Julián necesitaba urgentemente salir del laberinto. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que entró al mismo y lo único que había conseguido era la compañía de una mujer, Eleonora era su nombre. La encontró convaleciendo al final de uno de los caminos sinuosos que estaban en la sección de cristal. Desde entonces Eleonora se había vuelto su amiga, tan solo eso, porque para Julián no existía nada más que el salir del encerramiento al que había sido confinado. No podía pensar otra cosa, ni siquiera el ver en su compañera a alguien de quien pudiera sentir algo mucho más fuerte que una simple amistad.
 
Sin embargo, algo dejaba perplejo a nuestro amigo, pareciera que Eleonora no desesperase nunca, y si no fuera porque nunca la había perdido de vista juraría que pasado el tiempo ya se trataba de otra mujer. Su semblante cuando la conoció, de desesperación, cambió de forma significativa. Pareciera que se había convertido en una persona que encontró lo que quería o si no, mínimo alguien que  tiene todo lo que necesita. En los pocos momentos de lucidez de Julián dichas cavilaciones eran las que lograban que no cayera en la locura.
 
Por su parte Eleonora veía en Julián el ímpetu y el tesón en salir avante de la difícil situación en que se encontraba. Ella había perdido la noción del tiempo y el espacio, por lo tanto ni recordaba cómo había llegado ahí ni le incomodaba el caminar continuamente durante las últimas semanas al lado del hombre que la había rescatado, pero ¿de qué? tampoco podía recordarlo, solo haber estado en un gran estanque lleno de agua prístina, cada vez que intentaba ir atrás en el recuerdo su mente se ennegrecía y regresaba inmediatamente a la realidad. Aun así ella tenía la leve impresión que Julián le ayudaría a realizar algo.
 
Así nuestros personajes vagaron aún más tiempo en el laberinto hasta que llegaron a una etapa donde caían muchas goteras y el piso se encontraba sumamente encharcado. Julián le pidió a Eleonora que la esperase en el inicio de la nueva sección mientras el continuaba explorando. En tanto se dividían nuestros personajes, Eleonora siguió una pequeña luz azul que al parecer se movía frente a ella, empezó a acelerar el paso al compás de aquello que en ese momento era su microcosmos cuando de repente tropezó y cayó a un estanque de aparente poca hondura pero al estar todo su cuerpo en el mismo, la profundidad resultó mayor de lo esperado y terminó por hundirse mientras la luz se desvanecía, como se desvanecen los sueños.
 
Julián regresó al lugar con noticias sobre un nuevo camino a seguir que llevaba a una gran compuerta que tenía grabada la siguiente frase: “qui huc intrasti omissa spe”, desconocía su verdadero significado pero creía firmemente que no podría ser peor que el laberinto en que se encontraban. Sorprendiose Julián de no haber encontrado a su compañera. Empezó a buscarla hasta perder la esperanza, cuando de repente la vio del otro lado de un pequeño estanque. Lo que presenció era algo que fácilmente se podría atribuir a la locura, falta de lucidez inclusive por el exceso de tiempo en su estadía en el intrincado laberinto. Era Eleonora pero ahora su apariencia física era tal cual él la conoció, pero le asombró más el tono azulado de su cabello y la desnudez que cubría su cuerpo. – Ven Julián ayúdame a existir -. Julián se quedó sin habla, la belleza de su otrora compañera evitaba que pudiera siquiera articular palabra alguna. Solo  dio un paso al frente y cayó al estanque, pero al estar en el mismo sintió que era más profundo de lo que parecía, nadó para regresar a la superficie pero ésta se alejaba cada vez más, desesperado gritó el nombre de Eleonora, sordamente ahogado por el agua que empezaba a llenar su cuerpo intempestivamente. Lo último que vio fue la silueta de su compañera asomada desde el exterior del estaque con una ligera sonrisa, como si ahora hubiera comprendido su propósito y la salida de su laberinto interior.