La luna convierte al hombrecito,
la luna arranca del infierno
los caprichos más feroces.
La noche arrastra al caminante
hacia el camino paralelo,
hacia el juego perverso de la mentira,
hacia el reino misterioso de la coexistencia.
Y el hombrecito ya convertido,
arrastrado hacia ese reino,
culmina su acto sin hallar consuelo,
aplastado por ese destino
que vence su voluntad.
Por eso mi prosa, la noche y la luna
conviven hábilmente
sin dejarse derrotar.
La luna no llora,
la noche nace y muere,
y mi prosa se prolonga
hasta instancias de las que no puede
retornar...