• Carlo Biondi
Belial
You may say I'm a drummer
-
  • País: Chile
 
Si volvieras, sería el día más hermosoY terrible,De mi vida.Reconstruirías todas mis ruinasY dejarías en ruinas todo lo construidoDespués de ti.Si tu vuelves, Habrá esperanza, pero No habrá nada.No tendré lo que tengoNi lo que te perdíDejaría todo por ti, pero¿Qué me dejaría Todo?Desapareciste en la razónEn la lógica, y el amorEn el derecho propioY el amor al prójimo.Espero que jamás vuelvasO que si lo haces, sea una Reencarnación de tiUn espejismo, Maya...Las arenas del tiempoHace mucho me tienenEn su red.No detengas tu caminoPara tomar mi mano.No ahora queAl fin,Al arenas me envuelven,Me acarician,Toman mi forma y me cobijan.Me erosionan...Tu regreso seríaSería...Sería la mejor maldiciónQue podría caer sobre mi.Sería el acaboseDe todo dolor yPlacerActual...De toda costumbre.Si tu vuelvesMe matas, me reencarnas, me desnudas, me incrementas, me agotas y me explotas.Si tu vuelves me matas nuevamente.Para qué llevarme al cielo, sólo para decirmeQue jamás podré volar...
Si tu vuelves
Autor: Carlo Biondi  417 Lecturas
Que alguien, por favor Me regale un libro de Julio Cortázar Lo pediría prestado, pero No soy bueno devolviendo Cosas que no son mías   Que alguien, por favor Vea en mis ojos, en mis manos Los esfuerzos fútiles que hago Para contarme historias ajenas   Que alguien, por favor Escuche mis lamentos Y mi pena Mi falta de un cuento nocturno   Que alguien, por favor Me regale un libro de Julio Cortázar Necesito a alguien que pueda hablar por mí Conmigo mismo
Cortázar
Autor: Carlo Biondi  624 Lecturas
 En una de las ventanas exteriores, en el nivel más bajo de la nave, Laurean observaba el firmamento. Cuando era niña le parecía tan vasto, tan brillante, tan lejano. Tan eterno, inalcanzable. Hoy, habiendo llegado más lejos de lo que jamás soñó, le parecía tan aburrido, tenue, de un brillo pálido y desganado. Lejos quedó aquel recuerdo de un cielo estrellado. Ahora que ya lo había alcanzado, no se veían más que un par de solitarias estrellas.Un grito la distrajo de sus pensamientos. Eso, y el ruido anterior a este que, si bien percibió, no fue suficiente para arrancarla de lo profundo de su mente. Un estruendo, un grito y un empujón si lo fueron.Entre el caos,  logró concentrarse en las palabras del soldado; debía dirigirse al refugio militar primario, designado para personal de alto cargo. Éste se encontraba en las profundidades de la nave, muy dejos de aquel extremo punto en el que ella se encontraba. Sería un largo camino.Poco a poco comenzó a percatar la magnitud de lo que ocurría. Fuertes temblores le hacían tambalear mientras caminaba, y más de una vez se pudo sentir flotar por un momento, en ese espacio tan inhóspito, tan ajeno. Agradeció no usar esos tacos acordes a un cargo como el suyo. Incluso rangos menores, los usaban cotidianamente. Afortunadamente, pensó, ésta no era su nave, y no debía vestir su uniforme sino para asuntos oficiales. Como el día anterior.Mientras más se acercaba al refugio, más evidente se hacía todo. El ruido de las explosiones se sucedía de calor y, en ocasiones, cañerías explotaban liberando vapor a altas temperaturas. A pesar de lo grave que parecía la situación, Laurean estaba tranquila. Conocía bien a la tripulación. Y conocía muy bien a su capitán. Sabía cuán competentes eran,  y su largo historial de victorias. Ella misma era una de ellas, pensó…  Además, esta no era cualquier nave, sino una de las más importantes ciudadelas de la flota. La vida de miles, civiles y militares, estaban en manos de esa pequeña pero experimentada tripulación, ubicada en lo más alto de la nave, en la torreta de control mejor equipada que había visto en su vida. Pensó en el capitán, en cómo él también estaba muy bien equipado…Un nuevo temblor la distrajo, y esta vez la encontró en un ascensor, que se detuvo con el impacto. Por un momento pensó lo peor, pero al instante se puso nuevamente en marcha, dándole seguridad y sintiéndose tonta de tan solo haber dudado. “Cómo estarán los otros”, llegó a pensar sonriendo sarcásticamente.El refugio era un amplio salón de uso excepcional. Contaba con literas, comedores y baños, y también con una enfermería a la que periódicamente iban llegando heridos por la batalla. Camino al refugio, Laurean fue sobrepasada por unos heridos y pudo ver, claramente, que no eran de gravedad, cosa que la relajó aún más. Al llegar, sólo quiso sentarse y descansar.  Estuvo largo rato contemplado su situación, y su existencia. Se encontraba en una nave, una ciudad, un país, en la práctica, ajeno. Extrañaba los pasillos, salones, parques, estrellas de la suya propia. Se sentía desconectada de un caos que no era suyo. Sin duda algo de impotencia sentía, acostumbrada a estar al mando en cualquier eventualidad en su nave, en su vida.Los sucesivos temblores, y el ocasional herido, le hacían pensar en su propia fragilidad, y en ocasiones en que tuvo que superarla, o ignorarla, por defender a los suyos en situaciones similares. Hasta sintió cierto alivio de poder, por una vez, abrazar su propia fragilidad, y dejarse proteger. No cualquiera la protegía, además. Su vida estaba en manos de un muy bien equipado capitán.Una explosión que cualquiera anterior –y que cualquiera que había escuchado en su vida, en realidad- sacudió toda la nave, sacándola nuevamente de sus pensamientos. Llegó a pensar que pensar le traía mala suerte.Lentamente pudo armar en su mente la frase que acababa de escuchar. La escuchó muy claramente, a pesar del caos, pero había algo que no entendía. Que no creía. Que jamás se imaginó que escucharía. No comprendía cómo esas palabras podían estar en la misma frase. No, no podían encajar, no tenía sentido, no era real. Sin embargo, algo dentro suyo sabía que era cierto. Cayó a sus rodillas, y repasó una vez más aquella frase, con la mirada perdida en el vacío;“La torreta de control ha sido destruida”.
1.0
Autor: Carlo Biondi  623 Lecturas
Silenciosamente, lloré por ti. Jamás me escuchaste, jamás lograste verme. Fue una ardua tarea, pero logré esconderme. Y una vez más, una maldita última vez, lo haré. Sin esperar algo a cambio, sin esperar tu recuerdo, ni mi esfuerzo, ni las palabras sordas por el ruido del viento. Una maldita última vez, lloraré por ti. Qué se me permita sufrir, por lo que Dios más quiere, por lo que yo más quise, una última noche de desvelo. Qué se me permita dudar, y odiar, todo lo sentido y creído. Todo lo mostrado, todo lo oculto. Qué se me permita morir, una vez más. Cada día es uno nuevo, pero en estas últimas horas de un melancólico verano, la noche muere conmigo, y las nubes que cubren las estrellas me enseñan por fin… Me desgarran los sentires y decires y pasados modernos enfriados en paños de enfermo. Sí, mañana será otro día. Pero éste… éste es el último. Y con él, yo me pierdo. ¡Qué se me permita caer, por Dios!, una vez más, sólo una vez… Que todo aquello con lo que no cargué, me cayó encima y desprevenidamente, perdido en los rincones de un corazón roto y enfermo. Lujurioso. Infantil. Mentiroso… La mañana me espera con tanto que no puedo evitar retrasarla. El deber del no-sentir, el riesgo de mirar atrás. La trágica enseñanza con la que, nuevamente, me golpea sin piedad. Y aún sé, y siempre supe, que nunca ha de tenerla. No la entrego, no la espero. Lamento creer, aún, que la necesito… Qué se me permita odiar, por una vez… Qué se me permita quemar todo cuanto hice para evitar aquel incendio. Todo aquello que, lenta y rigurosamente fue rompiendo mis entrañas, qué se me permita hoy permitirles hacerlo. Qué se lleven consigo todo lo que puedan. Todo. Qué no quede nada que no se pueda robar, quitar, romper, destruir, aplastar… Qué quede sólo todo lo que soy, que siempre fui, y que jamás debí dejar de ser. La vida siempre es justa en su injusticia, he de saber. He de aprehender. He de dejar la misericordia ante mis flagelos, que son sólo el cincel que moldea la piedra. Que la escultura aún descansa en lo profundo. Pero… ¿qué tan profundo? Qué se me permita gritarle en la cara a Dios que es una puta del tiempo y el olvido. Qué no haya oído al que no llegue el gemido furioso de una bestia marchita. Qué con mi sangre derramada se derrita también cada parte de tu tacto. Qué no vuelva a crecer en mi tan asqueroso y prostituto sentimiento. El dolor se esconde cuando le conviene, es por ello imperativo perseguirlo. Y crucificarse con él al encontrarlo, y descender a todos los infiernos que el recuerdo pueda crear. Morir, para nacer. Nacer, para matar. Matar, para no morir… Qué el corazón que palpita en mi boca se exprima hasta desaparecer, tragando mi garganta y dejando mis gritos mudos de tanta palabra que alguna vez hubo allí. Qué mi cabeza se expanda hasta llegar al último de los gemidos. Y que toda historia envuelta en mis oídos, caiga putrefacta, como el aborto que siempre fue. Qué nunca sepas cuánto se hizo para salvar esa vida que tan poco quisiste. Y que al enterarte de todas formas, lo que pase frente a tus ojos no destruya tu pantalla, que tanto esfuerzo nos costó fabricar. Y que, al ser destruida, logres por fin encontrarte en ese miserable océano que, alguna vez, llamaste “amor”. La muerte de la noche se llevará tu recuerdo. Se llevará mi vida también, como si la quisiera. La mañana es nueva y aquel sol iluminará mi frente sin vacilar. Mi frente, y la estrella en ella. Esa que buscaste infructuosamente entre mis sábanas. Esa que ahora buscas en otras… Qué sea así, aquí, nuestra última noche. Pues yo y todos los que vinieron y los que vendrán, te juramos que jamás mereciste algo más que una melancólica noche de verano.
Última noche
Autor: Carlo Biondi  584 Lecturas
Por mil años el mundo ardió Y sólo aquello bendito perduró Dignificó Creó Por haber visto el fuego llover Como lágrimas de una madre al ver partir al hijo Como una avalancha provocada por un grito desde el firmamento Por haber visto Cómo el cosmos, bello por definición Se planteaba el desafío de volver a nacer Y lejos, a resguardo Supo de su historia y su destino Y supo, por sobre todas las cosas Que aquello enviado por Dios, hecho fuego Ardía tanto dentro como fuera de sus ojos Ardía en su pecho y en su frente y en su alma Ardía como la tierra, furiosa Como el mar hunde su fondo Como el valor se impone al deseo Como la vida se opone a la muerte. Al abrirse el nuevo día Al crearse el nuevo mundo Al comprender lo hecho y por hacer La tierra recobró su brillo Y la vida expuso, libremente Su sentido
Sentido
Autor: Carlo Biondi  593 Lecturas
Mundo de mierda, egoistas ególatras, todos iguales, sacas uno, salen 200, haciendo fila, para llenar el puesto de maricón que dejó este. Te cagan para no ser cagados, y los que son diferentes?, son descartados, desechados por una sociedad autodestructiva y manejada (ya ni si quiera "manejable") por personas que jamás conoceran, a los cuales les siguen besando los pies y entregándose en cuerpo y alma... sociedad de mierda, llena de elementos sobrantes, reemplazables, inútiles... Yo?, no, yo ahora me voy, es nuestro destino el estar separados. Llegará el momento en el que nos juntemos, y algo grande, espero, pasará, pero creo que, hasta ese entonces, y mientras espero que el momento llegue, podré mandarte a la mierda cuantas veces quiera... y ese momento, "querida" sociedad, es ahora. Lo que es yo, me desligo, "desenchufo", un buen libro, música, amor, y sueños... es todo lo que necesito ahora, a tí, sociedad, por un buen tiempo, no te necesito.. "No es que nosotros seamos raros, sino que los demás son diferentes..." remember?
Sociedad.
Autor: Carlo Biondi  704 Lecturas
¿Y porqué no puedo, si debiera ser así? Si se acepta lo inaceptable ¿No se acepta lo aceptable?   Sus chaquetas y lustres no quiero Sus corchetes y vendajes no quiero Mas como ustedes debiese vivir Y ustedes como yo vivo ahora Que no le hacen ningún favor al mundo Ensuciándolo como yo lo embellezco   Llévenme hacia allá Volátiles papeles Filos corta vidas Letras con sangre De sangre Para sangre, pero no de todos.   Volátil soy yo y mis voladas Mis inconsecuencias y mis pisadas Y el mundo, tan pesado como es Cada día se hunde más Y se aleja más de mí   Y yo de él, pero de su mundo, No de EL mundo A ese yo me acerco A ese me aterrizo A ese me asemejo A ese confundo Con ese perezco Y con este resucito   Y qué saben ustedes de eso Ni vida ni obra seres Desapercibidos por quienes deben Se remiten a los que no ven No son vistos ni escuchados El papel habla por ti Marioneta de unos cuantos Que son tantos que no se cuentan … no como personas                 Soy oasis y soy vida Soy muerte manifiesta Soy locomotora auto conducida Haciendo su propio camino Cayendo siempre En el mismo precipicio Que no es otro más que todos Todos y ninguno Que no existe pero que lo ves Que ves pero no tocas Al que no caes por miedo Al vértigo placentero             Desvaneced y caed Muere y púdrete Fúndete en él Vuela y navega Cava y toca Siente y respira Llora y desángrate Destrípate y vomita Se feliz y grita Esto no es más que todo Lo que está allá, si, allá Eso es lo que llaman nada Lo que existe sólo ahí Lo que se crea y destruye a si mismo Y hace parir bastardos, malnacidos, Hijos de putas vestidas de oro Que comen su propio vómito Patéticos ignorantes Sabios aberrantes       Muero y vivo Soy vidente ciego Sordo todo-oyente Vívida manifestación De todo lo existente Desintegrada unidad Totalidad volátil Soy esto y a la vez nada Soy arte mismo.
Allá
Autor: Carlo Biondi  453 Lecturas
Tres habíamos sentados a la mesa, uno a cada lado. Vestían ropajes, uniformes, ceremoniales. Trajes largos, negros, y cuellos blancos. Pantalones negros, y unos zapatos negros, muy bien lustrados, aunque probablemente de sangre. Lo extraño es, que vestían así todo el tiempo. Era una mesa redonda, de vidrio. El tiempo y el espacio se veían a través de ella, mas sólo sus patas y el suelo estaban allí. “Comprendo mi pecado, lo acepto y lo vivo”, dijo una mujer al acercarse. Su cabello era largo, al igual que sus ropas, como salidos de otro tiempo. Ella no siempre vistió así, fue el tiempo el que, atrapándola en su marea, la uniformó. Comprendí al instante, que aquel pecado no era más que el “primero”, el original, el génesis. Miré a mi alrededor, y me di cuenta de que mis acompañantes estaban conformes, satisfechos, felices tal vez, de escuchar sus palabras, como si las hubiesen esperado mucho, o tal vez necesitasen. Al tiempo sentí un espanto, un rechazo, en mi interior. De mi estómago llegó a mi boca. “¿Considera usted justo, padre, con toda su sabiduría, y conscientemente, que esta mujer deba pagar por aquel pecado? ¿Aquel pecado que ella no cometió, pero que la ha perseguido desde el momento en que se perpetró, sin tener ella la más ínfima señal de vida aún? Yo creo que es una atrocidad seguir atribuyéndole a la mujer aquel pecado, si es que es tal, aún es esta época.” Por supuesto, no tuve respuesta. La sabiduría de aquel padre era el silencio, cómplice y asfixiante. Luego la mujer volvió, esta vez con un caldero en sus manos. En el caldero, piedras calientes. Las vertió sobre nuestras manos. El agua se escurría por ellas, mas no mojaba. Y las piedras, aunque hervidas y desprendiendo vapor, no quemaban. Entendí que era su rito. Su forma de vivir con el destino, con el círculo que la perseguía. El tiempo pasó por ella, y su cordura la condenó a seguir su corriente. Nunca comprendí si ese era realmente su destino, o simplemente el que le habían dicho era suyo. Espero que el tiempo, en otra de sus rondas, de la oportunidad de averiguarlo, o burlarlo. No supe qué pasó con ella. Para el tiempo en que pude pensar en lo sucedido, estaba despierto.
Carapulcra
Autor: Carlo Biondi  598 Lecturas
Imagen
Darko
Autor: Carlo Biondi  462 Lecturas
Una gota en el marUn ciclo en lo inexistenteUn suspiro en el aireUna silueta en las sombras Al perecer el último de los sistemasLas órbitas, colapsadasExplotan en el todoY su recuerdo da vida Casualidad del tiempoDel espacio y de la menteVoluntad desesperanteCreación integral Agua estancada fluyendo a la muerteUn universo dentro de otroLeyes oníricas, divinasSagrada verdad del aire que respiro Leitmotiv
Leitmotiv
Autor: Carlo Biondi  564 Lecturas
Hubo una vez una niña, que a través de su ventana observaba al mundo. Lo veía ir y venir, correr, nacer y morir, todos los días, sin variación y sin detenerse. Observaba a las personas pasar, siempre solas, apresuradas, agitadas, ensimismadas, sin mirar al resto jamás. Y esto le abrumaba y entristecía. No podía comprender cómo existía tanta gente, tan individual, tan separada e independiente. A menudo recordaba la expresión "mar de gente", comparándola con lo que veía. "Esto no es un mar", pensaba. "El mar es mar. Es uno. Son millones de gotas que, juntas, hacen un todo llamado 'mar'. Aquí sólo veo gotas". "Esto no es un 'mar de gente'", concluyó; "Esto es una tormenta..." Cierto día, mientras observaba la tormenta pasar, un mirlo se posó sobre su ventana. Por lo general no se veían aves desde donde se encontraba, y ésta en particular le sorprendió mucho, pues no había visto una semejante. De pronto, el mirlo comenzó a cantar, y a ella le pareció el canto más hermoso que había escuchado en su vida. Su canto le envolvía, le bañaba con su belleza todas las emociones, y no pudo más que dejarse atrapar por este arte tan hermoso. Llegada la tarde, el Mirlo cantó por última vez, casi como una despedida, calló, y se echó a volar. Aunque la niña sentía que podría estar escuchando su melodía toda una vida, esto no le entristeció; haberlo escuchado fue lo mejor que le pudo haber pasado, y se sentía muy afortunada. Además, sentía dentro de ella que no sería la única vez que lo escucharía y, conforme y en paz, se alejó de la ventana. Al día siguiente, temprano en la mañana, estaba la niña en la ventana. Y casi como por acuerdo, el Mirlo volvió a posarse y cantar. La niña había estado ansiosa. Si bien sentía que lo volvería a ver, temía que así no fuese y, por ende, no se hizo expectativas. Se debatía entre creer ciegamente en el arte del Mirlo, o pensar que había sido sólo un sueño. Que todo se lo había imaginado y que incluso, su melodía le pertenecía a ella, y había sido su creación... Mas después recordó que jamás había visto un ave tal, y que no podían ser coincidencia sus emociones al escucharlo. Llegó a pensar que sus emociones habían sido creadas para el Mirlo, y éste, para sus emociones... El canto del Mirlo volvió a envolverla, a estremecerla... Y nuevamente, llegada la tarde, cantó una última vez, como despedida, y se marchó. Así transcurrieron muchos días. Tantos que a la niña le comenzó a parecer costumbre la existencia del Mirlo. Era una parte más de su vida, y ya casi no la recordaba sin él. Acostumbrada ya al cantar y sin ya sentir lo mismo que antaño, se le ocurrió un día que, sólo quizá, podría hablar con él. Quizá si le preguntaba algo, éste le respondería. Quizá él, al ser ave, sabía tanto más que ella de los mares y las tormentas. Tanto más de la vida.  Aprovechando un silencio, preguntó; "¿Cuál es tu nombre?". Y el Mirlo cantó. Luego preguntó; "¿De dónde eres?". Y éste cantó nuevamente. Y aprovechando la ocasión, quiso hacer una pregunta más. "¿Por qué cantas?", le dijo. Y sólo recibió de respuesta un canto. Un canto, sintió ella, similar a los anteriores. Un canto, si bien honesto, inconcluso. Y esto la desalentó profundamente. Llegó a sentir incluso que el Mirlo la ignoraba, que no le interesaba lo que ella preguntaba, que no quería resolver sus dudas. Hasta pensó que el Mirlo podría no ser diferente a las personas que veía a través de su ventana. Que sólo estaba ahí porque quería cantar, que no era especial eso para él. Ella, para él. Todo esto le frustró tanto, que no esperó a que el Mirlo se fuera. Lo dejó sólo en su ventana, y se fue. Y él cantó hasta que se hizo tarde, se despidió, y se echó a volar. Llegó el Mirlo a la hora de siempre, al otro día. Se posó sobre la ventana, y cantó. Pero esta vez no había quién lo escuchara. La niña, que lo había acompañado tanto tiempo, que había escuchado y gozado su canto, ya no lo esperaba. Y sin embargo no dejó de cantar en ningún momento. Lo hizo hasta entrada la tarde. Cantó por última vez, como despidiéndose, y se marchó. Así transcurrieron muchos días. La niña, si bien escuchaba al Mirlo cantar en su ventana, no se acercaba y prefería incluso ignorarlo. Se sentía decepcionada y traicionada por este cantor, que en algún momento la había salvado de la monotonía de la tormenta, y ahora la había arrojado directamente a ella. Sentía que había sido sólo un juego, una más. Llegó a sentir miedo de su ventana. De acercarse a ella, y verse allá afuera, en medio de la tormenta. Mientras, el Mirlo cantaba. Un día, cansada ya de sus miedos, de sus pesadillas y su soledad, decidió escuchar una vez más al Mirlo que, como siempre, cantaba en su ventana. Decidió escucharlo a la distancia. Sentía miedo de acercarse, y revivir lo que ya una vez le hizo alejarse de él. Cerró los ojos, y escuchó... Y volvió a sentir. No tuvo claro qué fue lo que sintió, pero su corazón dio un salto, y sintió un pequeño calor en su estómago. Al sentir todo esto, se dio cuenta que el Mirlo jamás modificó su canto. Que sus emociones, si bien se habían ocultado a través de la costumbre, tampoco habían cambiado, y comprendió más que nunca que ese maravilloso canto que escuchó alguna vez hace tanto, seguía siendo el mismo, y que sus emociones seguían llenándose de el. Comprendió que no tenía sentido preguntarle con palabras a quien canta, y que las respuestas existían desde antes que las preguntas. Y en ese momento, escuchó, vio, leyó, sintió con su corazón. Encontró las respuestas a todas sus preguntas, incluso las que no había hecho. Incluso en las que no había pensado. Llegada la tarde, el Mirlo cantó una última vez, como si se despidiera, y se fue. Y resultó que, al día siguiente, la niña estuvo desde la mañana en la ventana, esperando al Mirlo. A su Mirlo. A su cantor. Mas éste no llegó. No llegó en la mañana, ni a medio día, ni entrada la tarde. Llegado ya el momento en que por costumbre se despedía, comprendió que, efectivamente, no llegaría. Sus esperanzas no fueron recompensadas.Se extrañó y preocupó mucho. Y cada mañana, por los días venideros, estuvo en la ventana esperando la llegada de su Mirlo. Y cada tarde la abandonaba comprendiendo que, al menos ese día, él ya no había venido. Cada día que pasaba, se sentía más vacía. Se arrepentía de no haber estado con su Mirlo todos aquellos días en que prefirió ignorarlo, creyendo cosas que sólo estaban en su cabeza. Creyendo cosas que él jamás le había transmitido. Se arrepintió de no haber puesto atención antes a tantos cantos. De no valorar la paciencia del Mirlo para cantarle aún ante su desprecio, aún ante su aparente indiferencia. Comprendió que habían cosas más allá, más grandes e importantes, que los ojos y los oídos de la mente. Que lo que le hizo sentir el Mirlo fue, desde un principio, real en ella. Y que durante todo ese tiempo de ignorarlo, también fue real, aún si su mente nublaba lo que su corazón veía tan claramente. Y se decidió a no cometer semejante locura nuevamente. Su momento más oscuro, entonces, se transformó en el de mayor iluminación. A la mañana siguiente, decidida a no dejar ir aquel canto, salió en busca de su Mirlo. Sin importar cuánto le costara, no descansaría hasta encontrarlo, aún si llegaba la tarde y el anochecer. Pero no alcanzó a llegar muy lejos pues, a la vuelta de la esquina, encontró a su Mirlo. Éste había permanecido mudo, hasta que la niña giró en la esquina, y se encontraron. Cuando lo hicieron, comenzó a cantar como siempre lo hacía, y la niña volvió a sentir ese abrazo, ese estremecimiento y esa caricia que era el canto del Mirlo. Permanecieron ahí todo el día y, al llegar la tarde y como de costumbre, él cantó por última vez, abrió sus alas y se echó a volar. La niña lo observó mientras se alejaba en el horizonte, con profunda nostalgia de su vuelo. Así fueron sus encuentros, desde entonces. Cada vez en lugares más lejanos. Ya no era la esquina, sino la plaza. Luego la avenida, el parque, la estación, la cancha, la escuela, la carretera. Todos los días era un lugar diferente, cada vez más alejado de su ventana. Llegó el día en que la niña logró encontrar a su Mirloya cuando caía la tarde, justo cuando él, por costumbre, se despedía. Esto le afligió mucho, pues sabía que no podría ya volver a su ventana. No quería hacerlo, y aquello le provocaba cierta incertidumbre. Si se iba, no podría escuchar a su Mirlo. Si se quedaba, su Mirlo cantaría por última vez, como si se despidiera, y se iría. En ese debate estaba, cuando ocurrió algo nuevo; llegada la hora, nada cambió. Su Mirlo seguía ahí, cantando, mientras el Sol se escondía lentamente, y la Luna ya podía verse en el cielo. Fue ahí cuando se dio cuenta que ya no habría retorno. Que su viaje sólo avanzaba, y que de su ventana se había al fin despojado. Se quedó entonces sintiendo al Mirlo cantar por lo que ella percibió como una eternidad. Se sentía abrazada, estremecida y acariciada por aquel maravilloso canto que era cada vez más fuerte, más alto, llenando más cada una de sus emociones. Llegando la noche, a la luz de la Luna y las estrellas, el Mirlo de pronto extendió sus alas y, sin dejar de cantar, comenzó a volar. La niña lo observó maravillada por la belleza que era aquel cantor. Ya no sentía incertidumbre, y de hecho, nunca se había sentido tan segura.  Su Mirlo comenzó a avanzar hacia el horizonte, y ella no dudó un instante en seguirlo a donde quiera que fuese. Recorrieron valles, montañas, tupidos bosques, potentes ríos, campos llenos de animales silvestres, y praderas que parecían mares de flores. Su Mirlo siempre cantando. Su niña siempre sonriendo. Aquel día, cayendo la tarde, llegaron a una pradera muy extensa, cubierta de flores. Sólo una roca sobresalía entre ellas. Y en ese momento, el Mirlo calló, y silenciosamente se posó sobre esta. La niña, preocupada, le siguió con la mirada, y luego se acercó hacia donde estaba. A medida que se escondía el sol, comenzaba a comprender lo que estaba ocurriendo. Una profunda paz le invadió el corazón. Un descanso, una armonía. Una melodía...  De pronto, el Mirlo comenzó a cantar nuevamente, y con un gran aleteo, se echó a volar hacia el horizonte, mas esta vez la niña no le siguió. Sentada, se quedó observándolo mientras se alejaba hacia el horizonte, cantando de la forma más maravillosa que ella le había escuchado. Sentía su canto en cada parte de su ser. Sentía el canto como si el Mirlo jamás se hubiese ido de su lado. Lo escuchaba dentro de ella, mientras cerraba los ojos. Luego, sintió de a poco una brisa en su cara. Sentía su cabello moverse al son del viento; ya no estaba sentada. Escuchaba la brisa pasar por sus oídos, la sentía en todo su cuerpo. Escuchaba el aleteo de las alas cada vez más cerca, como si ella misma estuviera moviéndolas. Sentía el canto dentro de ella, como si ella misma estuviera cantando... El canto se mezclaba con el aleteo y el viento. Y en esa mezcla, que llenaba cada alcance de su existencia, ya no hubo Mirlo, y ya no hubo niña.
Mirlo
Autor: Carlo Biondi  460 Lecturas
A través de esta vida Yo seré tu distracción Tu enfoque primordial De toda sensación   Seré bruma en el pantano Tu pantalla principal Tu entrada y salida Tu órgano funcional   No pretendo demostrar Justicia o iguadad No quiero ser tu ideal Sino tu terrenidad   Poséeme Adórame Compréndeme Atrápame Poséeme...   Quiero aprender a ser en ti Un universo en expansión Un cielo sobrecogedor Una tierra conquistada...   Acompáñame en las rondas En mi mente y en mis pies En mis cantos más alegres En mis derrotas más tristes   Sírveme, y te serviré Te ayudaré obedeciéndote Te escucharé, creándote...   Me desvanezco... Me pierdo y me callo Desaparezco. Te has ido de aquí.
Distracción
Autor: Carlo Biondi  472 Lecturas
Como una polilla, se encuentra Revoloteando en mi cabeza Chocando con mis ventanas Alimentándose de mi luz   No se rinde en sus intentos De entrar a toda costa Descansa en mis ventanas Drogada con mi luz   Me hostiga y acosa Llamando mi atención Me mira a través de mis ventanas Seducida por mi luz    Invade mi intimidad Mi guarida más profunda Juega con mis ventanas Vistiéndose con mi luz   Me observa con deseo De poseer mis emociones Choca con mis ventanas Cegada por mi luz       Mas no puede entrar Ni atravesar mis ventanas He de ignorarla si deseo ser libre De tal magna molestia Estorbo del paisaje.   Se posará y esperará Mirará con añoranza Esperando el momento preciso En el que mis ventanas se abran   Tendré que esperar lo suficiente Refugiarme Lejos de su alcance Tan lejos como una ventana   Rociarla con el arma De la indiferencia más descarada Atacarla con ella, hasta que esta la mate La suicide y la extinga Pues no existe mayor remedio Para el estorbo y molestia De su existencia Que la indiferencia Sobre su vida y muerte.   Y la polilla En sueños de luz Caerá muerta.
Polilla
Autor: Carlo Biondi  460 Lecturas
Un camión se dirigía sin detenerse, sin miramientos, sin intención, en mi dirección. De pronto me encontré agotado, tirado al medio de la calle. No sé cómo llegué ahí. No sé cómo el camión me trascendió, y siguió su mortal camino hacia su destrucción. Perdió su techo cuando se estrelló con un árbol. Al menos eso puedo decir al mirar hacia atrás, hacia la continuación de su camino. Veo su techo destrozado, a un lado de la calle, como si fuera hojalatería irrelevante. Como si jamás hubiese protegido a un conductor, llevando el vehículo en su viaje. Un ser minúsculo en dimensiones, guiando este monstruo metálico, esta omnipotente fuerza, en su busca del siguiente kilómetro. Veo cómo avanza, ya fuera de toda lógica, sin guía alguna, disidente de su destinada dirección. Veo cómo comienza a perderse en la esquina de mi calle. Cómo se va hacia la avenida, hacia la plaza, hacia la ciudad que le espera. A su absoluta muerte y desaparición. Vuelvo mi vista hacia la esquina contraria, desde donde con toda seguridad vino aquel camión. Por ella aparece un niño. Oscuro, desnudo, desamparado y asustado. Y llora. Llora como si hubiese perdido algo muy grande, o quizá ganado algo muy grande. Quizá incluso ambas cosas… Acuden a su ayuda espontáneas personas. Lucen preocupadas e inquietas. Es natural que así lo estén, siempre se preocupan de los niños… Me veo a mi mismo, siempre en el medio del camino. Agotadísimo, sin fuerzas siquiera para ponerme en pie. Lo intento y, sin importar cuánto, vuelvo a caer. Un par de perros hay delante mío. Descansan en los pórticos de las casas, mirándome indiferentes frente a todo lo que acaba de ocurrir. Me asustan. Me paralizan. Me controlan. Me martirizan sin saber o sin querer… Mas sus intenciones no importan. Intento darme fuerzas. Intento ponerme en pie una vez más, a pesar del cansancio y del sueño y de la desidia que me invaden. No debe importar nada. Si quiero acercármeles, si quiero ir más allá de ellos, si quiero que no existan, no debe haber excusa. Intento ponerme de pie una vez más. Y, mientras lo hago, despierto.
Al medio del camino
Autor: Carlo Biondi  378 Lecturas
No tienes idea todo lo que me fascinas... Las ganas que me dan de sentarte en mis piernas y conversarte, analizarte, compartirme, convencerte, entenderte, convencerme, mirarte, devolvernos, acariciarte, estrecharte, abrazarte, pensarte, penetrarte...No tienes idea de lo mucho que me fascinas... Las ganas que me dan de acostarme a tu lado y perderme, envolverte, sostenerte, creerte, sopesarte, suspirarte, llorarte, tocarte, agarrarte, lamerte, confiarte, entregarme, penetrarte...No podrías creer, probablemente, cuánto me fascinas... Las ganas inaguantables que tengo de olvidar, perdonar, dejar, abandonar, desaparecer, molestar, interrumpir, estorbar, crear, creer, desear, mantener, levantar, pensar, volver, penetrar, amar...Lamentablemente veo muy a menudo, reafirmo mi creer, que efectivamente no tienes idea... Me imagino que, de saber, no sería todo como es. No te habrías ido, transformado, desaparecido, agotado, apagado, cambiado, destruido. No estarías leyendo esto ahora, no estaría escribiéndolo... ¿De qué me sirven los sinónimos?, ahora solo me encaminan, como las canciones te enseñan a sentir. Porque sólo al poeta le sirven los sinónimos...Y yo no quiero ser poeta. Quiero ser feliz.Realmente tu, no tienes idea.
Fascinas
Autor: Carlo Biondi  401 Lecturas
“Los perros tienen solo un defecto, ellos creen en los hombres”.   Despertó con un poco de frio, como siempre. Estirándose un poco, sintió su pierna entre las propias, y se relajó. Se volteó hacia su lado, le acarició la larga cabellera, un poco grasosa, y se enderezó. Comúnmente le daba profunda pereza levantarse. Este era un día muy, muy común. Al pararse, le dio un poco de trabajo darse cuenta que Thor no estaba. Generalmente amanecía o a sus pies, o en su cabeza, pero esta mañana no apareció junto a él. Seguramente, pensó, fue a buscar un poco de comida. No era raro encontrar a esas horas restos. Tomó su cuaderno, antiguo, gastado, descompaginado, y lo revisó. Aún faltaban algunos sitios por visitar, y era un buen día para hacer esos trámites. Con delicadeza la despertó, diciéndole que tenía que marchar, pero que estuviera tranquila, volvería pronto. Sabía que eso era probablemente mentira. Quizá ella también lo sabía. Quizá preferían engañarse, creer sus mentiras, vivir la falsedad y transformarla en verdad, una que escapa totalmente a la realidad real. Partió así con su mochila al hombro, muchos lápices y hojas en un blanco prístino dentro de ella. En eso se acerca Thor. Sin duda tenía muchas ganas de acompañarlo en su viaje. Siempre se encontraba comida, camaradas, ruedas y un sinfín de cosas fascinantes cada vez que iba con él. Pero no pudo, pues esta vez le correspondía cuidarla en su ausencia. No era bueno que se quedara sola. No así, no ahí. Y con pesar y lealtad tremenda, Thor se devolvió por donde vino. Comenzó en el bandejón mirando hacia la gran casa, mientras se preguntaba por qué no había ido allí antes. Por más que lo pensaba no tenía sentido. ¿Un lugar tan importante, sin una atención primordial? No le dio más vueltas, y cantó sobre el papel… Este monumento siempre le causó gran intriga. Ansia, incluso. Siempre se preguntaba al pasar por fuera qué ocurriría allí dentro. Semejante casa sin que nadie la habite realmente. Le causaba casi nostalgia… Al terminar, decidió acercarse a la gran torre. Una torre importante en el inconsciente colectivo de aquellos transeúntes, transportados siempre como por la misma energía, al mismo ritmo, como si viniera de ésta. Esta vez cantó desde arriba de un árbol, donde no le vieran, en lo posible. Lo hizo rápido, sabía que podrían sacarlo de ahí en cualquier momento, y si bien las hojas le tapaban gran parte de la vista, la había visto tantas veces que sus ojos solo eran una proyección de una imagen mental, mucho más hermosa y valiosa. Al terminar se bajó cuidadosa y sigilosamente, pues no quería ser descubierto. No aún. Decidió adentrarse en las calles. Había visto, no hace mucho tiempo, no muy lejos, unas casas maravillosas, como sacadas de otro tiempo, de otro lugar, y merecían ser descubiertas. Si a través de su canto podía ayudar en esa tarea, tanto mejor. Estas casas eran su telón y sus butacas propias, y el sitio perfecto para cantarlas era entre ellas. Mientras lo hacía pensaba en sus fachadas, blancas como la nieve. Pensaba en su pecado. En que podría estar del otro lado, viviéndolas, y no ahí donde estaba, mirándolas. Cantándolas… Pensó incluso en que podría haber sido casa. Ventana, puerta, árbol, cielo, nube, aire… Quizá su peor error había sido ser persona. Quizá había algo peor. Su andar le llevó a una calle antiquísima. Rodeada de casas hechas específicamente para no contener personas. Esto le escandalizaba. Se dijo que, por lo mismo, estas calles no merecían ser cantadas. O quizá él no merecía cantarlas. Pasó.   Luego de mucho caminar, varias limosnas y algunas comidas, prefirió volver. Se hacía tarde y no quería que ella estuviera tanto tiempo sola, aún si después de encontrarse lo siguiera estando. Quería estar con ella. Quería que ella estuviera con él. Quería entregarle lo que merecía, necesitaba. Lo que él necesitaba. Quizá algún día ella despertaría, daría las gracias y devolvería la mano. Esa esperanza era el mejor alimento que había probado. Al llegar allí estaban ella, Thor, y el cartel. Saludó a ambos con cariño, le entregó comida a cada uno, y esparció sus cantos por el suelo. Por la reacción de quienes se dignaban a mirarlos, había sido un buen día. No todos eran así. Cantó también en ese momento, pero ya no sobre casas ajenas, sino sobre la suya propia. Sobre imágenes mentales de compañía y desolación. Sobre perros, seres inocentes y estúpidos. Sobre él mismo y su error más grande, un error que no quería obligar a Thor a cometer. Un error que le había significado su realidad. Un error de inocencia y estupidez. Un error que no podía evitar. Un defecto, al final. Al llegar la fría noche, se recostó en la fría calle, con ella igualmente fría, con Thor siempre a sus pies, en su cabeza, leal como siempre, inocentes todos, bajo aquel cartel que rezaba: “Los perros tienen solo un defecto, ellos creen en los hombres”.
Te volví a ver, y reconozco; fue una emoción fuerte. Me pilló desprevenido. Quizá te fuiste hace tanto, que no pensé encontrarte ahí, así. En un principio y como antaño, tuve cierto recelo. Podría decir incluso que fue desagradable. Me era incómoda tu presencia. Supongo que tus limitaciones físicas y anímicas me hacían no querer lidiar contigo en ese preciso momento. Por alguna razón que no logré comprtender, y que algún espero me ayudes a hacerlo, siempre tuve esa actitud en un principio. Recuerdo haber sido lejano e impetuoso, incluso violento en mi disposición hacia ti, hace ya mucho tiempo. Afortunadamente tu vida le ganó a mi desdén, pero de eso te has de acordar...Mientras nos acercábamos a la habitación donde estaba el niño, te adverttía muchas cosas, con enojo y molestia. Tu me respondias con molestia, pero cierta humildad, y ciertamente nada de enojo había en tí. Quizá nunca lo hubo... La mujer era sólo un testigo mudo de todo, un testigo piadoso y misericordioso, empático y tolerante. Amante, y sabio. Sin duda, ella sabía.En ningún momento reparé en todo lo que rodeaba a la situación. Estabas ahí, frente a mi, a pesar de todo y después de tanto, tus motivaciones eran el amor y la entrega, mas yo te advertía y te reprochaba. Qué ciego estaba. Qué poco perdón y amor entregué.La habitación era una vieja conocida. Ahí estaba él, acostado en la misma posición en la que tu estuviste hace tanto, y tan poco. En la que quizá aún estás porque, tu sabes, el tiempo no existe... Aquella misma habitación en la que dormiste, comiste, diste de comer, amaste de tantas formas, sufriste, entregaste, recibiste, cuidaste, fuiste cuidada, querida, amada, agradecida. Aquella misma habitación en la que dormiste.En esa habitación, ahí estaba él, acostado, envuelto en un manto, con una sonrisa en la cara, con paz en su alma. Quizá conforme, quizá agradecido, quizá feliz. Mientras la mujer se acercaba por el otro lado, tu te acomodabas para acerlo por donde siempre, por tu lado. Dejaste algunas cosas en esa misma antigua silla, e intentabas girarte hacia él para, con profunda dificultad, comenzar a acercértele. Y mientras lo hacías, te vi tambalear. No fueron más que unos momentos, no fueron más que unos pequeños movimientos. Pero te conozco y tuve miedo, un tremendo y profundo miedo de que fueras a caer. Me apresuré a tu lado y te abracé el tronco, para estabilizarte. Noté en tu cara el esfuerzo que hacías para no caer, para no resbalarte, y yo mismo hice un esfuerzo muy grande por no caerme contigo, por evitar que tuvieras que pasar por ello nuevamente, por sostenerte, por ayudarte. Mientras lo hacía, las emociones cegadas me invadieron. Esas emociones que estaban mudas por mi actitud y disposición anterior. Por mi poca paciencia ante ciertas cosas, ciertos detalles superficiales. Ciertos hechos irrelevantes frente al esfuerzo que hacías para simplemente mantenerte en pie, para dar los pasos necesarios para llegar ahí, para acercarte a él. Al fin pude ver, sentir, creer, tu amor y perdón, y entrega. Y comencé a darme cuenta de mi error, de mi estupidez y ceguera. Mi sordera frente al concierto de amor que eras tu en ese momento, que fuiste, a pesar de todo, siempre. Me dí cuenta de tu amor hacia nosotros, de tus buenos deseos e intenciones, de tu humildad y bondad, y comprendí que no podía ser de otra forma, que nunca lo fue ni lo sería. Que tu siempre serás así, siempre estarás ahí, y que lograrás dar esos pasos para acercarte a él. Y comencé a entender todo. Comencé a darme cuenta de lo que ocurría, y el amor y la desesperación, la verdad, me invadieron. Te abracé con todas las fuerzas que tu delicado cuerpo podía aguantar, te acaricié el cabello y el rostro. Tomé tu cara, y mirándote a esos ojos grises, te pedí perdón. Nuevamente. Mientras todo comenzaba a nublarse, te miraba profundamente agradecido de poder haberlo hecho nuevamente, y mientras lloraba y comenzaba a despertar, quería aferrarme a este sueño con toda mi alma. Mientras despertaba me daba cuenta de la fortuna que tuve al soñarte, y me decidí a no abandonar quedándome con las palabras en la boca, en el corazón. Quería decírtelas aún si ya las habías escuchado. Aún si las sabías incluso sin escucharlas. Cerré mis ojos, los apreté como hace mucho,, y finalmente pude decir, aún mirándote; "Te amo, te amo... Y muchas gracias, por todo..."Luego desperté, en esa misma habitación. Con paz y tranquilidad, sabiendo que, aún si no te veía, tu seguías ahí. Las lágrimas ya no eran de pena, dolor, nostalgia. Eran simplemente amor.Aunque tu no hayas alcanzado a conocer a tu bisnieto, te juro y me aseguraré, que él si te conocerá a ti. Hasta siempre, Nena.
Nena
Autor: Carlo Biondi  394 Lecturas
Imagen
Lunacy
Autor: Carlo Biondi  462 Lecturas
Walking through the darknessAll my lifeI remember, yes.The facesThe smilesThe furyThe sadnessThe world falling down to my knees and beyondThe light at the end of the beginning, and beyond...Trying t hold the candleHang on to its lightBut all I keep now is the shadow it casted...Of me...Just a shadow in a hallway...A hallway full of the darkest lights I've ever felt."God's in his heavenIt's all right with the world"But it's not.I... I just keep on walkingThrough light and shadowOf everything. Of me. "All my trials, Lord, will be remembered"I just keep walking.
Through Darkness
Autor: Carlo Biondi  435 Lecturas
Recuerdo cuando, entre sollozos, una noche te llamé. Había despertado de una pesadilla terrible. Soñé que morías, pero ya desearía que ahí hubiese terminado. No, verás… Lo terrible de aquella pesadilla no era tu muerte, sino mi vida. Mi vida, que continuaba.  En esos momentos, mientras te llamaba, me era imposible concebir mi existir sin ti. No recuerdo haber sufrido de esa forma antes, en sueños o no. Dios sabe cuánto sufrí después, pero antes jamás. Te llamaba y, entre lágrimas y palabrerío ebrio de dolor, sólo deseaba escuchar tu voz. Tu dulce, suave, tranquila, sanadora voz. Porque en ese atroz sueño, tu voz había desaparecido de mi vida. Pero mi vida continuaba…  Fui consciente de tu ausencia, viví el vacío más asombroso que jamás conocí. La mirada era vacía, las palabras, el tacto, el pensar era vacío, y por mi corazón ya no corría sangre, sólo el vacío lo llenaba. Mientras te llamaba, rogaba a todo lo existente y lo vivido, que sólo haya sido un sueño. Porque verás, querida, que la vida entera pasa frente a los ojos no sólo cuando se enfrenta a la propia muerte.  Cuando contestaste, volvió el alma a mi cuerpo, mi corazón, que se congeló por unos minutos, que se paralizó de dolor y, vaciado, se rindió, volvió a acompañarme. Mi voz quebrada, te buscaba, te deseaba de una forma que jamás podré explicar. Te rogaba la vida y te agradecía el suspiro. Las lágrimas no se detenían, mezcla de dolor y vacío, amor y plenitud. Gratitud ante todo. Nunca había sido capaz de agradecer te. Esa vez lo hice de una forma que me desgarró el alma y me cortó por dentro los huesos. Y tu voz… La paz de tu voz, el amor, la tranquilidad, la dulzura de tu voz. La pasión y el consuelo de esa voz. Dios mío, tu sabes que eso es arte.  “Una palabra tuya bastará para sanarle”.  Años más tarde, me encuentro nuevamente sin ti. Sólo que esta vez no son los sueños el contexto, o eso creo... Años más tarde ya no es tu voz la que me sana. Años más tarde, mi corazón ya me ha abandonado, aburrido y cansado de mi, de tu ausencia, de la vida que le hice sentir. Años más tarde, al igual que en ese sueño, la vida continuó sin ti. Cada cierto tiempo te recuerdo. Con una copa de vino entre mis dedos, la vista se nubla y las memorias se aclaran. A veces hasta puedo escucharte… A veces he creído verte. He soñado besarte y he alcanzado a tocarte. Mas siempre te desvaneces. Siempre te esfumas y, por más que te persigo, no soy capaz de alcanzarte. Perdí la voz tras buscarte y desearte de formas inexplicables. Perdí mi corazón y hasta mis ojos me traicionan, de vez en cuando. Te perdí. Perdí.  Intento recordar tu rostro, mas el tiempo es el enemigo, y me arrebata tu figura de forma desalmada, cruel e indiferente. Tu voz quizá ya no es la tuya. Tus manos, que fueron reemplazadas tantas veces, ya no tienen aquella forma. El tiempo cambia el color de tu cabello, de tus ojos, la forma de tus labios, de tus pechos, tu forma de hacer el amor. Lo único que el tiempo jamás cambiará, será mi sentir. Porque haz de comprender algo; quien murió no fuiste tu, fui yo. Y con mi muerte mi amor se hizo eterno.  Sí, porque tu escogiste la vida y yo, que no sé qué hacer con ella, sólo supe morir.  Años más tarde aún te busco en cada esquina, en cada rincón, en cada centímetro de los cuerpos, en cada segundo de la existencia. Y sé muy bien que volveré a perder. Sin corazón y sin voz, el amor es mi única compañía. Créeme que intenté alejarlo, pero no fue posible ni lo será jamás. Cuando elegí morir ésta fue mi condena.  Herido y desgastado, camino por las orillas del mundo buscando tierra, luz, cielo, algo a lo que aferrarme. Pues tu voz ya no es la de ese día, ya no calma mi dolor y mi vacío, ya no entrega sus brazos a mi corazón, no descansa en mi su pronunciación. Y pensar que en algún momento aquella voz fue suficiente para dar vida. Y pensar que en un momento fue la misma quien me la quitó…  “Una palabra tuya bastará para sanarle”.  Recuerdo cuando, entre sollozos, una noche te llamé. Buscaba tu dulce, suave, sanadora voz. Consciente de tu ausencia, rogaba que sólo haya sido un sueño. Cuando contestaste, te rogué la vida y agradecí el suspiro. Una palabra tuya bastó para sanarme.  Años más tarde heme aquí, sin ti. Mi corazón, aburrido de tu ausencia, me ha abandonado. De vez en cuando te recuerdo entre vinos y memorias.  Perdí mi voz, y los ojos me traicionan. El tiempo, enemigo, te arrebata sin clemencia. Y contigo se va mi vida, más no mi amor. El amor es eterno, para quien muere por él. Y yo no sé más que morir… Años más tarde, consciente de la derrota, me aferro a la condena, mi única compañía. Cansado, deambulo. Tu voz no me toca. ‘Y tú, que fuiste vida, eres ahora también la muerte.’  Por siempre vagaré, llamándote. Porque tanto aquel, como todos mis días, una palabra tuya bastará para sanarme.
Una palabra tuya
Autor: Carlo Biondi  592 Lecturas
In the deepest reaches Of my broken soul No light can be Reflected on you   The source of all light Went away with the flow, With the tides of time   The heart of mine is But a memory of what I felt In times of yore… Nothing can be said No one is there To listen To see To feel The sacred power of This light you bring Is useless here. Go away, please Go Don’t be me Never become what can’t be heard What is not seen What no longer feels.   Light is a shadow of my past Light went away with the sigh Of our last kiss. My soul no longer lives in this eyes. By the time your lips closed Hope collapsed on itself And this mourning began.   Darkness in my heart Swallows all light you can bring Don’t expect this to be your home ‘Cause it isn’t even mine   Take your shining heart Your pristine eyes Your brave heart To the home it can reclaim Far away from here The tides are savage And the shadows of the past Merciless…   Don’t let me make a me Out of you Run while you can Before all lights go out. Leave this forsaken place Someday I’ll do it to…
Blackhole
Autor: Carlo Biondi  518 Lecturas
Al principio todo estaba bien. Me dije que no habría nigún problema, y que era pasajero. Llegué hasta a creerlo, al menos un tiempo. De a poco me fuí dando cuenta que no sería posible. A veces un dolor, a veces un recuerdo. Otras, una visita. Supongo que ellos, al igual que yo, sabían que no podría olvidarlo. Claramente ellos se esforzaban, más que yo, en recordarlo.Y cómo poder olvidarlo. Poco a poco, lo sentía. Sentía sus brazos extendiéndose a través de mi. Me provocaba una repulsión tremenda. Lo sentía comerme, a veces muy lentamente, otras, con una velocidad desgarradora. Luché muchas veces por detener su avance. Llegué a creer incluso, que lo había logrado. Tan equivocado estaba... Lentamente me consumía, invadía mis entrañas, me secaba y envejecía. Un agujero negro, tragando luz sin vuelta atrás, y sin descanso.Recuerdo haber sido llevado hasta la locura, y me imaginé amándolo. Temo haberlo hecho.Cierto día, después de luchar y rendirme muchas veces, simplemente le permití seguir. Estaba ya demasiado cansado, y sabía la derrota inmisericorde a la que llevaba aquella lucha.Le permití entrar y romperme, hacerme sangrar, clavarme y expandirse. Extender sus raíces hasta los confines de mi ser. Y me gustaría decir que no sentí su avance, pero lo sentí en todo momento. Incluso hoy me provoca escalofríos pensar en ello. Bastaba un movimiento, aún una mirada, para sentir su presencia, cada vez más grande y avasalladora.Se lo llevó todo, mi adultez, juventud e infancia. No me dejó más que la resignada vejez, el otoño más íntimo, con su lluvia de hojas secas desbordándose de mi. Al caminar, como mis propios sueño, podía sentirlas crujir. Como las polillas moribundas plagaban los pasillos, moribundos sueños plagaban mi mente. Y cada vez quedaba menos...En esos momentos deseé buscar una serpiente que me ayudase a volver a mi planeta. Pero mi planeta era éste y la serpiente me buscaba a mí, en mi interior.Los gritos eran cada vez más comunes, y los podía escuchar como viniendo de otro lado. A veces me costaba creer que era yo quien gritaba de forma tan horrorosa, con tan espantoso dolor, con tan poca esperanza. Jamás pensé que podría gritar así.Alguna vez quise convertirme en él. Quise, por un instante al menos, ser el que causaba dolor. Quería saber qué se sentía. Por supuesto, eran solo los sueños efermos de un moribundo, alucinando entre placer y dolor, entre vida y muerte. Entre una una vida cada vez más exigua y una muerte cada vez más poderosa.Cada día costaban más los pasos. Cada día pesaban más mis pies, mis manos, mi sangre.En las noches de Luna, sólo ella me consolaba. Entre tragos y sollozos, me dormía entre sus brazos, y soñaba. A veces lo más terrible eran los sueños.Un árbol crecía desmesuradamente, y apenas sus ramas alcanzaban el cielo, sus raíces penetraban lo profundo del infierno. No me es aún posible definir aquel dolor. Dudo incluso, que mis gemidos al despertar le hicieran justicia. No, aquel dolor no era de éste mundo. Eran los gritos desesperados de la muerte, clamando mi nombre y ofreciéndome sus brazos. Recuerdo, en más de una ocasión, haber respondido positivamente. Pero no era suficiente, la muerte quería antes vaciarme de todo deseo y esperanza de vida, y día a día hacía su camino en mí.Cerca del final, le rogué a mi madre un abrazo, a mi padre su voz, a mis hijos sus manos, a mi esposa un beso. Un beso con el que sentí todo lo que buscaba. "Una palabra tuya bastará para sanarle".Y la serpiente me encontró.Entre amor, rabia, dolor, placer indescriptibles, inhalé la que sería mi última bocanada de aire. Miré hacia todos lados; la habitación, el barrio, mi vida, el universo cegándome con su blancura. Lo ví absolutamente todo. Y luego, cerrando los ojos, exhalé mi vida fuera de este cuerpo maldito, desdichado, enfermo.Recordé mi vida entera, mi niñez, adolescencia y juventud, mi adultez, mis amores y pasiones, mis dolores más profundos. Me desprendí de todo el peso que ya no podía cargar. Que ya no necesitaba. Le puse la otra mejilla a mi historia y, con una sonrisa, renací.
David
Autor: Carlo Biondi  517 Lecturas
The Rays are highI can clearly seeThe doomed soulThat they have leftThe Sun is dyingThe moon took overMy broken bodyMy sinner mindA shapeless pastIs all I hadNo right to beNo life is freeThey are coming this wayThey're taking overThey're eating my fleshThey won't spare me this one'Cause I can't be meStory must be gonePeople must be killedMemories must be stolenAnd a sinless sparkMust be extintThe RaysHigh as they areThe SunDead as it isThe flood of light comes running lowWiping it all outMy tears were dried by the SunLong before it's lifeLong after the endAnd way before You killed meA prisioner of my lifeAnd all its surroundingsAnd the truth isI'm already dead
Not You
Autor: Carlo Biondi  616 Lecturas
Mirror MirrorWhat are you looking at?What are you looking for?What are you waiting for...What have you becomeYou have changed so muchYou are not what you used to beYou are breaking me apart...Mirror MirrorWhat's wrong with youI see no lightNo willNo soulYou are bleeding from your cracksMade by the time and the livingPieces of you fall to the groundFall from the skyFall from my heartFall to my feetBreaking my mindMirro MirrorYou are raining over meI can't understandThe image you give meThat reflexion seems so strangeSo foreingYou have to be lyingThat... can't be meMirror MirrorWhy do you do this to me?What did I do to you?What did I do...To meMirror MirrorTime has come and goWith the flow I did that tooAnd nothing remains the sameMy voice, my thoughts, my feelingsMy eyes are not the sameMy face full of scarsMy body broken and scaredMy soul lost long agoMy mind hidden for so longAll of this trembling beingTries so hard to reach your heartMirro MirrorGive me a signTell me a secretSay my nameFor I can't recall...Mirror MirrorIf you do soI will give you everythingI'm doneI give upI'm yours if you're mineI am mine...I amMeMirror MirrorPlease hang onDon't break just yetAnd please don't let me downYou can do betterI can live for youI will live for meAnd I swear to godWith all my heart that you can't seeWith all my tremblingScared beingWith all the love I've never had With my naked bodyAnd my rainy eyesI will put your pieces togetherI will clean your woundsI will look at youAnd I will love you
Mirror, Mirror
Autor: Carlo Biondi  628 Lecturas
Mira hacia atrás. El Sol se esconde. Derritiéndose, por dentro. La Luna se apodera de sus ojos, su mente, su alma. El viento acaricia su cuerpo, su cabello, sus recuerdos... Todo está hecho.Sin duda, pero melancolía. Sin arrepentimientos, pero ansiedad. En un parpadear, el Sol se ha ido y la noche comienza. Repentinamente. Imparable. Hermosa.La libertad contenida por un cuerpo mundano. El alma gritando en su interior. La próxima brisa será la última. El próximo paso, el primero Todo está perdido. Entregado. Cedido. No hay necesidad de volver. No hay dónde volver. Ni la vista, ni el corazón, ni el cuerpo. Ni el espíritu. Impecable, aún. Invariable. Verdadero. A la sombra del Sol, a la luz de la Luna. Con paso firme, seguro. Confiando en la sangre. En el sentir. En el fuego interior de ese alma que clama. Que aulla, que desea. Que obliga.  Abandonando una lucha largamente perdida. Dejando un cuerpo profundamente gastado. Miradas que nada verán. Mentes que nada podrán reconocer. Escencias diferentes, ajenas, salvajes. Sin arrepentimientos, pero melancolía. Destino. Presa. Guía.  Arribo.  Ansiedad. Dejar atrás es algo tan grande. Una carga tan pesada como dejar de cargarla. Una idea, un instante. Un final. Un comienzo.  Sin arrepentimiento, pero curiosidad. Aleteos en la Noche. Una mirada más. Y empieza el viaje.
Viaje
Autor: Carlo Biondi  704 Lecturas
Si gusta, pase Le tenimos de todo Cunas de paja y de oro Algunas cómodas, otras No tanto Tenés tres vías de acceso Le recomiendo la entremedia Las otras dan saltos Se pasan para allá y para acá Suben y bajan A Dios y al pulento Dependiendo el momento.   Si gusta, juegue A ser Poeta Político, Proeza Padre, Proactivo Prostituto, Puto Lo que quiera, le tinimos.   Si gusta, entre Unos conchasumadre Le adornarán el camino Le ayudarán a caminar A avanzar por el pedrerío Uno que otro, eso si Le tirará de esas mismas piedras Y lo botará al precipicio Pero no se preocupe Esos mismos después Le salvarán de su caer Para cagarle después Otra vez, y tantas más.   Pase, pase Están haciendo el llamado Saque número y continúe Necesitan un nuevo despabilado Un nuevo amigo que Secar en su legado Búsquese un trabajo Haga algo, hombre No ponga cara de pájaro.   Pase, por favor pase Cuidado dónde pisa Cuidado con quién habla Cuidado por qué lucha Cuidado cómo avanza Será donde le toque nomás Si tiene suerte Dará poco y recibirá más Tiene que ser fuerte Aguantar de todo Si aguanta poco Puede ser exiliado Si aguanta mucho Puede morir en la rueda O llegar a La Moneda Si es tonto Le pueden dar una embajada Si no, si anda con antojo Puede ser viejo y morir rojo O subir y bajar, pudrirse por dentro Mirar a Dios y al pulento A los ojos, bien atento Bien profundo, bien sincero Bien hipócrita y usurero Puede dárselas de marinero Calmar aguas o inundar campos enteros Pero una sola cosa le aseguro Sea lo que quiera Lo que se le cante y plazca Pero ahí, mueren los primeros   Pase, si quiere, pase Ahora, le diré algo Si prefiere Mejor pase…
Free pass
Autor: Carlo Biondi  655 Lecturas
En la noche más larga no hay perros que ladren. Ni un foco prendido. Lo que fue calor, ahora es frío. Los pensamientos que, largamente, naufragaban dentro mío, me abandonaron mucho antes del hundimiento, previsto hace ya mucho tiempo. Aquella nave que llamé “vida” y que llegué a comprender, con mucho esfuerzo, que su nombre era otro, se quemó a fuego lento en la tormenta perfecta. Aún flotan, orgullosos, los restos que no se sumergieron, que no se hundieron, que son demasiado livianos para aquel fondo profundo, honesto. Que son demasiado fuertes como para morir por una simple tormenta. No, aquellos restos serán los cimientos del nuevo navío, ese que, llegado el momento, también naufragará… ¿Cuántas vidas tiene un navegante? Quizá tantas como tormentas el mar. Sólo me encuentro, después del desastre. Sólo, como siempre. ¿Y quién ha de culpar al tripulante por salvar su vida? Sólo el capitán debe morir con su barco. Y yo me percaté tardíamente que, de este barco, el capitán era yo. El camino se estira, entonces, cada vez más. Todos los mares que navegué no lograron enseñarme a caminar por estos terrenos. Estos irregulares, sinuosos, tenebrosos, avaros, egoístas terrenos. La verdad, de este camino no logro ver su principio ni su final. Tiendo a pensar, infantil e ingenuamente, que estoy en la mitad. Sé, dentro mío, que no lo es. Que falta tanto, tanto. Cuando me lancé al mar jamás pensé ser capaz de dominarlo. Jamás lo hice realmente, pero al menos logré acostumbrarme… Me pregunto si lograré acostumbrarme aquí… Todo es tan extraño, tan lejano, tan ajeno. A veces escucho voces, pero jamás logro ver caras. Sé muy bien que muchas de ellas vienen de mi mente, pero hay algunas que se escuchan tan reales...   En la noche más oscura no hay a quién tocar, a quién ver, a quién escuchar. He sentido algunas veces un calor que no puede ser sino humano. Es muy reconfortante. Es casi esperanzador. No sé si las caricias que he sentido, de vez en cuando, son reales. Quiero pensar que no. Este camino está tan lleno de ilusiones que me cuesta mucho distinguir. No veo nada pero escucho todo. Ha habido fogatas que desaparecen en un parpadeo, voces que se transforman en gritos, calor que quema, destellos repentinos, encandilantes. De todo esto huyo, por temor a ser engañado. A engañarme yo mismo. Son como bocanas de aire cuando me estoy ahogando. Si he de morir de todas formas, no quiero alargar mi agonía. No quiero mentirle a mi alma y condenarla a más instantes de prisión. Quiero su libertad. Quiero mi libertad. Y las voces y calores y destellos no hacen más que aumentar mi condena. Porque es imposible que aquello sea cierto.     En la noche más fría, el calor se ha olvidado. Me arranqué tantas veces de él que ya es sólo un cuento más en mi mente. Uno que intento contarme siempre, antes de dormir. Uno que, por lo mismo, no recuerdo. Destruí toda fuente de calor en mi camino hacía aquí. Nunca creí que fueran ciertas. Un par de veces, aquel calor llegó incluso a mi corazón, pero siempre impedí que lo calmaran, pues no podía darme el lujo de creer sin ver. No se puede culpar a los tripulantes por querer salvar sus vidas. ¿Se me puede culpar por no querer salvar la mía? Se podría decir que sería una pérdida. Después de todo, ésta experiencia y sabiduría debiesen servir para algo. A alguien. Pero en esta fría, oscura y larga noche, no puedo ver ni sentir a nadie. Quizá son los fantasmas de mi tripulación a quienes escucho cuando más frio tengo. Desde lejos me llegan esas voces en lenguas que no manejo. Hablan de cosas que no conozco. Dan consejos inauditos, balbucean palabras manoseadas, ideas absurdas de una tierra de luz, de paz, de sanidad, de calor.     En ésta noche fría, oscura y larga, no hay compañía. Esta noche, que es profundamente mía, está abandonada a su suerte. Ya las voces desaparecieron. Ya las fogatas se apagaron. Ya mi alma, cansada, se ha rendido. En mi caminar, aprendí que no es la noche más larga: he tenido noches llenas de una eterna tormenta, tan largas como el horizonte. No es la noche más oscura: he tenido noches donde hasta las estrellas se tragan la luz de mis ojos. No es la noche más fría: he tenido noches en que hasta mis sueños se congelan…   Es la noche más sola.
La noche más larga
Autor: Carlo Biondi  620 Lecturas
The world is deadThe eyes are shutThe angels are goneThe life is lostThe skin is coldThe love is hiddenThe word Is death.The smell of dying flesh is everywhere I look. Ghosts are watching the body rot 'till it's gone. I hear the whisper of a soulless world falling to my thoughts. The guild is proud. The job is done. Or so they thought..What's eternal only transformsWhat's been alive will never goWhat's gone will come again"What's dead may never die"And what has diedWill forever live.But the ghostsThe ghosts are blindThe ghosts are deafThe ghosts know not to beThe ghosts are realIf notThey would not be ghosts.
Ghosts
Autor: Carlo Biondi  548 Lecturas
Volví  a verte en mis sueños Volví a verte, a tocarte A admirarte, a sonreírte A besarte... Mientras lo hacía, me preguntaba Si mis labios eran los únicos Que los tuyos besaban Quizá la culpa me hacía preguntármelo Quiza la consciencia de la probable respuesta Y el dolor insoportable El miedo Por el que nunca la hice...   Mientras me pedías que amarrara tu bikini Miraba tus ojos Los vi llenos de tantas cosas Y completamente vacíos de amor.   Un pánico que no sentí Ni cuando este sueño era realidad Me invadió y me desesperó Te abracé con toda la fuerza Y el amor posible Pero era tarde... Solo abrazaba una muñeca de trapo. Y a tí solo te abrazaba mi sueño...   Nuestran realidades Se alejan cada vez más. Quizá tu me ves Igualmente en tus sueños. De ser así, por lo más sagrado Espero Que veas la realidad de mis sueños Y que tus ojos en los mios cambien Que mi sueño te haga realidad Que mi realidad no sea más que un sueño...   Mientras te abrazaba Pensaba en esos otros labios Esas otras piernas Entre las que yo habia estado Hace no más de una noche. Mientras te abrazaba Guardaba la pregunta en el fondo de mi alma Por su injusta naturaleza Por no tener derecho a existir. Por saber que la respuesta Era la misma que yo daría.   "Siempre te veo en mis sueños" Y lo seguiré haciendo Mis sueños seguirán siendo Clandestinos Seguirán alejándose De esta realidad. O quizá es esta realidad La clandestina...   ¿Qué es la realidad? Quizá no más que otro sueño Quizá en otro de los múltiples Universos Tu y yo seguimos sonriéndonos Mientras yo te amarro el bikini.
ひみつ
Autor: Carlo Biondi  590 Lecturas
Las alarmas eran como gritos de pájaros infernales. El fuego ardía en las profundidades de la piel. Del aire se alimentaba éste, como mi alma de tu recuerdo. El escenario era espantoso, de la más compleja lejanía. Potentes parásitos se arriman a todo cuanto puede ser, y sus gritos de guerra alcanzaban todos mis sentidos. El aire mismo gritaba, intentando arrancarse de mis pulmones. Mugidos de impotencia y dolor salían de mis párpados al abrirse, una cuchillada de horror. Una melancólica canción llegaba a mis oídos. Un melodioso cántico de invierno. Unos gritos desesperados acompañaban la gloriosa sinfonía. Ladridos se comían el silencio, y mi sangre corría despavorida por mis escuálidas venas. Los huesos eran polvo,  y cada paso me comprimía más. La espera era maldita. Ese fuego alquímico que derretía el sentir. Que parasitaba el existir y rebalsaba de memorias. Que hacía caer a lo profundo de la noche. Noche que quemaba con su negro fuego. Con su sol ardiente, alimentado por rencores y temores. Un arrepentimiento que comía pieles y vestiduras. Una soledad seductora. Los pájaros infernales gritaban verdades conocidas por todos. El demonio mismo se arrancaba, paranoico. Buena intención en su mirada, mala intención en sus manos. Ciegos, vigilaban, atentos, perdidos. Sordos atendían auxilios que no entendían. Mudo, testigo, víctima, victimario. Rencor y recelo pintaban el cielo. Obscuro como estaba, la evidencia temía. El rojo marchito de mi sangre se coaguló, y no corrió nunca más por mis venas. Y éstas, inútiles, perdieron. La garganta del tiempo se cerró, partiéndolo en dos. Y lo que calló, cayó. Y lo que siguió, el espanto de un recuerdo, se ahogó a manotazos, a patadas, a caricias. El fuego negro, tóxico, devoró lo que el espacio perdonó.  El sentir sopló mi polvoriento existir. Una estrellada noche en lo profundo del infierno. La canción se detuvo, perdida. Mis oídos, añoranza. Mi piel se rindió, y desaparecí. La luz fue siempre un Mito.
Untergang
Autor: Carlo Biondi  581 Lecturas
Eliana comenzaba a preparar la cena. Dejó todo listo para armar esos sándwich de vacuno que tanto le gustaban, y tanta fama le traían, pero volvió a su habitación para ir a buscar el queso, que siempre se le quedaba ahí después de alguna resaca. Al llegar a ella, inmediatamente se percató de algo extraño. Había un cierto olor, una cierta esencia de que algo no andaba bien en el ambiente. Lentamente, aquel olor cambiaba de gris, a un negro profundo y tenebroso. Como cuando algo recién ha comenzado a podrirse, pero aún no está muerto. Aún no es el fin. Con extrañeza también, observó en sus paredes cosas inusuales. Ciertas manchas, muy sutiles en su coloración, pero extensas en tamaño, aparecían en ellas, y se alargaban hasta cielo y suelo. De pronto creyó oír, como desde la profundidad de su mente, un atisbo de algo similar a un grito. Un grito ahogado, de espanto, de dolor y terror. Le costaba concentrarse en lo que ocurría a su alrededor, si su mente no la dejaba tranquila. Pronto descubrió que no sólo era su mente. Al hacerse más intensos los gritos, las manchas y la sensación de horror, se dio cuenta que todo aquello provenía de la cocina. Al principio dudó mucho, tenía un profundo temor de lo que vendría. De alguna forma comprendía qué estaba pasando, aún si el impacto repentino de aquella situación le impedía reaccionar de acuerdo a su pensar. Mientras se acercaba, más crecían sus ganas de salir corriendo. Ya sus ojos comenzaban a desorbitarse. Pero ya no podía detenerse , caminaba como empujada por otro cuerpo, hacia aquel destino que parecía fatal. Los gritos ya eran ensordecedores, le invadían la mente y las entrañas. Desesperada, miraba a su alrededor y veía cómo su casa ya no era su casa, si no un galpón oscuro y pestilente, donde extrañas personas con vestiduras plásticas, parecían emanar de sus manos  esos gritos. Les cubría un manto de muerte y perversión, y se veían cada vez más cerca. Al fin, atinó a gritar. Al principio le costó controlar su garganta,  pero después de unos intentos pudo al fin gritar. O eso pensó, en un principio. Lo que comenzó como grito, lentamente fue transformándose en un mugir lastimoso y horrible. Sin entender qué había pasado, pero con profunda sospecha de lo que vendría, se encontró al fin con aquel salvaje extraño, ese verdugo creador de muerte, y sintió con un dolor que jamás conoció, cómo su vida lentamente se apagaba. Una vorágine de pánico, dolor y muerte fue su última imagen de aquel tan horrible mundo. Cuando llegó a la cocina, queso en mano,  y después de cortar un apetitoso filete, mientras armaba su sándwich, un sentimiento de empatía le invadió por un pequeño instante. Al morderlo, todo sentimiento había desaparecido.
Sintonía
Autor: Carlo Biondi  653 Lecturas
Con una extensión de unas decenas de kilómetros,  Borea era la ciudadela más grande de la flota, con una capacidad militar acorde a su tamaño. Desde su centro surgía la torreta de control, una compleja red de pasillos, salones, escaleras y ascensores, de gran importancia estratégica. Solía viajar, además, con varios cruceros a su alrededor, y ocasionalmente algunas naves menores. Muchos de esos cruceros eran naves más bien antiguas, pero insignes e históricas, siendo más valiosas moral que militarmente.En una de esas pocas, frágiles, visibles naves menores, se encontraba la familia de Laurean, quien por supuesto no confiaba en esos anticuados cruceros para defenderla, pero si tenía una fe ciega en la ciudadela y su capacidad defensiva. Hasta ahora.En el refugio aún reinaba el caos. Órdenes a viva voz iban y venían, contradiciéndose entre sí. Para Laurean era todo lo mismo, una sucesión de explosiones mecánicas, químicas, vocales.Lenta y dolorosamente procesó la idea de que todo estaba perdido. Todo por lo que había trabajado toda su vida, todo lo conversado el día anterior, el futuro ya pactado, su nueva vida…A lo primero que atinó, luego de lo que pareció una eternidad en el infierno, fue a pensar en su familia. Si la torreta de control había sido destruida,  no podía ni imaginarse qué pasaría con una tan pequeña como la de ellos. Sin pensarlo –ya había perdido mucho tiempo en ello-, salió del refugio y se dirigió a la ventana más cercana, una difícil tarea por la ubicación estratégicamente rebuscada en la que se encontraba. Muchos ascensores se encontraban incapacitados, y mientras subía por intrincadas escaleras y se acercaba a las plantas superiores, se hacían más frecuentes los heridos y muertos.La escena era salvaje, y en cada cuerpo veía los rostros de su familia y la forma en que sus vidas podrían haber terminado. Mientras más subía, su espanto crecía, y la situación se volvía cada vez más horrorosa; incendios casi en cada puerta, gritos de dolor que llegaban desde cerca, llamados estériles del altavoz, y estructuras derritiéndose lentamente. Cuando al fin encontró una ventana, se percató de que estaba a sólo un par de niveles de donde estuvo alguna vez la torre, y volvió a recordar al capitán, y su promesa.Aquel capitán era perfecto: Ojos grises como su cabello, masculinamente felinos. Pómulos pronunciados. Rigurosamente afeitado, acorde a su cargo. Y unos labios finos pero precisos. Preciosos… Una gran contextura, de hombros anchos y sólidos, un torso esculpido por años de servicio militar estricto e ininterrumpido. Unas piernas de acero a prueba de sables y balas. Y una entrepierna… muy bien equipada. Sin duda, era el más importante de toda la flota. Un capitán digno de su nave.Un dolor agudo, ardiente, en su pierna, la sacó de sus fantasías; una pequeña llamarada estaba quemando pacientemente su uniforme de descanso. Con rabia y vergüenza, sofocó a golpes el fuego, sin entender cómo su mente se perdía en esos pensamientos, en aquel caótico momento. Quizá el dolor era tanto, que su mente encontró en sus recuerdos una forma de evadirlo.Miró hacia la ventana y recordó su objetivo. Olvidó lo anterior y se concentró en buscar con su mirada, la pequeña nave familiar. El caos al interior de la ciudadela no se comparaba con el exterior. Explosiones por doquier y fuego cruzado le dificultaban la tarea. Luego de lo que sintió como horas, y mientras lágrimas de desesperación caían por sus mejillas, logró ver un pequeño destello plateado, y por instinto supo que encontró lo que buscaba.Al tiempo limpió sus lágrimas, vio su reflejo en la ventana, y se indignó consigo misma. No era momento de llorar, o pensar en capitanes. Algo más podía hacer. Algo más debía hacer. Sin importar cómo, tenía que componerse; no todo estaba perdido.
1.1
Autor: Carlo Biondi  544 Lecturas
Half the moon I saw tonightHalf the time that came, went byHalf the stars were out in the skyHalf the man I was, was right The missing parts are far behindFar beyond the reaching sightTo me, I told them to hold tightWhile I was busy, lookingFor some place to hide I never thought that half the eyesHalf the mind will be left aliveI never wanted to become the iceThat would freeze you and changeYour life... The moon's reflection on the seaMade the sky feel warm in spiteThe deeply hollow, greatest placeMy moon, thats halfWith you inside The empty space you took and keptThe part I gave, now I regretThe moon I saw, with half my eyesHalf was mineHalf was naught
Untitled
Autor: Carlo Biondi  530 Lecturas
Serena te ves, al exhalar. Tu rostro me entrega una paz extraña en nosotros. Tus lágrimas provocan un ligero arrepentimiento, que se diluye en esa belleza tan característica de tu tristeza. Tu sangre se calma, y tu cuerpo comienza a terminar. ¿Era éste el destino? Sin duda es lo que siempre quisiste. No podrías negar que lo pedías con cada gemido, con cada agarre, con cada mirada. Con cada grito de auxilio. No puedo evitar sentir un poco de melancolía. Te extrañaré, ¿sabes? Nunca fue tu paz lo que amé. Amé tu pasión para odiarme con toda tu alma, amé esa mirada la primera vez que te penetré. Amé ese deseo con el que intentabas liberarte de mi amor, de mis brazos y deseo. Amé incluso tus despojos y destierros, pero terminaron por agotar aquella paciencia que nunca tuve.  Esa que creé a partir del desprecio recalcitrante de una imagen que nunca quise mía. Esa que te encargarías de cambiar y desaparecer… Al recorrer con mis dedos los contornos de tu cuerpo, no podrías creer el amor que por fin siento. No me excitas, como antes. Tranquilas, las curvas de tu cuerpo me dicen que es seguro acercarse a ellas. Y sólo deseo abrazar lo que queda de tu existencia, mientras aún compartimos éste mundo. De seguro te ríes de mí. Me lo dice lo poco que queda de tus ojos. Incluso ahora, te ríes de mi… Podrías decir que estoy loco, pero, ¿no lo estás tú también, amor? Me lo confesaste la última vez que tu boca pronunció palabra… No, amor, no estoy loco. Ahora mismo, estoy más cuerdo que nunca. Después de todo, estoy al fin dándote en el gusto. ¿No era esto lo que querías? ¿No era esto lo que esperabas…? La vida es un infierno, cuando no se vive bien. Y tú, mi amor, fuiste un infierno. De ello, te libero. ¿Valía la pena seguir? Ahora serás sólo una fotografía olvidada. Ahora no podrás destruir nada de lo que vivimos. Ahora, amor, seremos eternos en tu viaje… No quiero ser aguafiestas. No quiero arruinar tu partida, pero… ¿Por qué lo hiciste?  Tu sabes que no fui yo quien lo hizo… ¿Lo sabes, no…? Da igual ya, amor. Vete tranquila mientras yo cuido tu sueño. Nuestros sueños, que ahora sí, se harán realidad. Tú me obligaste. Yo no quería. Yo sólo quería tu atención un momento. Fuiste tú quien escogió estar lejos de mi alcance. Fuiste tú quien dijo que el problema era yo. Pero tú y yo sabemos que nunca fue así. Tú sabes que era yo tu final. Tú siempre supiste que esto pasaría. Tú lo buscaste… ¿Porqué, amor…? Da igual, ya. Tu memoria está a salvo en mis manos. Tu sangre también. Pero… No nos queda mucho tiempo. Ambos debemos partir a lugares diferentes, y sólo los misterios de la vida podrán volver a juntarnos un día. Espérame, por favor. Descansa, ten paciencia, y espérame. Seamos lo que siempre tuvimos que ser, si no en ésta, en la vida que sea. Te aseguro que, donde sea que me encuentre, te buscaré. Y ten por seguro que te encontraré. Espero que no intentes escapar de tu destino la próxima vez. Nada bueno pasa cuando haces eso, ¿no te das cuenta? Tierna te ves, recostada en el piso. Puedo ver tu cuello palpitar al son de las sirenas. Lenta, muy lentamente… Y esas mejillas carmesí hacen juego con tu cabello y tus gemidos. No te imaginas lo hermoso de la escena. Algún día lo haré yo para ti… ¿Aún estás ahí? Quisiera confesarte algo… Siempre supe que así sería. No pienses, por el amor de Dios, que lo tenía planeado. Y es que, ¿se planea lo que se sabe? Y tú sabías que yo sabía… Y yo sabía que tú sabías que sabía… ¿Cómo no saberlo? Fuimos siempre tan evidentes. Fuimos siempre tan… predecibles. Limpiar la sangre de tus labios, me da el placer del deber cumplido. Ya está hecho, después de todo. Y a pesar que lo evité tanto, tanto como tú a mí, la justicia tarda, pero llega. Y yo nunca pretendí para nosotros lo bueno o lo malo, sino simple y humildemente, lo justo. Y después de tanto amor y tanto daño, de tanto dolor y tanta muerte, era hora de acabar con todo. Si aún ahora no lo crees así, es que sufriste mucho, o muy poco… Pero yo, amor, yo si sufrí. Con cada caricia, con cada súplica, con cada gemido. Con cada golpe, con cada grito de auxilio, con cada mirada horrorizada hacia el futuro, con cada azote negador de sentimientos. Con cada gota de tu sangre, mi amor, sufrí por los dos y por todas nuestras vidas. Con cada gota de esa dulce y suave sangre que ya no cargas. Pero tranquila, amor. Al fin serán mis manos las que carguen con tu recuerdo, con tu esencia, y con tu muerte. Exótica te ves, al despedirme. Como una pintura cubista. Como un desastre natural. Como una pasión tergiversada y enfermiza. Como un caso clínico de un amor más allá de la vida y la muerte. Como un sueño terrible de alguien hermoso. Como un recuerdo que me acompañará toda la vida, te ves. Como siempre fui. Como siempre seremos. Y éste amor, ésta locura que me dará vida, fue lo que te dio muerte, amor. Este amor desenfrenado y cósmico, supremo. Este amor que siempre estuvo más allá de cualquier entendimiento, que fue loco para algunos, pero real para quien sabe. Y yo sé, mi amor, yo sé… Superemos ésta prueba. Trasciende a la vida y búscame. En algún confín de éste mundo de locos, te estaré esperando. Y cuando toques mi puerta, sabré que eres tú. Porque sólo tú sabes tocar ésta fibra de mi alma. Buen viaje, amor. Gracias. Y de nada.
Buen viaje
Autor: Carlo Biondi  605 Lecturas
Una ventana flota en el firmamento, y puedo ver claramente tus ojos a través de ella. Me llaman, me esperan. Me enseñan un camino… Espejos con imágenes volátiles de mi rostro incompleto me distraen y ensordecen, y pronto comprenderé que hay algo más allá… Más allá del ambiente caótico que me fue creado, que dejé existir, está el comienzo que siempre fue el fin de algo que nació eterno… Una catedral vacía llama desde mi interior, grita por auxilio y demanda mi consciencia. Y ningún ornamento es capaz de saciar su sed… ¿Qué hace de tu espera mi agonía? ¿Qué debía sentir? ¿Cómo haber podido continuar…? Esa sonrisa incompleta fue todo cuanto tuve, en éste lado, al final. Fue todo lo que fui y creí ser hasta escuchar, entre todo este ruido, tu llamado… Debes confiar, tranquilo y en paz, en el tiempo. Ese que te llevó antes, me llevará pronto. Soy consciente, por supuesto, de que ninguno existe… Perdimos la fe entre cortinas y un frío, triste verano. Pero tus ojos, ellos la recuperaron. ¿La traes de vuelta? No es posible, ¿no? En esos ojos veo lo necesario de tu partida y lo innecesario de tu regreso. Es por eso que me esperas… ¿no? Por lo vivido y lo muerto, renacer se hace una constante después de dar el paso… ¿Acaso tú lo diste? Mi fe en tus ojos, que veo claramente asomados en una oculta ventana en lo alto de una catedral, aguantó cuanto le arrojé y se volvió inmortal aún si antes ya lo era… Espérame, si esto es digno de ser vivido. Que muertes hay muchas, pero vida una sola. Y en el lugar que estés, mi voz brilla en tu pecho. Y si todo fue mentira, muertos estuvimos todos. O nos creaste para fantasías y nos destruiste cuando maduraste. O mentira fuiste tú, fantasía mía, desesperada. O eso siempre creí… Pero los ojos no mienten. Los tuyos jamás lo hicieron. Y si los escuché fue porque tú los escuchaste. Y si les creí fue por crearte. Ciertamente fuiste un tonto…
Ventana
Autor: Carlo Biondi  544 Lecturas
En mis sueños mi futuro se aparece clara y constantemente. El presente me es lejano, casi silencioso, como si enmudeciera frente al peso del hombre que vendrá. Es una humildad sutil, pero grandiosa al contraste del altisonante pasado invasor, ese que frena la vida. Ese que le dice a la vida que es preferible la muerte. Ese maldito embustero que es el pasado, que por su falta de vigencia declara la guerra total a la dicha. Ese que si no destruye, impide al menos construir.En mis sueños a veces es éste cargante sujeto de admiración el que aparece, para mentirme como siempre lo ha hecho. Y si gana, celebra su victoria sin mirar a quién, y se aleja fanfarroneando como si lo hubiese conseguido todo. ¡Vaya cómo dan ganas de odiarlo!Pero cuando la rabia que antecede al odio sale a su encuentro, la reprimo y, en vez, lo quemo. Le hago arder con la mayor de las llamas, para que ilumine realmente su rededor, para poder realmente admirar aquello que se esconde tras su conformidad.Y es que el futuro aparace, pero no se ve. Sólo veo guías, señales, atisbos de señales, ápices de recuerdos quebrados y corruptos. No veo realmente nada claro, ni constante. Las olas del fuego a veces iluminan un sentir o parecer (rara vez un pensar) que son a veces residuos, inventos, intenciones, palabras a medias conducidas, mas jamás se aparece ante mis ojos. Sabe seducirlos y por eso se les oculta.¿Qué queda tras el consumo del pasado? Unas notas aleatoreas a priori parecen señalar el comienzo de un infinito camino, que perdió su comienzo, o sus primeros pasos, hace largo tiempo. Y esas notas le hablan a mi alma, que se entrega por entera a la idea que éstas dan, aún a veces erróneamente. Es necesario dejar en claro que no es, por supuesto, el intérprete quien se equivoca; las decisiones son únicas mas iguales en su génesis.Es así pues que me enseño a ser yo, y comprendo mis caminos y mi futuro, y éste aparece lenta y claramente. Mis pasos concientes se acercan a la voluntad que viene, se alimentan de las cenizas que fui dejando con mis piras, mis "yo" pasados que no fueron más que experimentos que debían fallar, que debían dejar paso (y por supuesto morir) a ese ser ulterior.Ese ser que es sueño puro y futuro, por el cual tributo mi pasado y para quien trabaja mi presente. Ese vaticinio antiguo: "por el hombre que vendrá".
Olas de fuego, desde las montañas, vienen a buscarme. Lentamente consumen la ciudad, que valientemente les hizo frente en mi defensa. A través de las ventanas, se introducen con el aire a los pulmones de los inocentes. De los inocentes… Abordan a los ebrios en las calles, los insultan y apalean, les queman sus ropas y estos, desnudos, corren ingenuos hacia un mar que les contaron. Los feriantes, despertando junto al alba de este fuego intenso, rezan a sus dioses mejores vidas, conscientes del terrible fin que les espera. Las vírgenes que aquello escuchan dan las gracias por su buena vida, y los castos las maldicen por la vida de la que se salvaron. Suponiendo que todo es un invento, las monedas pasan indiferentes de mano en mano, de los inocentes. El asfalto sale despavorido, gritando por su vida y la salvación y vida eterna, y sólo el fuego le escucha instantes antes de devorarlo con placer, con vigor. Las casas saltan por los aires de la sola impresión que le provoca, a cualquier inocente, esas olas de fuego otoñales, carmesí. Las paredes se preguntan unas a otras qué ocurre, qué es toda esa locura. Mas ellas no tienen oído para respuestas, y se pierden en la ignorancia y calor intensos, sin entender nada, como siempre. Echando abajo las puertas con el poder del poder, el fuego entra en las habitaciones de amantes tan fríos que hacen dudar a éste si realmente lo merecen. Y las sábanas, infinitamente más inteligentes (por inertes) que ellos, se entregan a la vida que, entre seres, jamás conocieron. Los gatos, tan sabios como el fuego, partieron muy anteriormente. Les sugirieron a los perros hacer lo mismo, pero al escuchar su respuesta no los consideraron dignos de entrar en su reino. Y así, muchos perros partieron ese día. Esa noche. Ese último bastión del tiempo. En los ojos de los inocentes todo tenía mucho sentido. El pecho frío, golpeado por años, fue claro y frio al enfrentarse al fulgor de la vida que les gritaba en la cara. Y en su inocencia se creyeron incombustibles, y ardieron mil años en el peor de los infiernos. Las escaleras se me acercaron suplicando ayuda, como intuyendo algo. Disculpas les pedí. Les pedí razón, misericordia, y les hice caer el peso de la lógica del caos. Que, para mi sorpresa, no fue sobre ellas que cayó. Sino en los inocentes. Los pájaros me miraban con desprecio y, a punta de insultos, me sacaron y me enfrentaron. Nada podía hacer, o eso creía, y por ello me insultaron y condenaron a seguir de la misma forma. Y, no bastándoles con eso, me condenaron también a verlos volar hasta perderse en las entrañas de ese fuego que venía por mí. De la ciudad ya no quedaba nada, en la práctica. Uno que otro animal exótico se perdía entre las fisuras de lo que alguna vez jamás fue su hogar. Ya las ferias se habían acabado, las monedas, (a)pagado. Todos los destinos habían sido alcanzados. Ya los ebrios estaban sobrios y resacados, recién ahora podían ver arder sus vidas. Pero nunca es demasiado tarde, dijo Pedro al dejar de existir. Pude escuchar su voz claramente, inocente... ¡Oh, Dios! ¿Eres tú? ¿Qué deseas de todo esto? ¿Qué te impulsa a destruir y quemar y martirizar? ¿Qué esperas crear, de todo esto? ¿No comprendes tú que esto no es el final? Esto no es más que el principio… Al enfrentarlo, revela nuestro rostro y me demuestra, que de todo esto, soy el único culpable.  
Inocente
Autor: Carlo Biondi  556 Lecturas
“El dolor te hace sentir la vida entera en un instante” Con esas palabras me encontré al caer en el camino. Las llamas lo cubrían todo, y pronto olvidé aquellas palabras, que sin embargo atesoré como al mismo amor. Sin querer partir, me fue imposible soportar ese calor y ese desierto, que tanto esperé para encontrar. Creí ilusamente poder alcanzar el cielo desde donde estaba, pero era muy claro que, en ese estado, jamás llegaría a volar. El viento dorado del atardecer me explica cómo, lo sé, pero no puedo hacerle entender que no le comprendo. Las últimas veces son siempre difíciles, y ésta me despojó de todos mis sentidos. La lluvia férreamente se ata a mi corazón, que despavorido se esconde donde muere la mente. Intentando levantar el vuelo, aún consciente de mi incapacidad, fracaso una y otra vez. Es imposible aprender a volar si no lo haces antes a caminar. Me parece insólito e inverosímil estar atado a estas llamas. Me parece inaudito el existir de este desierto maldito. Maldito y eterno. Eterno y perfecto. Pero no por eso menos maldito.  Y es que recibí la ayuda de tantos. Cada uno decía cómo ha de hacerse, seguros y resueltos me mostraban la forma y, frente a mis narices, emprendían el vuelo. No lo hacían parecer difícil. Sin embargo, jamás me fue realmente así. Sino que simplemente me fue imposible. Vagos recuerdos de un cielo claro como el oro me llegaban, jamás supe de dónde. Remolinos de palabras cruzadas, de gritos de aliento y llamadas perdidas. Nunca quise ignorarlas, mas no me fue posible atenderles. No me fue posible escuchar ni a mi propio corazón saltándose, progresivamente, sus latidos. Sin vida me quedé de pronto, y de pronto ya no recuerdo. La vida siempre es sabia. Siempre encuentra un camino por dónde abrirse paso y cumplir su voluntad aún muerte mediante. La vida tiene extrañas formas de hacer las cosas, ciertamente. Y por sobre todo, de enseñarlas para que sean hechas. Perdiéndome camino adentro, no logré divisar bien aquello que venía con toda fuerza hacia mi rostro, y que prontamente lo desnudó. Advertí un sutil cambio, pero lo ignoré por ser mínimo. Uno siempre cree aquello, de lo que ocurre frente a sus narices. Grande fue mi error. Y fue pequeño el salto que di. Ese último salto antes del martirio de enfrentar la soledad ominosa de la voluntad de estar sólo. Sin palabras, sin camino. Ni llamas, ni lluvia. Ni guías ni maestros enseñando el arte de volar sobre la vida. Sólo él sólo y la mente y su recuerdo de sí misma siendo mente. Viviendo la vida entera, en todo su espectro de tiempo, en un instante. Ese en el que caí de cansado de caminar por el desierto quemándome los pies y las entrañas de un dolor que sólo puede hacer justicia a una vida de soledad e injusticia. Cobardía. Miserable cobardía que atrapa a quien gusta de volar sin esfuerzo. Esa de la que caí escuchando unas palabras que hacen eco en esta mente dentro de la mente. En esa esperanza antojadiza y artificial que fue el sentir de ese viendo dorado. Esa maldición de los sentidos, que sin embargo ya me habían sido privados. Y las escucho. Veo sus seres sumergirse en el veneno de volar tan lejos. Tan lejos. Sin estar aquí, donde me hayo yo, quemando y sufriendo y soñando con lo fácil de un atardecer que sólo podría ser prestado. Porque el mío fue otro, sin duda. Porque, el mío, fue. Y en este mísero cuarto del cual no poseo más que una ventana, me aflojo y me desvelo, y siento en mí el ardor de mil desiertos, que junto a mi desprenden esas llamas que ahora lo queman todo. Sin esperar, ni despertar, me agencio a lo que vi y viví, que no fue en la vida entera sino sólo en un instante, al doler del atardecer dorado en el que respiraba el cálido eco de unas llamas tenues. Veo claramente aquello que mis sentidos, por naturales, me lo prohibían. Siento aquel ardor del vivir en libertad y plena consciencia de que todo ha pasado y pasará, y que no hay finales sino sólo comienzos. Esperando la vida entera por ese instante en que se manifieste, comprendo su mensaje y me arrojo a ella. No sería correcto darle rencores y penurias, sino sólo el más profundo agradecimiento. Y, qué duda cabe, no a la vida, sino al dolor. Ese que me hizo, después de todas las vueltas, huir de esta muerte y alzar mis alas a la vida.
Subliminal
Autor: Carlo Biondi  495 Lecturas
Sólo un símbolo; una flor que un día arranqué; o que arrancó conmigo indiferente de la lluvia que le dio cabida; o un viaje que se comenzó a sí mismo, que no reparó, que no construyó; una lápida que anunció una futura muerte prematura; o un suspiro que se enfrió demasiado rápido, cual cuerpo celeste. Una extrañeza del espacio-tiempo; o el noúmeno que es comienzo y fin, cual serpiente devorando su cola; una época in-determinada, fenomenal espanto del espíritu corroído por la lluvia. Una superficie lisa sobre la cual escribir limpiamente; ¿limpiamente?; el terror de lo que no alcanza a comprenderse humano; una sabiduría palpitante, itinerante, relativa, volátil, derivada insípida. Sólo un símbolo; una flor arrancada; el comienzo del fin de una vida; o la infinita misericordia que, por infinita, inhumana; aquello que desprende el espíritu; aquello que es cuerpo, aquello que es por eso alma, arma, refugio, suspiro, bao agitado ante el peso de la luz de la Luna; debilidad encarnada. Aquel verdugo que, como lenguas de fuego, nos posee; aquellas criaturas benditas; ese remanso marchito; las primeras notas del preludio del vacío; una historia que no termina de terminar. Sólo un símbolo; flor que entrega vida, por comprender su significado; entregar vida en la muerte; entregar fuerzas para la vida; entregar el profundo sentido que el mismo caos necesita; sentido del cual depende, mas no conoce; condición humana más profunda; condición humana... sólo un símbolo.
Sólo un símbolo
Autor: Carlo Biondi  343 Lecturas
Logré alguna vez desdoblar la máscara. Lijar aquel rostro hasta obtener sus personalidades.Las ví existir entre el vacío de la máscara y el espíritu que le daba brillo a sus ojos.Vi amor, pena, dolor y odio entre ellas. Las vi reconciliar el pasado y sobrevivir al futuro.Vi cómo se mezclaban y renovaban, se quemaban y renacían.Con un objetivo común, luchaban por y entre sí, abandonadas a una voluntad mayor.Una voluntad que habita en lo profundo junto al pudor del deseo, junto al temor de vivir.Junto al ímpetu vitalista del alma y del cuerpo. Justo en la escisión del espíritu y su persona. Vi personalidades difusas desplazarse por caminos sinuosos y contradictorios.Caminos que enfrentaban a cada parte del ser entre sí; enemigo de sí mismo.Con pudor vi las patéticas conclusiones derivadas de tan complejas discusiones.Conclusiones constructoras de realidades fantásticas, y fantasías decadentes.De realidades efímeras y sueños ideados entre las salvajadas del discurso bélico.Una realidad que fue paraíso e infierno; cielo y tierra; mar y fuego; valle y montaña. Entre sus discursos se hacía notar el alcance de sus ideas; su límite.Las personalidades, en su permanente hambre, lo consumían todo.Ni el amor ni el odio externos escapaban la foraz fuerza del deseo de cambiarse a sí mismo.Ni la tragedia más grande parecía conmover los métodos; mentalidad volutiva bélica.Una tragedia que exige la calma en la tormenta. La soledad no se hizo esperar, a lo largo de los cansados discursos de las partes cansadas.Las mismas palabras sólo fueron escuchadas un par de veces; se aparentaba cambio.Los sinónimos, sin embargo, no lograron disfrazar los sentires; falló la sintaxis.Una forma de sentir más pura que cualquier discurso. Al acabarse las palabras, en la soledad del silencio, me encontré con decepción y esperanza.La decepción de quien se ve al espejo por primera vez.Una esperanza más sabia de lo evidente a ojos y oídos, que ha compartido más de una esencia. En la soledad del desdoble, y de la guerra por la propia conquista, lo encontré finalmente;Una convergencia de espíritus que conforman uno, y su contraparte. Una máscara que portaré consciente del espíritu que sus ojos reflejan.
Máscara
Autor: Carlo Biondi  358 Lecturas

Seguir al autor

Sigue los pasos de este autor siendo notificado de todas sus publicaciones.
Lecturas Totales50238
Textos Publicados81
Total de Comentarios recibidos130
Visitas al perfil17911
Amigos55

Seguidores

5 Seguidores
Zai2
Yosef Rodríguez
Misa
Senior
Alice Lusty
   

Amigos

55 amigo(s)
Daniel Florentino López
doris melo
javier
C.S Marfull
Gerardo Llamozas
IVONNE RAMIREZ GARCIA
ALEJANDRA OÑATE
Leslie saavedra
Lucy Reyes
DEMOCLES (Mago de Oz)
Fild
Jefferson
Battaglia
Daniela
luna austral
Mia
Alizia Froyd
Alejandra del Río
Alexandra roa
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Angely Martín
Micaela
GLORIA MONSALVE/ANDREA RESTREPO
Jorge Dossi
Maria del Mar altamirano
MAVAL
catalina medinelli
Alejandra Mora Lopez
oscar
MARINO SANTANA ROSARIO
Nicole Bass
luisa luque
javier castillo esteban
estefani
solimar
Aissa
Mike
maria del ...
daniel contardo
Silhouette
Raquel Garita
Marìa Vallejo D.-
Elvia    Gonzalez
Maritza Talavera Lazo
Jasp Galanier
lorena rioseco palacios
Sol de invierno
Sebastian Alexis Gutierrez Carvajal
Jesus Eduardo Lopez Ortega
Oscar Franco
luis josé
Sebastian Rodriguez Cardenas
Macarena
Pablo Andrés Palma
ignacia biesterfield
 
 
Belial

Información de Contacto

Chile
You may say I'm a drummer
-

Amigos

Las conexiones de Belial

  DanielFL
  dorisan
  javierjust81
  C.S_Marfull
  Gerardo Llamozas
  IVONCITA
  alhejax
  Less
  Lucy
  DEMOCLES
 
<< Inicio < Ant. [1] 2 3 4 5 6 Próx. > Fin >>