El viejo de la bolsa (captulo 02)
Publicado en Jun 26, 2013
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CAPITULO II
 
 
El segundo cadáver apareció una semana después. En los pastizales del camino de Barragán, en un claro donde tascaban las mulas. Mediodía de un solazo blanco y gordo, empujando la suave brisa del norte. El graznido de los caranchos alertó la estampa del nuevo descuartizado: Un criollito de tres’cuatro años, de las afueras de Villa Nueva. Su abuelo lo andaba buscando. Carpincho, Carpincho, a’inde anda mi’ Carpincho, voceaba el abuelo. Y allí estaba, irreconocible, en los prados del llano, muerto; molido a palos y en una bolsa.
         El niño, Carpincho, no tenía madre, la pobre había muerto de gripe el invierno pasado; y el padre, resero, andaba ahora en un arreo al puerto de Santa Fe. Lejos. Mientras el angustiado abuelo de rostro indio empalidecía hincado ante la imagen del nietito muerto y desecho. La cabeza abierta al medio; desollada. Un gancho de faena incrustado en el culo. Los pies carbonizados. Extirpados los dos brazos. Y una ristra de achaques y magulladuras. Como un cuento del infierno. Fantástico. Monstruoso.
        … Un infeliz abuelo postrado ante la muerte.
        (Sabemos que esto recién empieza.)
        Los caranchos contemplan la escena en la copa de un tala; silenciosos, como forasteros. El mugir de las reses arrastra un eco sordo. Bajamos la cabeza en señal de respeto, ensimismados. El momento es como un nudo en la garganta. (Nadie se atreve a salirse del libreto.) Algunos rezamos en murmullos. Sabemos que nuestra suerte (sucia) suda mala leche. Lo sabemos. Y masticamos miedo.
         Miedo.
         Miedo Mayor…
        El viento acaricia los pastizales. Uno de los caranchos se aleja de la escena, se va chillando para el lado del río. (La bolsa del niño muerto hiede a mierda y orines.) El abuelo, encuclillado desde hace un momento, alza (ahora) en brazos los restos del nieto y los lleva hasta la orilla de la aguada; los limpia, delicado, paciente, y los envuelve en la manta que le ofrecemos; agradece, sin inclinarse, y nos dice en un indio medio castillo que se llevará al gurí a su rancho del Ombú Grande para sepultarlo junto a su madre. Dijo todo esto con el bulto del nieto acunado entre sus brazos; lo dijo resignado a la bravura de la muerte, lunático y seco, reservándose gestos de dolor, de sufrimiento… (Parecía un espectro de sí mismo.)
         Y se fueron, nomás; el abuelo indio y su nieto desecho.
         Se fueron por el atajo de los reseros, casi teatrales.
         … Una yunta de caranchos los seguía de cerca.
 
 
En la comarca el atardecer se va tiñendo de un rojo’naranja, intenso, envuelto en gamas amarillas de viso punzante; el río fluye manso, casi apagado; de los matorrales de la ribera llega el tufo del saladero; el bicherío del monte concierta su ruido, su naturaleza de viento norte; las tropillas se acopian en los corrales… Parece que todo es como siempre. (Pero eso es mentira.) Tarde recelosa, temible, llena de sospechas.
         Miedo.      
         … Y en Villa Nueva los moradores de la aldea seguimos haciendo como que nada ocurre, como que las terribles, tremendas muertes del tanito y del criollito fuesen mando de la influenza y no del viejo de la Bolsa… (Pero nadie lo nombra; ninguno lo dice.) Hacemos como si ignorarlo fuera un remedio: no soportamos el terror a su capricho asesino. El viejo de la Bolsa… De nosotros viene ese olor a miedo. Esa inconfundible fragancia que destila la pavura.
        Miedo. Miedo al Viejo y su Bolsa.
        El atardecer empuja el miedo.
        … Hasta que la noche entró, y se volvió espesa.
 
 
Hacemos como que dormimos, miserables; y los que alcanzan a conciliar el sueño se desvanecen en horrorosas pesadillas sobre niños apaleados y rotos, bañados de sangre, que ríen y se revuelcan en sus propias vísceras, loquillos: niños desmembrados: metidos en una bolsa. Y un Viejo cruel, sanguinario, lamiéndose los dedos en su guarida.
         Pesadillas.
         Temores.
         Miedo a la Bolsa y su Viejo macabro.
        En el villorrio la noche hace pata ancha, se expande en su oscuridad lóbrega, fastidiando nervios y conciencias, inaguantable y latosa, metiendo miedo, horrenda. Como si el Viejo y su Bolsa acecharan bajo el cobertizo de cada ranchada, fantasmal; respirando muerte a cada tranco; impalpable; oculto en su hechicería. La noche es su reino, su dominio de espanto y crimen; casi oímos sus zancadas, lo vemos, lo olemos sudando, sentimos que anda cerca, merodeando en la barranca. Pero hacemos como que dormimos, despreocupados; fingimos pastar (como corderos) en dulces sueños de prosperidad y fortaleza, sueños con gusto a esperanza y cantos de sana vida… (Pero sólo encontramos horribles pesadillas.)
         Mentimos.
         Mucho. Casi confabulados.
         Mentimos como anormales.
         Desesperados, repugnados; ateridos en nuestro propio infierno comarcal. Sabemos que nuestra farsa es una bomba. Que la trama se agota. (Lo sabemos.) Pero también sabemos que estos últimos instantes de mesura simulada valen oro; esta figuración de la cordura es nuestro abrigo en la tormenta: Cuando el pánico estalle en la aldea todo será distinto, doloroso.  
         Lo sabemos.
         En Villa Nueva.
         (Hasta el río suena preocupado.)
         … De lejos, como del fondo del mundo, llega el ladrido de un perro.
 
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: VIEJO BOLSA FOLLETIN

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



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