El Hospicio de los alienados (Episodio 1)
Publicado en May 28, 2013
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                             Episodio Primero Recuerdo muy bien esa tarde en la que mi vida tomó un cambioradical. Contaba apenas con 20 años y afrontaba una duralucha con mi familia. Mi padre era español y llegó a la Argentina,como solía pasar en ése entonces, buscando un escape a lamiseria. En su pueblo natal, Ferrol, trabajaba de talabartero, enArgentina, la tierra del cuero, no podía fracasar. Al llegar a BuenosAires conoció a mi madre y a los pocos años nací yo. Mesiguieron un hermano y dos hermanas. Mi padre tenía una ideologíafuerte, su infancia en Ferrol fue muy dura. Era sometido aun duro sistema de castigos , que mi abuelo había aprendido enel celibato que luego abandonaría para casarse con mi abuela. Unambiente basado en el machismo y el rigor. En su adolescencia,conoció a un vecino de Ferrol llamado Nicolás Franco, un aviadordel ejército español. Fue él quien profundizó el autoritarismoy las ideas ultra-católicas en los valores de mi padre. Al pocotiempo de hacerse muy amigo de Nicolás, conoció a su hermanoFrancisco, quien más tarde se convertiría en el dictador españolmás repugnante de la historia. Mi abuela era una mujer que supovivir en la burguesía española, pero al morir su marido cayó en lamediocridad de la clase dominada, obviamente, sin perder todosChristian Morana Crónicas de un infeliz28 29los modismos de aquella hermosa clase dominante. Al llegar aBuenos Aires, mi padre traía consigo una ilusión enorme, en ellugar donde todo florecía iba a triunfar, aunque también traíatodo ese ideal totalitario, conservador y disciplinado. Recuerdouna historia que solía contar mi padre. Transcurrió en el barcoque lo trasladaba desde Europa a Buenos Aires. El primer mes enel mar, conoció a un catalán e hicieron una buena relación. Noera fácil viajar solo, alejarse de su cultura, de su familia, de susrecuerdos, metido en un barco en el medio de altamar. Lo únicoque podían hacer era conocer a los compañeros de viaje. Cuandola relación ya se había afianzado, éste hombre le contó a mi padrelos motivos por los cuáles escapaba; era socialista y profesorde historia en una facultad de Cataluña e intentó implementarsus ideas en la facultad pero los poderosos burgueses no estabande acuerdo. Lo persiguieron, lo torturaron e intentaron matarlo,pero logró escapar y por ese motivo luego tuvo que huir de España.Mi padre, aterrado al escuchar esas palabras, lo delató comoladrón tendiéndole una trampa. Lo metieron como prisionero enel barco y al llegar a Buenos Aires no supo más de él. Esta historiala escuché desde muy pequeño, nunca me voy a olvidar la expresiónde triunfo que ponía al decir: “Puez hombre, yo le tendíla trampa a eza rata. Terminó como lo merezia, en el fondo delbarco con laz rataz. La gente con eze pensamiento no deja que elmundo sea grande“. Al principio veía a mi padre como un héroe;un héroe que, en un acto de valentía, salvó la vida de los otros viajeros...cuando fui más grande me di cuenta de lo canalla que era.Cuando cumplí los 18 años, conocí al Polaco. Un joven de miedad, hijo de un anarquista que escapó de Polonia para podermantenerse vivo. De no ser polaco hubiese creído que era esepobre hombre que mi padre delató. Cada vez que me acordabade la historia, el personaje del catalán era encarnado por él enmi fantasía. El Polaco me prestó algunos libros de Marx; Weber;Baudelaire; Freud; Darwin y algunos genios más que eran la antítesisde todos los ideales de mi padre. Comencé a frecuentar enun grupo de anarquistas jóvenes que planeaban dar una revolución...¡Ay! ¡Cuánto me excitaba pensar en el golpe! Sentía que minombre iba a quedar marcado en la historia, que la gente me ibaa recordar de la misma manera que se acuerdan de San Martín.Al mismo tiempo, mi padre conoció a gente vinculada al ejércitoque pensaba derrocar al gobierno y lo sedujo mucho la ideade participar, fiel a sus principios ultra-católicos y su gran apreciopor los uniformados. En una de esas reuniones a las que asistía,uno de sus grandes amigos le comentó que su hijo -por mí- estabaparticipando de un grupo que buscaba dar un golpe anarquista.Al llegar a nuestra casa de Flores, me proporcionó una paliza quenunca olvidaré. Sus ojos, rojos de rabia, se depositaban en mí deuna manera horrible, su alma se puso a la derecha de su cuerpoy miraba a éste castigarme como si se tratara de una maquina sinmotor. Mi madre miraba desde el costado de la habitación sinintención de intervenir, de haberlo hecho también hubiese recibidoalgún golpe demostrativo de poder. Cuando creyó que yaera demasiada paliza, me miró fijamente, intentando trasmitirmeterror, y se dio vuelta en silencio. Caminó tres pasos y se volteó,Christian Morana Crónicas de un infeliz30 31para quedar nuevamente de frente ante mí, y sin vacilar, con untono elevado e imperativo me dijo: “Zi zeguíz con ezoz ’malandraz’te hago pazar por loco y ze terminó. El paíz ez grande, vaa zer una gran nación y no voy a permitir que gente como vozarruine el futuro enorme que le tienen preparado a ézte zuelo. Sitengo un hijo zurdo, lo mataré con mi mano derecha, zin dudarlo...”.Se dio vuelta nuevamente y se fue. Mi madre me miró conojos de pena y corrió detrás de él. Eran alrededor de las 8 de lanoche.Con el cuerpo dolorido y la nariz echando sangre, me acomodécontra un rincón y comencé a llorar, me dolía mucho más elalma que el cuerpo, no comprendía cómo mi padre podía creeresas patrañas dichas al por mayor por unos cuantos sargentos.No pude dormir, intercalé dolor y bronca, los segundos se hacíaneternos y el reloj parecía no andar, ¡no avanzaba! Cuando vi la claridadpor la ventana me tranquilicé, mi padre se marchaba bientemprano a la fábrica de carteras que logró fundar con muchoesfuerzo. Al sentir que por fin se había ido, logré dormir.Los días siguientes fueron complicados, todos allí me ignoraban,hacían como si no estuviera, me paseaba por la casa como unfantasma, no atraía ninguna mirada, ninguna palabra, ningunarisa, ninguna queja. El dolor avanzaba y no lo podía detener, seguramentede haber estado muerto en ese momento, no hubierasentido todo ese dolor y mi madre imploraría que estuviera ahí.¡Pero ahí estaba y no me prestaba atención! Una mañana me reunícon el Polaco y le comenté lo que me pasaba. Él, indignado,maldijo a mi padre y me alentó para que continuara con el golpeanarquista, me sugirió que investigue y averigüe los pasos que vana seguir los “soldaditos”, de ésa manera podríamos adelantarnosa sus movimientos, como si se tratara de saber que ficha moverátu oponente en un juego de ajedrez. Al volver a mi casa, con elalma renovada, noté que me habían quemado todos los libros...¡Si! Todos los libros. Corrí y busqué a mi madre para preguntarlequé había sucedido. Entré en la cocina, que se encontraba al finaldel terreno, y atravesé la puerta que comunicaba con el patio.Hacia la derecha había otra puerta que llevaba al baño y luego alos dormitorios. Ella, sentada en la mesa y sin levantar la miradade sus lanas, dijo: “Hijo, esos tipos te lavan la cabeza, mientrasnosotros te demos de comer, vas a ser educado como lo fuimos tupadre y yo”. Un mar revoltoso me subió desde el estómago hastala garganta, una ola de ira me invadió y no pude evitar gritarlea mi madre: “¡No hacen más que generar gente resentida, gentecon ganas de vivir la vida miserable que nos dan. Vamos a ser dominadospor un par de soldaditos de plomo, porque eso es lo quetienen en la cabeza, ¡plomo!” Mi voz se escuchó muy fuerte y congran decisión, era la primera vez que le hablaba así a mi madre.Ella giró la cabeza para mirarme y su cara se transformó, una expresiónde terror se hizo presente en sus ojos que brillaban comoun rubí. Inmóvil, sin decir nada, parecía tener mucho miedo. Alnotar que no obtenía respuesta de su parte me di vuelta para encerrarmeen mi cuarto y, al girar, me llevé la sorpresa... Mi padre,parado a unos pocos metros, escuchó mi discurso. Sacó su cintoy me dijo: “Ze terminó acá, o cambiaz laz ideaz o laz cambiaz”.Reaccioné y corrí por el baño, me siguió por detrás, me gritó queChristian Morana Crónicas de un infeliz32 33me detenga pero no le hice caso, pasé por las dos habitaciones yluego por el pasillo logré salir a la calle. Mi padre no me pudo alcanzary al verme salir por la puerta hacia la vereda, dejó de correry me gritó: “¡Algún día vaz a volver a llorarle a tu madre por unplato de comida!” Caminé por la Avenida Avellaneda hacia Nazcatotalmente abatido, no podía creer como mis propios padres generabanuna guerra contra mí No tenía rumbo, ya la tarde caía ycuando llegué a la Plaza Pueyrredón, me senté. Los pensamientosno tardaron en llegar y mucho menos en transformarse en fantasía.¡Sí! Eso es, voy a viajar, lejos, al sur... Tomo el tren y me voy apedir trabajo a una de las fábricas de Avellaneda, hago amistadescon los sindicatos y en muy poco tiempo voy a estar manejándolosyo mismo, después me compro un elegante traje para unirmeal movimiento de Juan B. Justo y dedicarme a la política. En ésemomento vuelvo a mi casa, vestido con el traje más caro, obvio,de galera, toco el timbre y espero a que salga mi padre, solo paradecirle que su hijo el “desviado” triunfó con los socialistas...-¡Ey! ¿Qué haces ahí sentado solo? -la voz del Polaco me despertóde mi fantasía.-Tuve que correr de mi padre, intentó castigarme con el cinto…-hice una pausa. –No puedo volver ahora.-Venite a casa a pasar la noche, mis padres salieron de urgencia.Mi tía soltera murió y fueron a enterrarla a Rosario, van atardar unos días.-¿No te molesto?-Para nada amigo, vamos.Me levanté del asiento y me incorporé al lado del Polaco. Caminamospor Rivadavia hasta la casa, entramos y nos quedamoshasta altas horas hablando sobre los pensamientos de Marx y soñandocon que algún día el mundo estaría a nuestros pies. Losdías siguientes los pasé con él. Me sentí despojado de preocupaciones,caminaba tranquilo por las calles, estudiaba y escuchábamosa su vecino cantar y tocar en el piano unos tangos; pero altercer día regresaron sus padres y yo tenía que irme. Temprano,sabiendo que mi padre no estaba, volví a mi casa y entré directamentea mi cuarto escondiendo algunos libros nuevos que metraje de la casa del Polaco. Me recosté y comencé a leer pero rápidamenteme quedé dormido.Esa tarde sucedió el cambio en mi vida: un cambio horrible,totalmente perturbador pero, pese a eso, comenzó una época hermosay de la que nunca me voy a olvidar.Un fuerte ruido me despertó, sentí el repiqueteo de pasos apuradosque cada vez se oían más fuerte, pero no eran pasos de unasola persona, eran varias. De repente los sentí detrás de la puertade mi cuarto y dieron un fuerte golpe, seguido de la autoritariavoz de mi padre, que dijo:-“Abrí, ze terminó... zi no abriz la tiro abajo”.Yo permanecí en silencio, intenté incluso no respirar para nohacer ruido, quizás podía simular que no estaba... pero mi padresiguió gritando, y una gota de sudor frío cayó de mi cabeza. Elmiedo jugaba dentro de mí, me temblaban las piernas y la mandíbulase me movía como la de un perro con rabia. De repente un fuerte golpe paralizó mi corazón, sentí cómo se detuvo por unsegundo y comenzó a funcionar nuevamente... fue increíble. Mipadre había tirado la puerta y con él se encontraban dos hombresvestidos de médicos. Me arrinconaron, intenté defenderme conpatadas y trompadas pero eran tres. Uno de los médicos sacó unacamisa de fuerza y mientras mi padre y el otro me agarraban, mela colocaron. ¡Qué espectáculo! ¡Qué cinismo!... Me llevaron entrelos tres. En ningún momento dejé de gritar, mi madre llorabacontra un costado y miraba toda la secuencia desgarrada. Mishermanas murmuraban abrazadas, entre llantos. Mi hermano nose encontraba. Al sacarme por la puerta que daba a la calle grité:“¡Señores vecinos! Mi padre es un canalla, me hace pasar porloco... ¡nos van a atacar los militares!”. Después me di cuenta deque más canallas eran los vecinos, ya que ninguno quiso meterse,todos miraban el show de una manera increíble. Me subieron aun auto y me llevaron. Esa noche me metieron en el hospicio,rodeado de “locos”, pero yo estaba seguro de no serlo...
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Foto del autor Christian Morana
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Descripción

La vida me sorprende tratando de entenderla, lo efímero de los besos, las caricias y los sentimientos modernos, la velocidad, la guerra, la codicia y el poder… Estamos encerrados entre cuatro paredes que no nos dejan escapar, desplegar las alas de la pasión y volar, volar en busca de la libertad, de valorar lo que nos gusta, lo que da satisfacción… Difícil es entender, tan difícil que el hombre, desde tiempos inmemoriales, busca desesperadamente la respuesta a incógnitas que no puede descifrar. Hoy -en la modernidad- todo pasa más rápido aunque morimos más lento, tan rápido, que recién llega y ya aburre. En esta época de comunicación “descomunicada” tengo ganas de pararme en la calle y gritar, gritar muy fuerte, gritar que estoy acá para pelear… ¿Pero a quién? Si el corazón que maneja semejante maquinaria, es tan efímero como las relaciones… Pero, sobre todo, es cobarde, no se anima a dar la cara, a defender su verdadera existencia, a fundamentarla… se esconde en forma de insatisfacción, de necesidad, de consumo, de drogas, de dinero, de poder, en definitiva, en pocas manos… Tan pocas que no las conocemos. Esas pocas manos degeneran el mundo, lo transforman en un hábitat “humanizado” o recreado

Palabras Clave: cronicas argentina literatura novela infeliz loco hospicio

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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