Me cuesta levantarme por las mañanas; debe ser porque no tengo motivos para hacerlo. Me quedo arrebujado en mi cama y me pregunto ¿esto es la vida? (…) A veces corro la cortina para que entre un rayo de sol, pero sólo es un vago consuelo, que ya no logra conmoverme. Ya nada me conmueve, gasté mis últimas esperanzas, y mi corazón se quedó vacío y sin fuerzas, si bien sigue latiendo, lo hace cada vez más lento, tediosamente lento… lento como los días que parecen ser largos y dolorosos. Quisiera no pensar tanto en esto, pero es imposible ignorar la cruda verdad cuando se para frente a ti, se saca el sombrero y te sonríe maliciosamente; ya no puedes quitarle la vista de encima, mucho menos tratar de buscar un lejano recuerdo que intente disfrazar los momentos para hacer la llevadera la existencia (…) Salgo a caminar sin rumbo y veos a todas las personas encerradas en sus mundos, en sus pequeñas burbujas, en sus pequeñas vidas, todos tratando de llenar ese vacío doloroso, entonces se mienten a sí mismos y disimulan sus soledades con una rutina sin sentido, con vidas sin sentidos, con sonrisas fingidas. Pero todos en su interior, en la intimidad de su corazón, saben que no pueden ocultar el dolor de sus ojos, eso brillo que perdieron cuando niños, nunca volverá. ¿Dónde están esos momentos felices? ¿dónde están esos días cuando tu vida era guiada por un gran poder dentro de ti? Ese poder que tenías cuando niño, que te hacía inmortal, fue cercenado por una sociedad retrógrada, por una cultura del no pensar, o, mejor dicho, del pensar equivocado… Pero ya no tiene sentido reflexionar sobre estas cosas. A esta altura, donde las cartas ya fueron tiradas, sólo podemos esperar el final del juego. Sólo quisiera acostarme en el pasto, ver las últimas nubes pasar, cerrar los ojos y que la tierra me vaya tragando lentamente. Que los aires del mal se lleven lejos de aquí estos recuerdos, que los arrastren a la oscuridad del mar. Pues cuando los miro, parecen ser espejos en mí. Cuando ustedes escuchen mis últimas palabras y de mi aliento brote la sangre, entonces díganme todo lo que saben de mí, enséñenme cómo fue mi vida. Enséñenme cómo caminé bajo la luz, háganme saber cómo percibían mi silencio al venir. Cualquier falsa verdad que salga de sus bocas me servirá para escapar hacia la libertad de no existir. De todas formas, siempre intuí sus sonrisas llenas de soledades. Tal vez existió un tiempo mágico, un tiempo donde nunca pude ver el odio, un tiempo sin desesperación. Pero en ese tiempo donde perdí la inocencia, y la verdad infinita de la ignorancia, no pude encontrar la verdad detrás de mí. Sólo me queda tirarme en la arena y que las corrientes me arrastren a lo más profundo, a lo más oscuro, a un lugar donde la luz jamás haya llegado, entonces ahí podré abrir los ojos, recoger los trozos que quedan de mí y recrear el espejo de la naturaleza. ¡Qué imbécil fui al pretender crear al mundo con mis manos, pues, con sus manos, el mundo me creó! Quise ser Dios y la muerte vagabunda. Intenté dar los primeros pasos por los senderos de la vida, ignorando que ya muchos habían caminado por ahí ¿por qué no pude ver las huellas? Tal vez fue porque mi mirada se dirigía hacia el cielo, sí, el mismo cielo que ahora me mira con desprecio, y que además, me cierra las puertas. ¡Nada queda de mí! Sólo fui una luz perdida en el tiempo. Una luz que nunca brilló.