mi novia. Estaba en la terraza de mi departamento fumaba un cigarrillo y repasaba mi vida como ocurre en estos casos. Mis impulsos eran los de siempre los ya comunes después de un rompimiento amoroso. Pensé en meterme al gimnasio pensé en emborracharme hasta morir. Pensé en acostarme con el mayor número posible de mujeres. Los resultados fueron los de siempre: comer frituras mantenerme sobrio y en celibato. Escuchaba música Sopor Aeternus para darle un aire trágico a mi situación. Inesperado y tal vez milagroso me llegó un mensaje al celular: —Hola —Hola —¿Cómo estás? —¿Quién eres? —Karina —Estoy mal Karina la verdad. Tenía alrededor de tres meses chateando con Karina a través de Facebook. De ahí me había pedido mi número celular. Era una chica alegre y divertida pero no era muy mi tipo. Con esto no quiero decir que no fuera hermosa; en realidad era bellísima pero sus gustos musicales y temas de conversa

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Getzemaní González Castro


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