Lo vi desde lejos
mientras corría tras un volantín
y su perro, Gaspar,
tiraba de su pantalón
para que no avanzara más...
Fueron varios metros aquellos,
hasta que la rama de un árbol
cesó el vuelo del cometa
y con ello la marcha del niño
y de su mascota...
Saltó una, dos y muchas veces,
intentando alcanzar 
su preciado tesoro,
pero la altura se burlaba
y el viento alejaba la rama
de las pequeñas manitos...
Fue allí que me acerqué
y le ofrecí mi ayuda...
Él aceptó gustoso,
aunque antes,
me hizo ver
que no hablaba con extraños,
que haría una excepción,
porque tenía cara de buena persona...
Sonreí y acaricié sus cabellos...
Con la ayuda de mi bastón,
logré bajar el volantín
y lo entregué al pequeño,
de siete años y de ojitos de avellana...
Me agradeció
y continuó corriendo tras el volantín...
Le tomé una foto a escondidas,
compré un marco
y la puse en una de las murallas de mi casa...
Allí estaba mi nieto Agustín,
corriendo tras su volantín...