Nostalgia
Publicado en Jun 19, 2015
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No recuerdo el instante en que dejamos de hablarnos, podría decirse que fue sucediendo aletargadamente como los paseos gastados que solía hacer la abuela de cuando en cuando por la galería. A la sombra en el jardín, logro ver uno de los rosales que sucumbió por mi falta de cuidado ante la crueldad del sol; su tallo y hojas secas como un mudo testigo me recriminan su partida. Sentado a la distancia, le contemplo con resignación sin dejar de preguntarme ni encontrar consuelo ante los hechos consumados que me abrazan junto al calor sofocante, dejándome casi sin aliento y que mantienen mi boca seca, mis labios partidos, los que apenas logro humedecer con ese vaso de agua dispuesto a mi izquierda sobre la mesa del pasillo ¿Cómo no me di cuenta que se iría para siempre? Ahora que es tarde, logro ver todas las veces que me lo advirtió. Cuando estas cosas me suceden suelo llenar mi conciencia de recriminaciones inútiles, tan inútiles cómo las palabras que trato de gritar al viento y que nadie escucharía en éste desértico paisaje que golpea con su indiferencia mi acalorado rostro y me hace sentir más viejo, pesándome de sobremanera los huesos. Tendré que mandar a buscar a la vieja Carmela para que me haga esos ungüentos extraños que solía aplicarme por la espalda, antes de que Rosario, mi mujer me abandonara para siempre.
Nunca me había parecido tan inmensa esta casona, se ve tan desolada como mi existencia, camuflándose con el paisaje que me rodea, acicalado de pasto seco que cubren esos montes estirados y desteñidos que antaño me conmovían, y que hoy ciegan mi vista por la tristeza que los envuelve. El flaco, ese perro en los huesos que apareció un día como  fantasma entre las llanuras y que llegó para quedarse, me mira con sus ojos nostálgicos, como si pudiera entender mi tristeza. Quien diría que éste quiltro huesudo iba a terminar como mi única compañía al final de mis días ¡Vas a morir solo! ¡Nadie te soporta! Me gritó Ignacia, en más de una oportunidad… ¡Sí le hubiese escuchado!… ¡Cómo duele la realidad! Más ahora, que mi rodilla se queja y no sirven mis refriegas.
Los recuerdos de las atenciones de Ignacia se tropiezan en mi cabeza semicalva y me provocan tal desaliento que quisiera salir corriendo tras ella para pedir de rodillas su perdón. Mi niñita, mi nachita, sus retos bien intencionados; “vamos al médico papá, te llevo en la camioneta… me preocupa  esa mancha en la espalda…” Nada niña, la tengo desde que nací; “pero está más grande”; claro, si ha crecido la muy infame como todo mi cuerpo  y de seguro de tanto trabajar a torso desnudo en el campo, pero es sólo una mancha, déjate de ser alharaca como tu madre, mira que igual se ha ido. “Viejito, no sea porfiado, hágalo por su hija, ya hablé con el médico en el hospital, y le espera”; mañana, mañana, si voy; “¿me lo promete?”; sí, sí mi amor, sí voy…
¡Me mentiste de nuevo! Crees que acaso, tengo todo el tiempo del mundo, hablamos ayer y me dijiste que irías al doctor, pedí permiso en mi trabajo especialmente para llevarte y me sales con otra de tus pataletas de viejo taimado ¡Ya no te soporto, te puedes ir al mismo infierno! fue lo que me gritó indignada antes de subirse a la camioneta, eso ya hace seis meses. No fui capaz de enfrentarla, de contarle que a raíz de la partida de Rosario, por consejo de mi hermana, me hice los exámenes y me desahuciaron el año pasado, no quería que supiera lo cercano que tenía la visita de la muerte. 
La tarde se está poniendo fresca y me duele más la rodilla, ven flaco, vamos adentro.
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

El tiempo, la incomunicacin

Palabras Clave: Silencio

Categoría: Cuentos & Historias

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