Identidad
Publicado en Jul 14, 2013
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Thomas se apoyó sobre la ventanilla del vehículo, y se despidió tristemente de la casa en la que había vivido sus cortos ocho años de vida. En una ventana del segundo piso podía ver las cortinas azules de la que había sido su habitación desde que tenía recuerdos. Miró hacia la fuente que se encontraba en el jardín florido al frente de la casa, en la cual había jugado incontables veces de mil maneras, y también fue en donde se había provocado accidentalmente la cicatriz que  tenía en su brazo derecho dos años atrás. A un metro de la puerta, desde donde terminaba el piso y comenzaba el césped, había un camino de piedras que llegaba hasta la acera. Tenía un camino de flores a ambos lados, las flores por las que había sido castigado por su madre una y otra vez por pisarlas y romperlas. Pero su madre ya no estaría para castigarlo, no estaría para decirle qué no debía hacer, no estaría para observarlo, para cuidarlo, para arroparlo en las noches, para sonreírle cada mañana al despertarlo, ya no estaría. Su madre falleció unos días antes en un accidente en su auto camino al trabajo, un hombre que conducía ebrio había perdido el control.
-Thomas, sube el vidrio-, le dijo su padre. Su nombre era Samuel, un hombre alto y robusto de mirada seria, casi siempre vestía sus trajes del trabajo, prolijo, ordenado. Esa vez se había quitó la corbata y se desprendió dos botones de su camisa, hacía mucho calor. Encendió el acondicionador de aire del automóvil  y comenzó a manejar. Thomas miró por última vez la casa de su infancia, la que ya no volvería a ver.
Durante el camino no intercambiaron ninguna palabra, ya que Samuel recibía llamada tras llamada de su trabajo, era un hombre muy ocupado en sus asuntos y casi no tenía tiempo para Thomas. Lo visitaba una vez por semana en la casa de su madre, ese era el acuerdo al que habían llegado, no porque él quisiera verlo, sino porque su madre lo había obligado a hacerlo al menos una vez por semana, y así fue. Aunque la mayor parte del tiempo durante las visitas se pasaba atendiendo llamadas. Ahora debía vivir con él, aunque ninguno de los dos estaba muy contento con eso.
Samuel vivía en una mansión lejos de la ciudad, cerca del mar. Era un exitoso abogado que dedicaba su vida al trabajo, aunque realmente no disfrutaba de lo que ganaba.
Al llegar, Thomas bajó del auto y su padre lo llevó directo a su habitación en el segundo piso. No pudo ver mucho, era una gran mansión con la fachada antigua, pero el interior era muy moderno. Algunas paredes de vidrio, un enorme televisor en el living, un jardín interno, costosas alfombras, y también pudo ver al jardinero plantando árboles y algunos empleados limpiando el interior de la mansión. Su habitación era muy grande, con un enorme televisor lcd, videojuegos, un ordenador de escritorio y uno portátil sobre la cama y otras cosas que Samuel ordenó comprar para mantenerlo ocupado y distraído, pero a Thomas no le interesaba nada de eso, caminó hasta la ventana y se recostó allí observando el cielo gris sobre el mar.
La puerta se abrió y entraron tres personas en la habitación, un hombre y dos mujeres, una mayor de unos cincuenta años y otra unos diez años más joven.
-Thomas-, comenzó a decirle su padre- El es Saúl, el cocinero, cuando tengas apetito habla con él y pídele lo que quieras comer, ella es Esther,- señalando a la mayor- es el ama de llaves y ella es Amelia,-señalando a la mujer más joven- es tu niñera.
-¿Puedo dormir?- contestó Thomas y se acostó en su cama.
Saúl, Esther y Amelia salieron de la habitación y Samuel se sentó en la cama junto a Thomas.
-Thomas, se que es difícil…,- había comenzado a decirle cuando fue interrumpido por una llamada. Atendió y salió de la habitación sin decir nada más. El niño se aferró a su almohada y cerró los ojos, sentía que no tenía un verdadero padre.
Un momento más tarde Samuel entró a la habitación y le dijo al niño:
-Hijo debo salir, le diré a Amelia que te muestre la casa.
-“Tú no eres mi padre”-, pensó Thomas, pero no dijo ni una palabra. Samuel cerró la puerta y se fue.
 
Durante varias horas Thomas esperó allí acostado, pero Amelia no aparecía. Tenía hambre, no había querido comer nada en todo el día. Se levantó, y salió de la habitación.
Se encontraba en un largo pasillo con muchas puertas, allí había diferentes muebles antiguos y modernos, una rara combinación en la decoración.
-Amelia!- gritó el niño, pero no obtuvo respuesta. Caminó hasta la siguiente puerta y miró adentro, era una habitación vacía. Revisó cada habitación del pasillo encontrándose con lo mismo detrás de cada puerta. Al final del pasillo estaba la escalera que llevaba a la planta baja, descendió por ella y llegó al living. A su izquierda estaba el jardín interno con paredes de vidrio, era un espacio grande. Había hermosos arbustos y plantas y flores de diferentes tamaños y colores. Lo atravesaba un pequeño arroyo y en el medio había un pequeño puente de madera. Thomas caminó hasta la puerta y allí se detuvo, paralizado. Allí estaba el ama de llaves, tirada en el suelo detrás de unos arbustos, con una tijera de podar atravesando su garganta.
El niño corrió por la mansión sin saber a donde iba, intentó abrir algunas puertas pero estaban cerradas. La última puerta de un pequeño pasillo estaba abierta, allí estaba la cocina. Tenía enormes ventanas que daban al jardín, era un ambiente amplio con todo tipo de electrodomésticos que una cocina puede tener, con paredes blancas y el piso negro, y una gran mesada en el centro. Thomas entró buscando al cocinero pero no estaba allí. Había algunas verduras cortadas sobre la mesada y cacerola sobre la hornalla con agua hirviendo, el pequeño se acercó y vio un cuchillo en el piso. Entonces un pitido agudo resonó en el ambiente, se había detenido el microondas que estaba detrás del niño. Al voltear gritó aterrado, corrió hacia la puerta e intentó abrirla pero estaba trabada. Fue hacia la ventana, la abrió y salió a patio. Vio a lo lejos a Amelia caminando en el jardín entre unos arbustos con una canasta en la mano. Corrió hacia ella tan rápido como pudo,  pero tropezó y cayó dentro de uno de los pozos que había hecho el jardinero para plantar un árbol. Una piedra raspó su rodilla y de ella comenzó a brotar sangre.
El niño se levantó quebrado en llanto y siguió corriendo hasta alcanzar a Amelia. Muy sorprendida la niñera lo alzó y lo llevó hacia la mansión, Thomas se resistía y gritaba que no quería volver pero la Amelia lo sujetaba con fuerza. Al subir la escalera Thomas logró soltarse y corrió por el pasillo hasta que escuchó gritar a su niñera. Volteó y vio a un hombre alto con el rostro cubierto con un barbijo rojo, vestido de negro y con un cuchillo grande de cocina en su mano. Amelia estaba tirada en el piso junto a sus pies, sin vida. El hombre corrió hacia el niño y este corrió hasta su habitación y cerró la puerta. Thomas asustado subió a su cama, pero al darse vuelta vio al hombre que se abalanzó sobre él.
En ese momento despertó agitado, estaba sudando, enredado en la sábana. Por la ventana entraba un viento cálido de verano, el cielo estaba nublado, podía sentir el aroma del mar. Estaba en la mansión, no lo había soñado, su padre lo había llevado a vivir con él.
Sintió algo molesto en su cuello, levantó la mano y se lo quitó, era un barbijo rojo. Asustado tiró el barbijo al piso y se quitó la sábana de encima. Vestía de negro, sus manos estaban cubiertas de sangre y junto a él yacía un niño con una apuñalada en el corazón.
 
 
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Foto del autor Mati Sait
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Descripción

Palabras Clave: Muerte asesino identidad

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio


Creditos: Ariel Matias

Derechos de Autor: Reservados


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