• Sara Galisteo
sara galisteo
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La mujer camina aciaga sobre toboganes de terciopelo negro. Para acompasar el sonido de rutina desierto de sueños, lleva un maletín, disfraz de sus soledades, atrapado entre los dedos. Deambula por un barrio que la mira de soslayo y en su corazón se vierte la necesidad. Necesidad de que su esperanza de cemento deje de resquebrajarse de decepciones. Tiene seca la belleza interna, de tan demoledora infelicidad. En su recorrido se topa con un parque, juego de ilusiones. La nostalgia de la inocencia la reclama a voces. Levita hasta la fina arena. Allí, junto al alboroto de quienes proclaman su alegría, se siente un gigante triste. Un columpio solitario la espera en un balanceo de bienvenida. Deja sus soledades enterradas en la tierra y se sienta. Un edificio se alza ahogando el cielo y un solo pensamiento la obsesiona,¿que hay al otro lado?. Comienza a columpiarse. Risas ajenas caen como alfileres sobre ella,risas que contagian la suya. Atrás y al frente, al pasado y al futuro. ¿Qué hay al otro lado?. Libertad para arriesgarse. Ríe, llora y de sus pies se deslizan sus zapatos. Estos quedan suspendidos entre las posibilidades del cielo y el sombrío edificio. Por primera vez, la de la seca belleza esta viviendo. Pesan menos la penas y pesan más sus deseos. Se columpia fuerte al frente, al futuro. Ella, pura y verdadera, más que antes y menos que siempre. Ella y la alegría. Rato después se marchó, descalza, siguiendo su intrépido camino y la que mantiene la esperanza de cemento vagó sabiendo que reír la hacía sentir una mujer más bella. 
Toboganes
Autor: Sara Galisteo  449 Lecturas
A ella también la invadía el miedo.El espectacular brillo de una pantalla la perturbó durante unos instantes, aún así siguió su instinto, deteniéndose sobre una superficie lisa y verde.El color irradiaba esperanza para algo que no sabía lo que significaba esa palabra. Se mantuvo en la superficie verde, quieta, extrañamente congelada.En aquel lugar podría conseguir lo que su naturaleza le dictaba. El olor la empujaba a moverse, a buscar con desesperación su objetivo.No pudo contenerse. Marchó de la superficie verde y se ocultó tras un bonsai.Desde allí percibía movimientos que la atraían. Sí, estaba cerca. Más cerca que nunca. Estaba a punto de salir de su escondite, cuando un gran chorro de agua la lanzó sobre la tierra del bonsai. Se agitó pero el chorro de agua continuaba cayendo sobre ella, sepultándola lentamente entre la tierra mojada y oscura.Cada vez se le hacía más y más difícil salir de allí.Comenzó a sentir que el bonsai se movía, llevado por algo de atrayente olor.Se movió desesperada, casi con espasmos instintivos. El bonsai estaba siendo traslado a otro lugar.La noche, estrellada y demasiado abrumadora para ella le trajo millones de olores. Debía luchar. Tenía que salir de la tierra, dejar atrás el agua que sin piedad se la tragaba. Quería volar, quería hacerlo. La sensación de una naturaleza que la dominaba.Luchó sin saber que la muerte existía. Luchó sin saber lo que era luchar.Simplemente aquel ser aquel quería volar.No era consciente de su fragilidad, de de su vulnerabilidad. Ignorante de lo que era, luchó tanto que cuando logró salir de la tierra, aquel bonsai se quedó para siempre con una de sus alas. Daba igual, ella continúo su rumbo en busca de lo que solo le importaba.No volaba tan alto ni tan rápido pero volaba y lo hacía porque no sabía que ya no había esperanza. Solo sentía, como había sentido en sus escasos tres días de vida.En el sacrificio de su vuelo, se cruzó con un gorrión. Éste, controlado también por su naturaleza, la vio presa fácil y se lanzó a por ella. Eran dos seres instintivos luchando por sobrevivir. Dos seres pequeños, diferentes pero también iguales.Tanto el uno como el otro conocían sus facultades. Ella era pequeña y le era fácil esconderse en lugares donde fuese difícil encontrarla. Él era rápido y podría cazarla al vuelo. Ella haciendo un gran esfuerzo voló hasta que logró esconderse entre las rendijas de una alcantarilla. El gorrión casi la alcanzó, sin embargo cuando su objetivo no se cumplió, cantando se marchó en la calurosa noche.Allí, en la oscuridad se sentía bien. Quieta, agazapada. El dolor la agotaba, adentrandola en un largo y adormecedor adiós que no llegaba. Ella no sabía lo que significa un final.Luz, luz potente y cálida. Luz para huir de algo tan desconocido como morir.Voló, como vuelan hasta en sueños los que tienen tantas ganas de vivir. Voló orientada por el olor.Se adentró en el lugar de la luz que tanto la había atraído y se posó sobre el borde de un yogur vacío. Lo notaba, estaba cerca de su objetivo. Solo tenía que acercarse un poco más.Voló de nuevo y se detuvo en el respaldo de un sofá, paciente y astuta.Sí, por fin el olor humano a pocos centímetros de ella. Lentamente, en un vuelo danzarín, triste y doloroso, giró alrededor de una mata de pelo rubio.Estaba tranquila, paciente, concentrada en su tarea. Unas extrañas vibraciones la dejaron ensimismada. ¿Qué eran esos redondeados círculos negros que salían de las orejas de su victima?.Se detuvo en uno de los auriculares. Su diminuto cuerpo se estremecía al son de las vibraciones.No, no sabía lo que era la música, lo que era oír, simplemente las vibraciones la atraían del mismo modo que la potente luz.Se quedó imperturbable, sintiendo el temblor musical creado por nosotros los gigantes, eternos inquisidores de la vida y la muerte.Movió su ala sin levantar el vuelo.Aquel humano apasionado de la música, jamás hubiese pensado que un ser insignificante de tan solo tres días, estaba tan embelesado como él.Eran dos seres vivos. Uno tenía la capacidad de elegir, el otro no. Uno razonaba, el otro no. Uno tenía conciencia sobre la vida y la muerte, el otro no. Los dos, el fuerte y débil sobrevivían y estaban atraídos por aquellas hermosas vibraciones musicales. Sí, eran diferente pero iguales.Voló alrededor del auricular. Volaba y se detenía. Se alejaba y se acercaba, agitándose con ellas, extrañamente fascinada por el cosquilleo que le producía en sus patas. Era agradable pese al dolor, era agradable.PUM. Algo afilado la derribó. Las vibraciones se esfumaron.Cayó sobre la tela roja del sofá y junto a ella rebotaron los auriculares.-¡¿Pero que haces Crosky?!.Estaba enfadado el humano de mata rubia. Un descomunal gato de ojos azules maulló.-Cada día estás más loco.El humano se marchó.La potente y cálida luz desapareció al igual que el maullido de aquel gato.De nuevo se había quedado sola en la oscuridad, con un dolor que ya era insoportable.Sentía las vibraciones músicales cerca. Le llamaban, le atraían. Como pudo se acercó y con lentitud se posó sobre un auricular. Así estuvo hasta que las pilas del aparato se acabaron y las vibraciones del silencio la hicieron reaccionar.Como la oscuridad, ella también iba apagándose sin saber lo que le estaba ocurriendo.La luz del sol se filtró poco a poco después de un indeterminado tiempo.Música, música otra vez cerca. Luchó sin saber que la muerte existía. Luchó sin saber lo que era luchar.Al otro lado de la estancia las vibraciones la atraían, la poseían, la enloquecían. Y voló. A trompicones y con torpeza pero voló.Cada vez más cerca y más cerca hasta que en una cuerda temblorosa se posó.Se quedó allí quieta, estremecida. Movió el ala que le quedaba con fragilidad.Que agradable cuando lo que nos deslumbra nos hace olvidar el dolor.La velocidad del arco del violín la atravesó por la mitad mientras al mismo tiempo una hermosa nota sonaba. Se detuvo el tiempo en el instante más mágico de la pieza musical y allí, en aquel lugar bañado por la luz del sol, la belleza de la vida le regaló un dulce final a un insignificante mosquito que nunca supo lo que era la muerte.
Una vida con alas
Autor: Sara Galisteo  437 Lecturas
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Lucy
Autor: Sara Galisteo  574 Lecturas
 Toma vida en mi garganta, un grito con la fuerza de un murmullo. Debil y siniestro, olvidado en el espacio del tiempo mucho antes de que tus oidos lo perciban. Lucho para transformarlo en un rugido. En un potente golpe de aire que contamine tu visión y calme mi terror. Tus ojos atorados en la súplica, me encadenan a la agonia de una perpetua tortura interna y el milagroso murmullo que he conseguido formar me deja exhausta. No llega porque se muere entre nosotras, acobardado en esta guerra de impotentes sentimientos.Aún me queda el cuerpo para detener lo que te espera. Lo muevo provocando ridiculos huracanes que no te buscan, o no te encuentran o simplemente mamá, tú no dejas que te alcancen.Me das la espalda y veo tu cabello rubio. Esa hermosa mata de pelo que custodia el claustrofóbico universo de temores que ha construido papá. Ojalá el simple murmullo que ha muerto junto a mi inocencia pudiese destruirlo. Esto pienso, esto anhelo. Y así mientras proyecto mis deseos, te marchas al son de unos pies que te guian hacia un falso amor.Sueño dentro de un sueño que me mirarás de nuevo para darme un pedacito del cielo que he perdido.  Me he quedado sola en un edificio formado por pedazos de mi misma. Los siento derrumbarse para después como si fuese un cuadro, contemplar el desastre. Pero mi esperanza está intacta y con ella, con la fuerza de esa chispa que tú siempre me enseñaste, me construyo de nuevo bajo el adiós de tus pasos. 
Esa chispa
Autor: Sara Galisteo  402 Lecturas
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Lola sin "A"
Autor: Sara Galisteo  564 Lecturas
Cantaba alto y claro con los ojos cerrados, bajo el chorro de agua caliente de la ducha.Se vestía con colores alegres y eléctricos, mezclados sin sentido los unos con los otros. Se perfumaba con olor a mar y vida, desde la cabeza hasta los pies. Se ponía una peluca varonil de cabello negro y perfectamente peinada hacía atrás. Maquillaba sus escasas cejas con los conocimientos que había adquirido. Y por fin se miraba por última vez al espejo. Brillaban sus ojos tanto como los colores de su vestuario. Era bello, fuerte, alegre y decidido. Caminaba a paso rápido por la calle, casi dando brincos ágiles y felices. Comía dos manzanas para desayunar, rojas y saludables. Le gustaba su sonido al morderlas. Entraba en el metro y estaba hasta el mediodía viajando en los vagones. Se bajaba, se subía a otro, se sentaba y observaba todo lo que ocurría a su alrededor, reflejado en el cristal de enfrente. Salía del metro y comía en el restaurante del hospital general. Bocadillo de jamón serrano con pan de semillas y después su acostumbrado pastel de chocolate, acompañado de un batido aún más dulce. Caminaba un rato por los pasillos del hospital mirando sutilmente a través de las puertas de las habitaciones. Volvía a casa en metro, feliz y cansado. Cenaba un plato de sopa caliente con mucha pasta. Se quitaba la peluca y la dejaba en un bonito mueble que tenía en el baño. Se desvestía y colgaba la ropa junto a la de colores vivos que ya tenía. Se acostaba desnudo y se dormía.A la mañana siguiente cantaba con los ojos cerrados, más alto y más claro bajo el chorro de agua caliente de la ducha. Su cuerpo sostenido por las manos de su hermano. Se vestía con colores alegres y eléctricos, mezclados sin sentido los unos con los otros. Se perfumaba con olor a mar y vida, desde la cabeza hasta los pies. Se ponía una peluca varonil de cabello negro y perfectamente peinada hacía atrás. Era un regalo de su querido hermano. Maquillaba sus escasas cejas con los conocimientos que hacía muy poco había adquirido. Y por fin se miraba por última vez al espejo. Brillaban sus ojos tanto como los colores de su vestuario. Era bello, fuerte, alegre y decidido. Caminaba a paso rápido por la calle junto a su hermano, casi dando brincos ágiles y felices, aunque se cansase. Comía dos manzanas rojas y saludables. Le gustaba su sonido al morderlas a pesar de que sus dientes se resintiesen. Entraba en el metro y estaba hasta el mediodía viajando en los vagones. Se bajaba, se subía a otro, se sentaba junto a su hermano y observaba todo lo que ocurría a su alrededor, reflejado en el cristal de enfrente. Le gustaban las vidas rutinarias de aquellas personas, plácidas e inalterables. Salía del metro y comía en el restaurante del hospital general. Bocadillo de lomo de pan de semillas y después su acostumbrado pastel de chocolate, acompañado de un batido aún más dulce. Caminaba un rato junto a su hermano por los pasillos del hospital mirando sutilmente a través de las puertas de las habitaciones. Detestaba aquellas vidas que habían dejado de ser rutinarias. Por la noche con su querido hermano volvía a casa en metro, feliz y cansado. Cenaba un plato de sopa caliente con mucha pasta. Se quitaba la peluca y la dejaba en un bonito mueble que tenía en el baño. Se desvestía ayudado por las manos de su hermano y colgaba la ropa junto a la de colores vivos que ya tenía. Se acostaba desnudo, protegido en la oscuridad por la presencia de su hermano y entonces se dormía.Otra mañana más seguía cantando con los ojos cerrados, aún más alto y claro bajo el chorro de agua caliente de la ducha. Sostenido por las manos de su hermano. Deseaba cantar, deseaba escuchar la vida. Se volvía a vestir con colores alegres y eléctricos, mezclados sin sentido los unos con los otros. Daba igual que no combinasen, él quería llevar los próximos días de su vida todos los colores del mundo. Se perfumaba con olor a mar y vida, desde la cabeza hasta los pies. Se le encogía el corazón al estar tan cerca del olor de la libertad. Se ponía una peluca varonil de cabello negro y perfectamente peinada hacía atrás, sobre su ralo e insalubre cabello. Era un regalo de su querido hermano y era su más preciado obsequio. Por fin se miraba por última vez al espejo. Brillaban sus ojos, como los días anteriores y como los próximos de su vida. Brillaban tanto como los colores de su vestuario. Parecía bello, fuerte, alegre y decidido. Caminaba a paso rápido por la calle junto a su hermano, casi dando brincos ágiles y felices, aunque se cansase, aunque sus muletas le frenasen. Comía dos manzanas rojas y saludables. Le gustaba su sonido al morderlas, a pesar de que sus dientes se resintiesen. A pesar de no disfrutarlas tanto como deseaba, las saboreaba. Eran vida y eran bellas. Entraba en el metro y estaba hasta entrado el mediodía viajando en los vagones. Se bajaba, se subía a otro. Todos le cedían un asiento. Se sentaba junto a su hermano y observaba lo que ocurría a su alrededor, reflejado en el cristal de enfrente. Amaba las vidas rutinarias de aquellas personas, plácidas e inalterables. De ese modo se sentía uno de ellos, hermoso, vivo y eterno. Salía del metro y comía en el restaurante del hospital general. Bocadillo de jamón serrano de pan de semillas y después pastel de chocolate, acompañado de un batido aún más dulce. Las semillas del pan le producían dolor en las encías y el chocolate lo tenía prohibido pero era vida y lo saboreaba con ansía. Caminaba un rato junto a su hermano por los pasillos del hospital mirando sutilmente a través de las puertas de las habitaciones. Detestaba aquellas vidas que habían dejado de ser rutinarias. Sin embargo le gustaba visitar el hogar de la enfermedad con los alegres colores que vestía, con su cabello espeso y negro, con sus cejas artificiales pero que le producían una plena sensación de bienestar cada vez que las tocaba. Le gustaba caminar con sus muletas, erguido y deteniéndose para brindar sus francas sonrisas a cada uno de los enfermos que guardaban las camas. Por la noche con su querido hermano, volvía a casa en metro, feliz y cansado, apreciando su saludable reflejo en el cristal. Cenaba un plato de sopa caliente con mucha pasta. El calor del liquido le provocaba dolor en la garganta, llena de llagas, pero él disfrutaba como un niño de su plato favorito. Se quitaba la peluca y la dejaba en un bonito mueble que tenía en el baño. Seguía siendo feliz. Se desvestía, ayudado por las manos de su hermano y colgaba la ropa junto a la de colores vivos que ya tenía. Se acostaba desnudo, protegido en la oscuridad por la presencia de su hermano y entonces se dormía. Le enternecía el roce de las sabanas contra su cuerpo joven y lentamente moribundo. Tenía un objetivo. Hacer a la muerte su más apreciada amiga y caminar hasta ella siendo bello, fuerte, alegre y decidido.
Feliz rutina
Autor: Sara Galisteo  573 Lecturas
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Por todos aquellos
Autor: Sara Galisteo  297 Lecturas
  La última y definitiva justicia es el perdón. Las palabras acribillaban su cerebro sin piedad mientras subía por sus piernas erizadas unas bragas agujereadas de encaje negro. El olor del sexo impregnado en la prenda casi la hizo vomitar. Se mordió la lengua hasta que el dolor la hizo reaccionar. Con una dulzura extraña y perturbadora acarició el objeto fálico que estaba sobre la cama. Con sumo cuidado y una abrumadora perversión, se lo colocó dentro de las bragas, pegado a su pubis, casi conectado con su parte más intima. Dio un respingo. La NAA guardian 380 de calibre 9 corto, estaba terriblemente fria. Caminó sintiendo el vertiginoso placer del arma pegada a su coño. Miró fijamente al hombre que tenía enfrente. La última y definitiva justicia es el perdón. Acalló la frase de un plumazo con un leve movimiento de su cabeza.-Quiero denunciar una violación. -¿Cuándo ocurrieron los hechos?. Contempló su rostro con sadismo, con una perfecta mirada de bestia. Metió la mano entre sus piernas y acarició el frío objeto fálico. Lo sacó con una rapidez pasmosa, a la velocidad de la luz y empuñó el arma de forma letal. Apuntó a la cabeza como una experta maestra mientras se relamía con saña. -¡Hace seis meses, tú me violaste hijo de la gran puta!. Pum. Los sesos del policia se esparcieron por la pared. La última y definitiva justicia es el perdón. Pero ella jamás podría perdonar.  
La última justicia
Autor: Sara Galisteo  284 Lecturas

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