• Carlo Biondi
Belial
You may say I'm a drummer
-
  • País: Chile
 
El cielo se está desmoronando. Y por más que intento sostenerlo, mis lagrimas no son suficientes. A cada paso que doy, su peso aumenta sobre mis hombros, y ya no sé cuánto más pueda aguantar... Intento distraerme, pensar en otras cosas, escuchar alguna melodía dentro de mi mente, inventar alguna realidad, soñar algún sueño... Pero cada vez que abro los ojos, te veo. El cielo lo envuelve todo. Cada rincón del espacio está invadido por él. Es innegable, indestructible. Y no deja de caer. La añoranza se apodera de mí, y me impide ver el camino. Me empapa la vista. Cada paso hace temblar aún más el cielo. Tengo miedo del siguiente, siento que equivocarse puede ser mortal. Y es que este peso no se aminora, y sigue creciendo. ¿Qué demonio habrá sido capaz de provocarle esto a este cielo? Un cielo tan maravilloso antes de la catástrofe. Un cielo tan placentero, tan cálido, tan tierno... En él tenía todo. Parecía tan perfecto. ¿Quién haría tal fechoría? ¿Habrán sido mis hombros los que no pudieron cargar más su peso? ¿Seré yo quien lo destruyó? Me hubiese gustado haber aprendido a engañarme. Conocí a gente con tanto talento en ello en el camino. Podría creerme los mundos que invento, los sueños que vivo, las melodías que canto. Sería tanto más fácil llevar el peso, tanto más fácil evitar que este cielo caiga. Quizá hasta podría repararlo, o podría incluso hacérmelo creer... El cansancio ya es grande. Quiero gritarle a este cielo que pare de caer, al menos en mis hombros. Pero no quiero rendirme. Quiero llevar este peso a cuestas así muera caminado. Es lo que merezco, y lo que merece. Si logro superarlo, podría hacer cualquier cosa. O quizá... Pero no. Hay que seguir. La masacre es extrema. No recuerdo ya cuánto cielo he pisado en mi camino. Los pedazos sobrecogen. Y la lluvia no deja de caer. Me pregunto cuánto más podré aguantar. Pero siempre que uno se ha herido, se puede herir un poco más... ¿Cómo sería un mundo sin cielo? ¿Qué sería de mi mundo? ¿Por dónde caminaría? ¿Con quién? ¿Hacia dónde? No, es muy loca la idea de desaparecer. De destruir todo. De dejarlo todo atrás, de abandonar. De... volver a empezar. Pero, ¿qué puede ser peor que este dolor?, ¿qué puede ser peor que la destrucción de todo lo conocido, de todo lo amado, frente a tus ojos?, ¿qué catástrofe puede compararse a la que estoy viendo ahora? El cielo cae. Mis hombros se rompen. El amor se rindió... Lo que sostenía este cielo ya no existe, y es por eso que se desmorona. Porque nunca fueron mis hombros... Lo dejaré caer. El siguiente paso será el último que dé con él a cuestas. Caerá y se destruirá completamente. Y cuando se disipe el polvo... Volveré a caminar.
Cae el cielo
Autor: Carlo Biondi  572 Lecturas
                                                                                                                                                                                                                                   
Despecho
Autor: Carlo Biondi  570 Lecturas
Aún recuerdo la primera vez que estuve aquí. Se siente lejana, mas incierto es el tiempo. Un hogar de cristal, con habitaciones intrincadamente interconectadas, con mucho que ver y un apuro oprimente. Aquella vez sabíamos perfectamente que, en cualquier momento, la familia que habitaba tan fascinante hogar llegaría, sin saber de nuestra presencia, y no sería, por así decirlo, cómodo.Esta vez era mi propia familia la que me acompañaba, en la difícil tarea de usurpar este hogar nuevamente. No es que buscase algo, no pretendía adueñarme de nada. No pretendía, tampoco, enseñarle a mi familia algo que no conocieran ya. Era solo que aquel lugar me parecía tan profundamente natural e interesante, que no podía perder la oportunidad de revisitarlo.Pasillos curvos daban a habitaciones llenas de recuerdos, de caricias, de vida. Aparentaba habitar ahí un músico con una colección de guitarras de lo más estéticamente armoniosas, de pureza delicada, como aquellos objetos que, al simple contacto con la vista, inspiran amor y respeto. Me pareció incluso sentir la presencia de un maravilloso piano de cola, pero es sabido que en un contexto tal la memoria es frágil, y los sueños se olvidan pronto, de no contarse. Y nunca tuve a quién contárselo.Una habitación femenina y ordenada revelaba una existencia contrapuesta, una que lentamente se apagaba por los rigores de sueños sofocados por una realidad paralela. Una de números y letras ajenas a la humanidad natural de una tierra ocultada. Una lejana al resto de la familia y que la desentonaba y entristecía. El tiempo apremió y no me fue posible ver el destino de tan pobre, pero hermoso ser.Sin duda aquella era una familia grande. Grandes niños, grandes padres. Pude sentir en mis pulmones la esencia verdadera y hermosa de una pareja llena de esfuerzo, de amor por su sangre. Llegué incluso a preguntarme por qué no podía verlos, estando tan seguro de que ellos estaban aún allí.No tuve oportunidad de pronunciar palabra. El espectáculo era tan sobrecogedor, que ellas sólo estorbarían una situación de tal magnitud. Aún así, tranquilo estaba, pues guié a mi familia y sé que ellos vieron, con mis ojos, lo mismo que yo. Apresurado, dejé aquel hogar de cristal, consciente de que jamás volvería y que tantas preguntas quedaban sin respuesta, al menos de momento.Mirando hacia atrás, me parece correcto asumir que abandoné a mi familia allí. Nunca les extrañé, pero aquel sentimiento de soledad no me abandonó ni me engañó más. Sé también que fue su voluntad, y les comprendo y agradezco. Sin embargo…En mi camino por la ciudad, perdido me encontré en un comercio del más variado tipo. Cosas que jamás pensé que tendrían precio, las vi en cantidad y al por mayor. Lentamente fui comprendiendo cuál realidad me esperaba, sin saber de ella aún lo más mínimo. Fue el inicio del fin del ciclo.En la inercia de mi caminar, me vi avanzando por una escalera mecánica. Me es difícil especificar si subía o bajaba, en ese lugar ambas direcciones eran prácticamente lo mismo. Al llegar al otro extremo, alguien me abrazó delicada pero interesadamente. Lo pude sentir tan claramente, que dudo incluso que aquel sujeto intentase ocultarlo, y el contexto sólo lo evidenciaba aún más.Arropándome con una manta, mas sin aparentar frio, el extraño me guió, mientras me aconsejaba sobre cosas que jamás comprendí y que nunca quise comprender. La consciencia de mi posición fue lo único que me hizo guardar un humilde silencio. El saber que no sabría ni tendría cómo saber qué ocurría, dónde estaba y hacía dónde iba. Hacia dónde íbamos.Pacientemente se ganó mi atención, y le permití mostrarme el lugar. Siempre desconfiando, creyendo más en lo que no me decía, fue que pude hacerme una idea de qué era todo ello. Aún así, tengo la convicción de que jamás llegué a comprender qué ocurría, ni la magnitud de lo que escuchaba y veía. Todo pasaba tan rápido que, para cuando estaba dispuesto a decidir, ya todo estaba resuelto. Y así, le permití acompañarme un tiempo.Asumo que se cansó de mi evidente lejanía con él y distancia con sus palabras, pues de un momento a otro desapareció tanto él, como su manta y su voz. Nunca le extrañé. Pero sólo estuve nuevamente.Admirando el extraño paisaje, logré divisar una colina muy pronunciada, que se alzaba desde la calle y por encima de la ciudad. Pequeña, no permitía más de dos personas sobre su llamativa cima. Sobre ella, me extrañó divisar a una vieja amiga, que al tiempo se percató de mi presencia. Sonriendo al verme, me señaló una escalera de madera que caía desde donde estaba. En silencio y con la mente en blanco, subí por ella hasta llegar a la cima, y después de darnos un abrazo y una palabra de buena crianza, nos sentamos a admirar el paisaje conversando.Como siempre, no tuve mucho que decir, pero le permití entretenerse contándome su vida. A veces realmente interesado, a veces con un bostezo en los ojos, le escuché con atención y le contesté desde lo que sentía, lo único real que alguna vez tuve. No siempre pareció complacida con ellos, mas era el único lenguaje que conocía en aquel entonces.Cada vez se me fue haciendo más evidente la diferencia de caminos, al punto en que ninguno se dio cuenta en qué momento ya no estuvimos más. No recuerdo despedidas ni buenos deseos, sólo un ominoso y oscuro silencio, luego de un ruido tan profundo.Al encontrarme sólo en la colina, tonto me sentí al observar la ciudad a mis pies. Tontos, sordos los sentí a ellos, a quienes no podía siquiera ver. Las sombras se alargaban y mezclaban entre sí, en una danza obscena que, en el tiempo, se volvió una masa irreconocible. Y sin embargo, en ella encontré un espejo. Atemorizado, volví la mirada hacia el sol del crepúsculo, y aquella abrazadora soledad se escondió dentro de mi.Llamado por el Sol, descendí por la escalera hasta llegar a la calle. Al poner un pie en el asfalto, una canción lo envolvió todo. Era un canto invasor y deprimente, y aún cerrando mis oídos, podía escuchar la tortuosa melodía. Pronto comprendí que era el Sol quien me hablaba, y le rogué un momento de silencio para aprender su lengua, y poder responder a su llamado.De pronto, el canto del Sol fue reemplazado por voces. Las más altas voces que jamás escuché. Las menos interesantes, también. Absentas de contenido, sólo eran interferencia para mi. Sentí la necesidad de acallarlas, pero me vi sobrepasado por su peso. Definitivamente no era tan fuerte aún como creía serlo. Entonces fue que decidí continuar mi camino de otra forma.Y así fue que, cada vez más claramente, escuché aquel llamado en lo profundo del firmamento. Nunca he vuelto a ver el Sol, pero su presencia me es más cierta que nunca. La soledad, que alguna vez fue todo mi concepto de realidad, lentamente se vuelve un sueño dentro de un sueño. Y partículas y espíritu se mezclan como sombras al atardecer, buscando lo perdido y hallado tantas veces, lo que nunca sobra pues lo es todo.Aún recuerdo cómo comenzó todo. Aún le voy encontrando nuevos sentidos, y por cada respuesta hay una pregunta. Una aventura fascinante de la cual, al menos por ahora, no quiero despertar. Sé que aquellas voces que escuché tan huecas un día, tendrán la razón por convicción u omisión. Que cada estrella que sigue a la mía, es un guía entregando direcciones. Y sin importar a dónde me lleven, el camino es uno y nada podrá cambiarlo. Y al ver la Luna, me dejo llevar de vez en cuando por sus mareas, pues sé que ellas ocultan una tierra interior sin calles, ni colinas, ni escaleras. Una tierra hueca en la cual persiste toda la vida. Un hogar de cristal al cual poder, al fin, habitar.
Crystal home
Autor: Carlo Biondi  560 Lecturas
Una gota en el marUn ciclo en lo inexistenteUn suspiro en el aireUna silueta en las sombras Al perecer el último de los sistemasLas órbitas, colapsadasExplotan en el todoY su recuerdo da vida Casualidad del tiempoDel espacio y de la menteVoluntad desesperanteCreación integral Agua estancada fluyendo a la muerteUn universo dentro de otroLeyes oníricas, divinasSagrada verdad del aire que respiro Leitmotiv
Leitmotiv
Autor: Carlo Biondi  557 Lecturas
En el seno del desprecio Son tus ojos los que secan Tus manos las que cierran Es tu boca la que, muerta En susurros se perdona Ominoso, el silencio Parte en dos aquella puerta Y mil y una vez Regurgita en la despensa Del amor y de la vida Lo que es y lo que fue Lo bendito y regalado Al pasar de los momentos Los misterios hacen eco Del vacío de un alma, que Perdida Lejana Familiar e incomprendida Bate alas, hace palmas Dibuja el coro del silencio Y se pierde en el tiempo Al cerrarme, ella Los párpados, al alba
Ominoso, el silencio
Autor: Carlo Biondi  551 Lecturas
Olas de fuego, desde las montañas, vienen a buscarme. Lentamente consumen la ciudad, que valientemente les hizo frente en mi defensa. A través de las ventanas, se introducen con el aire a los pulmones de los inocentes. De los inocentes… Abordan a los ebrios en las calles, los insultan y apalean, les queman sus ropas y estos, desnudos, corren ingenuos hacia un mar que les contaron. Los feriantes, despertando junto al alba de este fuego intenso, rezan a sus dioses mejores vidas, conscientes del terrible fin que les espera. Las vírgenes que aquello escuchan dan las gracias por su buena vida, y los castos las maldicen por la vida de la que se salvaron. Suponiendo que todo es un invento, las monedas pasan indiferentes de mano en mano, de los inocentes. El asfalto sale despavorido, gritando por su vida y la salvación y vida eterna, y sólo el fuego le escucha instantes antes de devorarlo con placer, con vigor. Las casas saltan por los aires de la sola impresión que le provoca, a cualquier inocente, esas olas de fuego otoñales, carmesí. Las paredes se preguntan unas a otras qué ocurre, qué es toda esa locura. Mas ellas no tienen oído para respuestas, y se pierden en la ignorancia y calor intensos, sin entender nada, como siempre. Echando abajo las puertas con el poder del poder, el fuego entra en las habitaciones de amantes tan fríos que hacen dudar a éste si realmente lo merecen. Y las sábanas, infinitamente más inteligentes (por inertes) que ellos, se entregan a la vida que, entre seres, jamás conocieron. Los gatos, tan sabios como el fuego, partieron muy anteriormente. Les sugirieron a los perros hacer lo mismo, pero al escuchar su respuesta no los consideraron dignos de entrar en su reino. Y así, muchos perros partieron ese día. Esa noche. Ese último bastión del tiempo. En los ojos de los inocentes todo tenía mucho sentido. El pecho frío, golpeado por años, fue claro y frio al enfrentarse al fulgor de la vida que les gritaba en la cara. Y en su inocencia se creyeron incombustibles, y ardieron mil años en el peor de los infiernos. Las escaleras se me acercaron suplicando ayuda, como intuyendo algo. Disculpas les pedí. Les pedí razón, misericordia, y les hice caer el peso de la lógica del caos. Que, para mi sorpresa, no fue sobre ellas que cayó. Sino en los inocentes. Los pájaros me miraban con desprecio y, a punta de insultos, me sacaron y me enfrentaron. Nada podía hacer, o eso creía, y por ello me insultaron y condenaron a seguir de la misma forma. Y, no bastándoles con eso, me condenaron también a verlos volar hasta perderse en las entrañas de ese fuego que venía por mí. De la ciudad ya no quedaba nada, en la práctica. Uno que otro animal exótico se perdía entre las fisuras de lo que alguna vez jamás fue su hogar. Ya las ferias se habían acabado, las monedas, (a)pagado. Todos los destinos habían sido alcanzados. Ya los ebrios estaban sobrios y resacados, recién ahora podían ver arder sus vidas. Pero nunca es demasiado tarde, dijo Pedro al dejar de existir. Pude escuchar su voz claramente, inocente... ¡Oh, Dios! ¿Eres tú? ¿Qué deseas de todo esto? ¿Qué te impulsa a destruir y quemar y martirizar? ¿Qué esperas crear, de todo esto? ¿No comprendes tú que esto no es el final? Esto no es más que el principio… Al enfrentarlo, revela nuestro rostro y me demuestra, que de todo esto, soy el único culpable.  
Inocente
Autor: Carlo Biondi  548 Lecturas
The world is deadThe eyes are shutThe angels are goneThe life is lostThe skin is coldThe love is hiddenThe word Is death.The smell of dying flesh is everywhere I look. Ghosts are watching the body rot 'till it's gone. I hear the whisper of a soulless world falling to my thoughts. The guild is proud. The job is done. Or so they thought..What's eternal only transformsWhat's been alive will never goWhat's gone will come again"What's dead may never die"And what has diedWill forever live.But the ghostsThe ghosts are blindThe ghosts are deafThe ghosts know not to beThe ghosts are realIf notThey would not be ghosts.
Ghosts
Autor: Carlo Biondi  542 Lecturas
Hice llover para poder dormir. Para poder soñar cambié el aire por mar, e inundé desde mi cama lo último que podía ver. Hice apagar el Sol y su potencia, irresistible, me cansó un tiempo. Ni cuenta me di cuando al fín su gloria dejó de alcanzarme y darme vida. Hice llover en la Luna para nublar su lado oscuro, que me fue siempre más claro. Hice que las gotas ardieran lentamente en mis oidos como una sinfonía, carcomiendo si podían los recuerdos de esos días soleados, de ese ensueño que impide dormir. Hice llover para poder descansar. En el caos sólo la destrucción puede traer paz. Pensé en entregarme tranquilo a las aguas, dejarlas limpiar mi cuerpo y espíritu. Pensé en abrirles las puertas de mi interior, y pedirles ayuda para sacar la basura. Qué es peor; el fuego o el agua, el amor o el odio, la paz, el caos, la paz durante el caos, no lo sé. Sé que quise des-ahogarme, por un intento casi muy bien logrado de entrega total al destino, y no fue sino el último empuje. El fondo sólo era eso y, como era de esperarse, nada más hayé ahí. Nada más busqué; no quise irme de manos llenas. Como por experiencia supe que ese fondo no era el fin, y que la destrucción no es más que el comienzo. Hice llover para poder volver. De donde siempre quise arrancar una vez me vi muy lejos. El pánico de la luz penetrando mis pieles, del aire invadiendo mis sentidos hizo que pensara muchas veces cada paso que di. Y antes de cansarme de caminar, me cansé de pensar. Cansancio es quizá forma liviana de exponerlo; hice llover para poder descansar. Después de poder volver a pensar, un momento pasó eterno y en blanco, y como desde ese blanco, un sentir, un pensar invadió y no pude dar cuartel; la lluvia comenzaba a sonar. Hice llover para poder morir. Cuando las primeras gotas comenzaron a caer, una como un beso de la vida cayó en mi mejilla y yo, sonrojado, ni la mirada le pude devolver. Extasiado por tal avalancha de amor, me presté enteramente a caer en los juegos nuevos que se veían en camino. Y uno a uno los fui superando, desgarrándome éstos lenta y pacientemente. Aún la lluvia no terminaba de comenzar cuando yo ya, herido de muerte, me disponía peligrosamente a jugar por última vez. La victoria en estos juegos evidentemente era aparente, y cada premio me arrancó un sueño. Como con esencia pero sin sustancia quedé al fin, moribundo. La agonía parecía eterna y ningún ímpetu pude percibir. ¿Será posible caminar bajo la lluvia? ¿Será posible superar ese frío insufrible? ¿Será posible brotar una y otra vez, como ensayando la vida y el tiempo, de lluvia en lluvia, hasta que ésta cese? Creí haber provado una vida sin lluvia, pero de ella huí también moribundo y desganado. Mas lo que cansa es pensar, no caminar. Seco, parado como estaba; medio muerto, medio ahogado, medio despedazado, hice llover para poder morir y, si mis recuerdos me eran fieles, renacer. No recuerdo cuántas veces habré dado las mismas vueltas. No recuerdo qué de todo aquello fue real, qué me inventé y qué me creí. No recuerdo inmensamente el sentir de esos días de lluvias voluntarias. No recuerdo la razón de mi vacío, y sin duda me es un misterio cuánto y cómo he dejado atrás. Por alguna razón siento su peso mas no su dolor, y esa fortaleza es un regalo tan divino como aquello a lo que me impulsa enfrentar. Las lluvias, desde ese primer sol, han ido y venido. Algunas más crueles, otras más piadosas, arrancan pedazos del cadaver que fui dejando, y por ello les agradezco. De muy sutil forma ellas me dicen "de nada". Ahora el Sol me es ineludible. Aún si no lo quiero, su calor me hace caminar y rara vez determe a pensar; ¿en qué podría pensar de todas formas? No es como que tenga algo que recordar... Y cuando la lluvia ocasionalmente cae, es claro por mi disfrute que es de alguien más. Y con ese alguien, al final de su ciclo, comparto su destino.
Hice llover
Autor: Carlo Biondi  540 Lecturas
Con una extensión de unas decenas de kilómetros,  Borea era la ciudadela más grande de la flota, con una capacidad militar acorde a su tamaño. Desde su centro surgía la torreta de control, una compleja red de pasillos, salones, escaleras y ascensores, de gran importancia estratégica. Solía viajar, además, con varios cruceros a su alrededor, y ocasionalmente algunas naves menores. Muchos de esos cruceros eran naves más bien antiguas, pero insignes e históricas, siendo más valiosas moral que militarmente.En una de esas pocas, frágiles, visibles naves menores, se encontraba la familia de Laurean, quien por supuesto no confiaba en esos anticuados cruceros para defenderla, pero si tenía una fe ciega en la ciudadela y su capacidad defensiva. Hasta ahora.En el refugio aún reinaba el caos. Órdenes a viva voz iban y venían, contradiciéndose entre sí. Para Laurean era todo lo mismo, una sucesión de explosiones mecánicas, químicas, vocales.Lenta y dolorosamente procesó la idea de que todo estaba perdido. Todo por lo que había trabajado toda su vida, todo lo conversado el día anterior, el futuro ya pactado, su nueva vida…A lo primero que atinó, luego de lo que pareció una eternidad en el infierno, fue a pensar en su familia. Si la torreta de control había sido destruida,  no podía ni imaginarse qué pasaría con una tan pequeña como la de ellos. Sin pensarlo –ya había perdido mucho tiempo en ello-, salió del refugio y se dirigió a la ventana más cercana, una difícil tarea por la ubicación estratégicamente rebuscada en la que se encontraba. Muchos ascensores se encontraban incapacitados, y mientras subía por intrincadas escaleras y se acercaba a las plantas superiores, se hacían más frecuentes los heridos y muertos.La escena era salvaje, y en cada cuerpo veía los rostros de su familia y la forma en que sus vidas podrían haber terminado. Mientras más subía, su espanto crecía, y la situación se volvía cada vez más horrorosa; incendios casi en cada puerta, gritos de dolor que llegaban desde cerca, llamados estériles del altavoz, y estructuras derritiéndose lentamente. Cuando al fin encontró una ventana, se percató de que estaba a sólo un par de niveles de donde estuvo alguna vez la torre, y volvió a recordar al capitán, y su promesa.Aquel capitán era perfecto: Ojos grises como su cabello, masculinamente felinos. Pómulos pronunciados. Rigurosamente afeitado, acorde a su cargo. Y unos labios finos pero precisos. Preciosos… Una gran contextura, de hombros anchos y sólidos, un torso esculpido por años de servicio militar estricto e ininterrumpido. Unas piernas de acero a prueba de sables y balas. Y una entrepierna… muy bien equipada. Sin duda, era el más importante de toda la flota. Un capitán digno de su nave.Un dolor agudo, ardiente, en su pierna, la sacó de sus fantasías; una pequeña llamarada estaba quemando pacientemente su uniforme de descanso. Con rabia y vergüenza, sofocó a golpes el fuego, sin entender cómo su mente se perdía en esos pensamientos, en aquel caótico momento. Quizá el dolor era tanto, que su mente encontró en sus recuerdos una forma de evadirlo.Miró hacia la ventana y recordó su objetivo. Olvidó lo anterior y se concentró en buscar con su mirada, la pequeña nave familiar. El caos al interior de la ciudadela no se comparaba con el exterior. Explosiones por doquier y fuego cruzado le dificultaban la tarea. Luego de lo que sintió como horas, y mientras lágrimas de desesperación caían por sus mejillas, logró ver un pequeño destello plateado, y por instinto supo que encontró lo que buscaba.Al tiempo limpió sus lágrimas, vio su reflejo en la ventana, y se indignó consigo misma. No era momento de llorar, o pensar en capitanes. Algo más podía hacer. Algo más debía hacer. Sin importar cómo, tenía que componerse; no todo estaba perdido.
1.1
Autor: Carlo Biondi  539 Lecturas
Una ventana flota en el firmamento, y puedo ver claramente tus ojos a través de ella. Me llaman, me esperan. Me enseñan un camino… Espejos con imágenes volátiles de mi rostro incompleto me distraen y ensordecen, y pronto comprenderé que hay algo más allá… Más allá del ambiente caótico que me fue creado, que dejé existir, está el comienzo que siempre fue el fin de algo que nació eterno… Una catedral vacía llama desde mi interior, grita por auxilio y demanda mi consciencia. Y ningún ornamento es capaz de saciar su sed… ¿Qué hace de tu espera mi agonía? ¿Qué debía sentir? ¿Cómo haber podido continuar…? Esa sonrisa incompleta fue todo cuanto tuve, en éste lado, al final. Fue todo lo que fui y creí ser hasta escuchar, entre todo este ruido, tu llamado… Debes confiar, tranquilo y en paz, en el tiempo. Ese que te llevó antes, me llevará pronto. Soy consciente, por supuesto, de que ninguno existe… Perdimos la fe entre cortinas y un frío, triste verano. Pero tus ojos, ellos la recuperaron. ¿La traes de vuelta? No es posible, ¿no? En esos ojos veo lo necesario de tu partida y lo innecesario de tu regreso. Es por eso que me esperas… ¿no? Por lo vivido y lo muerto, renacer se hace una constante después de dar el paso… ¿Acaso tú lo diste? Mi fe en tus ojos, que veo claramente asomados en una oculta ventana en lo alto de una catedral, aguantó cuanto le arrojé y se volvió inmortal aún si antes ya lo era… Espérame, si esto es digno de ser vivido. Que muertes hay muchas, pero vida una sola. Y en el lugar que estés, mi voz brilla en tu pecho. Y si todo fue mentira, muertos estuvimos todos. O nos creaste para fantasías y nos destruiste cuando maduraste. O mentira fuiste tú, fantasía mía, desesperada. O eso siempre creí… Pero los ojos no mienten. Los tuyos jamás lo hicieron. Y si los escuché fue porque tú los escuchaste. Y si les creí fue por crearte. Ciertamente fuiste un tonto…
Ventana
Autor: Carlo Biondi  538 Lecturas
Todo el dolor desapareceA través de los ojos del gato. Lo miro, y a la vez me mira Y es como si dejase este mundo, Perdiéndome en él…   Un inconsciente me posee Y me libera de mi ser Soy él, y él, no sé No estoy en él, y él se va.   Su mirada me vacía Me limpia y me arranca Mientras los miro no soy nadie Y sus ojos son eternos…   Su pelaje es el fondo perfecto De la liberación absoluta Del Nirvana La oscuridad absoluta Pura, vaciada.   …Sus ojos me abandonan Ignorando mis súplicas. Soberbios, felinos.  Y vuelvo a los recuerdos, Los hechos, las palabras La inseguridad más absoluta El abandono, la humanidad.   Solo espero, ruego Que la próxima vez Que sus ojos me posean No dure tan solo un segundo…
Ojos del Gato.
Autor: Carlo Biondi  533 Lecturas
As God hides the sun from my view A shine makes all the noise I'll ever hear A light fires up in the depths of a shadow And a dark plate brings the remains of all that's known A heavenly field burns with desire After all the years buried and forgotten All is found, for the glory to come All is lost, for the misery above And all will fall when it comes the time As the sun hides from the eyes that see A torch lights up the darkest of skies And with it, the end And beginning Are one in the same The birth to another world
birth
Autor: Carlo Biondi  529 Lecturas
“Los perros tienen solo un defecto, ellos creen en los hombres”.   Despertó con un poco de frio, como siempre. Estirándose un poco, sintió su pierna entre las propias, y se relajó. Se volteó hacia su lado, le acarició la larga cabellera, un poco grasosa, y se enderezó. Comúnmente le daba profunda pereza levantarse. Este era un día muy, muy común. Al pararse, le dio un poco de trabajo darse cuenta que Thor no estaba. Generalmente amanecía o a sus pies, o en su cabeza, pero esta mañana no apareció junto a él. Seguramente, pensó, fue a buscar un poco de comida. No era raro encontrar a esas horas restos. Tomó su cuaderno, antiguo, gastado, descompaginado, y lo revisó. Aún faltaban algunos sitios por visitar, y era un buen día para hacer esos trámites. Con delicadeza la despertó, diciéndole que tenía que marchar, pero que estuviera tranquila, volvería pronto. Sabía que eso era probablemente mentira. Quizá ella también lo sabía. Quizá preferían engañarse, creer sus mentiras, vivir la falsedad y transformarla en verdad, una que escapa totalmente a la realidad real. Partió así con su mochila al hombro, muchos lápices y hojas en un blanco prístino dentro de ella. En eso se acerca Thor. Sin duda tenía muchas ganas de acompañarlo en su viaje. Siempre se encontraba comida, camaradas, ruedas y un sinfín de cosas fascinantes cada vez que iba con él. Pero no pudo, pues esta vez le correspondía cuidarla en su ausencia. No era bueno que se quedara sola. No así, no ahí. Y con pesar y lealtad tremenda, Thor se devolvió por donde vino. Comenzó en el bandejón mirando hacia la gran casa, mientras se preguntaba por qué no había ido allí antes. Por más que lo pensaba no tenía sentido. ¿Un lugar tan importante, sin una atención primordial? No le dio más vueltas, y cantó sobre el papel… Este monumento siempre le causó gran intriga. Ansia, incluso. Siempre se preguntaba al pasar por fuera qué ocurriría allí dentro. Semejante casa sin que nadie la habite realmente. Le causaba casi nostalgia… Al terminar, decidió acercarse a la gran torre. Una torre importante en el inconsciente colectivo de aquellos transeúntes, transportados siempre como por la misma energía, al mismo ritmo, como si viniera de ésta. Esta vez cantó desde arriba de un árbol, donde no le vieran, en lo posible. Lo hizo rápido, sabía que podrían sacarlo de ahí en cualquier momento, y si bien las hojas le tapaban gran parte de la vista, la había visto tantas veces que sus ojos solo eran una proyección de una imagen mental, mucho más hermosa y valiosa. Al terminar se bajó cuidadosa y sigilosamente, pues no quería ser descubierto. No aún. Decidió adentrarse en las calles. Había visto, no hace mucho tiempo, no muy lejos, unas casas maravillosas, como sacadas de otro tiempo, de otro lugar, y merecían ser descubiertas. Si a través de su canto podía ayudar en esa tarea, tanto mejor. Estas casas eran su telón y sus butacas propias, y el sitio perfecto para cantarlas era entre ellas. Mientras lo hacía pensaba en sus fachadas, blancas como la nieve. Pensaba en su pecado. En que podría estar del otro lado, viviéndolas, y no ahí donde estaba, mirándolas. Cantándolas… Pensó incluso en que podría haber sido casa. Ventana, puerta, árbol, cielo, nube, aire… Quizá su peor error había sido ser persona. Quizá había algo peor. Su andar le llevó a una calle antiquísima. Rodeada de casas hechas específicamente para no contener personas. Esto le escandalizaba. Se dijo que, por lo mismo, estas calles no merecían ser cantadas. O quizá él no merecía cantarlas. Pasó.   Luego de mucho caminar, varias limosnas y algunas comidas, prefirió volver. Se hacía tarde y no quería que ella estuviera tanto tiempo sola, aún si después de encontrarse lo siguiera estando. Quería estar con ella. Quería que ella estuviera con él. Quería entregarle lo que merecía, necesitaba. Lo que él necesitaba. Quizá algún día ella despertaría, daría las gracias y devolvería la mano. Esa esperanza era el mejor alimento que había probado. Al llegar allí estaban ella, Thor, y el cartel. Saludó a ambos con cariño, le entregó comida a cada uno, y esparció sus cantos por el suelo. Por la reacción de quienes se dignaban a mirarlos, había sido un buen día. No todos eran así. Cantó también en ese momento, pero ya no sobre casas ajenas, sino sobre la suya propia. Sobre imágenes mentales de compañía y desolación. Sobre perros, seres inocentes y estúpidos. Sobre él mismo y su error más grande, un error que no quería obligar a Thor a cometer. Un error que le había significado su realidad. Un error de inocencia y estupidez. Un error que no podía evitar. Un defecto, al final. Al llegar la fría noche, se recostó en la fría calle, con ella igualmente fría, con Thor siempre a sus pies, en su cabeza, leal como siempre, inocentes todos, bajo aquel cartel que rezaba: “Los perros tienen solo un defecto, ellos creen en los hombres”.
Alone in this room No hand to grab No mouth to kiss No soul to touch   Dark is all I feel inside Darkness is all I can see through my eyes   I can see The end is near Far from the truth I lay here waiting For the death to come   A hug from my very own arms Is all I get A voiceless scream Is all I left   As I walk through it all All I have is nothingness Nothingness is everything Every moment of existence Existence I did not want Material mind Material soul Material instance of existence Just a matter of life And death   Death of my soul Happened long ago   I long for you For your times For your days For your naked, fearless, pure soul. Your love.   Let me embrace myself In a lake of happiness Long gone and long Forgotten Long seen but never Forgiven   Not a noise A little sound or movement Is heard from here The palace of empty beauty Of empty souls Of empty beds, windows and moons A noon without you And a lifetime of longing Is all I hope From this life Entombed
alone
Autor: Carlo Biondi  523 Lecturas
Half the moon I saw tonightHalf the time that came, went byHalf the stars were out in the skyHalf the man I was, was right The missing parts are far behindFar beyond the reaching sightTo me, I told them to hold tightWhile I was busy, lookingFor some place to hide I never thought that half the eyesHalf the mind will be left aliveI never wanted to become the iceThat would freeze you and changeYour life... The moon's reflection on the seaMade the sky feel warm in spiteThe deeply hollow, greatest placeMy moon, thats halfWith you inside The empty space you took and keptThe part I gave, now I regretThe moon I saw, with half my eyesHalf was mineHalf was naught
Untitled
Autor: Carlo Biondi  521 Lecturas
In the deepest reaches Of my broken soul No light can be Reflected on you   The source of all light Went away with the flow, With the tides of time   The heart of mine is But a memory of what I felt In times of yore… Nothing can be said No one is there To listen To see To feel The sacred power of This light you bring Is useless here. Go away, please Go Don’t be me Never become what can’t be heard What is not seen What no longer feels.   Light is a shadow of my past Light went away with the sigh Of our last kiss. My soul no longer lives in this eyes. By the time your lips closed Hope collapsed on itself And this mourning began.   Darkness in my heart Swallows all light you can bring Don’t expect this to be your home ‘Cause it isn’t even mine   Take your shining heart Your pristine eyes Your brave heart To the home it can reclaim Far away from here The tides are savage And the shadows of the past Merciless…   Don’t let me make a me Out of you Run while you can Before all lights go out. Leave this forsaken place Someday I’ll do it to…
Blackhole
Autor: Carlo Biondi  516 Lecturas
En aquel lugar, nadie me tomaba en cuenta. Por más que insistiera, la atención era lo que más se negaba. Había una abundancia de todo, mas ese todo hacía que las cosas desaparecieran en frente de sus caras. Todos, sin importar cuándo, cómo, dónde y porqué, estaban demasiado ocupados consigo mismos. Y nadie prestaba atención. Nadie prestaba nada. Decidí acercarme al maestro. Un hombre muy alto, muy delgado, muy despeinado, muy barbudo, muy inteligente, muy talentoso, muy alegre, apasionado, demandante, determinante, amante. El hombre era, bajo todo aspecto, un extremo. El maestro daba una cátedra como nunca ví, ni antes, ni después. Su cara era de una concentración indescriptible, sus movimientos, apasionados. Cuando hablaba, su voz era dulce como la música que tocaba en su piano, pero tan varonil como la del hombre más viril que vi en mi vida. Su pelo se movía con el movimiento, constante, de su cuerpo. Sus manos eran batutas. Sus dedos, pinceles. La escena era victoriana. En medio de la habitación, justo en frente de la cama, había un gran piano de cola, sobre una alfombra de colores y diseños exóticos. Al lado un lienzo, blanco aún, sobre su atril. Un poco más allá, detrás del piano, un libro en blanco, sobre un escritorio, con su correspondiente pluma y tinta. Más allá de las vallas instaladas al rededor del maestro y sus instrumentos, había un chico, con un pergamino en la mano. En éste, escritas palabras aparentemente aleatorias que, a medida que se le decían, el maestro las transformaba en melodías en su piano, en escritos en su libro, en pinturas en su lienzo. Siempre el maestro parecía reconocer, recordar, revivir lo que el chico decía. Y luego, a veces por solo unos cuantos segundos, se abalnzaba sobre su piano a tocar las melodías más hermosas que escuché. Luego de eso hablaba. Hablaba con una pasión hipnotizante, con una convicción sobrecogedora. Con una verdad innegable. Y luego se arrojaba al libro. Y en el libro se entregaba por completo. Muchas veces hablaba mientras escribía. Otras, escribía mientras hablaba. Sus tópicos eran la vida misma. De eso era esta cátedra. Ningún tema era irrelevante. Y todos pasaban, de alguna u otra forma, por sus instrumentos. A través de sus intrumentos, hacia nosostros. Y nosotros entendíamos. Veíamos, escuchábamos, leíamos. Porque estábamos despiertos, porque queríamos ver. Porque queríamos aprender ese arte de la vida, que es el más difícil, el más lejano, el más inalcanzable y el más importante. Y a través del arte de vida del maestro, aprendimos. Su entrega, su pasión, su muerte en sus instrumentos, en sus enseñanzas, el resucitar de su voz y manos y mente y espíritu a través de este arte, le hizo eterno. Eterno en nuestros propios discípulos, en nuestro propio ser. Gracias a dicha cátedra yo, al fin, aprendí a hablar. Y ya nunca más fui ignorado.  
La cátedra
Autor: Carlo Biondi  515 Lecturas
Al principio todo estaba bien. Me dije que no habría nigún problema, y que era pasajero. Llegué hasta a creerlo, al menos un tiempo. De a poco me fuí dando cuenta que no sería posible. A veces un dolor, a veces un recuerdo. Otras, una visita. Supongo que ellos, al igual que yo, sabían que no podría olvidarlo. Claramente ellos se esforzaban, más que yo, en recordarlo.Y cómo poder olvidarlo. Poco a poco, lo sentía. Sentía sus brazos extendiéndose a través de mi. Me provocaba una repulsión tremenda. Lo sentía comerme, a veces muy lentamente, otras, con una velocidad desgarradora. Luché muchas veces por detener su avance. Llegué a creer incluso, que lo había logrado. Tan equivocado estaba... Lentamente me consumía, invadía mis entrañas, me secaba y envejecía. Un agujero negro, tragando luz sin vuelta atrás, y sin descanso.Recuerdo haber sido llevado hasta la locura, y me imaginé amándolo. Temo haberlo hecho.Cierto día, después de luchar y rendirme muchas veces, simplemente le permití seguir. Estaba ya demasiado cansado, y sabía la derrota inmisericorde a la que llevaba aquella lucha.Le permití entrar y romperme, hacerme sangrar, clavarme y expandirse. Extender sus raíces hasta los confines de mi ser. Y me gustaría decir que no sentí su avance, pero lo sentí en todo momento. Incluso hoy me provoca escalofríos pensar en ello. Bastaba un movimiento, aún una mirada, para sentir su presencia, cada vez más grande y avasalladora.Se lo llevó todo, mi adultez, juventud e infancia. No me dejó más que la resignada vejez, el otoño más íntimo, con su lluvia de hojas secas desbordándose de mi. Al caminar, como mis propios sueño, podía sentirlas crujir. Como las polillas moribundas plagaban los pasillos, moribundos sueños plagaban mi mente. Y cada vez quedaba menos...En esos momentos deseé buscar una serpiente que me ayudase a volver a mi planeta. Pero mi planeta era éste y la serpiente me buscaba a mí, en mi interior.Los gritos eran cada vez más comunes, y los podía escuchar como viniendo de otro lado. A veces me costaba creer que era yo quien gritaba de forma tan horrorosa, con tan espantoso dolor, con tan poca esperanza. Jamás pensé que podría gritar así.Alguna vez quise convertirme en él. Quise, por un instante al menos, ser el que causaba dolor. Quería saber qué se sentía. Por supuesto, eran solo los sueños efermos de un moribundo, alucinando entre placer y dolor, entre vida y muerte. Entre una una vida cada vez más exigua y una muerte cada vez más poderosa.Cada día costaban más los pasos. Cada día pesaban más mis pies, mis manos, mi sangre.En las noches de Luna, sólo ella me consolaba. Entre tragos y sollozos, me dormía entre sus brazos, y soñaba. A veces lo más terrible eran los sueños.Un árbol crecía desmesuradamente, y apenas sus ramas alcanzaban el cielo, sus raíces penetraban lo profundo del infierno. No me es aún posible definir aquel dolor. Dudo incluso, que mis gemidos al despertar le hicieran justicia. No, aquel dolor no era de éste mundo. Eran los gritos desesperados de la muerte, clamando mi nombre y ofreciéndome sus brazos. Recuerdo, en más de una ocasión, haber respondido positivamente. Pero no era suficiente, la muerte quería antes vaciarme de todo deseo y esperanza de vida, y día a día hacía su camino en mí.Cerca del final, le rogué a mi madre un abrazo, a mi padre su voz, a mis hijos sus manos, a mi esposa un beso. Un beso con el que sentí todo lo que buscaba. "Una palabra tuya bastará para sanarle".Y la serpiente me encontró.Entre amor, rabia, dolor, placer indescriptibles, inhalé la que sería mi última bocanada de aire. Miré hacia todos lados; la habitación, el barrio, mi vida, el universo cegándome con su blancura. Lo ví absolutamente todo. Y luego, cerrando los ojos, exhalé mi vida fuera de este cuerpo maldito, desdichado, enfermo.Recordé mi vida entera, mi niñez, adolescencia y juventud, mi adultez, mis amores y pasiones, mis dolores más profundos. Me desprendí de todo el peso que ya no podía cargar. Que ya no necesitaba. Le puse la otra mejilla a mi historia y, con una sonrisa, renací.
David
Autor: Carlo Biondi  514 Lecturas
Despertó en su cuarto, aterrado. Había tenido nuevamente aquel sueño, aquella pesadilla tan terrible. Aquella en la que se sentía tan feliz. Aquel sueño que hacía que despertar fuera la pesadilla. Y eso era lo terrible de aquel sueño; despertarse.
Sueños...
Autor: Carlo Biondi  512 Lecturas
Un salvaje trueno hace crujir la habitación, que frágilmente amenaza con desmoronarse.  El estruendo simula ser eterno, y el temor de una catástrofe inunda el ambiente. Testigo inútil soy, de todo esto, y mis oídos reclaman un coraje que parecía olvidado. Me parece oír gritos de auxilio, en un lugar tan cercano como inalcanzable, y sólo atino a comprender lo que dicen. El temblor mueve los cimientos mismos de la casa, y no parece terminar pronto. Recuerdo con espanto aquellos temores de los cuales me protejo, en esta frágil habitación, debajo de cuales cimientos está todo sumergido. Pretendo, como siempre, estar tranquilo. Mas no lo hago un interés egoista; tengo muy claro que la estadía misma de todo cuanto vivo depende de ello. La fragilidad de esta habitación no es casual, ni producto del infame paso del tiempo destructor. Toco las paredes no para sostenerlas, sino para comprenderlas. Nada ocurre que no haya sido antes. Ellas mismas me tocan y me invaden, ellas mismas son las que gritan.Y logro al fin comprender su dolor, su miseria, su queja, su llanto. Su pesar no está en el techo que me cobija, no está en el tiempo, ni en la compleja distribución de su estructura. Si algo ha hecho aquello, es darles la vida que aún ahora las mantiene, aunque crujientes y débiles, en pie. Dolido por aquellos quejidos llenos de amargura y resentimiento, las intento calmar diciéndoles que todo pasará, que han resistido tormentas y temblores peores que éste, que su tesoro es gigante y no le pueden fallar. No me pueden fallar... Una suave brisa entra por la puerta, abierta a la fuerza de par en par. Sin despegarme de las pobres paredes, escucho atento lo que el viento dice, y caigo de rodillas. El viento, que lo ha visto, lo ha dicho, lo ha hecho todo, me revela aquél largo misterio que, encerrado en esta escuálida habitación, creí esperar o buscar por tanto tiempo. Vaciado de ansias y suspicacias, dejo ir los muros que me rodean y que tiemblan con la idea de un final inesperado, pues este misterio es sólo uno y más grande que cualquiera. Comprendo también que no hay estructura que logre aguantar su peso, y que su verdad es más poderosa que cualquier fuerza que pueda hacer por sostener lo que se sabe ya perdido... Todo aquello ocurrió en un instante, eterno pero efímero, de un tiempo y un espacio que, por más que me esfuerce, no logro ni lograré comprender. El trueno y su temblor se detienen, atiendo al silencio y escucho. Me cuesta salir del trance al cual el miedo me llevó, pero no tengo otra opción. Pues nunca fue el cielo o la tierra lo que me atacaba, sino sólo un par de gatos que corrían por mi techo.
Estampida
Autor: Carlo Biondi  512 Lecturas
En mis sueños mi futuro se aparece clara y constantemente. El presente me es lejano, casi silencioso, como si enmudeciera frente al peso del hombre que vendrá. Es una humildad sutil, pero grandiosa al contraste del altisonante pasado invasor, ese que frena la vida. Ese que le dice a la vida que es preferible la muerte. Ese maldito embustero que es el pasado, que por su falta de vigencia declara la guerra total a la dicha. Ese que si no destruye, impide al menos construir.En mis sueños a veces es éste cargante sujeto de admiración el que aparece, para mentirme como siempre lo ha hecho. Y si gana, celebra su victoria sin mirar a quién, y se aleja fanfarroneando como si lo hubiese conseguido todo. ¡Vaya cómo dan ganas de odiarlo!Pero cuando la rabia que antecede al odio sale a su encuentro, la reprimo y, en vez, lo quemo. Le hago arder con la mayor de las llamas, para que ilumine realmente su rededor, para poder realmente admirar aquello que se esconde tras su conformidad.Y es que el futuro aparace, pero no se ve. Sólo veo guías, señales, atisbos de señales, ápices de recuerdos quebrados y corruptos. No veo realmente nada claro, ni constante. Las olas del fuego a veces iluminan un sentir o parecer (rara vez un pensar) que son a veces residuos, inventos, intenciones, palabras a medias conducidas, mas jamás se aparece ante mis ojos. Sabe seducirlos y por eso se les oculta.¿Qué queda tras el consumo del pasado? Unas notas aleatoreas a priori parecen señalar el comienzo de un infinito camino, que perdió su comienzo, o sus primeros pasos, hace largo tiempo. Y esas notas le hablan a mi alma, que se entrega por entera a la idea que éstas dan, aún a veces erróneamente. Es necesario dejar en claro que no es, por supuesto, el intérprete quien se equivoca; las decisiones son únicas mas iguales en su génesis.Es así pues que me enseño a ser yo, y comprendo mis caminos y mi futuro, y éste aparece lenta y claramente. Mis pasos concientes se acercan a la voluntad que viene, se alimentan de las cenizas que fui dejando con mis piras, mis "yo" pasados que no fueron más que experimentos que debían fallar, que debían dejar paso (y por supuesto morir) a ese ser ulterior.Ese ser que es sueño puro y futuro, por el cual tributo mi pasado y para quien trabaja mi presente. Ese vaticinio antiguo: "por el hombre que vendrá".
Desde la tristeza inexplicable Nace una soledad contradictoria. No es más que mi vida en ese círculo, En ese mundo perforado.   Me rodean otras vidas, apresadas por el plástico. Muerte y sangre y salvajes egoísmos, Mas sólo belleza alrededor mío.   Un bosque eterno Sembrado constantemente Pero nunca regado, de eso no hay tiempo.   Florezco en este mundo, en este bosque plástico, Gracias a la sangre y a la muerte y a la desidia colectiva. Un pantano de oasis aún virgen, por desgracia. Un círculo perforado es ventana del panorama Un desliz en la pendiente constante de ese mundo.
Flores.
Autor: Carlo Biondi  500 Lecturas
“El dolor te hace sentir la vida entera en un instante” Con esas palabras me encontré al caer en el camino. Las llamas lo cubrían todo, y pronto olvidé aquellas palabras, que sin embargo atesoré como al mismo amor. Sin querer partir, me fue imposible soportar ese calor y ese desierto, que tanto esperé para encontrar. Creí ilusamente poder alcanzar el cielo desde donde estaba, pero era muy claro que, en ese estado, jamás llegaría a volar. El viento dorado del atardecer me explica cómo, lo sé, pero no puedo hacerle entender que no le comprendo. Las últimas veces son siempre difíciles, y ésta me despojó de todos mis sentidos. La lluvia férreamente se ata a mi corazón, que despavorido se esconde donde muere la mente. Intentando levantar el vuelo, aún consciente de mi incapacidad, fracaso una y otra vez. Es imposible aprender a volar si no lo haces antes a caminar. Me parece insólito e inverosímil estar atado a estas llamas. Me parece inaudito el existir de este desierto maldito. Maldito y eterno. Eterno y perfecto. Pero no por eso menos maldito.  Y es que recibí la ayuda de tantos. Cada uno decía cómo ha de hacerse, seguros y resueltos me mostraban la forma y, frente a mis narices, emprendían el vuelo. No lo hacían parecer difícil. Sin embargo, jamás me fue realmente así. Sino que simplemente me fue imposible. Vagos recuerdos de un cielo claro como el oro me llegaban, jamás supe de dónde. Remolinos de palabras cruzadas, de gritos de aliento y llamadas perdidas. Nunca quise ignorarlas, mas no me fue posible atenderles. No me fue posible escuchar ni a mi propio corazón saltándose, progresivamente, sus latidos. Sin vida me quedé de pronto, y de pronto ya no recuerdo. La vida siempre es sabia. Siempre encuentra un camino por dónde abrirse paso y cumplir su voluntad aún muerte mediante. La vida tiene extrañas formas de hacer las cosas, ciertamente. Y por sobre todo, de enseñarlas para que sean hechas. Perdiéndome camino adentro, no logré divisar bien aquello que venía con toda fuerza hacia mi rostro, y que prontamente lo desnudó. Advertí un sutil cambio, pero lo ignoré por ser mínimo. Uno siempre cree aquello, de lo que ocurre frente a sus narices. Grande fue mi error. Y fue pequeño el salto que di. Ese último salto antes del martirio de enfrentar la soledad ominosa de la voluntad de estar sólo. Sin palabras, sin camino. Ni llamas, ni lluvia. Ni guías ni maestros enseñando el arte de volar sobre la vida. Sólo él sólo y la mente y su recuerdo de sí misma siendo mente. Viviendo la vida entera, en todo su espectro de tiempo, en un instante. Ese en el que caí de cansado de caminar por el desierto quemándome los pies y las entrañas de un dolor que sólo puede hacer justicia a una vida de soledad e injusticia. Cobardía. Miserable cobardía que atrapa a quien gusta de volar sin esfuerzo. Esa de la que caí escuchando unas palabras que hacen eco en esta mente dentro de la mente. En esa esperanza antojadiza y artificial que fue el sentir de ese viendo dorado. Esa maldición de los sentidos, que sin embargo ya me habían sido privados. Y las escucho. Veo sus seres sumergirse en el veneno de volar tan lejos. Tan lejos. Sin estar aquí, donde me hayo yo, quemando y sufriendo y soñando con lo fácil de un atardecer que sólo podría ser prestado. Porque el mío fue otro, sin duda. Porque, el mío, fue. Y en este mísero cuarto del cual no poseo más que una ventana, me aflojo y me desvelo, y siento en mí el ardor de mil desiertos, que junto a mi desprenden esas llamas que ahora lo queman todo. Sin esperar, ni despertar, me agencio a lo que vi y viví, que no fue en la vida entera sino sólo en un instante, al doler del atardecer dorado en el que respiraba el cálido eco de unas llamas tenues. Veo claramente aquello que mis sentidos, por naturales, me lo prohibían. Siento aquel ardor del vivir en libertad y plena consciencia de que todo ha pasado y pasará, y que no hay finales sino sólo comienzos. Esperando la vida entera por ese instante en que se manifieste, comprendo su mensaje y me arrojo a ella. No sería correcto darle rencores y penurias, sino sólo el más profundo agradecimiento. Y, qué duda cabe, no a la vida, sino al dolor. Ese que me hizo, después de todas las vueltas, huir de esta muerte y alzar mis alas a la vida.
Subliminal
Autor: Carlo Biondi  485 Lecturas
A través de esta vida Yo seré tu distracción Tu enfoque primordial De toda sensación   Seré bruma en el pantano Tu pantalla principal Tu entrada y salida Tu órgano funcional   No pretendo demostrar Justicia o iguadad No quiero ser tu ideal Sino tu terrenidad   Poséeme Adórame Compréndeme Atrápame Poséeme...   Quiero aprender a ser en ti Un universo en expansión Un cielo sobrecogedor Una tierra conquistada...   Acompáñame en las rondas En mi mente y en mis pies En mis cantos más alegres En mis derrotas más tristes   Sírveme, y te serviré Te ayudaré obedeciéndote Te escucharé, creándote...   Me desvanezco... Me pierdo y me callo Desaparezco. Te has ido de aquí.
Distracción
Autor: Carlo Biondi  471 Lecturas
Golondrina miaCantaste cuando nadie lo hacíaLlegaste en el momentoEn que mi ventana era vacía.Un cúmulo de indiferenciasDe sordera y desidia.LlegasteRompiendo espejosRompiendo esquemasRompiendo vidasRompiéndote...Tu mirada siempreSiempre hacia alláHacia el horizonteHacia lo efímeroLo importanteLa vida...Me pides con miradaQue cure tus alasRotas de tanta libertad.Me lloras una jaulaY yo te la dibujo.Lloras con La belleza Jamás presente en tu vuelo.Lloras conEl cuidadoJamás presente en tus ojos.LlorasCon el miedoPropio de alas rotasQue no se atreven a volar ya más.Pero haz de saber, lindaPalomitaQue tus alas vanVan sin másTe trajeron hasta acáRompiendo esquemasY espejos, y alas,Y te llevarán haciaEl sol mismo.El horizonte que EscuchasteEn tus sueños más profundos,Más enfermosY delirantes.Más sinceros...Gorrión tuyo, Entrégate a este caosA esta, mi jaulaQue no es más que tuyaMás que el reflejoQue te devuelvo.En estre maravillosoY doloroso truequeSana tus alasRemenda mi espejoCae más bajoVuela más altoAzótame más duroLímpiame de miCúranosSentémonos en esa rocaLlévanos al solAl reflejo interiorAl resplandor de ese sueñoQue alguna vez nos conectóY sumérgeteY encuéntranosY cantemosY volemos hacia el solY cantemos...
Palomita
Autor: Carlo Biondi  464 Lecturas
Imagen
Darko
Autor: Carlo Biondi  460 Lecturas
Imagen
Lunacy
Autor: Carlo Biondi  458 Lecturas
Como una polilla, se encuentra Revoloteando en mi cabeza Chocando con mis ventanas Alimentándose de mi luz   No se rinde en sus intentos De entrar a toda costa Descansa en mis ventanas Drogada con mi luz   Me hostiga y acosa Llamando mi atención Me mira a través de mis ventanas Seducida por mi luz    Invade mi intimidad Mi guarida más profunda Juega con mis ventanas Vistiéndose con mi luz   Me observa con deseo De poseer mis emociones Choca con mis ventanas Cegada por mi luz       Mas no puede entrar Ni atravesar mis ventanas He de ignorarla si deseo ser libre De tal magna molestia Estorbo del paisaje.   Se posará y esperará Mirará con añoranza Esperando el momento preciso En el que mis ventanas se abran   Tendré que esperar lo suficiente Refugiarme Lejos de su alcance Tan lejos como una ventana   Rociarla con el arma De la indiferencia más descarada Atacarla con ella, hasta que esta la mate La suicide y la extinga Pues no existe mayor remedio Para el estorbo y molestia De su existencia Que la indiferencia Sobre su vida y muerte.   Y la polilla En sueños de luz Caerá muerta.
Polilla
Autor: Carlo Biondi  457 Lecturas
Cuando paso por ahí Nos puedo ver sentados en la banca No sé dónde estará tu corazón, pero el mio aún sigue ahí Buscándote. Te persigue por el parque intentando aferrarse a ti Aún si no te encuentra Tu te fuiste hace mucho tiempo...Hay oasis en todas partes espejismos dolorosos hirientes, malignos. me hacen sangrar nuevamente como si la herida estubiese recién hecha. Por encontrarte sería capaz de vender mi inocencia contaminar mi pureza... quemarme completamente solo por tener una vez más tu atención tu cuidado, tu dolor... Si pudiera escoger nuevamente, Viviría tal cual hasta que te conocí desde ahí mordería todas tus manzanas perdería cualquier paraiso para ganar el tuyo... Cualquier pecado sería poco si de eso depende tenerte porque no existe alguno peor Que ser quien no mereces y perderte... Como pecador mi alma vive en pena y deambula por mi cuerpo Aunque aún no pueda encontrarla quizá te la llevaste también. Mi búsqueda continua, y por la ciudad no dejo de verte. en cada esquina, a cada paso. Llego a odiarte, por la maldita conciencia de saber que no he de encontrarte, que me abandonaste a mi suerte, a mi desdicha e infortunio. que ya no existo y desaparecí. Quizá siga tus pasos y me abandone igualmente cuando el dolor sea más grande que el don máximo cuando la indiferencia pueda más que el deseo cuando te encuentre en mi o cuando me pierda dentro. Cuando no quiera odiarte más Cuando mi amor se extinga... Por ahora seguiré caminando Sin tocarte... Sintiendo en cada fibra de mi cuerpo el calor abrazador del amor y del deseo, del dolor más profundo, de la felicidad más abrumadora, de la necesidad implacable. Y desde aquí te agradezco Por darme la vida Por que el único motivo para mantenerla Es que podré volver a verte. Algún día...
Verte desde aquí
Autor: Carlo Biondi  456 Lecturas
Hubo una vez una niña, que a través de su ventana observaba al mundo. Lo veía ir y venir, correr, nacer y morir, todos los días, sin variación y sin detenerse. Observaba a las personas pasar, siempre solas, apresuradas, agitadas, ensimismadas, sin mirar al resto jamás. Y esto le abrumaba y entristecía. No podía comprender cómo existía tanta gente, tan individual, tan separada e independiente. A menudo recordaba la expresión "mar de gente", comparándola con lo que veía. "Esto no es un mar", pensaba. "El mar es mar. Es uno. Son millones de gotas que, juntas, hacen un todo llamado 'mar'. Aquí sólo veo gotas". "Esto no es un 'mar de gente'", concluyó; "Esto es una tormenta..." Cierto día, mientras observaba la tormenta pasar, un mirlo se posó sobre su ventana. Por lo general no se veían aves desde donde se encontraba, y ésta en particular le sorprendió mucho, pues no había visto una semejante. De pronto, el mirlo comenzó a cantar, y a ella le pareció el canto más hermoso que había escuchado en su vida. Su canto le envolvía, le bañaba con su belleza todas las emociones, y no pudo más que dejarse atrapar por este arte tan hermoso. Llegada la tarde, el Mirlo cantó por última vez, casi como una despedida, calló, y se echó a volar. Aunque la niña sentía que podría estar escuchando su melodía toda una vida, esto no le entristeció; haberlo escuchado fue lo mejor que le pudo haber pasado, y se sentía muy afortunada. Además, sentía dentro de ella que no sería la única vez que lo escucharía y, conforme y en paz, se alejó de la ventana. Al día siguiente, temprano en la mañana, estaba la niña en la ventana. Y casi como por acuerdo, el Mirlo volvió a posarse y cantar. La niña había estado ansiosa. Si bien sentía que lo volvería a ver, temía que así no fuese y, por ende, no se hizo expectativas. Se debatía entre creer ciegamente en el arte del Mirlo, o pensar que había sido sólo un sueño. Que todo se lo había imaginado y que incluso, su melodía le pertenecía a ella, y había sido su creación... Mas después recordó que jamás había visto un ave tal, y que no podían ser coincidencia sus emociones al escucharlo. Llegó a pensar que sus emociones habían sido creadas para el Mirlo, y éste, para sus emociones... El canto del Mirlo volvió a envolverla, a estremecerla... Y nuevamente, llegada la tarde, cantó una última vez, como despedida, y se marchó. Así transcurrieron muchos días. Tantos que a la niña le comenzó a parecer costumbre la existencia del Mirlo. Era una parte más de su vida, y ya casi no la recordaba sin él. Acostumbrada ya al cantar y sin ya sentir lo mismo que antaño, se le ocurrió un día que, sólo quizá, podría hablar con él. Quizá si le preguntaba algo, éste le respondería. Quizá él, al ser ave, sabía tanto más que ella de los mares y las tormentas. Tanto más de la vida.  Aprovechando un silencio, preguntó; "¿Cuál es tu nombre?". Y el Mirlo cantó. Luego preguntó; "¿De dónde eres?". Y éste cantó nuevamente. Y aprovechando la ocasión, quiso hacer una pregunta más. "¿Por qué cantas?", le dijo. Y sólo recibió de respuesta un canto. Un canto, sintió ella, similar a los anteriores. Un canto, si bien honesto, inconcluso. Y esto la desalentó profundamente. Llegó a sentir incluso que el Mirlo la ignoraba, que no le interesaba lo que ella preguntaba, que no quería resolver sus dudas. Hasta pensó que el Mirlo podría no ser diferente a las personas que veía a través de su ventana. Que sólo estaba ahí porque quería cantar, que no era especial eso para él. Ella, para él. Todo esto le frustró tanto, que no esperó a que el Mirlo se fuera. Lo dejó sólo en su ventana, y se fue. Y él cantó hasta que se hizo tarde, se despidió, y se echó a volar. Llegó el Mirlo a la hora de siempre, al otro día. Se posó sobre la ventana, y cantó. Pero esta vez no había quién lo escuchara. La niña, que lo había acompañado tanto tiempo, que había escuchado y gozado su canto, ya no lo esperaba. Y sin embargo no dejó de cantar en ningún momento. Lo hizo hasta entrada la tarde. Cantó por última vez, como despidiéndose, y se marchó. Así transcurrieron muchos días. La niña, si bien escuchaba al Mirlo cantar en su ventana, no se acercaba y prefería incluso ignorarlo. Se sentía decepcionada y traicionada por este cantor, que en algún momento la había salvado de la monotonía de la tormenta, y ahora la había arrojado directamente a ella. Sentía que había sido sólo un juego, una más. Llegó a sentir miedo de su ventana. De acercarse a ella, y verse allá afuera, en medio de la tormenta. Mientras, el Mirlo cantaba. Un día, cansada ya de sus miedos, de sus pesadillas y su soledad, decidió escuchar una vez más al Mirlo que, como siempre, cantaba en su ventana. Decidió escucharlo a la distancia. Sentía miedo de acercarse, y revivir lo que ya una vez le hizo alejarse de él. Cerró los ojos, y escuchó... Y volvió a sentir. No tuvo claro qué fue lo que sintió, pero su corazón dio un salto, y sintió un pequeño calor en su estómago. Al sentir todo esto, se dio cuenta que el Mirlo jamás modificó su canto. Que sus emociones, si bien se habían ocultado a través de la costumbre, tampoco habían cambiado, y comprendió más que nunca que ese maravilloso canto que escuchó alguna vez hace tanto, seguía siendo el mismo, y que sus emociones seguían llenándose de el. Comprendió que no tenía sentido preguntarle con palabras a quien canta, y que las respuestas existían desde antes que las preguntas. Y en ese momento, escuchó, vio, leyó, sintió con su corazón. Encontró las respuestas a todas sus preguntas, incluso las que no había hecho. Incluso en las que no había pensado. Llegada la tarde, el Mirlo cantó una última vez, como si se despidiera, y se fue. Y resultó que, al día siguiente, la niña estuvo desde la mañana en la ventana, esperando al Mirlo. A su Mirlo. A su cantor. Mas éste no llegó. No llegó en la mañana, ni a medio día, ni entrada la tarde. Llegado ya el momento en que por costumbre se despedía, comprendió que, efectivamente, no llegaría. Sus esperanzas no fueron recompensadas.Se extrañó y preocupó mucho. Y cada mañana, por los días venideros, estuvo en la ventana esperando la llegada de su Mirlo. Y cada tarde la abandonaba comprendiendo que, al menos ese día, él ya no había venido. Cada día que pasaba, se sentía más vacía. Se arrepentía de no haber estado con su Mirlo todos aquellos días en que prefirió ignorarlo, creyendo cosas que sólo estaban en su cabeza. Creyendo cosas que él jamás le había transmitido. Se arrepintió de no haber puesto atención antes a tantos cantos. De no valorar la paciencia del Mirlo para cantarle aún ante su desprecio, aún ante su aparente indiferencia. Comprendió que habían cosas más allá, más grandes e importantes, que los ojos y los oídos de la mente. Que lo que le hizo sentir el Mirlo fue, desde un principio, real en ella. Y que durante todo ese tiempo de ignorarlo, también fue real, aún si su mente nublaba lo que su corazón veía tan claramente. Y se decidió a no cometer semejante locura nuevamente. Su momento más oscuro, entonces, se transformó en el de mayor iluminación. A la mañana siguiente, decidida a no dejar ir aquel canto, salió en busca de su Mirlo. Sin importar cuánto le costara, no descansaría hasta encontrarlo, aún si llegaba la tarde y el anochecer. Pero no alcanzó a llegar muy lejos pues, a la vuelta de la esquina, encontró a su Mirlo. Éste había permanecido mudo, hasta que la niña giró en la esquina, y se encontraron. Cuando lo hicieron, comenzó a cantar como siempre lo hacía, y la niña volvió a sentir ese abrazo, ese estremecimiento y esa caricia que era el canto del Mirlo. Permanecieron ahí todo el día y, al llegar la tarde y como de costumbre, él cantó por última vez, abrió sus alas y se echó a volar. La niña lo observó mientras se alejaba en el horizonte, con profunda nostalgia de su vuelo. Así fueron sus encuentros, desde entonces. Cada vez en lugares más lejanos. Ya no era la esquina, sino la plaza. Luego la avenida, el parque, la estación, la cancha, la escuela, la carretera. Todos los días era un lugar diferente, cada vez más alejado de su ventana. Llegó el día en que la niña logró encontrar a su Mirloya cuando caía la tarde, justo cuando él, por costumbre, se despedía. Esto le afligió mucho, pues sabía que no podría ya volver a su ventana. No quería hacerlo, y aquello le provocaba cierta incertidumbre. Si se iba, no podría escuchar a su Mirlo. Si se quedaba, su Mirlo cantaría por última vez, como si se despidiera, y se iría. En ese debate estaba, cuando ocurrió algo nuevo; llegada la hora, nada cambió. Su Mirlo seguía ahí, cantando, mientras el Sol se escondía lentamente, y la Luna ya podía verse en el cielo. Fue ahí cuando se dio cuenta que ya no habría retorno. Que su viaje sólo avanzaba, y que de su ventana se había al fin despojado. Se quedó entonces sintiendo al Mirlo cantar por lo que ella percibió como una eternidad. Se sentía abrazada, estremecida y acariciada por aquel maravilloso canto que era cada vez más fuerte, más alto, llenando más cada una de sus emociones. Llegando la noche, a la luz de la Luna y las estrellas, el Mirlo de pronto extendió sus alas y, sin dejar de cantar, comenzó a volar. La niña lo observó maravillada por la belleza que era aquel cantor. Ya no sentía incertidumbre, y de hecho, nunca se había sentido tan segura.  Su Mirlo comenzó a avanzar hacia el horizonte, y ella no dudó un instante en seguirlo a donde quiera que fuese. Recorrieron valles, montañas, tupidos bosques, potentes ríos, campos llenos de animales silvestres, y praderas que parecían mares de flores. Su Mirlo siempre cantando. Su niña siempre sonriendo. Aquel día, cayendo la tarde, llegaron a una pradera muy extensa, cubierta de flores. Sólo una roca sobresalía entre ellas. Y en ese momento, el Mirlo calló, y silenciosamente se posó sobre esta. La niña, preocupada, le siguió con la mirada, y luego se acercó hacia donde estaba. A medida que se escondía el sol, comenzaba a comprender lo que estaba ocurriendo. Una profunda paz le invadió el corazón. Un descanso, una armonía. Una melodía...  De pronto, el Mirlo comenzó a cantar nuevamente, y con un gran aleteo, se echó a volar hacia el horizonte, mas esta vez la niña no le siguió. Sentada, se quedó observándolo mientras se alejaba hacia el horizonte, cantando de la forma más maravillosa que ella le había escuchado. Sentía su canto en cada parte de su ser. Sentía el canto como si el Mirlo jamás se hubiese ido de su lado. Lo escuchaba dentro de ella, mientras cerraba los ojos. Luego, sintió de a poco una brisa en su cara. Sentía su cabello moverse al son del viento; ya no estaba sentada. Escuchaba la brisa pasar por sus oídos, la sentía en todo su cuerpo. Escuchaba el aleteo de las alas cada vez más cerca, como si ella misma estuviera moviéndolas. Sentía el canto dentro de ella, como si ella misma estuviera cantando... El canto se mezclaba con el aleteo y el viento. Y en esa mezcla, que llenaba cada alcance de su existencia, ya no hubo Mirlo, y ya no hubo niña.
Mirlo
Autor: Carlo Biondi  452 Lecturas
Darkness is a state. A way of life. Is not a choice. We are damned, condemned to it. And we embrace this fate's judgement with grace and pride. We are "the opposite", the contrast. "The light" is out there swallowing the whole world with its "wisdom" and power, but we are not part of it. Probably we'll never be. We are the rejected, the ones that light doesn't need, doesn't want. The consequences of a world going forward in its self destruction. The shadows that the all mighty light project on the floor. The ones that don't follow what is told by everyone. By the "enlighten". Yes, darkness is within us. We are the fallen, the losers on it all. But we are, also, us. We are truth. No light poison us, there's no past, nor future in us. We are just who we are, and we are all we have. The shadow casted in the dark side of things. We don't fear a thing because we have none at all. But we will persevere. We will become one. We will be many. We'll be the ones to give truth to this world, by light, shadows and the darkest of times. Because we are not here for just some time. Shadows are eternal, light is a circumstance. Because all light has a shadow, but the darkness doesn't need any light to be. Yes, we are darkness, we are the ones you shall not see, but you will feel us. Within and without. 'Cause not every heart gives light to the world, but every heart casts it's own shadow. We are proud of who we are, and will forever be. We are the dark.
We are the dark
Autor: Carlo Biondi  452 Lecturas
¿Y porqué no puedo, si debiera ser así? Si se acepta lo inaceptable ¿No se acepta lo aceptable?   Sus chaquetas y lustres no quiero Sus corchetes y vendajes no quiero Mas como ustedes debiese vivir Y ustedes como yo vivo ahora Que no le hacen ningún favor al mundo Ensuciándolo como yo lo embellezco   Llévenme hacia allá Volátiles papeles Filos corta vidas Letras con sangre De sangre Para sangre, pero no de todos.   Volátil soy yo y mis voladas Mis inconsecuencias y mis pisadas Y el mundo, tan pesado como es Cada día se hunde más Y se aleja más de mí   Y yo de él, pero de su mundo, No de EL mundo A ese yo me acerco A ese me aterrizo A ese me asemejo A ese confundo Con ese perezco Y con este resucito   Y qué saben ustedes de eso Ni vida ni obra seres Desapercibidos por quienes deben Se remiten a los que no ven No son vistos ni escuchados El papel habla por ti Marioneta de unos cuantos Que son tantos que no se cuentan … no como personas                 Soy oasis y soy vida Soy muerte manifiesta Soy locomotora auto conducida Haciendo su propio camino Cayendo siempre En el mismo precipicio Que no es otro más que todos Todos y ninguno Que no existe pero que lo ves Que ves pero no tocas Al que no caes por miedo Al vértigo placentero             Desvaneced y caed Muere y púdrete Fúndete en él Vuela y navega Cava y toca Siente y respira Llora y desángrate Destrípate y vomita Se feliz y grita Esto no es más que todo Lo que está allá, si, allá Eso es lo que llaman nada Lo que existe sólo ahí Lo que se crea y destruye a si mismo Y hace parir bastardos, malnacidos, Hijos de putas vestidas de oro Que comen su propio vómito Patéticos ignorantes Sabios aberrantes       Muero y vivo Soy vidente ciego Sordo todo-oyente Vívida manifestación De todo lo existente Desintegrada unidad Totalidad volátil Soy esto y a la vez nada Soy arte mismo.
Allá
Autor: Carlo Biondi  451 Lecturas
Una oleada de furia alienada golpea ferozmente las costas, alienantes gritos se desprenden de sus ondas y penetran las lejanas montañas, creyéndose testigos de su propio cuento. Indolente e incomprensiva, la playa amortigua el odio que ignora y lo deja a merced de argumentos invisibles. Las gentes se dejan mecer siguiendo corrientes pretéritas, inoculadas desde los cielos por influencia de astros de gran masa y atemporales; perpetuas corrientes de motores inmóviles; inocentes culpables de la marea furiosa. La misericordia se pierde en el atardecer mientras la Tierra, en su eterno tránsito, le exige al Sol envolverle en su calor. La inevitable negativa enciende en llamas el mar y los campos, y los más fértiles bosques quedan atrapados entre el frío de las sombras y el calor que sólo entrega el auto desprecio. Sus habitantes se esconden despavoridos en las rendijas que el espíritu permite aparecer al abandonar la superficie. ¿Y dónde fue el espíritu? Oculto, temeroso, puro, científico, espectador, satélite, agujero negro. El fuego de las ondas marinas sepulta la fecundidad de las brisas, una fecundidad que, si alguna vez dio vida, hoy tan sólo entrega recuerdos, recuerdos que toman forma en la densa materia de las llamas que azotan las costas. Aquella oleada enajenada, aquel odio imparcial que se consume a sí mismo, define la superficie; le entrega sus maneras. Le entrega el derrotero que le lleva de la mano por senderos espinosos, pedregosos, sanguinolentos pasos que se pisan a sí mismos una y otra vez. Aquel camino envuelto en llamas, aquel callejón sin salida, mas no desprovisto de esperanza. Es que ni el odio es muerte; muy por el contrario. Y en ese fulgor de la profecía auto cumplida, de ese desastre del fin del mundo, comienza con y para y por el fuego la vida misma en sí pretérita, indiferente e indolente a la maldición de los astros. Ese fuego que es guerra y que, cansado de atacar bosques y montañas, destruye las estrellas mismas y todo aquello que le observó arder. Ardiendo entonces, ardiendo ahora, ardiendo bajo el mar y en la cima de las montañas, el poder del odio da a luz el amor a la ceniza. Ceniza húmeda como testimonio de vida. Vida que se piensa inútil y que del pensar se sirve para crear. ¿Y dónde está el espíritu? Ciego, inmóvil, certero, eterno, caótico, increado. Dando formas a las llamas, se crea primero una jaula, luego una cruz, luego un infierno, luego un valle, un desierto, una montaña, un bosque. Finalmente un útero itinerante que, inseminado por cenizas, da rondas por las costas devorando el fuego de sus mares. Acariciando el odio marino, moldea almas y las encausa; aprende de éstas y éstas de aquel. La superficie lentamente se calma y se entrega, se domestica a sí misma y se comprende y, al fin, se piensa. Se observa. Se acaricia. Se levanta y levanta sus propios derroteros, libres ya de la impureza, de la inmundicia. Desdeña antepasados que, por arqueológicos, de olvidarlos serán nuevamente su condena. Y comienza una nueva historia desde la nada y hacia el todo; de vuelta al espíritu. ¿Y qué es el espíritu? Aquello que queda luego de la purga. Aquello que sobrevive a la masacre. Ese inmortal pensamiento que se conoce a sí mismo. El motor inmóvil que parió a la voluntad. Aquel que incineró todo lo que, por tanto, le dio forma. Aquel que quemó su propia forma para darse a sí mismo. Aquellas ruinas que dejó el más recalcitrante odio. El templo que permaneció erguido mientras el pecado le devoraba las entrañas; mientras él mismo era pecado. El que nunca fue a ninguna parte. El que siempre estuvo en todos lados. Aquello mismo que, desprendiéndose de la complejidad de lo que no es, simplemente es.
Espíritu
Autor: Carlo Biondi  443 Lecturas
Walking through the darknessAll my lifeI remember, yes.The facesThe smilesThe furyThe sadnessThe world falling down to my knees and beyondThe light at the end of the beginning, and beyond...Trying t hold the candleHang on to its lightBut all I keep now is the shadow it casted...Of me...Just a shadow in a hallway...A hallway full of the darkest lights I've ever felt."God's in his heavenIt's all right with the world"But it's not.I... I just keep on walkingThrough light and shadowOf everything. Of me. "All my trials, Lord, will be remembered"I just keep walking.
Through Darkness
Autor: Carlo Biondi  433 Lecturas
Si volvieras, sería el día más hermosoY terrible,De mi vida.Reconstruirías todas mis ruinasY dejarías en ruinas todo lo construidoDespués de ti.Si tu vuelves, Habrá esperanza, pero No habrá nada.No tendré lo que tengoNi lo que te perdíDejaría todo por ti, pero¿Qué me dejaría Todo?Desapareciste en la razónEn la lógica, y el amorEn el derecho propioY el amor al prójimo.Espero que jamás vuelvasO que si lo haces, sea una Reencarnación de tiUn espejismo, Maya...Las arenas del tiempoHace mucho me tienenEn su red.No detengas tu caminoPara tomar mi mano.No ahora queAl fin,Al arenas me envuelven,Me acarician,Toman mi forma y me cobijan.Me erosionan...Tu regreso seríaSería...Sería la mejor maldiciónQue podría caer sobre mi.Sería el acaboseDe todo dolor yPlacerActual...De toda costumbre.Si tu vuelvesMe matas, me reencarnas, me desnudas, me incrementas, me agotas y me explotas.Si tu vuelves me matas nuevamente.Para qué llevarme al cielo, sólo para decirmeQue jamás podré volar...
Si tu vuelves
Autor: Carlo Biondi  415 Lecturas
No tienes idea todo lo que me fascinas... Las ganas que me dan de sentarte en mis piernas y conversarte, analizarte, compartirme, convencerte, entenderte, convencerme, mirarte, devolvernos, acariciarte, estrecharte, abrazarte, pensarte, penetrarte...No tienes idea de lo mucho que me fascinas... Las ganas que me dan de acostarme a tu lado y perderme, envolverte, sostenerte, creerte, sopesarte, suspirarte, llorarte, tocarte, agarrarte, lamerte, confiarte, entregarme, penetrarte...No podrías creer, probablemente, cuánto me fascinas... Las ganas inaguantables que tengo de olvidar, perdonar, dejar, abandonar, desaparecer, molestar, interrumpir, estorbar, crear, creer, desear, mantener, levantar, pensar, volver, penetrar, amar...Lamentablemente veo muy a menudo, reafirmo mi creer, que efectivamente no tienes idea... Me imagino que, de saber, no sería todo como es. No te habrías ido, transformado, desaparecido, agotado, apagado, cambiado, destruido. No estarías leyendo esto ahora, no estaría escribiéndolo... ¿De qué me sirven los sinónimos?, ahora solo me encaminan, como las canciones te enseñan a sentir. Porque sólo al poeta le sirven los sinónimos...Y yo no quiero ser poeta. Quiero ser feliz.Realmente tu, no tienes idea.
Fascinas
Autor: Carlo Biondi  398 Lecturas
Te volví a ver, y reconozco; fue una emoción fuerte. Me pilló desprevenido. Quizá te fuiste hace tanto, que no pensé encontrarte ahí, así. En un principio y como antaño, tuve cierto recelo. Podría decir incluso que fue desagradable. Me era incómoda tu presencia. Supongo que tus limitaciones físicas y anímicas me hacían no querer lidiar contigo en ese preciso momento. Por alguna razón que no logré comprtender, y que algún espero me ayudes a hacerlo, siempre tuve esa actitud en un principio. Recuerdo haber sido lejano e impetuoso, incluso violento en mi disposición hacia ti, hace ya mucho tiempo. Afortunadamente tu vida le ganó a mi desdén, pero de eso te has de acordar...Mientras nos acercábamos a la habitación donde estaba el niño, te adverttía muchas cosas, con enojo y molestia. Tu me respondias con molestia, pero cierta humildad, y ciertamente nada de enojo había en tí. Quizá nunca lo hubo... La mujer era sólo un testigo mudo de todo, un testigo piadoso y misericordioso, empático y tolerante. Amante, y sabio. Sin duda, ella sabía.En ningún momento reparé en todo lo que rodeaba a la situación. Estabas ahí, frente a mi, a pesar de todo y después de tanto, tus motivaciones eran el amor y la entrega, mas yo te advertía y te reprochaba. Qué ciego estaba. Qué poco perdón y amor entregué.La habitación era una vieja conocida. Ahí estaba él, acostado en la misma posición en la que tu estuviste hace tanto, y tan poco. En la que quizá aún estás porque, tu sabes, el tiempo no existe... Aquella misma habitación en la que dormiste, comiste, diste de comer, amaste de tantas formas, sufriste, entregaste, recibiste, cuidaste, fuiste cuidada, querida, amada, agradecida. Aquella misma habitación en la que dormiste.En esa habitación, ahí estaba él, acostado, envuelto en un manto, con una sonrisa en la cara, con paz en su alma. Quizá conforme, quizá agradecido, quizá feliz. Mientras la mujer se acercaba por el otro lado, tu te acomodabas para acerlo por donde siempre, por tu lado. Dejaste algunas cosas en esa misma antigua silla, e intentabas girarte hacia él para, con profunda dificultad, comenzar a acercértele. Y mientras lo hacías, te vi tambalear. No fueron más que unos momentos, no fueron más que unos pequeños movimientos. Pero te conozco y tuve miedo, un tremendo y profundo miedo de que fueras a caer. Me apresuré a tu lado y te abracé el tronco, para estabilizarte. Noté en tu cara el esfuerzo que hacías para no caer, para no resbalarte, y yo mismo hice un esfuerzo muy grande por no caerme contigo, por evitar que tuvieras que pasar por ello nuevamente, por sostenerte, por ayudarte. Mientras lo hacía, las emociones cegadas me invadieron. Esas emociones que estaban mudas por mi actitud y disposición anterior. Por mi poca paciencia ante ciertas cosas, ciertos detalles superficiales. Ciertos hechos irrelevantes frente al esfuerzo que hacías para simplemente mantenerte en pie, para dar los pasos necesarios para llegar ahí, para acercarte a él. Al fin pude ver, sentir, creer, tu amor y perdón, y entrega. Y comencé a darme cuenta de mi error, de mi estupidez y ceguera. Mi sordera frente al concierto de amor que eras tu en ese momento, que fuiste, a pesar de todo, siempre. Me dí cuenta de tu amor hacia nosotros, de tus buenos deseos e intenciones, de tu humildad y bondad, y comprendí que no podía ser de otra forma, que nunca lo fue ni lo sería. Que tu siempre serás así, siempre estarás ahí, y que lograrás dar esos pasos para acercarte a él. Y comencé a entender todo. Comencé a darme cuenta de lo que ocurría, y el amor y la desesperación, la verdad, me invadieron. Te abracé con todas las fuerzas que tu delicado cuerpo podía aguantar, te acaricié el cabello y el rostro. Tomé tu cara, y mirándote a esos ojos grises, te pedí perdón. Nuevamente. Mientras todo comenzaba a nublarse, te miraba profundamente agradecido de poder haberlo hecho nuevamente, y mientras lloraba y comenzaba a despertar, quería aferrarme a este sueño con toda mi alma. Mientras despertaba me daba cuenta de la fortuna que tuve al soñarte, y me decidí a no abandonar quedándome con las palabras en la boca, en el corazón. Quería decírtelas aún si ya las habías escuchado. Aún si las sabías incluso sin escucharlas. Cerré mis ojos, los apreté como hace mucho,, y finalmente pude decir, aún mirándote; "Te amo, te amo... Y muchas gracias, por todo..."Luego desperté, en esa misma habitación. Con paz y tranquilidad, sabiendo que, aún si no te veía, tu seguías ahí. Las lágrimas ya no eran de pena, dolor, nostalgia. Eran simplemente amor.Aunque tu no hayas alcanzado a conocer a tu bisnieto, te juro y me aseguraré, que él si te conocerá a ti. Hasta siempre, Nena.
Nena
Autor: Carlo Biondi  392 Lecturas
Un camión se dirigía sin detenerse, sin miramientos, sin intención, en mi dirección. De pronto me encontré agotado, tirado al medio de la calle. No sé cómo llegué ahí. No sé cómo el camión me trascendió, y siguió su mortal camino hacia su destrucción. Perdió su techo cuando se estrelló con un árbol. Al menos eso puedo decir al mirar hacia atrás, hacia la continuación de su camino. Veo su techo destrozado, a un lado de la calle, como si fuera hojalatería irrelevante. Como si jamás hubiese protegido a un conductor, llevando el vehículo en su viaje. Un ser minúsculo en dimensiones, guiando este monstruo metálico, esta omnipotente fuerza, en su busca del siguiente kilómetro. Veo cómo avanza, ya fuera de toda lógica, sin guía alguna, disidente de su destinada dirección. Veo cómo comienza a perderse en la esquina de mi calle. Cómo se va hacia la avenida, hacia la plaza, hacia la ciudad que le espera. A su absoluta muerte y desaparición. Vuelvo mi vista hacia la esquina contraria, desde donde con toda seguridad vino aquel camión. Por ella aparece un niño. Oscuro, desnudo, desamparado y asustado. Y llora. Llora como si hubiese perdido algo muy grande, o quizá ganado algo muy grande. Quizá incluso ambas cosas… Acuden a su ayuda espontáneas personas. Lucen preocupadas e inquietas. Es natural que así lo estén, siempre se preocupan de los niños… Me veo a mi mismo, siempre en el medio del camino. Agotadísimo, sin fuerzas siquiera para ponerme en pie. Lo intento y, sin importar cuánto, vuelvo a caer. Un par de perros hay delante mío. Descansan en los pórticos de las casas, mirándome indiferentes frente a todo lo que acaba de ocurrir. Me asustan. Me paralizan. Me controlan. Me martirizan sin saber o sin querer… Mas sus intenciones no importan. Intento darme fuerzas. Intento ponerme en pie una vez más, a pesar del cansancio y del sueño y de la desidia que me invaden. No debe importar nada. Si quiero acercármeles, si quiero ir más allá de ellos, si quiero que no existan, no debe haber excusa. Intento ponerme de pie una vez más. Y, mientras lo hago, despierto.
Al medio del camino
Autor: Carlo Biondi  376 Lecturas
Logré alguna vez desdoblar la máscara. Lijar aquel rostro hasta obtener sus personalidades.Las ví existir entre el vacío de la máscara y el espíritu que le daba brillo a sus ojos.Vi amor, pena, dolor y odio entre ellas. Las vi reconciliar el pasado y sobrevivir al futuro.Vi cómo se mezclaban y renovaban, se quemaban y renacían.Con un objetivo común, luchaban por y entre sí, abandonadas a una voluntad mayor.Una voluntad que habita en lo profundo junto al pudor del deseo, junto al temor de vivir.Junto al ímpetu vitalista del alma y del cuerpo. Justo en la escisión del espíritu y su persona. Vi personalidades difusas desplazarse por caminos sinuosos y contradictorios.Caminos que enfrentaban a cada parte del ser entre sí; enemigo de sí mismo.Con pudor vi las patéticas conclusiones derivadas de tan complejas discusiones.Conclusiones constructoras de realidades fantásticas, y fantasías decadentes.De realidades efímeras y sueños ideados entre las salvajadas del discurso bélico.Una realidad que fue paraíso e infierno; cielo y tierra; mar y fuego; valle y montaña. Entre sus discursos se hacía notar el alcance de sus ideas; su límite.Las personalidades, en su permanente hambre, lo consumían todo.Ni el amor ni el odio externos escapaban la foraz fuerza del deseo de cambiarse a sí mismo.Ni la tragedia más grande parecía conmover los métodos; mentalidad volutiva bélica.Una tragedia que exige la calma en la tormenta. La soledad no se hizo esperar, a lo largo de los cansados discursos de las partes cansadas.Las mismas palabras sólo fueron escuchadas un par de veces; se aparentaba cambio.Los sinónimos, sin embargo, no lograron disfrazar los sentires; falló la sintaxis.Una forma de sentir más pura que cualquier discurso. Al acabarse las palabras, en la soledad del silencio, me encontré con decepción y esperanza.La decepción de quien se ve al espejo por primera vez.Una esperanza más sabia de lo evidente a ojos y oídos, que ha compartido más de una esencia. En la soledad del desdoble, y de la guerra por la propia conquista, lo encontré finalmente;Una convergencia de espíritus que conforman uno, y su contraparte. Una máscara que portaré consciente del espíritu que sus ojos reflejan.
Máscara
Autor: Carlo Biondi  352 Lecturas
Sólo un símbolo; una flor que un día arranqué; o que arrancó conmigo indiferente de la lluvia que le dio cabida; o un viaje que se comenzó a sí mismo, que no reparó, que no construyó; una lápida que anunció una futura muerte prematura; o un suspiro que se enfrió demasiado rápido, cual cuerpo celeste. Una extrañeza del espacio-tiempo; o el noúmeno que es comienzo y fin, cual serpiente devorando su cola; una época in-determinada, fenomenal espanto del espíritu corroído por la lluvia. Una superficie lisa sobre la cual escribir limpiamente; ¿limpiamente?; el terror de lo que no alcanza a comprenderse humano; una sabiduría palpitante, itinerante, relativa, volátil, derivada insípida. Sólo un símbolo; una flor arrancada; el comienzo del fin de una vida; o la infinita misericordia que, por infinita, inhumana; aquello que desprende el espíritu; aquello que es cuerpo, aquello que es por eso alma, arma, refugio, suspiro, bao agitado ante el peso de la luz de la Luna; debilidad encarnada. Aquel verdugo que, como lenguas de fuego, nos posee; aquellas criaturas benditas; ese remanso marchito; las primeras notas del preludio del vacío; una historia que no termina de terminar. Sólo un símbolo; flor que entrega vida, por comprender su significado; entregar vida en la muerte; entregar fuerzas para la vida; entregar el profundo sentido que el mismo caos necesita; sentido del cual depende, mas no conoce; condición humana más profunda; condición humana... sólo un símbolo.
Sólo un símbolo
Autor: Carlo Biondi  336 Lecturas

Seguir al autor

Sigue los pasos de este autor siendo notificado de todas sus publicaciones.
Lecturas Totales49831
Textos Publicados81
Total de Comentarios recibidos130
Visitas al perfil17775
Amigos55

Seguidores

5 Seguidores
Zai2
Yosef Rodríguez
Misa
Senior
Alice Lusty
   

Amigos

55 amigo(s)
Daniel Florentino López
doris melo
javier
C.S Marfull
Gerardo Llamozas
IVONNE RAMIREZ GARCIA
ALEJANDRA OÑATE
Leslie saavedra
Lucy Reyes
DEMOCLES (Mago de Oz)
Fild
Jefferson
Battaglia
Daniela
luna austral
Mia
Alizia Froyd
Alejandra del Río
Alexandra roa
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Angely Martín
Micaela
GLORIA MONSALVE/ANDREA RESTREPO
Jorge Dossi
Maria del Mar altamirano
MAVAL
catalina medinelli
Alejandra Mora Lopez
oscar
MARINO SANTANA ROSARIO
Nicole Bass
luisa luque
javier castillo esteban
estefani
solimar
Aissa
Mike
maria del ...
daniel contardo
Silhouette
Raquel Garita
Marìa Vallejo D.-
Elvia    Gonzalez
Maritza Talavera Lazo
Jasp Galanier
lorena rioseco palacios
Sol de invierno
Sebastian Alexis Gutierrez Carvajal
Jesus Eduardo Lopez Ortega
Oscar Franco
luis josé
Sebastian Rodriguez Cardenas
Macarena
Pablo Andrés Palma
ignacia biesterfield
 
 
Belial

Información de Contacto

Chile
You may say I'm a drummer
-

Amigos

Las conexiones de Belial

  DanielFL
  dorisan
  javierjust81
  C.S_Marfull
  Gerardo Llamozas
  IVONCITA
  alhejax
  Less
  Lucy
  DEMOCLES
 
<< Inicio < Ant. [1] 2 3 4 5 6 Próx. > Fin >>