Tan solo palabras Es tu voz suave como brisa, Son tus dientes blancas perlas, Pues pasean por tu sonrisa, Son tus labios grandes olas Golpeando entre las rocas, Es tu aliento la brisa fresca del amanecer, Es tu pelo una blanca montaña Teñida de rubio por el sol, Son tus manos gotas de rocío Son tus pechos pétalos de rosa, Son tus uñas las espinas Aferradas a mi espalda, Son tus besos el silencio Es tu cuerpo mi alimento.
Día a Día Eres halcón cayendo desde el cielo sobre mí, Robas mi aire, robas mi sol, robas mis palabras Destrozas mis manos, comes mis ojos, Soy un trozo de nieve en la montaña, Soy arena golpeada por las olas. Eres mariposa posándose en mis manos, Eres hierba entre mis dedos Mas son tus palabras el trino de las aves Mas son tus ojos las estrellas en la noche Mas es tu sonrisa el alimento de mi vida
27 de abril, el día en que descubrí el valor de la ami$$tad Esta historia se empezó a forjar hace ya muchos años en una tierra lejana y salvaje pero a la vez de una belleza conmovedora, en la cual las montañas están tan cerca del cielo como lo está el vuelo de las aves, en la tierra en cambio se puede sentir el aire fresco golpeando contra los rostros, mientras que entre las montañas y los bosques el aullido de los lobos era roto por el tronar de las armas rompiendo el silencioso amanecer, las cuales buscaban poner fin a la débil resistencia al general Francisco Franco. España se desangraba al igual que lo habían hecho la mayoría de las familias quienes habían perdido a mas de alguno de los suyos. En mi niñez pude ver como hermanos se enfrentaban entre sí, no porque quisieran, sino por el amor a la vida o el temor a la muerte, las familias, mi familia se deshacía como un puñado de arena entre las manos, algunos emigraron hacia tierras lejanas, otros en cambio enfrentaron sus destinos o mejor dicho la metralla. Pasaron algunos años, el horror de la guerra era un recuerdo, sin embargo el hambre y la pobreza que había dejado ésta, no se podía espantar, las pocas ovejas que tenía a mi cuidado, el único recuerdo de mi padre habían ido menguando bajo los feroces dientes de los lobos, era una tierra sin esperanza, fue entonces cuando a mis dieciséis llegó una carta de un tío que desde hacía algunos años había encontrado un nuevo hogar en una tierra desconocida para mí. Pude ver a mi madre estrujando la carta entre sus manos mientras que por sus mejillas rodaban algunas lágrimas. Era una carta de esperanza enviada desde una tierra lejana llamada Chile, fue entonces cuando mamá tomó un viejo zapato en el cual escondía algunas monedas, las puso en mi mano y se aferró a mi cuello llorando, había llegado mi hora de partir, aquella tarde tomé mis ropas y las puse en una vieja maleta de cartón. El viaje hasta Barcelona fue larguísimo, en ese lugar ya una tierra desconocida sentí la soledad embargándome, ¡ese! es el barco que va a América. Con mi maleta fui subiendo uno a uno los peldaños, hasta estar sobre la fría cubierta, casi sin darme cuenta y apoyado sobre la baranduela el puerto estaba quedando atrás, la noche se hizo inmensa casi tanto como mi soledad, las luces del puerto fueron desapareciendo lentamente ante mis ojos y las estrellas en el cielo se hacían mas brillantes. Un fue sino para el amanecer cuando descubrí el mar en toda su inmensidad, fueron veinte y algo días de viaje cuando el barco recaló en puerto desolador, hemos llegado a Chile escuché decir a algunas voces, entre mí al ver que no había mas verde que el de cuatro palmeras en toda la cuidad mientras que todo estaba rodeado de arena me estrujó el corazón, sin embargo a poco andar llegamos a Valparaíso ahí y con una pañuelo blanco agitándose en el aire estaba mi tío, corrí hacía él para abrazarnos, las lágrimas rodaron por los rostros de ambos. No se cuanto tiempo estuvimos abrazados entre sí, me hacía falta el recuerdo de rostros conocidos. Era el año cincuenta y algo fue entonces cuando descubrí que la tierra que me pareciera tan desolada se convirtió en una paraíso para mis ojos, los cerros estaban completamente verdes y una vez que llegamos a Santiago pude conocer cual sería mi nuevo hogar, me llevó a conocer a algunos familiares de los cuales yo pensaba que no existían, otras personas en cambio, también de mi tierra, de mi España natal habían huido de la guerra en un barco mal oliente llamado Winnipeg, los pude ver como una gran familia la cual se ayudaba entre si, en esta nueva tierra ya no existían las odiosidades que rodeaban a mi España, acá compartían franquistas y detractores, para mi algo anormal sin embargo los años y la distancia me enseñaron a apoyarnos entre sí a todos quienes veníamos de esa tierra quebrantada llamada España. En ésta que es mía, pero no crean que lo digo con odio o desprecio, encontré el amor encontré un hogar, encontré una familia, encontré amigos, muy buenos amigos, la suerte me sonreía hasta la partida de mi hija, fue un veinte y siete de abril cuando partió dejándome, dejándonos una herida que nunca se podrá borrar, cuantos años tenía no importa cuantos años han pasado desde su partida tampoco importan, solamente importa su recuerdo, sus caricias en mi rostro, sus besos en mi mejilla los cuales nunca podré olvidar. El recuerdo de quienes habían sido llevados por la guerra me inundaban lentamente, sin embrago Dios me envió otro regalo el cual crecía lentamente en la panza de mi mujer y luego otro, luego la fortuna me empezó a sonreír y con mucho esfuerzo aunque con muy poco dinero logré junto a un socio instalar una pequeña ferretería, con mi esfuerzo y mi trabajo logré educar a mis hijos y tener un pasar aunque sin necesidades logré tener una normal, en la cual conocí grandes amigos y otros no tanto, cumplí grandes sueños entre los cuales recuerdo a mis hijos firmando su titulo profesional. Han pasado los años y ya a mis setenta por razones que no vale detallar mi fuente de trabajo fue cerrada, fue entonces cuando recurrí a uno de mis amigos quien me tendió la mano, sin embargo esta historia no la contaré yo, porque pueden pensar que siento rencor la contará uno de mis compañeros de trabajo. Era un día soleado cuando lentamente y con pasos polvorientos se acercaba hacia nosotros un hombre ya mayor, por no decir un viejo, de su mano derecha colgaba un bolso negro, de su mano izquierda un periódico, me detuve un momento para mirarlo, tenía una mirada profunda tan profunda como el verde de sus ojos, una voz muy suave aunque con un notorio acento español, mientras que su pelo dejaba ver algunas canas. Estiró su mano y me dijo soy…, su nombre no lo quiero decir porque a los amigos se guardan en el alma y no entre palabras, lo veía venir cada mañana, había ocasiones en las cuales con sus pies polvorientos iba dejando algunas huellas, aunque no trabajábamos juntos cada vez que había lugar intercambiábamos algunas palabras, yo escuchaba comentarios, ¡por Dios que es lento!, decían quienes se creían los mas trabajadores, sin embargo al menor descuido de algunos de los jefes se ocultaban en los pasillos y cada vez que venían los dueños de la empresa levantaban la voz para fingir que trabajaban o al menos daban órdenes, aquello me llenaba de ira, sin embargo mis palabras valen lo mismo que el silbido del viento entre los árboles, es por eso que yo decía para mí, si quienes hablan hicieran la mitad de lo que hace él en todo el día harían demasiado, cada vez que tenía oportunidad lo miraba, no dejaba ni un momento en todo el día de mover sus manos, aunque el peso de los años hacían que se viera trabajar lento aquello no era verdad. Aunque no lo crean fue también un veinte y siete de abril cuando con sus ojos llorosos me dijo me han violado, me han despedido, trabajo sólo hasta fin de mes. Fue como si un balde de agua helada recorriera mi cuerpo, me pregunté una y mil veces por la amistad que unía a mi patrón y mi compañero habían forjado durante tantos años, me preguntaba cuanto valía el venir de la misma tierra que habían debido abandonar, me preguntaba cuanto valía el que fueran de la misma provincia, me preguntaba quien le dará trabajo a mi compañero a sus setenta y cuantos años, me pregunto, cuando se despedía de nosotros si las lagrimas que rodaban de sus ojos era por la pena de marcharse o por haber descubierto que la amistad no es tan importante como lo es el dinero, fue entonces como al igual como llegó se fue alejando con sus pasos polvorientos, polvo que hacia lo lejos se fue llevando el viento, mientras que sus lagrimas eran secadas con su arrugado pañuelo. fin
Sueños de Libertad Caranndor Hoy me desperté un poco mas temprano, tomé el metro y llevé a mi hija al mall a tomar un helado, después la llevé a los juegos, le compré un vestido, en fin estuve junto a ella todo el día, fui tan feliz de tenerla junto a mí, aunque cuando salga de la cárcel quizá lo pueda hacer todos los días, y no solamente en los pasillos en compañía de una foto de bolsillo.
El arriero Caranndor Son las cuatro de la mañana, es hora de partir, beberé un poco de agua antes de ir con el arreo hacia la cordillera. Luego de caminar un rato, llegamos al corral donde están las vacas, seremos cinco los encargados del arreo, salimos obscuros desde los corrales. Llevamos vacas y son animales muy porfiados, ya que cada vez que ven una puerta abierta se meten en ese lugar, cuando hay un camino tiene que irse adelante uno de los señores que van con nosotros para que ellas no tomen el rumbo equivocado. Ya son como las dos de la tarde, y dicen que llegamos a la carretera, yo me quedé un momento mirando hacia abajo, pasaban mucho autos, camiones y buses, pasaban tan rápido que aunque yo corriera con toda mi velocidad no los podría alcanzar, ya habíamos pasado por pequeños pueblos, pero éste, que empezamos a cruzar, es mucho mas grande, dicen que se llama Retiro, yo lo encuentro muy feo, porque el suelo es muy duro, hay muchas piedras, y me duelen mucho las patas, no tardamos mucho en dejar atrás ese pueblo, y seguimos avanzando, la cordillera se ve cada vez mas grande, y cada vez estoy mas ronco intentando que las vacas avancen. Por fin se puso el sol, ahora podré descansar toda la noche. Me pareció que apenas había cerrado los ojos, cuando nuevamente debimos seguir avanzando, llegamos a un lugar llamado La Balsa, ahí estaban esperándonos, estaba don Lucho, el dueño de los animales, allí tenían a todos los terneritos y potrillos chicos, como nuevamente era de noche, el caballero dijo que hiciéramos un asado de chivo, los mas viejos enterraron la carne en un palo y la siguieron dando vueltas, cuando ya estuvo lista, yo también tocaba algunos trozos de carne, los que tomaba antes que cayeran a la tierra, porque ésta hace sonar mis dientes. Luego de comer nos fuimos a dormir, y al otro día nuevamente a caminar, antes del atardecer llegamos a nuestro destino, Potrero Grande se llama el lugar, es hermoso, incluso hay nieve. Estuvimos todos juntos un par de días y luego se fueron a sus casas dejándonos solos, para que cuidásemos a todos los animales, yo miraba a Dagoberto a la cara, luego que los otros partieron, se notaba en su rostro una gran pena, pena que también me contagió, es mas recordaba la casa y la sentía cada vez mas lejana, recordaba a mi enamorada y Dagoberto a su hija que aun no caminaba. Aquella tarde nos acostamos muy temprano, inclusive me dejó dormir en la misma pieza de la casita que había en el lugar, al día siguiente, mi amigo Dagoberto metió su mano al bolsillo y sacó la billetera, la abrió y tomó una pequeña foto, era la foto de su hija, la que no tiene mas de ocho meses de edad, la volteó hacia mi para que yo también la viera, y luego me preguntó ¿Cómo estará mi Monse?, luego la llevó a su boca y le dio un tierno beso, guardándola luego en el mismo lugar, comimos algo y de nuevo sobre el caballo, teníamos que contar los animales, para ver que el puma no nos hubiera robado alguno, pero gracias a Dios estaban todos, doscientas vacas y ochenta caballos, yo tenía sed y no encontraba agua, perece que no era el único sediento, ya que mi amigo tomó un poco de nieve y se la echó a la boca, luego puso un poco en su mano y me dijo: “come Aragón”, primero solamente comí un poquito porque me dolieron los dientes, pero la sed era mas grande, Dagoberto camino hacia el caballo, saco un poco de harina tostada y la revolvimos con nieve, si bien no estaba muy dulce mataba el hambre y la sed, parece que me dio animo porque seguí corriendo en la nieve durante un rato, luego Dagoberto me tomó de las patas y me arrastraba, mi guatita se puso muy fría pero al menos durante aquella tarde fui feliz, no me acordé de mi novia y al final del día estaba tan cansado que no supe de mundo hasta el siguiente día. Pasaron unos días cuando una noche escuché un ruido, desperté a Dagoberto quien cargó la escopeta y salimos a ver que sucedía, yo tenía bastante miedo, pero el me decía quédate tranquilo que si son ladrones, debemos estar prevenidos, en mi mente ví mil cosos, desde pumas hasta hombres con los ojos rojos, en fin cuando llegó el amanecer eran solamente zorros que llegaban a comer las tripas de los pescados que Dagoberto y yo habíamos cocinado, que fui me decía tenía miedo de esos animales que son tan chicos, bueno el miedo es cosa de nosotros los vivos. Pasaron dos noches cuando de pronto escuchamos carreras, era seguro, el puma había llegado, el patrón nos había dicho si ven uno disparen porque si se ve acorralado se los comerá a ustedes, a mí me tiritaba pera, en cambio Dagoberto con la escopeta parecía no sentir miedo, cuando al voltear la vista pude ver sus grandes ojos brillando en medio de la noche, le avisé a Dagoberto, pero el me dijo mira Aragón, es una puma, tiene dos cachorritos, yo quería que el disparara, pero el dijo si la mato al patrón le salvare un potrillo o talvez un caballo pero si me descubren los pacos me llevan preso y paso por lo menos un año encerrado, luego de lo cual alistó el gatillo y disparó al aire, la puma se asustó tanto que no la vimos nunca mas en aquel lugar. Había pasado mas de un mes cuando ya de noche llegó el patrón con otros dos señores, traían vino, un chivo muerto y una gallina cocida. Aquella noche comimos bastante y Dagoberto quedó tan curado que ni siquiera supo que durante la noche pasaron unos hombres con un grupo de caballos, yo me desperté y salí a mirar, me escondí en unos arbustos pero como los caballos que llevaban no eran de los nuestros los dejé que pasaran porque según dijeron eran caballos traídos desde Argentina, por su puesto de contrabando, a la mañana siguiente reunimos los caballos, las vacas y nos fuimos mas arriba, dos días tardamos en llegar a nuestro destino, y de nuevo quedamos solos con decir que a Dagoberto mas de una lagrima se le escapó de sus ojos, en aquel lugar estuvimos tres meses cuando a mediados de marzo llegó la nieve, y para mas mala suerte un día que salimos a ver los animales nos faltaba un ternero, lo buscamos mucho pero sólo encontramos las huellas de un puma, ¡el desgraciado nos robó uno dijo Dagoberto, seguimos un rato las huellas, pero luego las perdimos en las piedras. La madre del animal perdido bramaba hacia una quebrada, fue entonces cuando me vino una corazonada, miramos hacia abajo y allí estaba, Dagoberto amarró un cordel en el pegual y empezó a bajar, a pesar que yo soy mas joven decidí mirar desde arriba. El ternero está bien-me gritó desde abajo-lo amarro y me dijo que yo tirara de las riendas al caballo, empezamos despacito mientras subía lo mas difícil si bien el ternerito venia un poco ahorcado con el cordel pero una vez que Dagoberto lo soltó se puso en pie y salió corriendo hacia su madre, Dagoberto en cambio me sobó el pelo y me dijo eres realmente un gran acompañante, yo me dije este no querrá hacer lo mismo que hacían en la película de la montaña, pero luego me vino la calma, recordé que soy su único amigo entre las montañas. Aquella tarde llegamos cuando el sol se había puesto, y para sorpresa nuestra en el ruco estaba don lucho, el es el patrón, pero es tan sencillo y anda tan cochino como Dagoberto. Le mandaron un regalo de allá abajo-le dijo a Dagoberto, mientras sacaba un bolso de saco y entre unos manteles venían unas tortillas, además de una foto de su hija. Yo miraba los ojos de Dagoberto, mientras él miraba la foto de su hija, mientras tiernamente la acariciaba, para luego llevar la foto junto a sus labios y darle un tierno beso, yo en cambio, recordaba a mi novia, pero luego ellos siguieron tomando mate con aguardiente, conversaron hasta tarde, contaban muchas historias incluso recitaron unos versos de un escritor argentino, “La leyenda del mojón” creo se llamaba, pero era tan triste que a Dagoberto le corrieron las lagrimas, lo que no se, es que las lagrimas eran por lo curado que estaba o era por el triste relato. A la mañana siguiente nuevamente llegó la nieve, estaba muy frío, es más nevó todo el día, y nosotros en el ruco comiendo asado, ellos tomando mate, en fin haciendo mil planes, cuando a la mañana siguiente al mirar hacia fuera ví a Dagoberto con la nieve hasta la misma cintura. Mierda que se puso feo, dijeron algunos de los hombres que llegaron con don Lucho, el en cambio siempre optimista, diciendo que el sol no tardaría en aparecer y que a mas tardar a día siguiente regresarían al lugar donde estuvimos primero. Yo me preguntaba el siguiente día ¿este viejo es brujo o conoce el tiempo acá en la montaña?, en fin pudimos empezar el viaje. Los caminos allá arriba son muy malos, hay lugares en los cuales solamente caben las patas de los animales, cuando de pronto una de las yeguas resbaló cayendo mas de veinte metros, bajamos dificultosamente, cuando al llegar junto a ella nos dimos cuenta que tenía rota una pata y estaba tan golpeada que don Lucho tomó el cuchillo y caminó hacia la yegua, esta a medida que él se acercaba intentaba ponerse en pie, pero todo esfuerzo era en vano, luego se resigno apoyando su cabeza contra el suelo lo miraba fijamente a los ojos, el viejo primero intento consolarla, le acariciaba la tusa, y lentamente llevó su mano hasta taparle los ojos, para luego hundir el cuchillo en medio del pecho, al animal lentamente se le escapaba la vida cuando de pronto inspiró muy hondo y dio un par de patadas, quedando quieta para siempre, yo miraba a Dagoberto, él sentado sobre una roca miraba como los otros hombres se abalanzaban sobre el animal como buitres sobre la presa, unos desollando, otros quitando las herraduras, luego cortando la carne para hacer el charqui. Cuando llegamos al lugar que teníamos por destino, los hombres mas viejos empezaron a cortar la carne y luego de salarla la tendieron sobre las rocas, yo esperaba a que se durmieran y entonces me iba hacia donde estaba tendida la carne, comía todo lo que se me daba la gana, fue entonces que Dagoberto creyó que eran los zorros quienes le robaban y decidió dejarla guardada todas las noches hasta que ya estuvo completamente seca. Fue así como transcurrían los días, entonces Dagoberto comenzó con lo que yo llamaba una tediosa tarea, íbamos a ver los animales en la mañana y de tarde se entretenía en su trabajo, estaba construyendo un par de cucharas de palo, según el una chiquita para la Monse y la otra mas grande sería para la mama marta, que era como el le decía a su madre. Fue así como pasaban los días, yo miraba el palo en el cual mi amigo llevaba la cuenta de los días que llevábamos en aquel lugar, yo miraba y había mas de cuarenta rayas, para mi había pasado demasiado tiempo, la comida casi se nos había acabado y no venía nadie a buscarnos. Dagoberto dijo que si no llegaban en una semana mas el se iría para su casa dejando a los animales a su suerte, ya que el acuerdo había sido que regresarían en veinte días, es mas ya iban cuarenta y no venía nadie. Para los animales se había puesto muy difícil ya que nevaba todas las semanas, apenas en pasto quedaba al descubierto la nieve nuevamente lo cubría, aquella tarde estábamos reuniendo los caballos de los hermanos de Dagoberto para llevárnoslos cuando al llegar a la casita encontramos a don Lucho y a seis personas mas, la felicidad para ambos fue enorme, traían carne y mucha comida para el regreso al fundo Santa Lucía. A la mañana siguiente salimos de madrugada a reunir a los animales, increíblemente no faltaba ni uno solo, salvo por la yegua que había muerto en la barranca, partimos felices, pero a poco andar llegó la lluvia, los que no eran mas que pequeños arroyos se convirtieron en pequeños ríos, debimos quedarnos tres días mas cuidando a los animales a la espera que bajara el caudal de los arroyos, cada vez que llegábamos a la orilla debíamos esperar a la mañana siguiente para poder cruzar, ya que el deshielo de el día hacía que su caudal aumentara macho siendo muy peligroso cruzarlos pasado las dos de la tarde. Era el último riachuelo que debíamos atravesar y lo demás era camino seguro hasta la casa, los primeros en cruzar fueron los caballos, luego las vacas cuando de pronto don Manuel, uno de los arrieros cayó al cauce del agua, afírmese le gritaban, pero era como si no tuviera ganas de salvar su vida, el patrón le tiró un cordel, el que quedo al alcance de las manos de don Manuel, pero ni siquiera hizo el intento de sostenerlo, siendo llevado irremediablemente por las aguas del río, llegando a aparecer casi veinte kilómetros mas abajo, estaba completamente desnudo, el agua aparte de arrebatarle la vida lo despojó también de sus cobijas. Para todos nosotros aquello fue algo terrible, sin embargo dicen que el agua acabó con el tormento del hombre, pues por muchos era sabido que quería sin ser querido. Tardamos cinco días mas en llegar a un lugar llamado La Balsa, desde cuyo lugar podíamos ver una gran cantidad de luces, Dagoberto me decía que las luces mas brillantes eran el la ciudad de linares y la torre iluminada mas alta eran las luces de la catedral de la ciudad mencionada. Como durante aquellos días no comíamos mas que carne, ya todas las mañanas despertaba muerto de sed, les ladraba una y otra vez pero nadie me comprendía, hasta que Dagoberto de una patada rompió la escarcha dejando la dulce agua a merced mía, aquel viaje fue demasiado largo, entre buscar al difunto y arrear a los animales tardamos tres semanas en llegar a nuestro destino. Ya era cerca del mediodía, a mi aquel camino me resultaba tan familiar, como no iba a serlo, estábamos frente al portón de nuestra casa, vamos a saludar Aragón, me dijo Dagoberto mientras abría dificultosamente la puerta, yo no pude esperar a que él la abriera por completo y pasé por en medio, luego de lo cual emprendí la carrera velozmente hacia la casa, los había echado tanto de menos, me habían echo tanta falta, pero cuando yo creí ser el primero en llegar, Dagoberto paso corriendo en el caballo, dejándome unos metros atrás, sin embargo mientras él se apeaba del caballo, yo logré adelantarlo. Lo que mas me llamó la atención fue que una niñita caminaba a la siga de un perrito, el cual era casi igual a mí cuando era un cachorro, a la niña le lamí las manos y me fui a saludar a la mama, mi vieja, la mamá de Dagoberto, apoyada en su bastón me acariciaba tiernamente la cabeza, Dagoberto en cambio intentaba coger a la monse en brazos, pero esta se puso a llorar, los ojos de Dagoberto se pusieron muy brillosos mientras con una brazo acurrucaba a su madre, con el otro abrazaba a su esposa, estábamos los cuatro reunidos en un solo abrazo, cuando de pronto el cachorrito tan lindo que había visto al llegar se colgó de los pelos de mi cola. Y tú no saludas a tu hijo me dijo la mama. Me sentí tan tonto no haberlo reconocido, entonces comprendí cuan triste y solitaria es la vida del arriero, Dagoberto no pudo ver cuando su hija dio los primeros pasos, así como yo tampoco pude ver cundo nació mi hijo, me hubiera gustado tanto estar a su lado cuando abriera los ojos, puchas que es triste y solitaria la vida del arriero, pero lo sería mas si no me tuviera a mí, el Aragón su fiel amigo el perro. Esta historia no es mía, pero es como debe ganarse la vida uno de mis hermanos, quien debe estar largos meses en la cordillera al cuidado de animales que no son propios, dejando de lado a su familia ya que en el sector de donde provengo es muy escaso el trabajo. Por lo que cuento esta historia es porque hay algo muy mío en ella, el fiel compañero de mi hermano, ese que no le pierde pisada, El Aragón es mí perro. Fin.
Adiós hijo mío (recuerdos de la despedida de mi abuela a mi padre) Despierta hijo mío, abre los ojos, mis manos no tienen fuerzas para seguir aferradas a la madera que te encierra, mis piernas ya no son tan ágiles para seguir tus pasos, escucha que te hablo, no sigas con tus ojos perdidos tras los parpados, hijo mío como quisiera acariciar tu rostro en vez de golpearlo como lo hacia cuando eras niño, te pude besar tantas veces y ahora que no te tengo lo deseo, quiero sentir tu aroma por última vez antes que se confunda con el de las flores que te rodean, mira mis ojos ¿los recuerdas? Recuerdas aquellas lagrimas que cayeron de ellos cuando debí despedir a tu hermana, yo pensaba que mis lagrimas que se habían extinguido al igual que mi alegría lo hizo por cuarenta años, hijo mío se que no puedes abrir los ojos para mirarme, pero cuando te reúnas con tu padre y tu hermana diles que me dejaste sola y no pudiste despertar para mirar siquiera mis lágrimas.
El diario de Valentina Caranndor Querido diario, hoy hace un año desde que partió papá, la última vez que lo ví me dijo que algún día regresaría a mi lado, no como un ser humano sino que reencarnado en un animal. Hoy terminé de confirmar que Bobi, mi perro que recogimos frente a la moneda hace un mes no es mi papá. Porque le puedo contar todos mis secretos, jugar e incluso hay noches en las que duermo junto a él y nunca ha usado la correa de su cuello para golpearme.
Alas de mariposa Caranndor Piecesitos descalzos van bajando del cerro, piecesitos descalzos caminando al colegio, se detiene y recoge un pajarillo muerto y le pide sus alas para volar en el tiempo… Chao mamá, chao papá-dice José, antes de emprender su largo camino a la escuela, adiós hijo-responden al unísono los padres. Lo único que lleva sobre su espalda es un bolsito de genero que su madre con sus propias manos cosiera, en él lleva un cuaderno, un trozo de pan y un barquito de madera, barco que talló su padre cuando cursó su primer año de escuela. Al llegar a ésta, su cara parece mas roja y sus labios resecos por el hielo, sonríen mientras saluda a su vieja maestra. Allí estará hasta las dos de la tarde, para luego emprender el largo camino de regreso, camina lentamente cuando al llegar a un arroyo que hay en su camino de regreso, saca del bolso su barco y lo deja sobre el agua, mientras él camina por la orilla va mirando cuan rápido avanza, “han quedado atrás las hojas y las piedras mojadas”. Como el barco ha quedado mojado, José lo deja junto a la orilla para al siguiente día llevarlo arroyo arriba, para nuevamente mirarlo mientras surca las aguas al igual que los barcos entre la neblina. Cada tarde luego de regresar de la escuela debe ayudar a su padre a trabajar la tierra, sin recibir por aquello mas paga que el techo y cada año dos sacos de papas. Si bien es cierto José no tiene más de diez años pero a pesar su edad, es capaz de sostener el arado para cultivar la tierra, no importa cuantas veces lo tumbe, solo le importa trabajar en la tarde para poder ir cada día a su escuela. Los bueyes y su lento caminar hacen que José pueda seguir sin mucho esfuerzo sus pasos, pero el cansancio cuando el sol casi se ha marchado, hace que sus piernas le pesen y sus pies embarrados resbalen entre los terrones recién arados. Al llegar a la casa ya de noche, José debe terminar la tarea que le diera la maestra de la escuela, mientras escribe, alumbrado por la mezquina luz de una vela, sus ojos perecen cerrarse por el cansancio, a pesar que hay momentos en que su cabeza tambalea, el sigue escribiendo acompañado de su madre quien mira lo que élla nunca aprendiera, cuando de pronto su cabeza se inclina apoyando su cara sobre las letras. Su madre, quien aun se encontraba junto al fogón, se separa de éste para llevarlo entre sus brazos a la cama, luego de un beso en la frente lo arropa diciéndole “hijo mío hasta mañana”. A la mañana siguiente cuando aun la noche no se marchaba por completo, José debía emprender nuevamente su largo camino, sin importar si llovía, hubiera viento o hiciera frío. Había pasado algún tiempo cuando de pronto una fuerte lluvia se dejó caer, sin que dejase durante toda la noche un momento de llover, el niño aunque dormido, soñaba que su barquito para siempre entre las aguas se quedaba, a pesar que todo aquello era un tormento, no impidió que fuera un capitán que navegó en los siete mares e inclusive fuera un príncipe montando un caballo alado, pero al amanecer y bajo la luz del día, al caminar hacia la escuela su barco ya no estaba en la orilla. Caminó hacía la escuela llevando en la memoria la pérdida de su barquito que tenía por velas dos hojas, sólo pensaba en salir cuanto antes de la escuela, estuvo toda la mañana sentado bajo un árbol, cuando al sonar la campana, él salió corriendo, es seguro iría en busca de su barco, corrió y corrió, cuando ya casi sin aliento llegó al lugar donde había dejado a su amigo guarecido de las olas y del viento, desde allí siguió el curso de las aguas, pero no veía nada, ni siquiera supo cuantos pasos hubo dado o cuan lejos de su casa había marchado, cuando de pronto, ya casi junto al río, ahí estaba, flotando entre unas hojas, dando vueltas y mas vueltas sobre el agua torrentosa. José cortó una rama para intentar de las aguas rescatarlo, pero el barquito estaba mas cercano al otro lado, paso a paso fue adentrándose en el agua, estaba tan fría que sus huesos le dolían, pero no podía dejar allí a su amigo abandonado, el único juguete que le habían regalado. Salió y se sentó un rato en la rivera para ver como daba vueltas y vueltas y vueltas, cogió un piedra para destruir a su barquito pero no fue capaz de intentar siquiera herir a su amigo, impaciente fue adentrándose en el agua, mojando sus rodillas, sus nalgas, sus hombros, un pasito mas se decía y podré abrigarlo entre mis brazos, aun si hubiese dado tres pasos no lo hubiese alcanzado, dio un gran salto hasta por fin sostener el barco entre sus manos, pero el agua terminó por derribarlo, por un momento sujeto de una rama pedía a gritos a su padre que viniera, mas la noche sin remedio fue llegando mientras los ojos de José se iban cerrando, con el barco aferrado junto al pecho, José partió sin dejar mas huellas que sus pies marcados en el barro. La noche había llegado y de José no había rastro, salió su padre, madre, amigos inclusive el buen patrón, pero la noche tan oscura no les permitía encontrar huella alguna, el padre y la madre de José, aquella noche la pasaron abrazados junto al fuego, con las lagrimas surcando por la cara esperaban el llegar de la mañana, hijo mío ¿Dónde estas? Gritaban una y otro vez. Cada minuto que pasaba era mas largo que las noches del invierno, cada hora que marchaba aumentaba el dolor en sus entrañas. Con el lento amanecer del nuevo día mostró las huellas de sus pies descalzos en el barro, caminaron largo rato, cuando al salir del sol lo encontraron aferrado a su pequeño barco, lo sostenía con ambas manos junto al pecho, quedando así juntos para siempre el niño y su barco, quedando para siempre las huellas en mi pecho marcado. Fin
Palabras Silenciosas Caranndor Hola, ¿como te llamas?, hace tiempo quería decirte que me gustas y que cada noche sueño con tus labios, también te he escrito algunos poemas, ¡ha! Me olvidaba, te invito un café. Son las palabras que he ensayado mil veces, pero cada día que élla pasa junto a mí, bajo la mirada hacia el suelo, porque temo que me diga que no soy el hombre de sus sueños.
Te he esperadodìa a dìamomento a momentopero te escapaste ausentas como aguaentre las manossuspiro lejanono se si te soñèo en realidad exististeapareces de prontopero nunca de frentete veo, te leopero acaso eres Tùaquel que decìaamarme por siempreo tal vez fue un sueñoun bendito consueloen mis noches de insomniode tristeza, de abandonosi aparecieras de nuevote estarìa esperandopara llenarme de sueñosde melodìa, poemasde amores, de suspirospero no lleguesy digas son solo recuerdosno seas infame se Tuel Caballero amorosoel que me acompañabaen mis cuitas, el que enjugabami llanto mi rayo de luz, se Tu te lo pido 17 de Julio de 2010 Mèxico
Te vas como el agua entre las manosno puedo retenerte y solo te vasdejando una estela de añoranzasde recuerdos suspendidos en el airede vivencias sin sentido de sueños locos en momentosde dentro, del alma y corazònte vas, y te lloro como a un muertoy contigo muero a cada instantepoco a poco, mis ojos estàn secosy mi alma adolorida y perdidate vas como agua entre las manosy no puedo retenerte, solo te vas
Para el momento en el que la luna se pudo asomar entre las nubes por un momento, dejándose ver o corriendo a las nubes para mirar la batalla, fue el momento en el que sonó un cuerno, era este cuerno el del general Daránndor quien luego dijo:-quiero que una oleada de flechas sea quien ilumine a nuestros enemigos para que luego que las flamas los iluminen las flechas den de lleno en ellos. Si bien tenemos muchas flechas no quiero que estas sean desperdiciadas, “por la victoria y por la vida y la de quienes se ha extinguido”. Para el sonar por segunda vez del cuerno fue cuando salieron desde el interior de los muros del castillo las flechas en llama, estas al iluminar el campo dejaron al descubierto a los miles de hombres que aguardaban en las afueras, aun no caían al suelo, es mas mientras las flechas iban volando en el aire los payatzals empezaron también con su ataque. Los payatzals estaban divididos en pequeños grupos, los que dejaban unos pasadizos para que quienes portaban las escaleras para trepar los muros pudieran avanzar sin contratiempos, para el momento en que estos pasaron llevando su cargamento, se volvieron a juntar sin dejar un solo pasadizo al descubierto, los arqueros de Daránndor por su parte intentaban derribar a la mayor cantidad de hombres posibles para que ni siquiera llegasen a los muros con sus escaleras, pero por cada payatzals derribado había otros para que tomase su lugar, y no tardaron mas que unos momentos en poner algunas escaleras apoyadas en los muros, para luego trepar rápidamente por sus peldaños. Sin embargo sólo alcanzaban a poner sus pies en los últimos peldaños cuando la madera de los flechas los hacía perder todo lo avanzado llevándolos en un vuelo mortal. Si no encontraban la muerte por las flechas era la caída en si la que les daba cobijo para terminar así con su dolor. También se podía ver a quienes había sido herido por las flechas ardientes, siendo muchos de ellos consumidos por el fuego, se podía ver como se retorcían cual gusanos al sol, ellos esperaban que una flecha enemiga o un brazo amigo terminara de una vez por todas con su sufrimiento. El triunfo en pos de quienes defendían el castillo era inminente, pero un sonido penetrante hizo palidecer hasta al mismo Daránndor, era el grupo de los cien, un grupo de hombres que el mismo Daránndor había entrenado durante cinco años, pero un día estos hombres fueron tentados por la ambición del poder y Daránndor debió desterrarlos porque inclusive se sentían superiores al rey Dénnator y osaron desafiar la autoridad de Dáranndor. Estos hombres venían con escudos y a su alrededor un gran numero de hombres protegiéndolos, es decir recibiendo las flechas que les lanzaban al grupo de los cien, sacrificaban sus vidas por proteger a los arqueros. Arqueros-gritó Dáranndor-apunten al grupo de quienes portan una bandera como la nuestra, los hombres lo miraban preguntándose como podremos saber quienes llevan una bandera de los arqueros si la noche sólo nos deja ver sombras. Aun los hombres no salían de su asombro por lo dicho por su general cuando del arco blanco de Daránndor salió una flecha encendida, mientras ésta surcaba el cielo los hombres apuntaban sus arcos buscando el blanco que iluminaría la flama de la flecha. Contrario a lo que todos creían que quedaría enterrada junto al suelo, quedó enterrada junto al madero en el cual ondeaba la bandera, alcanzando con su flama a la misma propiamente tal, la que empezó a arder bajo la estupefacta mirada de todos quienes seguían su destino. Los arqueros que una vez estuvieron bajo las ordenes de Daránndor y ahora luchaban contra él y su gente miraban como la bandera a la que por años ellos habían portado y mediante la cual cultivaban el odio hacia el general que los había desterrado estaba en llamas, en tanto quien era el portador del estandarte la tiró junto a la hierba para apagar la llama con sus pies. Apenas la bandera tocó el suelo, su portador se desvanecía sobre ella, con una flecha enterrada junto a su pecho, la chispa del odio pareció acrecentarse al ver que el mismo que los había desterrado, quemaba su estandarte y daba muerte a su portador, ya que fue una de sus flechas la que dio muerte al portador del estandarte. La ira era tal que uno de los hombres salió de su refugio tras los escudos y se inclinó para hacer a un lado al hombre que había caído sobre la bandera, es mas con su propio cuerpo inerte apagó las llamas. Con una furia tal, tomó al hombre y lo apartó de la bandera, la que estaba con gran parte quemada, extendió sus mano para asirse del madero y llevar lo que quedaba de bandera a lo mas alto, sin embargo Dáranndor apuntando una nueva flecha, una vez que llegó a su destino atravesó la mano de quien la sostenía en lo alto. Con su mano herida y a pesar del dolor la levantó cuanto mas pudo, siendo aquella su última afrenta a Dáranndor ya que una flecha disparada desde el arco blanco entró en su pecho. Los ojos del herido parecían perderse cada vez que parpadeaba mirando los muros del castillo, en sus pupilas podía verse reflejado el fuego de las flechas surcando el cielo, para finalmente desplomarse tan cerca del que un día fue su hogar y debió luego abandonarlo por haber sido presa de las garras de la ambición. Para el momento en el que el rostro del arquero tocó y besó por última vez la que fue la tierra que lo vio crecer, ahora abría sus brazos para recibirlo nuevamente, sin que a ésta le importase que hubiera sido un traidor. Para los traidores ya no había bandera que flameara, ahora eran tan solo unos hombres criados en las tierras de la montaña corcovada, pero al fin enemigos de su propia sangre, enemigos de su propia tierra, enemigos de sus hermanos, enemigos de sus padres, enemigos del maestro que les enseñó a disparar con el arco. Con el sonar del cuerno de los arqueros que acompañaban a los payatzals era como si un grito saliera de las entrañas de la montaña corcovada, ya que sería la primera vez que las flechas de los hombres de Daránndor serían usadas para derramar la sangre, la misma que corría por sus venas, pero a ellos parecían no importarles a quien dieran las flechas, si había dado en un hermano un tío o inclusive en el pecho de su propio padre, para ellos era igual, las ansias de venganza los había enceguecido y su corazón se había vuelto sin sentimientos. Las flechas de los hombres venidos con los payatzals estaban haciendo estragos en un sector del muro del castillo, oportunidad que era aprovechada por los payatzals para posar las escaleras y de una vez por todas entrar al castillo. Los arqueros estaban a pocos pasos del muro y desde allí tiraban sus certeras flechas. Dáranndor desesperado al ver que los enemigos se empezaban a meter al castillo, corrió al lugar a donde estaban cayendo sus arqueros, había llegado el momento que el maestro se enfrentara a sus aprendices. Los hombres que habían a su alrededor iban cayendo uno a uno, parecía que el general se quedaría completamente solo para enfrentarse a los que fueron sus alumnos, pero quien había llevado a sus hombres caminando hasta el mismo castillo corrió a luchar a su lado, fue así como Daránndor y Molldarr quedaron cada uno de ellos con su arco enfrentándose a los enemigos, hasta que de pronto les llegó refuerzo, los arqueros que acostumbraban acompañar a Daránndor llegaron a su lado para combatir. En el horizonte ya se podía ver que no faltaba mucho para que el sol asomara entre las montañas, motivo por el cual ya era posible mirar al rostro a los enemigos, había un joven en especial, había combatido largo rato al lado de Daránndor… El campo estaba sembrado de cuerpos de uno y otro bando, pero los payatzals no habían logrado su objetivo de tomar el castillo, siendo los arqueros que un día pertenecieron a la montaña corcovada los que mas se acercaron a dicho fin, pero por mas escudos que usaran para protegerse, sólo quedaban unos cuantos con vida, éstos tomaron sus escudos para poder correr y trepar con mayor facilidad por las escaleras, fue ese el momento en que fueron casi todos aniquilados, excepto por uno que logró trepar y entrar al castillo. Dáranndor no se había percatado de lo sucedido, y mucho menos se había dado cuenta que el arquero lo tenía como blanco, pero el muchacho que se encontraba a su lado si pudo ver que la vida de su general estaba en peligro, sin mirar a la cara a su enemigo tensó su bordón. Las flechas tanto de quien apuntaba a Daránndor como la del joven que luchaba junto a él salieron a mismo tiempo de sus arcos, Daránndor pensó que la flecha del traidor iba hacia él pero dio en medio del pecho del joven que se encontraba a su lado, el general quien se encontraba con su bordón tensado para enviar también una flecha, lo soltó al ver que tanto la flecha que había enviado el payatzals como la del joven de la montaña corcovada habían dado en el blanco. Daránndor intentaba sostener entre sus brazos al muchacho para que no se desplomase, fue entonces cuando al mirar al joven al rostro pudo ver en sus mejillas rodando un par de lagrimas, luego volteó su mirada quien había disparado la otro flecha que lo había herido, lo vio de rodillas desplomándose lentamente, Dáranndor lo reconoció y fue entonces sólo entonces cuando comprendió porque de los ojos del muchacho corrían lagrimas, ¿Por qué?-gritó Daránndor-porque tenían que morir, porque tenían que matarse con sus flechas, si eran hermanos. Por favor general-dijo el muchacho-ayúdeme a caminar hacia mi hermano. Quien también y luego de disparar su arco se dio cuenta de su error, también de sus ojos rodaban algunas lágrimas, éste último, afirmándose en su arco intentó ponerse en pie pero se tumbó al suelo, el muchacho por su parte también alcanzó a dar un par de pasos y calló, ambos estiraban su mano derecha como si quisieran alcanzarse, pero la muerte llegó primero a buscarlos, quedando ambos con sus manos extendidas, el uno hacia el otro. Molldarr al verlos dio un par de pasos para acercar al joven arquero ya muerto hacia el cadáver de su hermano pero Daránndor lo detuvo, y le dijo: si los dejas que se toquen sus manos nunca lo sabrán, déjalos que sigan con la esperanza que un día se reencontraran.
Adiós hijo mío (recuerdos de la despedida de mi abuela a mi padre) Despierta hijo mío, abre los ojos, mis manos no tienen fuerzas para seguir aferradas a la madera que te encierra, mis piernas ya no son tan ágiles para seguir tus pasos, escucha que te hablo, no sigas con tus ojos perdidos tras los parpados, hijo mío como quisiera acariciar tu rostro en vez de golpearlo como lo hacia cuando eras niño, te pude besar tantas veces y ahora que no te tengo lo deseo, quiero sentir tu aroma por última vez antes que se confunda con el de las flores que te rodean, mira mis ojos ¿los recuerdas? Recuerdas aquellas lagrimas que cayeron de ellos cuando debí despedir a tu hermana, yo pensaba que mis lagrimas que se habían extinguido al igual que mi alegría lo hizo por cuarenta años, hijo mío se que no puedes abrir los ojos para mirarme, pero cuando te reúnas con tu padre y tu hermana diles que me dejaste sola y no pudiste despertar para mirar siquiera mis lágrimas.
Para Joaquín Fue tu vida como gotas de rocío Que adornaste con tus risas a las rosas, Fuiste agua, fuiste aire, fuiste tierra Fuiste el sol entre la niebla. Hoy te busco y no te encuentro, Hoy te veo jugueteando con el viento, Veo tus manos que acarician El cabello de tus padres, Veo tus ojos entre estrellas titilantes. Más no podrá tu recuerdo Vivir sólo en la memoria Ya que es frágil como pétalos de rosa Mas yo sé que tu recuerdo Es más firme y duradero Que huella sobre roca. No habrá tiempo, no habrá lluvia No habrá fuego, no habrá viento Que se lleve tu recuerdo, Aún te veo correteando por la plaza Aún te veo jugueteando por la casa, Cuando escucho el trinar de los gorriones Me recuerdan a tus llantos y canciones. Ahora se que estas en los jardines, Cortando algunas rosas y jazmines, Harás rondas con lo ángeles Tomados de las manos, Harás olas con el viento por los prados. Fue tu vida trigo fértil en los campos, Fue tu vida la semilla, fue tú partida el arado, Tus lagrimas el agua, la tierra tus manos, Al mirar verdes espigas en el campo, Sé que fuiste un ángel que ha marchado. Eres ahora como gotas de rocío, Porque bajan a la tierra en el crepúsculo Y nos miran, eres ahora como gotas de rocío, Pues bajan a la tierra en el crepúsculo Y nos besan, eres como gotas de rocío Porque bajan a la tierra en el crepúsculo Y al salir el sol al cielo se regresan.
muchas Gracias por tu comentario Daih, te lo agradezco de todo corazón, amiga mía hAAAA lo había olvidado el texto despedida que es para casi cortarse las venas no se si lo has leído me basé en uno de tus textos el cual contaba cuando tu pareja había tomado la maleta y tu seguías en el sillón....
Muchas Gracias, Caranndor.. Muy linda tu poesía... y al iguak que tú! Espero serlo espero ser poeta.. al igual que todos ustedes, Gracias... y por siempre Seguidora tuya Nooooee (:
daih
Caranndor
Nooemar Hevia
leticia salazar alba