COLATERALIDAD EN EL ENCUENTRO.
Publicado en Mar 06, 2014
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Y de repente apareció, en plenitud como siempre. De esas personas que dejas de ver y cuando reencuentras se mantienen incólumes, como el primer día en que las conociste. Ella vestía algo tan sencillo como jeans y un polo verde, el vestía el uniforme de su trabajo: pantalones negros y camisa de manga corta blanca, cualquier observador ajeno a la situación hubiera pensado que se trataba de dos seres humanos más en la inmensidad de un centro comercial. Pero el microcosmos de ellos empezó a llenarse de color. Desde luego él no veía a cualquier persona, la estaba observando a ella, a su amor perdido por incapacidad de luchar por lo único que vale la pena en esta vida: aquella mujer de quien sabes  estará allí en las buenas y en las malas. Y en el caso de nuestro amigo, esa mujer estaba fuera de la tienda de electrodomésticos, como si esperara algo.
 
Él, apresurado, bajó las escaleras eléctricas para poder saludarla, decirle cuanto la extrañaba, que el sol se apagó desde el día en que ella le dijo que la olvidara, que se merecían otra oportunidad después de sufrir tanto esperando el uno por el otro. Bajando un escalón tras otro, con esa avidez que implica el encuentro súbito con aquello que nos puede mantener con un poco más de vida, de repente llegó hasta el aparador donde estaba su amada.
 
Ella estaba congelada, tanto tiempo, la misma ciudad y ninguno de ellos había coincidido. La colateralidad del encuentro: tiempo, persona y lugar los había bendecido a ellos al fin. Por lo menos en ese momento. Pensaba lo tonta que fue al dejar ir al hombre que mejor la había tratado en su vida, que en ocasiones las decisiones que tomamos resuenan en la eternidad, y la que había tomado ella aún le taladraba la conciencia, por lo menos en ocasiones.
 
Cuando él estaba a tres pasos de la felicidad hecha ser humano, pronunció su nombre, un nombre que no viene al caso mencionar, que tal vez para él es tan sacrosanto que ni siquiera podemos imaginar el decirlo, similar al oculto nombre de Dios que solo unos pocos lo saben. Ella había bajado la vista mientras se acercaba él y cuando lo tuvo frente a sí no le quedo más que mirarlo fijamente a los ojos y darse cuenta que el universo se encontraba allí, que no requería mirar hacia ningún otro lado o pensar en nada más que no fuera en la persona que tenía, después de mucho tiempo, junto a ella.
 
Y entonces ambos se acercaron lo suficiente como para fundirse en un abrazo cuando de la tienda salió un joven de la edad de ella, diciendo –aquí no está lo que buscamos, vámonos amor-. Él se quedó cuasi catatónico, lamentaba no haber tenido en el momento indicado para decirle que el orgullo en el amor es el peor de los males, y lamentaba también no haber buscado la oportunidad de defender su amor. Ella internamente se decía que el pobre nunca había podido rehacer su vida cuando súbitamente vio llegar detrás de él una mujer madura, que lo tomó del brazo y le dijo - ¿Qué haces parado aquí? Esa muchacha se te queda viendo raro porque ha de pensar que estás loco al no moverte, deja pasar a las demás personas, vámonos amor.
 
Entonces los dos se retiraron, cada quien por su lado con su respectiva pareja. Pensando en lo irónica que puede ser  la vida en sociedad, en que los sueños se deben defender con todo lo que está a disposición (y lo que no está también). Pensando inclusive en lo fuera de alcance en que se puede estar de la otra persona. Y en la utilización de la misma palabra por parte de quienes ahora son esos terceros que deben ser ajenos a todo daño causado por decisiones que no se tomaron en su momento.
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Foto del autor felix.d.ramirez
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Descripción

El encuentro entre dos personas a destiempo.

Palabras Clave: tiempo encuentro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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