En el resonar de todas las gargantas de una misma lengua, en el viajar a otros países, experimentando cambios de boca en boca y de oído en oído, sin importar el cómo o el dónde.Estas palabras del pueblo fluyen sin cesar, siendo escritas de esta y de aquella manera, malentendidas, casi todas mancilladas. ¿Pero tan representativas y despreocupadas son en realidad? Ellas, inocentes, son hijas de una visión de la realidad, fundadoras inmateriales de una cultura. Y aunque ninguna cultura permanezca a costa del devenir, la raíz etimológica revela el periplo de estos vocablos a través del tiempo y la historia. Un viaje a través de la lengua del pueblo llano, un sonido al alcance de todos aquellos que no saben leer. Democrática, compartida, un sonido tergiversado y ambiguo, pero que muestra su regocijo cada vez que nace de unos labios.
O tal vez en la intimidad, en lo reservado; en la caverna del docto, si se me permite la ironía.El orgulloso vocablo, oscila entre el elitismo del cultismo y la agonía olvidada del anacronismo. A causa de su invariabilidad en el transcurso de los siglos, danza petulante en boca de filólogos y toda clase de estudiosos. Se siente aristócrata, privado a la masas, herramienta de la élite del soberbio conocimiento. Es una palabra seria debido a su quietud, nunca ríe, y se siente importante por su longevidad; disfruta con su intacta conservación. A decir verdad, esta palabra halla su mayor placer en ser una momia noble y romántica.