LA GACELA
         
                   Clavé los frenos en la ruta, un estruendo se coló por el silencio del desierto, bramando su inocencia sobre la calzada. Salí en su auxilio, los dados parecían ya echados sobre la superficie rugosa del pavimento ensangrentado. Sus ojos miraban al cielo rogando por su alma. Fue el destino, pensaba, mientras respiraba agitadamente y sentía el tiempo transcurrir rápidamente.
                   No era su culpa ni la mía, sin embargo agonizaba junto a mí sin saber el porqué.  Cuando me repuse, salí disparando para el desierto, saltando entre los arbustos en espera de la noche cómplice.  
 
 
                                                  GABRIEL FALCONI