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Pondría en otras manos la decoración de mi casa, incluso el color de las cortinas. Pero lo que nunca dejaría al mal o buen Agüero es el derecho y el deber de quererte
Frase
Autor: javier castillo esteban  370 Lecturas
Un hombre cansado, de los que ,con o sin sombrero, viste su edad, vino a visitarnos. En su caso, el sombrero negro era lo de menos.Los surcos y arrugas salpicaban el rostro del viejo, sus argumentos no nos convencieron de prácticamente nadaNos habló de un lugar cerca de la fuente de entrada estrecha. Dentro, gemidos extraños y voz queda. ¿ Hay alguien?Salió de sí y dirigió la mirada a un punto inconcreto. Ahora más palabras que fluían en una amalgama de significados.- !Para ya por favor!.-espetó mi mujer. Su barba se extendía gris camuflando las dos mitades de aquel labio revelador.- Allí había algo más real... Podía verme en perspectiva, mucho tiempo atrás. - Todo esto no tiene ningún sentido. Si quiere, puede quedarse a cenar, no tenemos problema. incluso puede dormir en el sofá, la chimenea mantiene la habitación templada toda la noche. - Mañana no habrá más humo  - Mira, lo mejor es que se vaya, nos está asustando ya.El viejo no dijo más y abandonó de un portazo el exiguo espacio formado entre los conversadores.Deslicé la cortina para ver qué camino tomaba. Nadie. Luz mortecina, como si los faroles emitieran sus últimos estertores. De repente, negro. Clara clavaba sobre mi una mirada lánguida y terriblemente triste. El cuchillo agarrado con fuerza por su mano derecho refulgía gracias a la única luz sin fundirse.- ¿ Qué haces con ese cuchillo?-¿Por qué has tardado tanto en echarle? - Cariño... Ese hombre estaba aterido y no parecía haber comido nada en todo el día.Dio un paso más hacia mi- Me trae sin cuidado, tenía miedo--  Clara, deja el cuchillo, ya se ha ido...( Golpes de aldaba que provocaron estruendo)La mirilla no mostraba el exterior - ¿ Quién es?-Los faroles de la plaza recobraron lentamente el halo de luz El cuchillo cayó al suelo y la sonrisa histriónica de Clara se despidió anunciando una ducha antes de dormir.Abrí la puerta. En ese instante un frío gélido acometió las entrañas de la casa. Suspiré, tomé aire.-Clara!-
UNA VISITA
Autor: javier castillo esteban  383 Lecturas
Una rosa roja   Después del bochornoso espectáculo del primero de octubre, no confundir con la revolución, uno se pregunta si tanto alarde de democracia resulta, no solo ingrato, sino falso. La última vez que un clavel se cimbreaba en la boca de un cañón tuvo lugar en Portugal, una rodilla militar implorando paz. Aquello fue bello y emotivo, y simbolizó el clamor de un pueblo harto y cansado. De la misma manera interpreté el pasado domingo la mano del president al esgrimir una flor como prueba fehaciente de libertad. Pero en concreto, de su libertad. No la del ciudadano apaleado delante de las cámaras o de la acometida policial tergiversada en televisión.  Todos, hasta el menos informado, sabíamos de sobra que el referéndum no tenía ningún tipo de base legal ni fundamento constitucional. Lamentablemente la Constitución del 78, al igual que el estatuto de las autonomías únicamente tiene validez cuando de exigir privilegios fiscales se refiere o la creación de instituciones paralelas al órgano central. Instituciones sufragadas con dinero público de los catalanes y que trabajan por los deseos de unos pocos. El año que viene se cumplirán 40 años de democracia en este país, 40 años de farsa para algunos y décadas de ejemplo internacional para otros. Porque no debemos olvidar que la Ley para la Reforma Política sentó las bases del sistema participativo que hoy conocemos. Con todo, desde la Corte más rancia nos llegan noticias de represión, española por supuesto, aquella que impide el ambiente festivo de una votación yerma y no vinculante. Pero lo más triste no es ver a un niño entre una porra y un manifestante, tampoco la actuación de maquillaje de la academia o los lingotes de sangre comprados para la ocasión, pues el festival de cine de San Sebastián se había clausurado el día antes y no quedaban más conchas que repartir. Lo más insultante estaba por hacer su aparición en el escenario, el sumun del paripé teatral. Un hombre de traje y corbata , adelantaba un discurso de investidura propio del mayor orgasmo megalómano cuando, después de la jornada dominical, dedicó un brindis al sol al anunciar la independencia para la pasada semana. Detrás, en la sombra, una alcaldesa pidiendo la dimisión del Gobierno electo por el simple hecho de desbaratar una votación, ilegal desde el primer momento, llevada a cabo hasta las últimas consecuencias. Manos a la cabeza y disgusto, pena y conmiseración para su pueblo. Argumentos de impotencia y de manos encadenadas para no perder la confianza de los catalanes, pues ellos siguen inmersos en el sueño de Compayns.
Igual que siempre sigues aquíDe alguna y más maneras interpretandoY yo, empecinado, vuelvo a escribir para tiEn busca de recodo que dobla para hacerse más extrañoNo más halagos, rodeada de gracias y más graciasNo te mueras porque yo te hallo aun cuando hago mal y de mirada pueril te pido perdón con ansiasCóseme contigo pues el mejor de tus zurcidos me quisoJunto a este verso, junto a tus besos
Estás sonriente dentro de un recuadro. Parece que ignores  la cámara, sin embargo sabes que yo te miro. Por eso, o porque te gusta lacerarme, yergues tu espalda para exhibir tus flamantes pechos. La camiseta amarilla deja de serlo para desvanecerse en comunión con el tono de tu piel. Y tu pelo… Cómo se enreda en susurros alrededor de tu cuello estrangulador. Esa estampa de la belleza suicida me eriza por momentos. Ahora quisiera que dejaras de arrebatarme con tus ojos el escaso flujo de otros órganos que no sea mi pene, pero me resulta imposible… No puedo detener mi impulso, el esbozo por dibujarte mientras te hago el amor con mis libidinosas pupilas cobra resistencia. Ella se bandea entre el lujo y el miedo, sin tener muy claro cuál de las emociones es sincera. La foto se empequeñece ya desgastada de su exposición impúdica y me envía lejos de allí, lejos de donde existes en realidad. 
He caído. Después de perder buena parte de mi sueldo en la ruleta y otra suma, nada desdeñable, prestada por un amigo, puedo decir que se acabó, o eso creo.De la misma manera dejo el tabaco, asociado a una supuesta creatividad y a una certera miseria, a alcohol y a dolor de cabeza. Hasta ahora no lo he compartido con nadie porque es humillante y penoso, vergonzante a más no poder. Noches calmando mi frustración expeliendo humo, una densa nube en misión de envolver las luces del casino, de cubrirlas para que no deslumbren .Incluso las letras han buscado refugio ante el poder letal de mis impulsos. Se han alejado, no sonríen, y miran escondidas detrás de un árbol con formas extrañas cuyas raíces se hacinan en el parque. Temerosas pues, una, no la única, ha regado con un aleteo de luz este inhóspito alto en el camino. ¿ Quién eres? A veces no lo sé, quizá un vago recuerdo de infancia y juventud destartalada, una sombra de otra sombra, noche engendrada por el sol y alba parida por la noche.
La vida, en cada tiempo, sostiene de suspiros palabras suicidas que van al mar. Piélago extraordinario que hoy regala una visión destartalada y libre de reflejos. Allí navegan mis ganas, tristes, desconsoladas, que con breve aliento recuperan agua, manantial, fruto fresco y descompensado en gusto.Qué alborozadas suenan las letras en este viaje, qué alud de mentiras, bellas y sinceras, las que ahora por vez primera he visto fenecer al abrigo de la noche.Mueren los párpados de nuevo, mueren para ser buscados en torno a tierra seca, de pegada pesada y raíz beata, de sueños ensangrentados tras arañazos indefensos
DE RATONES Y HOMBRES Ni el mismo John Steinbeck debió  de ser consciente de la impresión que marcó su obra. Tampoco los cientos de alumnos que leen la novela a diario en las escuelas americanas.  Una historia acerca de la amistad y el vasto precio de su contenido. Quizá, no es seguro, algunos encontremos en aquellas líneas un espacio recóndito y rodeado de zarzas para creer en el ser humano.  Lo pretencioso de esta carta pugna seriamente con la sensibilidad, pues el objeto de la misma no es urdir un ensayo sobre el literato ni regodearme escribiendo de literatura contemporánea. Dos sucesos con los que, sin quererlo, he tropezado esta semana, y que para mí son dignos de mención, me han llevado a recordar a aquellas personas que aún leen las Cartas al Director. Éstas, plasmadas en una única hoja, pueden parecer intervenciones rutinarias, incluso hay quien las considere exclusivamente reforzadoras de una la línea ideológica. Puede que sí, puede que no, un contingente irremediable. En cualquier caso, tras haber recibido la gratitud de dos personas (ellos son los sucesos) y el respeto por opiniones como la mía y el resto de ciudadanos escritores en este espacio, me siento orgulloso, no de mi persona, sino de las bases que sustentan la opinión y son altavoces del pueblo.  Vivimos una era de escasez lingüística, y lo que es peor, adolecida de buenas palabras, en donde el misil informativo prima sobre las pequeñas aportaciones de los héroes anónimos, los que pican piedra y recogen montones. Ya es hora de que nuestras incursiones verbales no queden relegadas a conversaciones de bar. Que salten al papel, que emborronen de tinta el soporte que únicamente convierte la voz en algo tangible y veraz. Es ésta, una simple razón como cualquier otra, la que me ha hecho volcarme sobre el ordenador una vez más. Ánimos  para todo aquel que conserve un ápice de interés por conocernos a nosotros, y a la sociedad que configuramos, porque, a pesar de que el verbo destile debilidad, no es irreductible, y hallará razones todos los días para expresar lo que otros no tienen ganas o simplemente dejan para otra ocasión. Que no quede faro sin luz ni astillas sin arder. Leamos, escribamos y compartamos, no como doctrina ni dogma trasnochado, sino como lanzadera de ideas y juicios, aunque sean reprobables, pues en la reprobación duerme la crítica de otro individuo disconforme, y por lo tanto real.  Sorteemos el miedo que tuvieron los protagonistas tras elegir la vida. Ni es frágil ni se quiebra con tanta facilidad como aparenta. El Diario sigue vivo y nosotros con él.
LA PELICULA Un lugar apartado del centro se nutre de adictos al cine. 8 de la tarde. Las conversaciones discurren entre nombres de actores e influencias que recibe el director para idear la película. Detrás de la misteriosa cautela de los espectadores se esconde desconfianza .Pido el ticket. Recibo una sonrisa extraña de la vendedora. Guardo las entradas y alzo la vista hacia ella. Parece que quisiera advertirme de algo, lo que provoca que demore la acción absurdamente. Meto la última moneda. - ¿Palomitas?- No, gracias. Recogen la cinta que da paso a un pasillo de luz tenue. Los tickets se cortan por uno de los vértices, separando la numeración de las butacas de pequeños retales en blanco que se vierten sobre una papelera verde. Algunos espectadores esperan a que la fila se deshaga para hacer de su paso algo triunfal. Yo soy uno de ellos, de hecho, el último en entrar. La persona encargada de comprobar la entrada me mira a mí y a la vendedora. Rostros hieráticos, una seña imperceptible aunque cómplice. Me seco las manos de sudor y recojo el ticket. Ahora soy yo, con una irrefrenable duda, quien contrasta que no me haya equivocado de sala. Todo normal. – Tercera a la derecha- . La alfombra roja está más ennegrecida a cada paso que doy. Llego al número 3. Delante de la cortina una mancha, no sé de qué, protege el umbral. Más sudor. Miro hacia la cinta inicial, no hay nadie custodiando el pasillo. En ese mismo instante la cortina se ondula libremente creando un efecto irreal. Una emoción violenta me empuja a descorrerla. Compruebo aterrado que no existe puerta. ¿Una salida ciega? Desando el camino hasta la cortina inmediata. Nada. Escucho un murmullo al otro lado. Algo no funciona. Una risotada incontenible me estremece cuando poso la oreja en la pared de terciopelo. Ahora se unen más risas. Salgo al hall respirando con dificultad. Nadie. La cristalera de la planta baja se ha empañado por completo. Mi sien bombea sin remedio, un poco más fuerte cada vez.  Noto la sangre densa, impedida en su circulación. – ¿Dónde están todos? Paso las manos frenéticamente sobre el vidrio de izquierda a derecha, algo más áspero de lo normal. Delante de mí se deforma una sombra con forma de cámara. Más allá el equipo técnico y poco público. Allí está la vendedora y el guardián del pasillo. Una gorra se asoma detrás de la cámara. Una silla de dirección. La película comienza, o termina ya. Silencio.
LA DIVINA TRAGEDIA  Cerca del 40 aniversario de la Revolución Iraní lideradapor Jomeini, muchos nos preguntamos si, con posterioridad a la destrucción de un proceso autocrático y fuertemente alicatado por las castas palaciegas, ha habido de verdad un cambio detrás de un paradigma socializador traducido en lo que hoy conocemos  como Estado Islámico. Ya advirtió Trump que quien arropa al terrorismo “se arriesga a ser su víctima”, después del ataque que perpetró en junio el ISIS al mausoleo de quien fue más héroe que villano derrocando al último Shah. Unas palabras que, con razón o sin ella, conducen a una inevitable reflexión sobre la situación que sufre, no solo occidente, sino el mundo entero.El jueves en Barcelona, y, lamentablemente, otro día cualquiera en que luzca el sol y la brisa recorra la aparente cotidianeidad, la primavera árabe corre el riesgo de derramar una nueva lágrima mezclada con almizcle, pues un conflicto de semejante envergadura carece de la composición de una tierra fértil y la profundidad de un nicho suficiente en la que enterrar un conflicto global y con demasiadas partes involucradas.La Guerra Santa se declaró hace ya tiempo y nosotros: armados. Pero, ¿De qué?; Del skyline de ciudades que se han deleitado con el regusto metálico de la sangre, de crespones edulcorados que adoptan idéntica tipografía en telediarios y redes sociales, de programas “informativos” y de declaraciones sensacionalistas que pretenden alimentar la tragedia. ¿Cuándo hemos recibido nosotros, de la jurisprudencia cristiana, la vara para medir actos tan desalmados de una forma tan trivial?Nuestros verdugos: 17, 22 ,24 años… Son solo algunos de los diques artificiales que ha impuesto el destino a su supuesta causa. Vidas frágiles, y yermas ya. Edades que, sin identidad en el futuro, sorbieron las lacerantesenseñanzas de sus maestros y que han cicatrizado con la muerte. Los primeros, aquellos que han tragado con la interpretación “ad hoc” de estos últimos al enunciar Yihad. Ya no como “esfuerzo” por crear una comunidad musulmana mejor y presta a una causa noble, donde la paz y la armonía, desde la vivencia y el respeto de los principios del Islam, auspicien la propia vida. No.  Sino, más bien, como un salvoconducto entre Alá y la tierra, cuyos únicos intermediarios son la miseria y la soledad que circunda la juventud, ese espacio inhóspito y anodinado por la sociedad.En nuestro objeto reside, pues, la capacidad de captar la belleza de esos rostros jóvenes y con aspecto pueril. Cojamos aliento, respiremos una vez más y afrontemos elreto, en ocasiones ímprobo, de atisbar una brizna de fe en la convivencia. Un “esfuerzo” por regar cada mañana, entre todos, un jardín sin dueño, un lugar que acoja tallosverdes y sin forma, que den frutos y no polinicen de virosis a los que están por nacer.
COMANDANTES DE SILLON        La semana pasada vinieron los padres de mi pareja a pasar unos días por Pamplona. Agosto. Cielo gris. Como es habitual en cualquier visita, les enseñamos los apartados más notables de la ciudad  cuando, a la altura de la calle Chapitela, reparamos en un grupo de individuos apostados en uno de los chaflanes. Tenían montado un stand con diferente merchandising revolucionario, sendas banderas comunistas y una pancarta con un lema que rezaba: “Solo el pueblo venezolano es dueño de su presente y su futuro”. El cielo seguía amenazante, hacía frío. Las opciones de piscina u otras actividades estivales estaban descartadas para ellos, por lo que era preferible pasar la tarde adoctrinando a una juventud gratuitamente sin tener cuidado de si existe de verdad una masa que calla y difiere mucho de ser engañada, pese a su silencio.  Nos dirigimos a hablar con ellos y preguntar la posición que tenían ante la situación que vive el país de los barriles vacíos, pues mi pareja y sus padres son venezolanos y han tenido que abandonar el país por razones más que obvias y fundamentos demasiado prolijos como para enumerarlos en pocos párrafos.  Ajenos a la posibilidad de entablar un diálogo más o menos sereno, se dedicaron a elevar la voz y enfrentarse , no especialmente asertivos, y a proferir apelativos como “ escuálidos”, por otro lado bastante trasnochados y de adolecida imaginación.  Apelaban al sinsentido y nos acusaban de ignorancia sobre el tema, desoyendo la historia incómoda de quien ha sufrido una experiencia directa. Pareciera que a miles de kilómetros se acumulase más material y más riguroso para ahondar en la problemática y defender ciegamente lo que le dicta la dirección homóloga en Navarra. La discusión no duró por mucho tiempo. Sin embargo, en el momento en que me dedicaba a convencerlos en desistir, basándome en la invalidez de nuestro propósito y su yerma reacción, aparecieron dos chavales oriundos de Caracas. No pasarían de los 25 años, pero, al igual que mi pareja, habían aprendido a sobrevivir lejos de su familia, en un exilio mitigado por rostros  que fingen que “la situación no está tan mal” a través de una pantalla, a no volver la cara ante la insensatez de quien se empecina en sostener palabrería y fanatismo, a soportar a quien sostiene una soberbia recalcitrante desde el calor de un lugar que no padece hambre ni carece de libertad. Arropados por ellos les dijimos “sinvergüenzas”, aunque eso poco les importa, pues su destino únicamente les aguardaba variaciones entre u bar u otro para potear después. Al fin y a la postre las lágrimas se sienten más sinceras en soledad, sin necesidad de dar audiencia al artículo, pero con el fin de apostillar la crítica sorda, que no escucha reproches, y que sin ningún tipo de cortapisas ni censura, todo el mundo puede atender.
Nueco conato de conflicto.Parecía Carlos empecinado en no escurrir el bulto. Alfredo, en la misma intensidad de ceguera, dio un manotazo a la carrocería de cuero blanco. Yo ensimismado, si una, si otra si las oportunidades perdidas.flarMiraba por el cristal, los edificios hacían un esfuerzo por camuflar su ignominiosa contemplación . No lo conseguían.Antes de cenar fui al cajero y saque la tarjeta olvidando el dinero , nuevo y liso, en la boca expendedora.Me habían robado. ¿Rabioso, resignado? Creo que ninguna de las dos. Mi acompañante en el cajero salió silbando con cara de no conocer la calma. Cené de prestado aunque prometí devolver el dinero a Carlos después de jugarme la calderilla a rojo o negro. Casino cutre, dependiente más si cabe. hurgué en cualquier recóndito bolsillo con cremallera. Ahí estaban mis 20 euros robados y pocas monedas más.Rojo, impar, tercer tercio...10 euros de vuelta a las arcas de Carlos. Fingía incredulidad al comprobar que nadie me robó el billete.Cuando salimos pido el cambio de monedas por billetes . El rostro detrás de la cabina me hace el cambio a regañadientes. Noche suave después de la tormenta. Miro a Carlos y dejo que sea Feliz unas horas más, Previa promesa, mediante este relato, la vuelta de los 20 euros sin retorno que creyó colarme disimuladamente en la cartera.
Robo
Autor: javier castillo esteban  377 Lecturas
PortoEl xilófono emite un sonido perturbador, inquieta a cada paso. La calle termina abruptamente, como casi todas las del lugar. Tiendas cerradas y restaurantes sin ideas. Las ventanas no transmiten nada de su interior: persianas desvencijadas y cristales emborronados.Algunos edificios despiden decadencia, otros la fingen como reclamo turístico. El tiempo se ha detenido, aquí y en otras ciudades de inconfundible signo barroco . Voces , muy bajitas, en forma de murales desconchados. También suntuosos mosaicos con grandilocuentes escenas. Arte rezumando arte. Las bicis sortean, entre botes, a un tráfico avezado al asfalto empedrado.La música sigue sonando, las luces se ciernen sobre el rímel descolorido de algún bohemio arrepentido.Un verso, otro verso, la oscuridad inspira soledad, ganas de comerse a la ciudad, de apagar las bombillas insolentes que penden todavía.
O Porto
Autor: javier castillo esteban  442 Lecturas
Por un motivo que solo sabía él, ya no era más que una pantalla encendida. Afuera el sol se agotaba entre nubes dejando entrevista pesadez y densidad. Habíamos llegado cansados, extenuados, libres de trabajo y dispuestos a morir. Éramos hijos del desprecio, ánimos recortados, sonrisas frágiles, un montón de sentimientos enterrados, clavados al suelo. La grapadora esgrimía una boca peligrosa, amenazante, como si esperase el hilo de un viento para cerrarse para siempre y estrangular la vida.
Se ríen de mí por no reír como ellos, por no hablar como ellos hablan. Creen en la inocencia de su violencia aun cuando me ven llorar. No deben significar nada las lágrimas, pues, tan olvidadas en pupilas yermas.Su piel es tostada, seguramente por pasar largas horas debajo de la esfera irritante. Tampoco son ellos más mundanos al tragar con la vida igual que un carro de mil piedras.Yo también sé cargar sacos llenos de dolor sobre mi espalda. Las calaveras chirrían por el roce, se sienten ocultas, pero detrás de la tela las oquedades del hueso ofertan lugar para las alimañas.Ahora, y más adelante, el lienzo será la expresión de un confidente acusado de traición. OBligaré a su ahuecada oreja a escucharse las venas.
Era vasto y concurrido. Un camino agujereaba los recovecos del recinto bajo cuyo cabellera verde el mundo hedía primavera.No era motivo para detenerse, pues las gramíneas sedimentadas en la ribera del camino empedrado remontaban un vuelo suave y amenazante para mis pupilas. Seguí recto, desoyendo los consejos del mapa atajante,hasta donde pude anunciar la cuesta que bajaba para volver a subir. Más lejos de allí el alféizar y la jaula desvencijada imitaban tintineantes el ritmo de la tarde, aunque no quedara sino un trecho vertido en trámite. Tres árboles más, y el gris sustituiría a la tierra artificialmente húmeda. Último escoyo, el colmo del camino, unos ilusorios zapatazos con los que abandonar el cielo límpido . La mujer ,con la espalda recostada sobre la hierba y los pies arañando la corteza de un castaño enfermo devuelve su altiva mirada a la bicicleta de radios quietos. Lleva puestas las medias de rejilla que siempre quiso exhibir a escondidas mientras simula leer el libro que sostiene con índice y pulgar, pese a mirar al infinito de frente, dispuesta a colisionar consigo. Planea su deseo, aún con la esperanza de que pueda ser refrenado, ella juega sin que él lo sepa, estira su pierna apuntando a la copa, cae una falda en desuso,la hojas se mueven con una racha de viento. Ambos sonríen y lloran, humos y bocinas retoman su día. 
Qué malo escribir al fluir de tu corriente Al henchirme de motivos que anhelan entenderte De no saber que eras gota de arena en un mar de desierto Pirámide de espinas que mis versos penetran sin aliento Sortean,  deambulan, ente vías delirantes y ardiendo recuperan el color Porque aún de suspiros y noches embriagadas vive tu olor Más prosaico que nunca más vivo que siempre Y es que tus ojos han abordado sin intención este recuerdo inerte
Atrapa a un 3 de diciembreSólo me queda plagar de sarcasmo estos renglones para demostrarte que, yo, también soy tú,al margen y por encima de quien prefiere descoronarte y convertirte en terruño de diversidad,sobre cuyas raíces no sólo el sentido común aflore, sino donde la paralela aventurasecesionista que nos “une”, venza la batalla que libra contra las tropas invasoras, asentadas enPríncipe de Viana nº1.Lo bizarro y lo real se mezclan cuando de ondear la bandera de nuestra comunidad se trata,tornándose éste en un síntoma subversivo, en unos indicios de enfermedad rancia ytradicionalista, en un arma arrojadiza de la que este gobierno”plural”, que tilda de resentidos atodos los que nos sentimos orgullosos de colgar en nuestro balcón el rojo y las cadenas,pretende proteger.No parece casualidad entonces que el día del euskera se fije el 3 de diciembre, como tampocoel hecho de invertir el orden de los idiomas, de izquierda a derecha, en los impresos ycomunicados emitidos por la administración. Pero sin duda, esgrimir spots publicitarios ensalas comerciales, previos al visionado de una película, aludiendo a la fibra más impresionablede los navarros mediante palabras tales como: Kiliki, Txistorra u Osasuna, con el único fin dehacernos entender qué éramos antes, dónde radicaba nuestra intolerancia y los pingüesbeneficios de declamarnos diferentes, resulta, cuanto menos, repulsivo. Todo ello por cortesíadel Gobierno de Navarra y merced al afán de fomentar el pequeño comercio frente a lallamada en orden del general capitalista.Entiendo, pues, que hemos pasado de ser viejos aniquiladores de la cultura a loables yconsiderados vecinos, sometiéndonos a un revanchismo más innovador y sofisticado que nosconduce subrepticiamente a euskaltegis y demás senderos populares, eso sí, de la manera másdemocrática que ha conocido esta tierra.
governum
Autor: javier castillo esteban  367 Lecturas
Escapa el ratoncito ante el silbido de las púas plastificadas. La vieja blande el viento en busca de un roedor precavido. Las dos brillantes cápsulas rodeadas de pelo escudriñan la inútil tarea cuando la silueta reaparece como un resorte al final de cada hilo invisible. Negra, más aún que la noche, de tibia permanencia y agotada espera continúa haciendo lo que mejor sabe y peor recuerda.El hombre simula una sonrisa, vuelve sobre sus pasos, pero no quieres perderlo de nuevo. Recortas la distancia y consigues abrir fácilmente la puerta que hasta hace un momento estaba atrancada. Hojas que no cesan de vibrar en círculos. La casa también es negra y el camino describe meandros que sortean sauces comidos por la hiedra. La puerta está abierta, no así la tuya que después del portazo ha sido cerrada desde dentro. La vieja sujeta las cortinas para apremiarte, te giras y encaras el vacío extendido más allá del umbral. Se oye  musitar al ratoncito, un chillido lánguido, cada vez más lejano. Los contornos de la oscuridad adoptan formas familiares cuando la puerta se voltea.
La escena del ratoncito, luego la vieja buscando la escoba y el vecino de negro que mira por la ventana. Cada uno de los personajes presos en su papel, pues ante la mirada fija del espectador no mutan su expresión. Sales del punto refulgente que hay frente al sillón para observar el exterior. El hombre no está y en su lugar han volado un montón de hojas en dirección al jardín contiguo. Oyes el movimiento pendular de una escoba actuando encima de la baldosa. Piensas en que las baldosas son de otra época, mueves repetidamente la ceja, te llenas de extrañeza y vuelves al hueco, que ha sido ocupado desde siempre. La madera detrás de la pared sigue formando viruta que asoma su cuerpo en espiral, el ratoncito te mira y tú le devuelves, mediante un desdeñoso movimiento, la mirada afligida reflejada en sus dos esferas violentas, henchidas de estridencia por no perecer aplastadas. Escapa el ratoncito ante el silbido de las púas plastificadas. La vieja blande el viento en busca de un roedor precavido. Las dos brillantes cápsulas rodeadas de pelo escudriñan la inútil tarea cuando la silueta reaparece como un resorte al final de cada hilo invisible. Negra, más aún que la noche, de tibia permanencia y agotada espera continúa haciendo lo que mejor sabe y peor recuerda. 
PÉNDULO
Autor: javier castillo esteban  404 Lecturas
PUNCTUM   Casi como un latido, aunque más intenso si cabe. Otra vez, y otra, los escasos bancos de nubes navegan deprisa sobre un cielo límpido, de una claridad inusitada. La anchura de hombros del Padre dobla la de mi madre y tías. En el fondo de la imagen dos cuervos picotean algo inapreciable. Uno de éstos se ha quedado con la pieza más grande después de perder un ojo.  Despierto.No es de noche ni de día. Me dirijo al sótano donde descansa el cuadro desvencijado. Alrededor de la obra, cacharros y metales y una bici de hierro con las ruedas pinchadas y el manillar torcido. Nunca antes reparé en la pintura, supongo. El retrato se acerca con desdén a la recreación de una fotografía extraviada, perdida en dos grandes ojos de  mujer.  Afuera se oye el silbido del viento, amenaza tormenta, pero no lloverá. Ya viene, inaplazable, una fanfarria desafinada de bombo duro y platillo resquebrajante. La sangre detiene su movimiento ventricular y me contengo ante aquel espanto. Risas y algarabía, el lienzo comienza a articularse, se desvanecen el sótano y sus paredes ennegrecidas, el ruido se superpone al silencio, los colores brotan en una espiral incandescente, mis manos pierden forma en favor de aquellas pupilas familiares. Siento que voy a ser engullido, fijo la mirada entre niebla y grillos acechantes. Hago un último esfuerzo por reconocerme tras esas sonrosadas mejillas… -¿Dónde estabas?- Mi  madre me tiene cogida la mano y la miro. El espectáculo taurino ha terminado y la banda recoge los instrumentos. Me resulta imposible decir nada. El Padre hace un gesto desde el balcón en señal de que subamos. Huele bien, la cena debe estar lista. Antes de voltearse sonríe extrañamente y desaparece entre los jirones de goma que custodian la puerta. Todos están sentados a la mesa, primos, tíos y el Padre. La televisión está apagada. Los cubiertos repiquetean conformando la música que seduce a los vidriosos ojos de una de mis primas. Me mira y esboza lo que anhela disfrazarse de puerilismo. Algo fluye debajo de mis zapatos, el suelo de baldosa está resbaladizo y denso.  Alcanzo con el dedo índice una muestra de lo que parece semen.  
PUNCTUM
Autor: javier castillo esteban  590 Lecturas
Carábola Es difícil de explicar, pero si te miran sin ánimo de hacerlo, sudas. Una estridencia que ataca a la voluntad por la espalda sin más respuesta que la de cuestionarte la motivación de ese gesto, aunque, quizá, eso sea suficiente… Así, volví a sudar cuando ella esgrimió de soslayo sus ojos verdes y asustados, dos diminutas esferas a juego con el color cetrino de su piel. Algunos decían que estaba muerta, que era únicamente un reflejo proyectado desde el Carábola, tan cercano al campus en distancia y en rumores. Para mí representaba las últimas ganas de arrastrarme por aquel bloque de hormigón con vistas a la muerte.En la universidad, y en “puras” en concreto, te vuelves un atleta de fondo, sin embargo ella nunca juzgó el tiempo ni el concepto estético de pódiums académicos. Era ella,impregnada de un aura incólume, como de miedo a tocarla siquiera, quien convenía con la armonía de tácitas miradasla definición de nuestra estancia allí. Parecía de acero, incluso sus matemáticas perdían forma en una habitación infranqueable, henchida de razón y sobriedad, cuando engullía, impía, el romanticismo más sublime de la docencia en ciernes, la ilusión de un comienzo. Pese a todo me acordonaba su olor a cada respingo que su voz creía evitar. Aquel día, mientras yo esperaba inmutable un nuevo vaivén de su arrojo, un paso en falso, atravesó mis pensamientos, igual que un relámpago, la inquietante languidez de esa edad, bajo cuyas fauces dudas de ti, de lo demás y de los demás, pero, por encima de todo, de ti. Quería comprender qué era, su composición incorruptible, cuáles habrían de ser las consecuencias de haberme cruzado con sus pupilas, de donde nacía mi extraña sonrisa.Terminó la clase y mis compañeros, muy lejos de allí, abandonaron su más que cumplida asistencia por otra más tediosa, pensaba yo, en lid con pueriles devaneos, o eso quería pensar, porque ahora serpenteaba el telón rojo, las voces enmudecían y creía ser el único aspirante, la sencilla razón de elegir esa hora y ese lugar.Dedicó a recoger su material idéntica gracilidad que a sus constantes e irremediables tirones de falda, entonces sus piernas mermaron enfermizamente y simuló entenderlo, por lo que acordó, instintivamente, otro leve corrimiento de tela. Había llegado el momento de hablarle:-¿Cómo estás?- vacilaron mis palabras. Me miró de reojo, obliterando cualquier atisbo de entenderme. Sus labios temblaron y dijo con voz queda algo que no llegué a interpretar. Salió rápidamente del aula. La seguí por los pasillos, puerta tras puerta, guiado por la corriente natural de sus pasos. El primer piso estaba desierto, y la luz de la calle creaba las últimas sombras sobre las baldosas. Miré a través de la cristalera,  y la vi dirigirse hacia el Carábola. Al salir intenté coger aire. Aglutinaba los vestigios de una primavera irreal, alérgica de sí misma, atrapada en un estado letárgico infundido de trámites interminables.  Los pocos intrépidos, ajenos a la embriaguez de esa atmósferairrespirable, que como yo, devoraban la tarde, resultaban ser siluetas en perenne búsqueda, mutis de aquel año atestado de carteles descoloridos y desvencijados, de aceras quebradas por la “crisis”.Carábola, bautizado así por el promontorio que lo erigía,  daba cobijo a un cementerio sin entradas, un camposanto olvidado incluso por quienes compartieron su decrepitud ancestral. El acceso principal, y único, estaba tapiado hace años. Únicamente la niebla, dispuesta con escrupuloso concierto, visitaba regularmente cada rincón.Era su primer año en la universidad, pero ningún registro del apartado virtual del campus atestiguaba su ingreso dentro del elenco docente. Su nombre se había esfumado entre currículums brillantes y trabajos previos sin parangón. Tampoco había rastro de ella en el Carábola. Me senté a esperar en el primer escalón de diez que ascendían abruptamente hasta el umbral cementado. El viento susurraba en mis oídos igual de incrédulo que mi situación allí mientras los olmos vencían la falta de cuidados ondeando sus copas histriónicamente, empecinadas en dibujar sombras absurdas a mi alrededor.A las nueve la oscuridad tomó el relevo de la niebla en descomposición. Algunos señalados faroles, que no habían sido víctimas del tiempo, chisporrotearon, emitiendo una nueva e intermitente lumbre que cercaba  los muros del cementerio. Resolví  abandonar el lugar, estaba agotado y confuso, pero algo llamó mi atención. Dos sombras discutían en silencio detrás de una hilera de árbolestorcidos. Me acerqué a hurtadillas hasta que una rama seca crepitó bajo mi pie izquierdo. El forcejeó cesó,  con análogo sigilo. Guardé la posición, conteniendo las ahogadas palpitaciones encaramadas a mi garanta. No confiaba ya en mis sentidos . Una descomunal garra se asomó descuartizando la corteza del primero de los árboles. La imagen de mi mismo se deshizo cuando un manto de nubes copó la luna. No podía despegar los labios. Acaricié mi pelo una vez más, suave y agradable.…La mañana…Una mañana como otra cualquiera, el cielo seguía siendo gris y el teléfono estaba sonando. Descolgué.- ¿A qué se supone que estás jugando? Ha venido otro tutorando tuyo al despacho. Dice que no has dado las prácticas de las diez- ¿Podía ser la voz del rector?- No lo entiendo, señor, estudio en…- ¿Señor? Déjate de gilipolleces, es el segundo día con la misma queja, ponte las pilas. Por cierto, Carábola ha preguntado por ti, ha dejado una nota.- ¿Carábola?- Si no conoces a tu mujer, yo menos.No entendía nada. ¿Quién era Carábola? El nombre me resultaba singularmente cercano. A las once, el cartero, como cada mañana, estrujaba el periódico hasta convertirlo en un atajo de papeles dentro del buzón.  Salí y leí someramente las novedades culturales de la ciudad. Después de aprenderme la ubicación exacta una galería que exponía la obra ignorada de Cézzane, reparé en un anuncio.“2008. Sueña, haz otra vida de tu vida.” En la margen izquierda del recuadro la cara de una mujer voluptuosa servía de escaparate.Me ardía la muñeca. Mis venas se configuraban en relieve esbozando cifras penosas: “2008”.
 Debía morir. Lo supe cuando T. me habló de aquel cura del demonio. No lo había pensado antes, pero su enfermedad quizá fue emisora del perentorio efecto de la venganza. Una misiva con la savia suficiente para ver las cosas de otro modo. Quizá fuera injusto juzgarlo por algo que nosotros mismos habíamos esculpido con la paciencia y el tiento adecuado, de idéntica pasta a la obsesión con las sotanas y púlpitos. Qué imagen debí de ofrecer a una mujer a la que me había entregado conscientemente y ahora detestaba. Sería la excusa perfecta para echarme en cara la intencionada cruzada por enamorarme sin cautela, por no respetar su sello y por ahogarla en una cárcel sin letrero.Aquel hombre grotescamente estirado, de pelo ralo y mostacho alineado, nos casó a pesar y por encima del hastío y de los celos. Me había otorgado la fe y la disposición de una procedencia cristiana aun cuando su corazón intuía a la oxidada goleta. Casó también a mis padres y a algún tío que no llegué a conocer. La vida en Costra fluía entre la cotidianidad de aceras y bares sujetos a prescripción. Solo el sol costeño, de inmensa fuerza y de lienzo poético cobraba sentido de cuando en cuando, si se era capaz de detener el estrépito de los pensamientos. Pero esa empresa ya no crecía en mi jardín de falsas promesas, lo que de verdad brotaba era el fervoroso anhelo de la victoria sobre los cánones de las hermosas balaustradas del Conde, la luz de romances precoces y reales aposentada sobre el presente.El cura subía y bajaba atornillando los adoquines al suelo, aparentemente tranquilo, pero maquinando un nuevo casamiento, un nefasto alumbramiento que de mí había hecho creer en el crimen. Tampoco levitaba ni soñaba con salvar a pobres ingenuos, pero de hecho mi propia ingenuidad me dolía, y ello debía de ser, no sé, la razón, mi razón.T. aún tuvo fuerzas para mirarme inquisitivamente, como queriendo adivinar la rabia y la frustración, rebosantescontenedoras de desasosiego. Lo cierto es que así fue en un primer momento, pero ya me sentía tranquilo, decidido y con una tarea de nombres y apellidos catapultadainequívocamente a los no flaquean al relatarlo.Vivía escondido en su ermita, que no era suya, pero de laque hacía gala en otro éxito de propiedad, esta vez no carnal. Por las noches cerraba el pórtico y se encaminaba con gesto adusto al portal destartalado anejo al edifico. Allí pasaban dos horas donde la luz de la claraboya dibujaba extraños reflejos en el cielo de Costra. Después, volvía sobre sus pasos y mantenía una cháchara aborrecible acerca de las desgracias vecinales anunciadas por el discreto campanario. El templo era su casa y también su tumba. Una mañana desperté temprano con la vaga intención de pasear, ya no me sorprendía mirar a la izquierda y ver las sábanas vencidas hacia el otro costado, incluso era una sensación de lo más agradable. ¿Quién era realmente T.? Se presentaba igual que un pasadizo, tedioso y absurdo, de una irreal inflexión y de la misma partida a la vuelta de esaroca inmaterial. Un pasadizo inabarcable, un carácter impreciso, de aristas que marcan otra silueta torcida hacia otra silueta llana y otra idénticamente torcida. ¿Sería ése final del pasadizo una sucesión de capítulos tortuosamente familiares?Miré por la ventana y vi a T. flanquear las primeras casas. Eran mamotretos blancos de paredes desconchadas, en cuyos chaflanes ondeaban jirones de goma ocultando los umbrales de moradas estridentemente silenciosas. En algunas de estas guaridas, se erigían pequeñas hornacinas de vírgenes que rezaban al mar y a pescadores engullidos por sus propias redes. El mar lucía inquietante aquella mañana. Perdí la pista de T. en cuestión de segundos, ensimismado como estaba, en otras cavilaciones. Sospechaba que, después de todo, era otro desgraciado el que andaba detrás de ella esperando arramplar a las quimeras de sus caballos, mas las quimeras son ilusiones, montañas suaves y redondeadas que se desvanecen al contacto de su piel. Por ello dejé que el cráter creciera sin demora en un denodado esfuerzo por aliviar la imagen de sus ojos. El mero hecho de escudriñarlos de cerca o en la distancia me encogía el corazón y mermaba mi carácter.Salí de casa y caminé durante un rato. Ni rastro de ella. Tampoco me importaba demasiado, o eso suponía, aunque sentí curiosidad por adivinar su nuevo itinerario. Se clavaban las miradas de los perros en mí, como si fuera yo el desdichado que merodea en busca de un bocado y anduviera exhibiendo cada una de mis costillas hacia manos más generosas. La ermita dominaba Costra y se podía apreciar su aspecto macilento desde cualquier punto del pueblo. El alcalde pensó que esta no revisada versión de una obra de épocase proclamaría vencedora en un concurso por dejar boquiabierto a críticos y foráneos con gusto, a místicos y a los que buscan lo castizo en olores rancios. Una versión que, por otro lado, ni los arquitectos de la decrepitud podrían soportar Los ladrillos parecían codearse por mantener el equilibrio, pues el paso del tiempo y la humedad los empujaba a una carrera por sortear el abismo y no convertirse en polvo. Era verano, y las cigüeñas crotoraban espasmódicamente en dirección a su próxima migración. Me dirigí a los aledaños de la ermita y la contemplé desde sus cimientos, agachado, midiendo la altura a la que pretendieron consagrarla. Las campanas comenzaban a voltearse mostrando su badajo, emitiendo una sinfonía de inverosímiles tañidos, una nueva eucaristía en manos del impostor. No podía faltar.El cura ofrecía la misa matutina a viejas y desconsolados que asían con fuerza rosarios de metal. Cuando llegó la hora de postrarse sobre aquellas tablas almohadilladas, alzó la vista. Yo me había quedado de pie, quería intimidar a los siguientes versículos escupidos mil veces por su lengua viperina. Vaciló un instante ante mi insumisa posición, pero continuó leyendo con voz quebradiza y entrecortada. Carraspeó varias veces e imprimió un ritmo más rápido en pos de terminar cuanto antes. Yo seguía erguido mientras los feligreses se sentaban y levantaban maquinalmente. Me miraban recelosos, rehuyendo mis ojos al responderles de soslayo. Eran conscientes de la premura del cura, y me culpaban de manera tácita por ello.¿Y si T. se había escondido en la ermita? La idea me produjo un sudor denso y frío. Me sequé la frente y miré mi mano. No reconocía mi propia languidez, el brillo de las gotitas se bifurcaba entre mis dedos trémulos.El anillo de esposo me oprimía y empecé a removerlofrenéticamente de izquierda a derecha para aliviarme. El monaguillo se encaminaba a mi altura con paso ligero, entretanto las monedas repiqueteaban alborozadas en la cesta de mimbre que mecía distraídamente. Antes de llegar a mi banco tiré con fuerza y extraje el anillo, aprisionándolo en mi mano derecha. La huella amoratadamostraba una certeza más cruel que liberadora. Abrí la mano y dejé que resbalase el anillo de mi palma a la cesta.El monaguillo no supo cómo reaccionar, se quedó varios segundos prendado de la reverberación del gravado. No se atrevió, o no quiso, juzgar el cuadro que su cabeza había materializado en ese instante, solo asintió y no separó sus ojos del suelo.Al dejar la cesta sobre el mantel que cubría la mesa, el rostro del cura se agravó y creí que sus pómulos se desnivelaron unos centímetros. Tragó saliva y continuó como bien pudo.Los perdones, los avisos y las bendiciones se relevaron con prontitud y nos despidió abruptamente: - Podéis iros- Guardó la paz para sí y la desazón para los pocos que nos habíamos congregado. Permanecí inmutable, aislado de los cuchicheos que flotaban en espiral a mi alrededor y de los cuales asumía estoicamente mi responsabilidad. El cura se apresuró hacia la sacristía sin reparar en que yo seguía allí, esperando, no sé muy bien a qué, dado que las dudas y el remordimiento que me habían traicionado enlos últimos años se propagaban igual que un cáncer arremetiendo contra las pocas células vivas que luchaban, incontrolables y desnortadas, contra su sino irremediable.¿Y si T. la esperaba allí, en la sacristía, aguardando a que las últimas tablillas de la ermita cesaran de rechinar bajo mi peso? ¿Cuándo se había tornado la frivolidad de mis actos en infundir temor a los demás?La puerta de la sacristía quedó entreabierta y sospeché que las dos víboras pretendían allanarme las respuestas, para quizá apiadarme de sus frágiles corazones, desleír la rabia. Era tarde. Mi cuerpo se hallaba disgregado de mi mente, agujereaba las últimas esperanzas de evadir decisiones precipitadas. Subí al altar y abrí la alhacena dorada que guardaba la copa con posos de vino. Era una copa extraña y deforme. La empuñe con fuerza por el único espacio libre entre las ondulaciones que describía su tallo y la base. De un portazo abrí la pesada puerta. Allí estaban los dos, cuerpo a cuerpo, enfrentados y cogidos de la mano. No dijeron nada, yo tampoco. Empecé a temblar y solté la copa, estallando muy lejos de me mis oídos.¿Quién era yo? ¿Acaso lo sabía? Sentí una impotencia terrible, ganas de llorar, ganas de cuestionarles mi presencia allí, o simplemente escuchar por última vez queera un espejo de sus vidas, un espejo que tenían miedo de mirar. Repentinamente la volví a amar, quería lanzarme a sus brazos, besarla, adorarla, tocar su piel despacio. Solo ella, incólume, sin amonestaciones, sin las manos ajenas que la apretaban casi con misericordia. Sin embargo era incapaz de regresar... Entonces la volví a odiar, a lastimarme, a odiarme más, sin preocupaciones, obstinado con el pasadizo, con volver a casa.Perdí la vista progresivamente, y el control de mis piernas. Solo recuerdo a dos figuras abalanzándose sobre mí, rodeando invisiblemente mi cuello…Desperté en mi cama, las sábanas seguían recluidas hacia el otro costado y las ventanas estaban abiertas de par en par. Del alféizar se bamboleaban, atajadas por las bisagras del marco, las líneas de una carta más extensa. Las leí:Ya no estoy contigo, pero no dudo que seguirás dentro de mí, acusándome no solo a mí, sino a todos los que han intentado quererte. Me has vendido al amor igual que ahora me vendo a él sin remedio. Me ha cuidado sin herirme, sin reservas y sin nada a cambio. Entiéndelo, por favor, no te acerques a nosotros. Espero un hijo suyo.::::Un barco de chipirones vencía la marejada cuando varios tripulantes avistaron, a voz en grito, un cuerpo ataviado con sotana. Se aproximaron a escasos metros y voltearon entre varios de ellos el cadáver. El rostro, lívido y descompuesto, mantenía una sonrisa desencajada, y sus ojos sugerían pestañear. En su regazo, un bebé deporcelana emulaba estar jubiloso. Los descubridores, aterrados, no supieron qué contar al atracar
HASTA OTRO VIAJE, CARLOS IIIEuskalduna, Olimpia, Saide... Distintos nombres se retuercen en la memoria de quienes han vivido muchos años. Hoy he leído que el próximo 3 de marzo cierra sus puertas el célebre edificio oficinesco ubicado en Cortes de Navarra. No debería sorprendernos la noticia después de que en la última década hayan sucumbido otros dos cines de la compañía en el centro de Pamplona. Una anuncio, pues, que habrá caído sin vacilar  para los ciudadanos más avezados en materia de negocios inviables. A mí, personalmente, escuchar el asunto de boca de otro cinéfilo, me ha supuesto un silencio contenido, pues en ese mismo instante he experimentado la certera sensación de haber perdido algo, demasiado preciado, en algún lugar que solo mi frenética memoria sabrá encontrar Dicen que cuando envejeces dejas de mirar de frente para zambullirte en los recuerdos. Supongo que de falta de razón y carisma no se le puede acusar a la sentencia, sin embargo creo que los recuerdos ni suman años ni tienen una etiqueta designada a personas que superan los 50. La juventud  sucede a la infancia , la vida adulta también circula… pero los recuerdos permanecen inmóviles cuando el  tiempo tiene carácter y es auténtico, cuando se ha sido viejo y has vuelto a ser niño, cuando has pagado con pesetas, cuando con mil de estas pesetas comprabas tu entrada, tus palomitas y devolvías las trescientas restantes.Has cambiado de disfraz para ser un salón de espectáculos, un gallinero, una sala única, un multicine, siempre bajo la atenta mirada de un acomodador inmortal, pues nunca he sabido si aquel señor que vivía entre la tienda y las salas, firme y condescendiente en igual medida, formaba parte del mobiliario o era el accionista mayoritario... Aún  habrá quien te tilde de no haber estrenado cine de altura, y el hecho de no aventurarte en la subcultura. Pero…  ¿para qué? Ya has dado todo por esta ciudad, decorando con colas interminables la manzana, ganándote el trono del niño del viejo, del pedante, de los amigos, de los enamorados, del solitario, del que se rasca el bolsillo, del rico… Hoy es un día triste, pero también es un día para reír y para llorar, para soñar, para volver a  despertar y charlar sobre cine, para ilusionarse, para divagar…No proyectarás más películas que las que nosotros guardemos en la retina, pues no son pocas las tardes a tu abrigo.
Ella seguía dormida. Yo no podía dejar de imaginarla, tranquila, soñando quizá o plenamente inconsciente, incapaz  de recordar nada. Era bella, tanto ,que no bastaban las palabras para arrancar un ápice de su blancura, de aquella piel  suave en comunión con la almohada. Lo más cerca de colapsarse balbuceaban mis ahogados susurros , al borde de abrazarla sin final, hallando una forma exacta de abordarla sin interrumpir el vaivén acompasado de su pecho. Ahora arriba ahora abajo, midiendo el tiempo por cada segundo que mis ojos evitaban decir adiós.Hubo un instante en que se arrebujó en las sábanas y yo temiendo su reacción fingí dormir, creyendo más sensato no delatarme.Había tomado el relevo de mis huidizas intenciones, pero me esforcé en mostrarme ido, bajo el inoportuno efecto de la aurora ,que asomaba indecisa.No abrí los ojos. Ella entonces acarició mis labios. No me contuve. Sonreí. De repente dejé de notar sus dedos , y me sobresalté. Ella seguía dormida, o eso se desprendía de la posición en que su mano quedó sobre el colchón. No volví a echar el cerrojo a mis párpados, pues las ojeras juzgarían mi felicidad al día siguiente.
Me he quedado prendado del olor que despide tu cuerpo cuando estás sola en casa, tranquila, desviando de cuando en cuando hacia mí el fino hilo de tu pupila escondida Algo más que el brillo habita detrás de esos suntuosos párpados.   Quisiera salir de ti, de tus días y de tus noches, pero no puedo. Quizá porque he aprendido lo que algunos maestros han escrito con paso de pesares, pues el poeta  ama sin medir la altura en cuyas esferas coquetean los corazones y ansía salir de sí mismo y no así de la vida de los demás.   Y qué daría yo por conseguirlo… Por enterrar bajo mil kilos tierra  la convivencia con las ganas, con el fuego que cuartea mi piel por dentro y ofrece por fuera la tersura que esperan del amante paciente y cabal   Te amo una vez más, en balde, creo, derrochando precipitadamente la intriga de desvelar, a tientas, los secretos que circundan nuestro espacio. Me miras con ternura a pesar de todo, incluso cuando hablo a destiempo y recibo la reprimenda de la razón, siempre a la hora, y con la fuerza de un mazo.   Tan solo busco la playa…
  TRES   Éramos tres buenos amigos. A F. lo conocí años antes que a Z., ellos mantenían una relación muy estrecha hasta que sus patizambos destinos se interpusieron entre el desierto y un oasis extraño. No es que yo tuviera ninguna culpa de su desencuentro, pero cuando tres almas perdidas se juntan, y más cuando se trata de tres cabrones como nosotros, el resultado suele desembocar en favoritismos retorcidos. En cualquier caso funcionábamos como tres solteros empedernidos en su afán por dar la nota. Aquel día habíamos comprado palomitas y coca cola y un poco ebrios, después de dos vinos de uva bastarda, despotricábamos de las personas que se acercaban a los 40 y sentían, de repente, la acuciante necesidad de dar asco. Los había que, con cara de humano en ciernes, nos miraban por encima del hombro al comer palomitas. Para los snobs comer palomitas es algo parecido a ver un documental con las gafas puestas en el culo. Una insolencia propia de palurdos. En verdad lo éramos, pero no menos que el culo con gafas que nos echaba males de ojo a propósito de nuestro crepitante mordisqueo. Por lo demás la película era buena y navegaba, indecisa, entre el cine de masas y el compromiso con el pasado. A las dos hora salimos, dejando rastro de nuestro crimen maicesco. La noche era larga en esa época del año por lo que únicamente podíamos beber de nuevo y reírnos de nosotros y de nuestros vecinos de las mesas de al lado. Una señora colgó su bolso en el canto de la silla, la cremallera estaba entreabierta, no estoy seguro si fue el instinto o mi pérdida de la noción del lugar, pero sentí unas ganas irrefrenables de meter mano dentro del pozo de chismes. Su pareja pareció percatarse de mi mirada frenética y punzante sobre el tesoro, pues vigilaba atentamente mis movimientos, incluso cuando empinaba el codo en un ángulo imposible. El último sorbo de gintonic sonó como un aspirador y después posó el vaso con vehemencia en la barra. -         ¿Te pasa algo? Interrumpió A. -         No, no me molestes ahora- respondí con autoridad   A.   intentó buscarme la boca inútilmente, pues yo ya estaba presto a lanzarme sobre el bolso, aunque pensé en corregir su impertinencia más adelante.     ZAS!, De un plumazo arranqué el bolso de la silla y comencé a buscar con cara de preocupación, no sé todavía el qué, algo que me tranquilizara entre la amalgama de cachivaches. A. y F. quedaron inmóviles sin saber muy cómo reaccionar, esto me provocó una risotada incontenible. Todos me miraban igual que a un demente, todos, menos el sarnoso acompañante que, en ese momento, levantó el puño cerrado para atizarme.   Qué gusto me daba al día siguiente palparme el coágulo debajo de las pestañas, una burbuja morada oscilaba desesperadamente por escapar. Llevaba al límite el bulto, ejerciendo una presión desconcertante mientras detrás de la puerta se oía al hombre del tiempo. Di un respingo cuando el dolor se hizo insoportable y cesé… El timbre reverberó con fuerza, indicando  la hora de entregar este despropósito al profesor de literatura.
tres
Autor: javier castillo esteban  594 Lecturas
Ayer vi un pato volar. Pensé en aquello que me habían contado días antes sobre esta complementaria e irrisoria faceta del pato. También recuerdo cómo se reían de su aleteo y de su trastabillado aterrizaje antes de volver a remojarse mientras lo señalaban simultáneamente y simultáneamente se tornaban histriónicos. A mí me pareció un vuelo limpio e intenso. Era un tiempo desapacible, sin embargo el estampado de su plumaje, erigido entre las nubes y el resol, se mostraba intrincadamente bello, parecía su pico un impío torbellino que devoraba el espacio¿Por qué no podíamos volar? Probablemente por no contraer la deuda merced a la burla de los demás haciendo acopio de celo en nuestra cita con la apariencia El pato pasó delante una vez más, pues mi cuarto miraba al hogar de las aves. La sensación de apremio se difuminó con las últimas gotitas que se desprendieron de su fulgurante partida. El lago había quedado huérfano, mi sonrisa, incorruptible.
pato
Autor: javier castillo esteban  526 Lecturas
EL CONVENIO CON LA CUN, TRW Y OTROS DESASTRES FORALES… Podemos incidir y perorar sobre asuntos de “gran calado”, pero inevitablemente seguiremos topándonos con artículos y aseveraciones propias de los más  artísticos y trillados tópicos. Aun con todo, se vuelve necesario un repaso de lo que acontece en este pueblo, aunque solo sea por mirarnos un poco más el ombligo y dar regusto al paladar, y también a la pluma.Según yo lo veo, presumiblemente desde un prisma igual de ignorante que despótico, las reclamaciones de estos últimos días tienen más que ver con una disputa por la cerril conciencia de justicia, un concepto que casualmente y con vehemencia ha irrumpido en nosotros de repente…¡Nada más lejos de la “realidad”!, pues a estas alturas a nadie sorprende la profunda insolidaridad que aireamos sin pudor las veces que haga falta, igual que unos borricos consumados a punto de reiterar una acción automatizada e idéntica a la anterior, cuando se trata de preocuparnos por los problemas que crecen en tierra yerma, donde los plebeyos son olvidados por su capricho de pertenecer a su Estado de Bienestar.He oído decir:" ¡Que paguen, que bastante hemos sufrido ya por su culpa!"Enseguida hemos de buscar responsables a los implacables atropellos que sufrimos si llega el momento de enfrentarnos cara a cara a nuestros provilegios. Por supuesto no cabe duda de que nosotros estaremos del lado de la conciencia y el saber hacer, y que lo sobrante es lo inmediatamente anterior a lo que hoy construimos nosotros humildemente.Por tanto, el problema se acota y no deja residuos a su paso, ni siquiera el afán destructor de un gobierno envalentonado.Ya no se trata, pues, de poner pancartas más grandes, ni más blancas, incluso de ponerlas en dos idiomas para prostituirse con más credibilidad al servicio de la Zona Mixta. El objetivo es clavarse a una cruz de madera y sangrar lo más posible para demostrar a las vetustas cadenas que somos las víctimas y ellos, hoy es Bildu mañana Upn, los hostigadores de la estabilidad y representantes del desprecio.En definitiva ¿Quiénes son los responsables? Nosotros, de nuevo. Las escamas de un noble compuesto humanoide que se jacta de su compromiso con la humanidad y da lecciones de filantropía a un módico precio, sin rasgarse los harapos comprados en rebajas.Los mismos nuevos  ricos que hablamos en condicional y pasamos por alto nuestro Talón de Aquiles ya que nuestro bolsillo resuena con alegría.¿Qué más dará si a 250 personas las echan de su trabajo o a 2500 les quitan sus “no privilegios”? Siempre quedará la Vieja Guardia regresando a galope para abordar tamañas injusticias con la Presidenta del Cambio, esas celebérrimas  caras de palurdos sin remedio que un día aprendieron a hablar sin acento, sonríen y se tienden la mano. En cualquier caso:  Despidorik Ez! Hulegas a gogó, No a los recortes de unas más que merecidas vacaciones, y sanidad privada a cargo de  UNICEF Navarra. Ya protestaremos los demás por vosotros desde el sofá del INEM, cuando los grandes colectivos pasen a ser “ASQUEROSAS MULTINACIONALES” después de haber sido una empresa puntera que debía mantenerse en todo su esplendor por el bien de todos los navarr@s.
Al mediodía El manuscrito de las virtudes. Aquel que pocos entendían y la muchedumbre ensalzaba sin remilgos, aquel que desde su preponderante sombra castigaba a quien con usura hablara de algo tan mundano como su valía. Éste sólo quería sonreír y ser cómplice de asiduos lectores que sin segunda catalogación  destriparan  su vida, tan frágil tan intuitiva, que parecía sencillo perorar sobre sus díasEstos fieles devoradores de páginas eran valientes e intrépidos buscadores de alturas  que a ellos correspondían A no pocos lectores inscritos se los ha llevado la cultura de cañería que promulgada sin medida.Así busca el tiempo su lugar entre escombros de papel y tinta seca, de ojos curiosos se compone la densa sustancia que impregna inmisericorde el color de las tardes lentas y tranquilas reposando sobre el diván leyendo libros de caballerías.Ahora vuelven las letras imprecisas, se oyen en la distancia, cuchicheando acerca de tal y cual, de lo actual y lo prosaico, del estandarte que portan los intelectuales de época que han perdido intencionadamente la brújula para encontrar el camino de vuelta, el regreso a un tiempo de ilusoria sabiduría y vagos escarceos, de falsos amores y besos de galería La Al escritor y al ingenioso dedico yo estas letras, pues si pudiera asumir el olor de este pestiño como bien se yo que debería, convertiría el papel en ensayo clínico de lo que resta en adelante, atisbando quizá un poso de intención almizclera aun siendo mediodía y cautivo del pasado ausente, que nunca lo fue en realidad, sino más bien una maquinaria desengrasada que ha vuelto a funcionar .
EL BANQUETE   H. salió de la casa en donde todos estaban en silencio. Para él, sin embargo, salir y pasear por la el campo era objeto de inquietud y desasosiego. Conforme más se alejaba del calor el ruido se hacía más insoportable. Era la estridencia de esas voces las que punzaban su sien como ladridos embotados.   … Hacía un momento se había dirigido a los allí presentes en un deje petulante, perorando sobre el dadaísmo y su influencia en la irrisoria obra de la que hacía gala. El único fin de esa intrusión entre gente a la que no conocía era conquistar el apetito de una mujer de cabello negro y ojos hundidos. Ella le observaba con imperturbable atención mientras la escasez de recursos discurría por el sendero de la mentira y el bochorno ajeno. Ella siguió mirándolo aun cuando terminó de graznar las últimas insolencias. Estaba prendada del impostor. El asado acalló los rumores que circundaban la gran mesa. H. se arrebujó en el asiento que había ocupado y se escurría, sin darse cuenta, escudriñando a sus gráciles falanges desenfundar un interminable cigarrillo de la cajetilla metálica. No tenía el valor de mirarla a los ojos, de ser así habría sofocado el fuego que enarbolaba su pensamiento. El fantasma cobraba sustancia delante de él y era capaz de describir su silueta con los ojos apretados con vehemencia. De pronto, un escalofrío recorrió su cuello, desdibujando los rostros que habían presenciado la escena y confiriéndoles una temible lividez. Nadie parecía ser quien era, solo un atisbo de cualquier recuerdo respondía a los cuerpos hieráticos que se habían quedado suspendidos en el tiempo. La mujer de ojos hundidos tenía los pómulos más acusados y una lágrima de deslizaba por los vertiginosos surcos que éstos aparcaban hasta su afilada nariz. La lágrima finalmente cayó sobre el parqué. Entretanto el cigarrillo se consumía implacable haciendo crepitar las hojas secas de un tabaco perfectamente prensado. H. se levantó en una actitud de arrojo inusitada en él y retiró el cigarrillo, que estaba a punto de expirar, de los diminutos labios de la mujer. Sintió que debía abandonar el lugar lo antes posible.   … Al llegar a un promontorio se volvió y contempló la casa a lo lejos. Las paredes, blancas al principio, estaban adquiriendo una tonalidad indefinible desde su posición y la hierba parecía haber marcado distancia con respecto a la casa. Alrededor de ésta el terreno se hundía formando una zanja sin aparente final. La cicatriz que H. tenía en la palma de su mano comenzó a dilatarse al tiempo que los latidos se intensificaban incontroladamente. Comenzó a temblar y a respirar con dificultad, hasta que la visión se tornó amorfa, y perdió el conocimiento   Cuando despertó, la tarde estaba cayendo y asido a la gruesa raíz de un roble que allí crecía elevó sus ojos a la altura de la casa. Un nutrido grupo de hombres enlutados velaban el cuerpo de alguien. H. se agachó y se acercó lentamente. A escasos centímetros del vallado, por una rendija de la falsa enredadera se podía presenciar el cuadro. La mujer muerta todavía lloraba. Aquellos hombres buscaban al responsable de su asesinato.
Los versos, a menudo, son hacia el amor, una caricia mal expresadaCirros que envuelven tu pupila cuando ésta llora desconsolada.De esta manera hombres encelados, carecemos de blasones y de espadasSolo estrofas que el corazón escupe para ser penosamente forjadas De renglones y  destellos, con calculadas manos de ingenieroHalló la humildad su hueco en este pequeño surco almizcleroPorque de matemáticas son más puras las sumas y restas del obreroDespués de llegar a casa y aborrecer el cazo medio lleno. Nunca deduje de la poesía ni un resquicio que me inspirara a estudiarla.Mas prefiero anunciar la pluma de aquel que juzgue en recitarlaCon las venas bien abiertas y  la sangre tan vasta que maldigas demorarla.Pues la tormenta no revoca ni su aroma ni sus distinguidas abarcas. No deseo vanagloriarme ni  asistir al cadalso de repetirmeSería otra tentación la que escogería que por sí sola pudiera seducirmePues si estuviera roto en mil espejos, o de dolor extasiado por no rendirmeNo usaría la tinta con el fin engañar al candidato que ha de reducirme Asumiría el sofocante peso de la manera menos sincera y más abatidaAtado de pies a manos a un ritmo lento, oliendo mi propia vida.Creyéndome muerto, abrazando mi espalda de recuerdos que la aguanten erguidaDevorando los guijarros que los escombros han revelado en la ruina
POEMA
Autor: javier castillo esteban  500 Lecturas
-¿Cómo estás?- Bastante confuso, no sé qué más decir...- No estoy molesta, sólo sorprendida. No me lo esperaba...- No debería habértelo preguntado, lo daba por hecho.- Pues a mí me ha gustado que me lo preguntaras, no pierdas eso.- Precisamente...- ¿Precisamente?- !Hagamos algo!.Vamos a jugar a sentir. Pide un deseo y yo pido otro, respecto a nosotros.- Explícate.-Yo pido que no envejezcas conmigo- ... Esperaré a mañana a formular bien el mío.- He pedido que no envejezcas...Tengo un buen Genio.- Quiero que no pienses que eres complicado.- Vale, más simple que una peli de Buñuel.- ¿Alguna vez hablas en serio?- Solo los lunes.- ¿Y el resto de la semana? ¿ En qué dilapidas tu ingenio?- Adoro vivir de las rentas.- ¿Aburguesado, quizá ?- Prefiero apóstata, suena más musical.- ...! Ya vale !- !Descuida!, conviviendo soy más tolerable. Comparto más parentesco con un chinche atiborrado por sus padres, no me costará mucho extrapolar el silencio por empacho a mi vida cotidiana.- A veces también tienes gracia.- Yo también lo creo, me parto cuando me imagino chillando al chofer sin volante que conduce este "almendruco".- !Ja, ja!. No tienes remedio...- Ahora te has reído de verdad.- Si estás tan seguro...- Lo que es seguro es la intención que tienes de enfriar esta conversación.- ¿A qué viene eso?- A nada.- Me hablas como si fuera una estúpida que no va a entender los elevados juicios del insigne escritor...- Escritorzuelo, recuerda, es-cri-tor-zue-lo. !Aunque buen nivel!.- !Vaya, qué modesto!- En verdad no.- Creo que se hace tarde...- ¿Tarde para qué?- Tarde para hablar de cosas sin sentido. Iré a cenar algo, tengo un hambre voraz.- Yo ya he cenando, deglutido más bien.- ¿ Y el qué se supone que has cenado mientras hablábamos ?- Un delicioso sándwich de carne humana- ¡Demasiado! Nos vemos el jueves.- El jueves es pasado mañana-¡Exacto!,veo que sabes contar.- Creo que estás exagerando. A lo que voy es que no quiero una relación obtusa y formal, cine de autor  para treintañeras.- Dicen que no te ha quedado machista.- Dame vida y no pintes muebles a este cuarto, está mejor con el intrínseco olor a demencia.- ¿Que te dé vida ? ¿Más de la que vomita tu mundo interior ?- Captado. Entonces hablemos de nombres-¿ Nombres?- Sí. ¿ Cómo llamarías a esta sopa de sobre, que ni sabe a amistad ni puede cocinarse más ?- Entonces ¿qué se supone que es ?- Eso te pregunto yo- ¿ Qué es para ti ?- En fin, jugadora le llamaban...Para mí somos novios.Pero no quiero que suene ni arrogante ni cordial.- Novios...- Sí, ¿y tú ?- Te lo diré cuando nos veamos.- Eso no es justo, te está saliendo una cana, la veo , estás a tiempo de cortar su crecimiento- ...- Vive rápido, muere joven.- ¿Quién dijo eso ?- No lo recuerdo ahora mismo.- Novios...!Me gusta!.- !Se acabó el juego!- !Imbécil!- Solo puedo decir que lo siento, soy un escorpión.- ¿Y qué se supone que soy yo?- Una rana.-¿!Cómo!?- Ahora nos hundimos...- !Definitivamente estás tarado! No sé por qué sigo con esto...- !Esto sí que es Buñuel!- !Adiós!- ¿Sigues ahí?- ...- "Esta noche mientras dormías has sido mía, ya no podrás volver al convento".- ...- Descansa. Mañana volveremos a ser quienes somos...
Me he despertado detrás de una noche interrumpida. Antes de desayunar, he cogido la mochila y erráticamente he podio cumplir con mis obligaciones. Estaba legañoso todavía pero la intensidad de lo vivido anoche me mantenía bien despierto. Ahora ya es por la tarde y la credulidad de esa vivencia se ha tornado prácticamente en sueño. Así lo pienso, cuando aún no he recibido ningún mensaje de ella. Creer, pues, casi con seguridad, que todo lo bueno se asemeja a un polvo estelar que ha dejado un halo tan tenue, que ya no se reconoce sino su imprevisible y fugaz deambular, no resulta extraño.Tampoco necesitaría de ayuda para pensar en un nuevo sinsabor, pero la sola intuición del fiel fantasma me revuelve las tripas y me hartaMe quedo, de momento, con el consuelo de la magdalena de Proust, y la reminiscencia de una infancia tierna, atendida y despreocupada, un bagaje incompleto que impedía prever la caída en la distancia.Esa lágrima de felicidad, que en este preciso instante me sortea creando un temible surco en torno a mí, está llamada a ser la sepulturera de un borracho enmoradizo . Pero eso no importa, el sedimento es resbaladizo y el barro no se ha secado. Quedará tiempo aún para chapotear con la cabeza vadeada implorando amor a destiempo, una cualidad cruelmente intrínseca y veraz.
La CHICA danesaDesde un balcón teñido se vislumbra el origen de una lágrima contenida... Tersos y confusos pómulos dialogan con una voz clara y divinaLa contemplativa vida del pintor en el mismo rincón, diluida entre fiestas de copete y cigarros con boquilla, se desprende y marca sus propios recodos, aferrada a una identidad desconocida e imbuida por una certeza que irrumpe subrepticiamente.Los peces y los barcos que atracan en Copenhage sirven de paleta al director para exhibir el fresco de una sombra que únicamente anhela hallar su horma.Allá, más lejos si cabe, se derrumba la otra cara del matrimonio, la segunda mejilla de un ser cómplice inocente de la ruina y la incomprensión, la frustrada existencia de quien se vacía por henchir los resquicios inhabitados de los demás.Entretanto , los retratos de alguien que no conoce su piel se desvanecen tiernos y tranquilos durante el sueño reparador de unas manos asidas con gracilidad a la almohada. Ser artista pasó a un segundo plano, un esbozo reducido a la dedicación auténtica y sin fisurasEl escenario muta con una facilidad detrás de los pilares de una sociedad estigmatizada por talentos histriónicos y acaudalados. De bigotes y levitas, de creencias desechadas y de sueños casi palpables. Los residuos de la Belle Époque abren paso a un surrealismo en ciernes, un optimismo camuflado de apariencia y metal.Pero la muerte no cesa y en su camino pedregoso recoge los cuerpos que yacen en las acequias, solos, incorruptiblemente desamparados y con el único abrigo de saber que algo o alguien más vital y sincero que nuestra almidonada chaqueta bulle dentro de nosotros.La estética ha muerto en manos del lirismo, las voces exhaladas se distorsionan hasta cobrar sentido con el singular fin de concernir la unión de dos almas. Nace igual que perece el valor descorazonado, mas en esta ocasión la balanza ha decantado su figura vacilante hacia un mundo pleno y completo.Lili ha vencido a la vida
 Lágrimas huidizas marcan la incredulidad de la tardeCaminos desdeñados que llevan a ninguna parte, Acuden al nostálgico cadalso de martillazos sobre la sien, Cuando  El silencio penosamente ofrece combate Evocando unas manos espesas forjadas de hiel Los olivos aún verdean cuando la noche adusta se cierneProtegiendo su color de la inacabado rumor agrietadoY ésta, prendada del olor aceitoso que expiden sus huestes de maderaDe astillas apuntadas hacia el cielo  estrelladoRetrasa su llegada, víctima de una ilusión traicionera  En un pazo descansa el pastor y su perro, Debatido lenguaje entre gañidos y cariciasDe muerte advenediza, y vencidos guerrerosCuando  El viento sopla arrastrando las hojas Recreando la vida alrededor de los senderos Allí yace el cuerpo del animal, descuidadamente soloMientras la pala cava sin dilación su lecho, Bajo la atenta mirada del chamizo destartaladoAtiborrándolo de tierra seca y guijarros de otro tiempoY más abajo, dónde el último ladrido invisible se hace ecoAún Brilla la estampa de su eterno cabello almidonado.
H. cerró la puerta tras de sí y vio una estrella caer del cielo antes de que amaneciera. Nunca antes había soñado aquel atisbo de lucidez. Pensó que ese destello traería algo más que una taza de café y unas tostadas negras. Quitó el hielo del coche, pues la incipiente aurora precipitaba el relente como una coraza sobre el cristal, y encendió el vehículo. Al pasar la mano por el salpicadero le pareció que éste fuera de otro material que no fuera plástico, más suave y sin rastro de protuberancias industriales propias del desgaste. El frágil movimiento de su mano le condujo a otro tiempo, hasta que un ladrido no muy lejano lo privó de su ensimismamiento. Algo tocó la ventanilla del copiloto. H. dio un respingo y se incorporó en el asiento en ademán de reconocer la figura que miraba a través la oscuridad. El cristal se empañó con su respiración y para cuando H. bajó la luna, la sombra había desaparecido. Salió, sin aliento, con cada paso alicatado al suelo, y rodeó desconcertado el coche. Nada ni nadie. En lugar de la aparición, junto a la puerta del copiloto, se esbozaba un círculo seco y creciente. La rapidez con la que el radio comía el suelo impregnado de humedad le hizo retroceder varios pasos. El terreno comenzó a quebrarse y de repente, otra estrella, de mayor tamaño y más intensa calló en algún punto cerca de su casa. El espectro ya no medraba, pero un silencio agudo y sin lindes se apoderó de los últimos vestigios de cordura. H. intentó arrancar el coche en vano, ya que el contacto no emitía señal, por lo que decidió volver a casa y hablar con su hermano. -         ¿ Mikel..? -         … De la cocina colgaba una bombilla sin lámpara, un halo mortecino, tan tenue que la casa parecía estar perdiendo la vida lentamente. El cuadro eléctrico había sido manipulado y no respondía, el resto de la casa fluctuaba en vaivenes interrumpidos de claridad. Se oyeron unos pasos bajar en el hueco de la escalera y en un arrebato insostenible nuestro protagonista se dirigió hacia el sonido esperando librarse de sí mismo. Cuando alcanzó el primer escalón, la pesadilla seguía ahí, delante de él, agazapada entre dos pisos con una mirada aviesa y resplandeciente. H. se acercó, sumido en un trance inexplicable, y estiró su brazo. “La verdad está más allá” -¿Quién eres?- musitó reprimiendo el crujido de sus entumecidos pulmones. Un vórtice anaranjado comenzó a erigirse sobre la sombra mostrando un laberinto de cuadros de diferentes escenas bizarras y familiarmente deformadas: Un espejo suspirando, unos ojos estridentes, un corral anegado de lápices, la epilepsia de un cadáver, una geranio sin tallo, la flauta que no calla… Súbitamente un estallido detuvo el frenesí, la sien de H. martilleaba sangre con fuerza. No quedaba en la escalera sino el reguero de sudor decolorando una pared recién pintada. La luz había vuelto a la casa y se escuchó el ruido de la tostadora. H. bajó tambaleándose hasta el umbral de la cocina. Su hermano estaba haciéndole el desayuno, como todas las mañanas, y sonría con sagacidad: - ¡Con calma!, o volverás a llegar el primero…  No dijo nada, fue hasta la ventana que daba a la calle y retiró la cortina. La primera de las estrellas calló de entre la obstinada oscuridad. Se volvió hacia su hermano para intentar explicarle algo coherente. Antes de que pudiera abrir la boca se escuchó el ladrido de un perro… - ¿De dónde vienes, hermanito?
STENDHAL
Autor: javier castillo esteban  559 Lecturas
Me dolía la cabeza de tanto pensar en el asunto, aunque no era eso lo que no más me irritaba, sino la interminable diatriba de mi padre sobre los malavenidos consejos que rodaban de lado a lado entre dos amigos en la misma situación. Qué pensaría el sol de aquella tarde despejada sobre nosotros… Lo más probable es que fuéramos de risa bajo el armazón de un Seat destartalado… Cuando se calló, me quedé contemplando el campo, las enormes extensiones de trigo que lindaban con el badajo de promontorios redondeados, envolviéndolos en tonos dorados hasta que la noche volviera a buscarlos. Esta imagen me llenó de serenidad y me recompuse ligeramente, el sueño se apoderó de mí antes de poder escuchar el siguiente sermón.   Después de aquello no recuerdo nada más, casi con toda seguridad. Me encontré delante de una valla en mitad de una gruta mientras algo parecido a un tejón me miraba de reojo. Pese a lo grotesco no tenía ni fuerzas de asustarme. Estaba encerrado. Sobre la plataforma carcelaria un cristal puntiagudo en virtud de lanza lo amenazaba frenéticamente. Mis pupilas seguían el hipnótico caminar de aquel ser extraño y silencioso rodear el habitáculo, pues al final de cada paseo señalaba con su pezuña el principio de una trocha… Cuando me dispuse a recortar el camino, gritó algo ininteligible, parecía una advertencia a juzgar por su alteración. Seguí, y a medida que avanzaba ramas de gran tallo y hojas muy verdosas me golpeaban en la cara una tras otra, no dejándome atisbar el metro siguiente. El silencio tenía delicados tonos imperceptibles que hundían al cuerpo en un estado húmedo e inquietante. Ya poco quedaba de el sol radiante, pues su esfera se había desecho paulatinamente entre  la exuberante telaraña tejida por la naturaleza.   El sendero era prácticamente lineal y terminaba en un recodo seco. Un hedor insoportable provenía de debajo de varias maderos superpuestos en forma de cruz .Sin detenerme a pensar sobre mi situación retiré con cuidado la cruz y escarbé sobre la tierra, que se elevaba creando un aura polvorienta sobre mí. De repente el suelo cedió en ese punto y caí de bruces contra una chapa metálica. Un escalofrío me recorrió la espalda, era el coche de papá. Me deslicé rápidamente del techo, pero los cristales se habían tornado opacos y no podía discernir nada del interior. Dudé si abrir la puerta, me temblaba todo el cuerpo. Cuando me decidí posé la mano sobre la manilla del conductor, sentía mi sangre congelarse por segundos, me faltaba aire. Instintivamente alcé mis ojos por encima del marco de la puerta… El tejón me miró sonriendo con sus pezuñas incrustadas en el volante. 
AMANECE EN EL CONGRESO  Se escucha el giro recalcitrante de unos radios de bicicleta Son modelos idénticos a los de verano azul aunque minutos antes juraría haberlas visto aparcadas a la vuelta de la esquina… En cualquier caso, ahora llevan el sello Europa y traen consigo el descrédito, por ello se dejan el pulmón, apartan su corbata y pedalean con la misma intensidad que sus ganas por salir guapos en pantalla.La ocasión bien lo merece, se trata de la asunción de una nueva cámara, un hemiciclo repleto de caras extrañas, rastas atusadas, y bebés utilizados…Algunos medios han otorgado denominación a la obra: “La vuelta al cole”, y en verdad no les falta razón, porque la amalgama de jueguecitos y sonrisitas caballonas ha ocupado toda la mañana, mientras los “profes”  intentaban educar, inútilmente, a los nuevos alumnos. La honrosa instrucción se ha reflejado mediante una mezcolanza insoportable de emociones, coronada por la incredulidad y calzada por la resignación, pues aquellos que eran protagonistas no lo han sido tanto y por ello han resuelto despotricar acerca de las generaciones venideras. En un intento épico, los más elegantes han empleado su pericia en corregir la posición de la levita y encauzar el camino de un rizo sin gomina, para, entre clase y clase, lanzar insolentes miradas hacia los neófitos que trataban de abordar materia de adultos delante del objetivo. En algún rincón del pabellón, los había que todavía pensaban en el hecho de dejarse una barba con chinches o una camisa sin planchar para motivo de mayor pavoneo, si cabe. Lo mismo debían barruntar sus ignoradas flatulencias antes de salir despedidas bajo el yugo de un trasero respingón que finalmente ha hallado los suntuosos sillones de cuero granate…Ahora entiendo que prefieran no ducharse a tener que acarrear con el peso de que a uno le hagan partícipe de  “La Casta”.El resto… ¡Igual! Y lo más preocupante está en saber si esa palabra tiene una connotación positiva o negativa, una incertidumbre que comienza a descubrirse demasiado cierta.Será pues que ya no se trata de legislar ni forzar el rostro hasta los límites de la adustez y la solemnidad, sino de competir en una carrera de disfraces grotescos, donde la bandera blanca se empuña con fuerza a pesar de hundirse el barco. Las ratas perecen, pero los necios también.¿Y el Senado…? ¡A quién le importa el Senado! A lo que íbamos:“¡Sí se pué!"
“ESTÁN VIVOS” DE JOHN CARPENTEREn las estribaciones de esta cinta de serie B se cimenta la idiosincrasia colectiva, el valium de postre que ingerimos inconscientemente . Muchas pasos que hacen ruido, cabezas erguidas que transitan con miedo a vacilar, pero serenos bajo la atenta mirada del reposo y el sueño reparador. La comunicación de masas tiene un único sentido, no cabe el feed back, ni el rebote de la información, somos sujetos pasivos de mensajes codificados e ininteligibles. Esta relación desigual o "asimétrica" propia de la masa, igual que un esclavo con grilletes, nos convierte en meros espectadores, donde el mago enseña el conejo de dientes blancos, y no la pantera de ojos sibilinos, donde la publicidad se torna en “obediencia”. La utilización de un medio como la Tv, instrumento ideológico y "fidedigno", pudiera concernir, tal como yo lo entiendo, a una dura crítica dirigida al proyecto consumista afincado desde mucho tiempo atrás en los altares del sistema occidental.La cola del Dragón serpentea sin tregua, si bien baja el pistón de la inquietante primera media hora, ahondando en el descubrimiento, el despertar, el arcoiris desteñido que otorga la auténtica forma a nuestro mundo. De este punto, y sin entrar en detalles de la trama, me quedo con la encarnizada lucha de la ignorancia a fin de seguir caminando sola. Esto se traduce en una sarta de golpes y mamporros entres los dos compañeros de obra en un callejón, entre la oscuridad y la verdad, entre la felicidad, virgen y honrosa, y el fango de lo desconocido.No queremos observar, solo mirar, tomar el bebedizo para no deshidratarnos, vivimos deprisa, montados en bólidos que respetan las leyes de tráfico, a pesar de no entender el significado lo que el semáforo indica.En este ocasión está verde, y nos ha invitado a la fiesta de lo imperturbable, tomando como base la estructura institucional. Pero la verdad está compuesta de formol y no es inmortal, solo hay que ponerse las gafas…

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