• javier castillo esteban
raskolnikov
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Se deforma el sentido de las oraciones, ya no hay sostén, las intenciones se quedan en eso, en ya mañana lo haré,y así, sólo con comas, entiendo mejor lo que escribo, vuelvese inteligible hasta para el obtuso, porque a pesar del cartón, ya no queda trampa
Sigue
Autor: javier castillo esteban  84 Lecturas
Un mito. Nada es en balde para el héroe, ni siquiera las tardes aferrado a la lluvia, que cae sin alivio al otro lado de la ventana. Todo adopta un significado, indescifrable, en el brillo mate de sus ojos, un estadio difuso para su séquito, que, a pesar de todo, lo espera enfervorizado, tratando de poner lindes a la incertidumbre.  Se cura, o eso piensa, de una herida profunda, confiado al remedio que Claudia le ha prometido será eficaz. No obstante, el ritmo no es el mismo que el alcanzan sus pensamientos, embrollados en espadas y cuchillos afilados; esta vez la sangre discurre lenta, parsimoniosa, con un tono de ajenidad desconocido hasta entonces.  El héroe pregunta constantemente por su jumento, única vida que, según asevera Claudia, late como antes. Recuerda las tardes montado sobre el lomo de suave pelaje, recorriendo al paso su cuidado vergel. De vez en cuando le ofrecía un fruto al asno, como en señal de caridad, sin reparar en que la vida suya era más dulce que los asaltos a los que acostumbraba.  Quienquiera de nosotros podría verlo reflejado en un caballero que vivió siglos antes, en otras tierras, junto a su animal, su escudero, su amor susurrado y un ideal desquiciado por puya. Sin embargo, tanto el nombre de aquél como el suyo nadie ha tenido el atrevimiento de mentar después de todo. Para qué poner nombre, en forma de hombre, pensaría él a cada rato; y afanados nosotros en traducir pensamientos insondables con el objeto más insondable de la finalidad.Ante nuestra curiosidad sabida, él escribió algo antes de su último estertor:  Después de todo, solo conocemos una brizna de los otros, la otra descansa, muerta o viva, más allá, en algún lugar remoto.  
UN MITO
Autor: javier castillo esteban  315 Lecturas
Normalmente, cuando te acercas a una mujer, ésta pierde todas las cualidades que ha podido crear tu imaginario; en este caso fue distinto.  Pelo negro a juego con su vestido, y sus pies descalzos, suspendidos. Sentada en un banco leía con avidez lo que parecía una novela de las de premios y televisión.Y no fue la tapa,dura, la que servía a la inspiración, sino su pecho libre y apacible bajo el oleaje de un escote. Su mirada en consonancia miraba con atrevimiento, sin amilanarse, pidiendo a gritos que le hablase con voz queda, casi susurrando. Pero no pude, pues la belleza, de cerca, impresiona más que una ilusión.
Una gota hinchada, a punto de caer.   Más allá, los últimos gritos de la noche  Gruñidos inefables que deja la cacería  El pájaro blanco reordena las últimas ramitas  Parte solo, al fin,  Y vuela, muy alto,   Entre las nubes recrea su paraíso lejano Cercado por tormentas,más que empapado  Sus ojos ya no brillan en adelante  Han hecho de sí la misma aberración  Impertérrito, dentro aún vive   Rememora una zanja en algún punto inconcreto del pasado  Llena de algo aterrador   Pero ya no suena, solo en ocasiones surge un silbido  Prácticamente imperceptible  Que intenta evitar en balde  Alimento, en boca de su madre  Abierta como siempre   Un atisbo en la agradable noche tropical  Una pizca de verdad dentro de este texto 
 Solo, contigo te acuestasPese a todo, La noche asciendeImpregna todo de su negrura Protegiendo la vidaLo que respiras,Pero también miente,Igual que cualquiera  Y prometeIlusiones, brotes de irrealidad y póstumos consuelos Elementos que cierran el círculoLo atiborran de sentido Hasta que despiertasUna vez más y para siempre
SOLdeEDAD
Autor: javier castillo esteban  373 Lecturas
UNA PALABRA Engendra cuando cambia El sentido del origenEl principio de un finalA propósito de su razónPuede ser letal Hasta la olvidada, por ser prosaicaAcepta su papelPorque ella dicta nombre, también lugarDe corriente a singularEntra sin pensar Aun franca, disimulaPero ya es otra, parte de otro himno, Un pedazo de nostalgia, Para alguno, el romántico, Es, sin duda, el que hace magia Luego la luz, que está ya dadaDesnuda su memoria Advierte su intención Pero todo cambiaIncluso esta historia  
Soy ya viejo, o al menos eso refleja la curva descrita por mi espalda, simulando ser mi propia sombra. Otra cosa es lo que no se ve, una conexión obstinada en recrear un espacio abrasado; la ilusión, más vívida si cabe en un día nublado. Así pues fue cómo, una vez más, recordé y me zambullí en aquellos días exonerados de cargar con el mañana. El verano había pasado, por fin, entre los primeros escarceos amorosos en la memoria de cada uno. Cosas de la edad, hubiera dibujado con media sonrisa mi padre. Montones de hojas, como aplastadas con saña, y cientos de cortezas espinosas pariendo las primeras castañas. Eso era para mí el comienzo del otoño, a pesar del inusitado calor de los últimos años. Mi colegio era un mamotreto gris, de eternos pilares de hormigón, situado en un barrio céntrico.   El 13 de septiembre sonó una de tantas estridentes alarmas que escucharíamos hasta finalizar el curso. Así, de repente, casi desde cualquier punto, confluyeron estudiantes de toda calaña, picando y arremolinándose frente a la entrada formando un magnífico avispero.Las primeras semanas discurrieron anodinas, de salto calculado, en torno a presentaciones, aulas incorruptibles y pretenciosos discursos del profesorado acerca de lo que esperaban de nosotros, el privilegio de nuestra situación y la mentira, cruel y despiadada, de que si estábamos allí era por decisión propia, y no obligados.Llegó un jueves en que, nuevamente, bajamos en tropel después de clase. Ella me miraba de reojo al bajar las escaleras . Un día antes, a través de otra amiga, había expresado sus ganas de que hablásemos. Su media melena no llegaba a rozar los omoplatos,pe ro soñaban con acariciarlos. El movimiento de sus piernas al andar era poco común, prácticamente torpe, aunque con gracia. No fue necesario mostrarme más tímido, ni bajar la cabeza mirando al suelo repetidamente. Claro que me gustaba a mi también. Tres o cuatro meses de relación resolvieron nuestra corta edad: frágil, tormentosa e imparable.
  Y de pronto recuperó la voz, afilada como un hierro, que traspasaba mi pecho sin imaginarlo. Pese a su concienzuda conducta, no entendía el significado de esas palabras absurdas; suponía que algo bueno después de tanto tiempo, aunque no lo sé, habían pasado demasiadas semanas sin escribir en el idioma de los que no vuelven. El protagonista de este cuento había recobrado su mundo, y eso, cuanto menos, era motivo de satisfacción, por ello pregonaba con gracia su suerte. Al panadero, al de los tabacos, incluso a Luisa, su primera y última profesora antes de desaparecer, más allá de sus lecciones, en sabe quién dónde.- ¿Por qué has callado todo este tiempo?- Estaba escuchando, aunque tú no hablaras
EL MUDO
Autor: javier castillo esteban  458 Lecturas
  Cuando pasé la última hoja, lo vi doblarseDos mechones a cada lado, como esponjas, formaban un surco hirsuto, aunque camuflado. El resto de la carne, arrugada, obedecía el dictamen de su frentePedro; ese era su verdadero nombre. De vez en cuando parecía escucharme, encerrado como estaba en revolver la tierra con cada azadazo. Mi miedo no se hacía el estrecho con él.Uno, dos, y hasta tres silbantes movimientos. Las venas se marcaban en espiral por su antebrazo, casi absurdas.Al hoyo todavía le sobraba profundidad y el sol ajusticiaba sus inexactitudes; pronto plantó el filo y me miró. Más adentro, debajo de la piel, algunos murmullos se asomaban retorcidos, dando fe de pensamientos más lejanos.   Como sabría algún tiempo después, toda esta gesta de golpes, no sé si fingidos, se dedicaban por entero a la última y única tarea de todo hombre; olvidar.  Luego de apoyarse sobre sus rodillas, jadeando como un perro, se dirigió al cuarto enrejado. Allí guardaba los aperos y demás utensilios de labranza - Mañana seguiré, espetó con media sonrisa,Así, aparentemente victorioso, subió las escaleras que daban al porche; sus pasos eran lentos, pero firmes. Un sonido metálico, que parecía rodando en círculos dentro del cuarto enrejado, cesó de repente. Pensé en una arandela, de las que siempre hay cientos en ciertos tabucos con olor a humedad.  La puerta seguía cerrada, sin cerrojo, pero inexpugnable ante mí  y mis imaginados seres que acechaban el jardín. Me imagino que ahora no tendrá ese efecto magnético sobre los nuevos propietarios.  Los pasos deshicieron su camino, recortando las escaleras más rápidamente esta vez. Antes de pisar el último escalón, su cuello se volvió en un giro inverosímil, y me miró inquisitivamente - ¿Has tocado algo? - No. Creo que se ha caído alguna herramienta... Se interpuso de un salto entre el cuarto y yo, aprovechando el silencio para empujarme, no sólo a mentir, sino a creer en mi mentira. - ¡Te digo la verdad!, insistí apresurado. - Tranquilo. Sé que no mientes. En ese momento pensé en que había pasado algo por alto. No recordaba una reacción así.- Con la mano detrás de la espalda tiró de la manilla y me hizo una señal para que me acercase antes de escurrirse ante mis ojos.A cada paso notaba mi corazón estirarse y encogerse, al filo de un estrecho espacio sangrante. ¿Era alguien capaz de secretar saliva en una situación semejante?-¿No entras?- Su voz me pareció distinta, irreal.Acaricié la blanquísima jamba que anunciaba otro espacio, cerré los ojos, y, por un instante, creí flotar por encima del jardín y el enorme muro de hormigón. Desde allí, tan alto, la vieja propiedad se parodiaba a sí misma.  
Nace en un rincón De un pueblo cualquieraLa clarividencia de la mañanaSus rayos anunciadoresSu erguida insolenciaAfanosa en la conquistaTira con violencia de las sábanas Y siente compasiónindefectiblementeSobre credos y coloresDe vernos tan chicos Todo es más reveladorAhora que posas tus plantas sobre el sueloY su aspereza termina por espabilarteSiguen allí el alféizar y las mimosas enmacetadasFrescas y llenas de luz Brillando, respirando. 
ALBA
Autor: javier castillo esteban  476 Lecturas
Hoy es miércoles,  El ecuador de la semana Una más bajo el imperio de la moratoria, los atrasos y las cifras de fantasía  Nada que nada en el exterior    Marcos estridentes al choque  que contienen un cuarto encerrado  y silencian hasta los subtítulos  Que mueren en pantalla como las promesas del político Perorando al son de lo que otros escriben Nos dice Será largo  No tanto como nuestro brazo, que se alarga hacia el pomo  En busca de una negativa inmisericorde  Más allá sólo las escaleras  Algo cuya lejanía entre nuestra imaginación y..¿quién o qué? Es nuestro presidente, aunque parezca lo contrario Pero está ahí Y es que así lo llaman, sin conocerlo Covid Mecido al calor de ignominiosas mentiras Las que no conocemos y dan sentido A redes salvadoras de nuestro claustro Después del secuestro de guantes y mascarillas Solo están ellas  Mirando de soslayo, retorciendo su cuello hasta que te pierdes Algunos dicen que no se escuchan ladridos  Otros los ven después de que los poseyeran sus dueños También bolsas de plástico condenadas todos los días, a cada hora Víctimas de manos trémulas y ansiosas Se rompen, por fín, esparciendo sus interior, llorando de alegría  
VIRUS
Autor: javier castillo esteban  465 Lecturas
El último tono antes de colgarOtra mentiraPronunciada con ternuraO eso me parecía Cuando me dejó sin historiaUna nocturna, que sobrecoge y deja ardiendo los sentidosLas dos de la mañana Un bulto entre mis piernas Mi mirada en una calle en espiral, retorcida, con jardín a cada lado Aceras rebosantes Faldas estrechas cubren la bellezaÉbano que rezuma de cada poro descubierto Te chistan, pero es un reclamo terroríficoVentanas que iluminan la noche A través de los sollozos se presume la ropa interior desperdigada  Pasos que se repiten en dirección desconocida      
Seduce Abre tu ligaTiemblaDe llanto intensoRomance y fantasíaMuy locosHacemos poesíaY ahora, gimeEmbriagaChupa tus palabras AmaSin nada Y nada en el deseoSolo química y tus bragasAtentas y despiertasUn gozo tentadorQue subeY bajaEstallaAgota sus mentirasRecorre tu misterioInyecta su venenoMuere soloDespertando de aquel sueño 
 Una mano surca su pelo  despierta ,escondida, como ella sabey saletodavía indemne es el fulgor del último sueñocierra los ojos de nuevoIntenta disipar el rosario de golpazossu mente vuela, y se enreda nada ha cambiado cuando sus pestañas se desplieganni siquiera su pómulo amoratadoestirado como un mantel de pulpa naranja que mancha su blancuraEl alba asiente, sin dilatarseaunque el café no huela, ésta se desperezafiltrando más rayos a través de la ventanasu cuerpo postrado, sus legañasel sol busca cómplices después de la jaranasilencio que encuentra un manojo de llaves desgañitarseuna puerta entornadaCesa de repente el tintineosu vida estalla en mil pedazoscompadecida por las intrépidascuando el parquet suena, y se hunde  las que han mirado de frente, alimentando la paradojaaterrada, sucumbe son sus entrañas vencidas de congoja   Pero sus ojos son frágilesdos platos al contactoy morirán otro día dispuestos a contarloen forma ovalada, de rostro hondo vacíos después de beberse,de usarsede relamerse  
CÁNDIDOPero la sorpresa que me esperaba al llegar a Móstoles Central me inquietó aún más. Losdestellos azules se proyectaban en la fachada del museo, desdibujando la ondulantebandera de Madrid y su comunidad. -Estrellas ensangrentadas, comentó el inspector girando hacia mí su inquisitiva mirada.Fumaba sin parar.En la maqueta del patio, mis iniciales garabateadas a cada flanco se confundían con lainscripción del autor.- ¿No hay arma homicida?, pregunté fingiendo entereza.- No lo sé, dímelo tú.Las pupilas del inspector se bandearon con violencia, esperando una intervención que,lejos de promover, evité a toda cosa.- Según este informe, dos vecinos llamaron en diferentes intervalos al escuchar disparos.- Sigue leyendo.Repasé para los dos: “...uno de los cuales advirtió a un coche patrulla de la PolicíaNacional, que estaba aparcado sobre la acera”Se deleitó con la última calada.Las puertas del furgón se abrieron inmisericordes. Lo siguiente que recuerdo es el olor atriclorometano por la mañana.
CÁNDIDO
Autor: javier castillo esteban  516 Lecturas
Se agotaron antes de empezar. Sumidas en la angustia por demostrar que estaban todas.Anoche me dijo que el gato había comido no sé qué.Movía la mandíbula maquinalmente, de cuello firme, como si el nivel de restos nomermara pese a todo.El cuenco del agua estaba vacío. Dos pupilas ovaladas hasta el final de la negrura. Sentí algo violento detrás de mí. Una nada inquietante esforzándose en materializar elmisterio. Toc, toc.- ¿Eres tú? - ¿Quién? -, respondió el silencio de un vestíbulo abigarrado.¿Alguna vez fuimos decoradores? De esta última cuestión aún no estoy seguro, puede que sólo lo pensase.Más allá, tras varios flecos que hacían chistes sobre su alfombra vieja, ella dormíaapaciblemente. Parecía musitar sobre nosotros. De pronto cesó, y sus pendientes velaronde fantasía la consiguiente postración.La gallina gigante me perseguía otra noche más, manteniendo un idilio con mis pasospresurosos. Llegué hasta el negociador oscilante y le mostré el alijo. Un preciodemasiado alto para una cáscara ordinaria.Una esfera, ideada sin redondear, se agitó debajo de sus párpados, fruto del alboroto.Es posible que ella, al despertar, me hallase sin juicio, pero os juro que fueron 200.
1“De mi pueblo son las cerezas”, dicen. Y también las miradas como lanzas. Mipueblo no tiene un aspecto diferente al mundo, pero la asfixia es mayor, casimaterial. Enclavado entre un río caudaloso y su afluente, destaca su campanariosobre el resto de abominables construcciones. De feo es muy real.Aquel verano, como todos los demás, jugábamos a no vernos en un embrollo decalles, que subían y bajaban, que huían despavoridas. ¿A dónde iban con esapremura si allí, arriba o abajo, nada esperaba? Quizá una ráfaga de vientoencabritado, o el calor aplastante de aquel verano, apostado hasta en la sombra.Nada más.En ocasiones me escuchaba y me compadecía de esas cuestas susurradas porviejos de los de bastón y sus chismes incombustibles, también por sus rencillasvestidas de fanfarroneo. Los niños, empujados por sus abuelos, y éstos por losretorcidos propósitos de sus hijos, salían como un rayo a casa de la «Patro» odel «Peje» para anunciar al forastero. En mi pueblo, si no vives durante lascuatro estaciones del año, eres «forastero». «Forastero» significa un estatusdiferente, ni bueno ni malo, simplemente otro estado de cosas y personas.2Se erige todavía en lo alto de mi pueblo una iglesia de ladrillo marrón, sinespadaña, pero de grandes tañidos. La casa de la familia se situaba a dos palmosdel templo, a su cobijo. » Tolón, tolón», así, formando una tediosaonomatopeya, algunos nos desvelábamos de noche, a cada hora. Hasta hacepoco ese sonido hubiera sido nostalgia, amor, familia, cariño… ahora me taladrala sien.La sacristía tiene una entrada exterior, como queriendo no ser vista, pero yo laveía muy bien. La relación de mi abuelo con el cura también la veía yo bien, sinextrañeza, aunque escondido. Mi abuelo siempre tuvo buen trato con la iglesia ytodo lo concerniente a la institución, sin embargo decía que “la calderilla p´alcura». Una calderilla que se traducía en monedas de cobre ganadas al parchís.Esa forma despectiva de referirse al párroco y sus acólitos entroncaba con lasganas de llevar la contraria al más pintado, incluso los que pensaban como él ytenían idénticas creencias.Mi abuela lo reprendía a veces, las menos, cuando soltaba esas perlascontumaces. » Tú qué sabrás, si en la radio no paran de decir que es bueno»,refiriéndose a un venerado delantero centro que tenía la selección. Para miabuelo era un «mierda seca», solo en palabras, claro, mientras éstas sirvieranpara promover desasosiego. Y ella de mirada torva y él sonriendo, por fuera ypor dentro.3El 23 de agosto me llamó mi prima. Noté su voz alicaída, cansada. – ¿Te pasaalgo?, dije cortando sus últimas palabras.Ella se mantuvo en silencio durante unos segundos.– No, no. Todo bien… hemos quedado en el cruce todos los primos. ¿A qué horallegarás?– Todavía no lo sé, depende de Charo. Viene desde Madrid en tren– Vale, llámame cuando llegues y voy a buscarte.– Un beso, Belén.Mi prima nunca ha sido especialmente risueña, pero sí alegre y distendida, concarácter, por lo menos para nuestras conversaciones y también, creo, para locotidiano. La quiero, aunque creo que no se lo diré jamás.4Dieron las 5 en la estación. Las traviesas vibraron y la suspensión chirrióimplorando una revisión temprana. Ahí estaba.Cuando Charo pisó el último peldaño el andén se había vaciado de abrazos,sonrisas y ojos crisolados.Besos, de los de siempre, quizá con algo más de empeño- ¿Cómo estás, cariño?- Bien, algo preocupado.- Tranquilo, no será nada.Friega en la espalda y consuelo. No supe qué decir, solo la miré, agradecido porterminar con esa condena que sostienen las palabras camufladas.El coche no estaba lejos. Conduje lo más deprisa que pude la primera mitad delcamino, sin hablar, aparentemente tranquilo. Paramos antes del peaje a echargasolina.- ¿Quieres conducir un rato?- Sí, dos veces.- Tienes que coger el coche, Charo. Ya verás cómo te arrepientes cuandotengamos que ir a vivir a Vitoria.- Entonces lo cogeré…- Ok, dije. Supe que aquella conversación acabaría con un “cuando lonecesite”. Es curioso cómo el chantaje resulta muy eficaz, usado concautela, contra la cerrazón. Pero el miedo es otra cosa. Algo mucho máspunzante que una dirección opuesta- Bueno, pues ya hemos llegado… ¿Qué tal cariño?, ¿Cansado?- Solo ha sido una hora. Tenía ganas de llegar- ¿Estás seguro?, confirmó Charo.Apreté el acelerador para dejar atrás ese paisaje desolador del sur de Navarra.Promontorios de arcilla que se confundían con la aspiración por reverdecer dealgunas plantas bajas. La nacional constituía un oasis de asfalto, el únicoaliciente que podía asumirse sin bostezar.5Las últimas curvas de la carretera provocaban en mí el efecto de un pájaro antesde estrellarse contra la corteza de un árbol. No quería llegar, quizá un últimodesvío antes de atajar por el puente oxidado, una excusa por dilatar a tiempomis esperanzas.Me miró con ese semblante irremediable, contrato en exclusiva de losenamorados, y acto seguido señaló en diagonal -Están ahí-6Agosto, la canícula de los meses. El sol caía sin consuelo sobre los meandros. Lapresa había comido tanto terreno que el río parecía un arroyo artificial, unacascada con bomba de las que decoran los parques japoneses. Eso sí, el cartel nohabía perdido su encanto. Viejo, blanco, anunciador de atávicas costumbres ysofisticadas puñetas.Malena, Isca, Luis, Cintia, Álvaro y, por supuesto, Belén. Todos ellos mudoscuando aparecí.Intenté mostrarme sereno, incluso con gracia, pero no conseguí que mispalabras fuesen menos fútiles, improvisaciones mal construidas. Desistí y mecentré en Charo, escudo siempre a tiempo. Malena por fin dijo algo- ¡Teníamosganas de verte primo!, luego hablaremos, ahora vamos a probar el vino quehemos traído.7La casa de nuevo, sin evocaciones. Real. La puerta azul, de barrotesdesconchados. Siempre estuvo atrancada y aquel verano también. EmpujóMalena y detrás entraron las tres mujeres. Escaleras de baldosa con puntitosencima conducían a un descansillo que hacía las veces de prismático. Desde allíuna plaza yerma, ladrillos de más casas y una cooperativa de agricultoresabandonada.Luis, Álvaro y yo nos reíamos de cualquier tontada e intentábamos no reparardemasiado ni en sus gestos ni en sus ademanes involuntarios. Estaban tristes.8Finalmente confesaron, todo, ya lo creo que sí. Las nubes se deshicieron enformas extrañas detrás de cada palabra para no obstaculizar la interpretación desu cielo límpido, lleno de verdad. Sensibilidad abyecta, pero inextricablementevibrante, la de palabras malsonantes en mi cabeza. Un abuso, la violación.Nuestro abuelo había manoseado a todas ellas. Y aunque tuve la capacidad deseparar la imagen del objeto, seguía intentando colarse, como una serpiente, laobstinada tarea de dos cejas sibilinas e insatisfechas desparramadas sobre lacarne.9Quise llorar, pero no me salía. Demasiada rabia e impotencia. Salí de la casapara pensar. Para no dar pábulo en el fondo. Hubiera sido muy injusto acapararla atención a pesar de ser quien más necesitara consuelo. Porque no me gustónunca afrontar la realidad más allá de los sobacos de la familia, del clan.Prevalecía la confusión entre dos ríos en apariencia igual de caudalosos.¿Cómo podía un monstruo hacer bocadillos de chorizo frito?Tardes enteras sin yo darme cuenta de que sus manos peludas eranpremonitorias de algo más salvaje.Todo hubiera sido diferente si en vez de pasar por alto que la paga para unos eramayor en algunos casos, o que simplemente no existía en otras manos,denostadas porque sí. Lo consideré algo incluso jocoso cuando me lo contabaBelén cabreada. Dinero, de nuevo, que no fluía sino a través de la familia,sorteándola.10Volví y me despedí de todos ellos. Luis primero, después Álvaro quitando hierroal asunto, como siempre, intentaron disuadirme en balde.Todas ellas de mirada compasiva me entendieron más allá de sentirnos unidosen esa tarde crepuscular. Las mujeres encañonan, sin darse cuenta, pero elgatillo casi siempre les resulta áspero.Nunca lo estuve más. No quería verlos. Significaba aseverar de golpe, ejercitarseen la certeza. Yo estaba bajo de forma.Las manos se despidieron aquí y allá en un acto de languidez inefable. Prontolas vi diluirse entre vastos despojos anaranjados a los que renuncia el sol cuandohuye. La noche había llegado.
El mejor premioEl pasado viernes recibí un premio por escribir. Empeñarme en recrear abiertamenteese tiempo con las otras dos premiadas, amigos, organizadores, y algún que otroaficionado a la literatura resultaría quimérico, incluso presuntuoso. Hubo personasfundamentales en mi vida que faltaron, quizá por los mismos motivos que me llevarona presentar las menos de 2000 estridentes palabras que exigían las bases del concurso.Lo lamento y espero puedan perdonarme, y entenderme. Quedará, pues, pendiente derevisión, el vasto terreno de las emociones y su inescrutable gobierno.La sala ocupada por el Ámbito Cultural de El Corte Inglés acogía una pequeñaexposición de pintura que todavía puede visitarse. Retazos de Navarra que, bajo laadecuada inclinación de varios flexos, confieren al rectángulo un cierto aire friki paralos amigos del mundillo. Merece la pena acercarse y departir con la autora. La mujerno ha perdido ni un ápice de su belleza pese a los años.Una ojeada en perspectiva auguraba el viaje al fondo de la habitación, donde vino ycanapés redondeaban una celebración de manual, por lo menos para quiénesrendimos pleitesía a toda suerte de apetitos, sin marginar a una cosa de la otra.En este contexto pude conocer a Blanca, la ganadora al “Mejor relato navarro”. Susonrisa era real, tanto como la enfermedad con la que ha convivido desde muy joven.Sin embargo, aunque las secuelas que ella me relató podrían aflorar sin preguntar, suánimo lo advertí intacto, ajeno a la aspereza de conmiseraciones e inciertospronósticos.La noticia del premio le sorprendió sobremanera, más aún por haberse producido tressemanas después de presentar su primer libro. “Y eso que soy de ciencias”, me dijoincrédula. Yo no tuve respuesta para eso, ni tampoco más palabras para ensalzar elvalor una mujer que rezuma talento.Recientemente ha escrito una novela autobiográfica, abordando la enfermedad desdesu experiencia. Una lectura recomendada, a ciegas, que seguro contendrá la inefablevalentía de sus gestos.Su historia fue el 4º premio, y no conllevó dotación económica.
Hazte las preguntas No respondasÁbrete paso Siempre se puedeAlberga un sentimientoAmbiciona, devoraMata, si es porque vivesSiempre se puede Respira , más hondoDoblégate Saborea la derrotaSiempre se puede Y más ahora Tan ridículamente solo Frente a tu propia imagenSiempre se puede 
   Era preciosa aun revestida de pliegues, también muda. Yo escribía en clave de disgusto. Eso, por lo general, no conquistaba. Pero ella insistió. Un resumen de mi vida fue, quizá, la hechura en que mis manos acometieran, por fin, la faena. Tenía unos minutos, igual que un juego, o un reto,tiempo insuficiente para explayarme en describir los despropósitos de otros escarceos infructuosos. “Una mujer, mejor sin nombre, de ojos verdes y pelo enmarañado, supuestamente por el salitre, según sus hilarantes aspavientos…” Se agarró las manos, implorando ser la primera.La forma más grácil en que me han interrumpidonunca.Ella sacó su cuaderno. Dibujó una tabla de surf. Plasmó el salitre como una suerte de mineral ofuscado, que visita siempre inoportuno. Cejas incontroladas por interpretar. Arriba, dos veces, siguiendo el hilo inconexo con el cual la impaciencia empuja. Reparé en sus labios blanquecinos y cortados. Eran, como siempre, lo primero con lo que uno desea conectar. Eso sí era salitre.Creo que ella lo advirtió mucho antes. Por eso se acercó a una distancia imprudente para un chico de provincia, tanto, que me tambaleé sobre las dos patas de la silla. Me recompuse, aunque las oí crujir con fuerza.  - Yo es que soy así, valiéndome de un fútil argumento.       Sonrió por primera vez, no sé muy bien si por lo estúpido o lo pueril. Todavía hoy espero que por lo segundo. Me mostró los otros bocetos que había comenzado sin llegar a concluir ninguno. ¿Por qué sí esa tabla de surf?  Entonces comprendí cómo, cada vez que bajaba la cabeza, ella intuía mi soliloquio interno sin esfuerzo.De repente señaló detrás de mi, posiblemente más allá de donde escudriñé al volverme. La cordillera se extendía inmisericorde, conjugándose riscos y verdes faldas montañosas sin linde. - Pero no hay mar…Me devolvió la negativa, ladeando su cabeza con insistencia, y arrancó la hoja del cuaderno. Seguí muy de cerca aquel lagrimón en busca de su accidentado pómulo. Pero aún estaba a tiempo de retirarlo, y así lo hice.  Escribí sin consuelo, magnetizado por la emoción. Sus pupilas recorrieron con la misma ferocidad toda esa sarta de verdades rendidas ante el silencio.   
La muda
Autor: javier castillo esteban  523 Lecturas
Ojos de vidrioPoca pasta Pamplona y sus costumbresJulio de jarana Alcohol , perversión Tradición en la dianaTarde de júbilo  Esperpento nocturnoPantacas sucios , pañuelo achampanadoTambién de noche , palabras sinceras Cabeza de máquina , a todo trapoVuelta a casa Final de un 14Otra más fría , esta con espuma
Jarana
Autor: javier castillo esteban  526 Lecturas
ICONOCLASTA El que rompe la imagenDe un pasado sagrado Compone con su menteIrrumpe dando un portazoAsí reverbera el sonido del castilloEntre el musgo de sus piedrasUna bocanada llena de lamentoQue huye en espiral  Más arribaHasta el fin convexo La luz sucede a las oscuras lecturas A las noches mal dormidasLa princesa abre sus ojos Ensancha su abrazoCae postrada ante su amadoÉl la tiene cogida con fuerzaNo quiere perder su alientoElla vuelve a moverse con graciaNo ha olvidado su manosPero queda camino por retornarhasta las entrañas del genio
Brisa compuesta de salAzul intenso,Pequeñas olas que rompen prematuramenteMás abajo, la bahía y sus costumbresUn paseo cuidadoArbustos bajos y papeleras del color de la arenaLos hay sin camisetaA otros solo les falta la corbataIgualmente presumen, de percha o esternónDe trabajo o de gimnasioAlgunos niños como balas en forma de monopatínPadres con lumbago e incipientes canas Uno de los dos ha olvidado el podómetroYa no podrá contar sus calorías, piensaTrabajo en balde para la única ocasión en que no debía medirVuelvo a subir, recorriendo el camino que conduce hasta los enormes riscosNo ayudan demasiado a los surfistasEllos sueñan embravecidos con el mar De atisbos como la galerna que se aproximaLa arena se acicala de mareantes sombrillasGiran y giranIdénticas en el grosor de sus rayas   Pintando sus ojos de verde, rojo y azulFinalmente el viento cesaConsigo ubicar dos enormes pechosAlgo menos poético para algo tan prosaico como mirarCasi tostados, igual que el corazón de los chavales alrededorLos abandona trémulos antes de zambullirse una vez más
Ni te conozco ni te sé Pero no vivo ausente a la pérdidaAhora que tu voz se ha marchitadoTus letras son tu feVerdad que no feneceLegado manchado de tintaTuyo y de quien salpicaste de talentoUna tilde solo para este hasta luegoBendición Que Dios te guardeNos veremos en otro viaje 
El camino que separa el trabajo de mi casa acude a los sentidosSe viste el atardecer de pinceladas naranjas y escurridizas, el final de la jornada Son primero los edificios de los 70 , muy altos, aquellos que dejo atrás sin mirar de reojoLa ciudad  escupe maneras que se cruzan alrededor del inmenso parquePaseantes aliviados caminan en direcciones opuestas  Hierba que inunda de un verde muy oscuro los fosos de la murallasEn su día supe de historia y del siglo en que se erigieron , toscas e impávidas  Más allá, a través del puente, la  piedra liquenada engulle a las hormigasOtras prefieren el itinerario más largo, el que les aleja inútilmente Pero las hojas se bandean con las primeras horas de la noche El viento aúlla
EL PASEO
Autor: javier castillo esteban  500 Lecturas
PENSAMIENTO LATERAL    Muy de cerca se erigen en bloque oficinas incontables  El ascensor marca uno, tres y hasta cinco pisos Iluminada al final del pasillo, una sala despide a seis individuos que se rascan la cabeza empecinados Después, el silencio Algo siempre queda, piensa para sí la secretaria cuando la bisagra emite repetidos goznes  Dentro Se descuelga de un cuerno de madera doblado y da un portazo El sombrero blanco: es un sonido estrepitoso, fruto del desaire  Esa ráfaga de viento son nuestras migas,  repuso instintivamente el sombrero rojo   Hay alguien detrás de la puerta. Reclinad la punta . Mirad abajo. Era el negro de todos ellos.  ¿Agachar la cabeza? ¿No veis que esta sala amarillea? Interviene el sombrero verde que parecía ensimismado: Colocad la parte hueca sobre el pomo. Durante 6 días pensaremos la forma ¿Tienes pensado cómo protegernos en este tiempo? El mar es azul  Afuera, en los jardines exteriores, las personas que no han querido vender yacen sin vida La marca determina "RESUELTO" el problema
Absortos ante sí   En la mitad sombría de la calleSurge el reencuentroDel mismo vuelo que el OtoñoPues todavía parece entero Corteza dura , sin nada huecoDos manos se cogen de extrañezaNuevos surcos en la pielOquedades barnizadas con esmeroOjos que refulgenDe tenerse pese a todoEl otro al uno, alteraciones que no sufrenUn producto entre estacionesQue no se ha olvidado de amarNi de agujas mirando al marLa bahía de los sueñosSiempre más pequeña desde lejos Emite ecos de pasitos cortosDeslizándose sin mucha prisaLos amantes , apodados de mote,Firman con silencio todo lo que suena a tormentaDe terror y comediaPara una mueca incontenible del caprichoResultado de lo inquietanteDe miedo a reírse otra vez juntos Se marchan por donde han venido
Con legañas o sin ellas   Abres los ojos    Son muecas, balbuceos y carantoñas   Ilusionas   Te arrastras y luego caminas   Creces Te ilusionan    Noches y palabras de alcohol   De risa y de algún que otro hostión     Te maldicen     De paso y sin carencias la encuentras   Principio del formulario Como una flecha en mil pedazos   Se parte el corazón Sois dos, luego tres, luego cuatro Compone la sinfonía aceras en curva  Luego volvéis a ser dos Carreteras rectas y miríadas de pupilas Altivas, tristes, con ganas Decreces Una muerte del pasado  Otra Final del formulario El presente la alcanza Arrugas tu sonrisa Colocan una cruz, después una flor   Alguien lee un poema  
Te he vuelto a veral solaz de unas piernasque deambulan sin graciapues ya no se insinúandebajo de ese vestido negrolargo y sin vueloa juego con tus ojos tristestintineantesde mirada hastíade los que no vivensino señores del tormentosólo tu pelo enredadoque en otros tiempos crecíade sueños y desafíosse alicata a sus palabrasde cariño embusteroalimento masticadoimprimido en sus manoscobardes extensiones que atenazan la carne estremecidanostálgica de otro tiempodesprende una nueva lágrima de amor malentendidohenchido de alabanzasde muecas falsasy ahorasin fuerzas yade sentirte desdichadagritas por última vezqueriendo escucharteaunque no queda voz detrás de esas cuerdasbarnizadas de herrumbreavezadas y obedientes al silencioa lo cotidiano
Al principio fue una insinuación , algo con lo que entretenerse en una de esas reuniones amigas del desdén. Dos parejas o cuatro amigos, todo depende de quien lo esté leyendo.Ensalada agria, gambas y kéfir expendían sus restos por el plato como excrementos.Menú ponderable en calidad para estómagos insaciables.Tintineo de copas , todo listo para alzarse la voz los unos a los otros. También hubo silencios.Antes de que el cine corroyera el debate, H reparó en la ventana que daba a la noche.- Sabemos nuestros nombres, de nuestros ascensos y algún que otro secretos todos estamos servidos, pero seguramente ninguno sabe quién vive en la ventana de enfrente.Unos y otros se miraron furtivamente en busca de alguna expresión familiar.- ¡Es verdad, coño! ¿ No os habéis dado cuenta de que esa ventana tiene siempre la persiana subida ?Aquella pregunta me inquietó por lo retórico, como si H. pudiera aclararlo de repente, aún más cuando mis amigos parecieron quedarse mudos, sin nada que aportar al misterio.Como un resorte me levanté sin mediar y me dirigí al balcón . Coches, humo y algunas personas que en otras circunstancias hubieran sido sospechosas, pero que ahora sólo conversaban estáticos. La ciudad y la noche se presentaban extraordinariamente ajenas a los delirios de H.Me volví hacia los tres.- Quieres acojonarnos, tío - le dije con temple aparentado. - Lo que tú digas- ¿ Qué quieres conseguir con todo esto? - Solo digo que nadie se plantea la vigencia de cosas tan cotidianas por muy extrañas que resulten.Ellas se mantenían calladas, de un semblante indefinido,  aunque nunca he sabido si por miedo. Sentía aquello igual que una farsa destinada a reírse de mi .- Bueno, ¿ los demás no decís nada ?Los cristales se rompieron formando un estruendo infinito. Alguien aulló algo desconcertante desde la calle . Me asomé de nuevo acariciando las jambas del resquebrajado marco sin secciones en sus lados  .Las personas Que instantes antes charlaban, me advirtieron ahora con desprecio.- ¿Esto es una puta broma, H ?- Mira detrás de ti. 
En realidad, no son muchosCada alma con su rostroLigado a sus mentirasY otro voto que me embuchoQue se note que militoQue nadie juega con mi ira Nuevo día en reflexiónDe otros cientos sin corduraEsperando una propuesta Y no me falta la razónCuando hablo sin mesuraDe mi paciencia indispuesta Pero ya vienen Ataviados con eleganciaInadvertidos como arpíasEllos nunca mientenAl tratarse de abundanciaDe negarse las victorias Ojos de avariciaUna vez sin esperanza ¿A quién sirve este mantel?Voto de obedienciaLugar para alabanzasLucha sin cuartel
Es castaña y tiene los ojos verdes. Nadie como ella para saber de qué se componen sus insinuaciones. El miedo, claro, siempre está presente, por eso creemos conocerla. De no ser así, no diríamos que su vestido está manchado de sangre. Hablan estruendosamente en torno a ella, como queriendo desatornillar los secretos. Pero son intangibles, indelebles a la huella sigilosa. ¿ Quieres conocerla? Pues llámala, aunque con cautela. Siente pavor a ser descubierta, igual que tú. Camina lento, despacio, actúa sobre ti mismo.
Aprendí a escribir y supe que no hay mina que mine sino palabra que muere mojadaque solo dice la verdad que pesa aunque no quierastan naturalmente engranada a tu espalda De tus días por ella se sabe que aún sueñas en torno a sus encantos pero no le gusta recitar poesíasiempre la creyó falta o desprovista quizá de fingida entonación de zalamerías sin costumbre Hoy es tu momento, como mañanaiguales, quieren ser más que números abyectos polizones de algo que se muevede traqueteo sobre traviesas, de agrietadas carreterasla vida nos espera en la siguiente confesióntras el polvo, tras los días 
 EL TRAJEAlmidonado y correcto, hecho a ti. Y el sastre, escudriñador, como siempre en en esas ocasiones. Lucías negro, de pupila a pupila, con la misma intensidad. Engreído, creyéndote alguien delante de tu madre. Ella intentaba maquillar el surco hollado por las lágrimas. Harta en años de esperar aquel momento tras una mezcla de ilusión descolorida Por sus antiguos, los de antes, de los que ya no se recordaba sino el latente resuello de los últimos díasLuego las mangas, que más tarde habría que recortar, colgaban en deseo por la blanquísima novia  
EL TRAJE
Autor: javier castillo esteban  594 Lecturas
"Hola", me dijo antes de despertar. !Otra vez no! Aquel día, según la predicción, el mundo se preparaba para morir. Miré a través de la venta y contemplé las últimas hojas del manzano cimbrearse. Una ráfaga de viento, una pueril sonrisa, el manillar apoyado en el suelo. Pupilas abiertas, cerca de los 10 años. No lo sabían. Caminé largo rato por la carretera, que a esas horas monopolizaba el espacio que sigue al mediodía y conduce a otro sueño. Las cortinas quietas en las ventanas de los edificios de ladrillo rojo. Habitaciones negras, sin presencia observable a pesar del desasosiego.  Nos habían anunciado un inminente impacto. La radio lo difería una vez más. Por lo visto, nuestros coetáneos se habían desprendido felizmente de sus rutinas, aquellas que preservaban celosamente horas antes. Yo había quedado con Salvador, mi ángel destructor. Más allá de la balaustrada en la que se erige la urbanización, por encima del puente de M, una cultura de otro tiempo se reunía en el centro de la plaza central. Parecían compartir algo más. Se susurraban reiteradamente en un movimiento casi mecánico . Salvador estaba sentado en uno de los bancos , al margen de la confusa amalgama. Fumaba tranquilamente. Una , otra calada y exhalaba el humo. Su indiferencia me daba miedo y al tiempo me atraía . Un comportamiento absurdo como cualquier otro, un libro o una película para hacer culto. Más que eso.La luz se eclipsó de repente.- ¿ Qué hay?Él sacó otro cigarro 
Acherito: Un Oasis despierto dentro del Pirineo El mítico lago aragonés sigue intacto, presumiendo de su inmortalidad, a pesar de nuestra concurrencia     Seis de la mañana o 06.00 am, según la credibilidad de cada cual o la legitimidad de sus ojeras. El alba huele a humedad o es ésta, quizá, la que inspira un día presto a la aventura. El sol aún no ha salido, pero ya poco queda de una noche que agoniza en su duermevela. Será la emoción de un espacio que sueña con rocas y nubes lentas, de latidos lejanos y escondidos detrás de cada sendero, que suben y bajan hasta la cúspide, donde llegas mecido entre resuellos para constatar que allí el ruido todavía no se ha hecho eco.   Pero estoy despierto, de hecho, estamos los dos. Mi compañero, escudero de más grandes hazañas que este conato de montañismo, me recoge tarde, haciendo acopio de las buenas costumbres. “Ya lo siento, pero se me ha hecho tarde”, comenta con esa mirada inquisitiva en ademán de averiguar si ha colado una vez más. – Arranca, le espeto simulando cierto enfado. La carretera se torna progresivamente sinuosa al tiempo que el coche sufre los primeros embates del terreno. Entretanto, subimos un poco más, donde la altura hace gala de sus condiciones, volviendo la vegetación un bien escaso, prácticamente hirsuto sobre las enormes paredes que suben hacia el cielo azul, límpido por definición. Por fin, detenemos el coche, no sin antes reparar en todos aquellos caminantes que han acampado cerca del rumor del río. Algunos calientan café, y otros, los más recalcitrantes, obvian el desayuno en pos de recoger los restos de la jarana de anoche.   “¿Preparado? Esta es una de las más duras, pero es agradecida por sus vistas”, comenta sarcásticamente mi socio en la ascensión antes de comenzar. La respuesta, sin embargo, viene más adelante, después de las primeras e inocentes zancadas que conducen al constante jadeo. Una hora repleta de sed, hambre y rozaduras. Aunque también los hay que, como yo, han venido con zapatillas deportivas y no botas, por lo que el trayecto se hace más ameno al cumplirse ese consuelo que es mal de muchos.     “Detrás de Acherito sólo hay niebla”   El término de mi sudor coincide con una senda desprovista de inclinación que discurre paralela a los grandes riscos que dominan el resto de las montañas vecinas. Me detengo y escudriño lo que parece una enorme sima. Ante mi detenida contemplación, otro montañero interviene: “Detrás de Acherito sólo hay niebla”. “Pero siempre quedará La Mesa”, sonríe y concluye soñador, con la mirada igual de perdida que la mía. La Mesa, acortada por su apellido de tres Reyes, se erige en lontananza como faro receptor entre los dos picos, sirviendo de frontera con Huesca.  Incluso pareciera decirnos algo más desde el otro lado, pero tampoco tengo esa certeza ahora que la niebla pugna por elevarse.   Una vez huido de mi ensimismamiento toma la palabra la suntuosa oquedad reminiscente, pues hubo una fecha marcada y rusiente en la historia en que el mar cubría todas esas montañas de las que ahora únicamente algunos glaciares como Acherito quedan de inexcusables testigos. Pronto, el chapoteo de los valientes nadadores se mezcla caprichosamente con el vaivén arrullador que regala el mediodía y el reverberante lago. Es hora de comer.
Qué sola se deja ver la lágrima , apartada incluso de terrenos sin hollar y construcciones horripilantes. Camina siempre evitando haces de luz que la hablen de sus mentiras , de sus idas y venidas, de mártires compromisos con la vida . Tan desterrada, que cae de bruces sobre otra hoja infesta de tinta. En ese lugar los monstruos escriben literatura de altura . Empujada al fin desde la otra fila de butacas , vierte lo que solo ella sabe a cierta ciencia. Consigue únicamente volverse ante el público harto de pena.De una vez, amalgama de culturas y estrambóticas decencias, acuden a sus pómulos rosados. Aquellos endurecen afiladamente sus curvas  sirviendo de impulso vehemente. Páramos, montañas y ríos son sobrevolados de actuación, fruto de una mezcla entre sensibilidad artística y el verdadero objeto que impone sus reglas .
  Cordero cadavérico  Un cuadrado se arrastra entre la niebla. Tira sus paredes y queda plano, a ras del asfalto. Apenas puedes distinguir el límite de la estrecha carretera, sólo su final en línea recta.Vista de día parece más sola que de noche. Silencio interrumpido por conductores extraviados. Primeras luces al atardecer que nacen de faroles. Un ladrido pugnando con otro no muy lejano cerca de una casa recién concluida. Las casi tres plantas se yerguen inquietas . Murmullos provenientes del interior de un hostal iluminado. Allí lo que parece una celebración. Apoyas tus manos contra el cristal, te escondes detrás del vaho.  Los imaginas deteniendo sus pupilas cuando el motor del coche ya no suena.  El horno está apagado   
Pondría en otras manos la decoración de mi casa, incluso el color de las cortinas. Pero lo que nunca dejaría al mal o buen Agüero es el derecho y el deber de quererte
Años después. Un noviazgo infructuoso. La mano detrás de la intención, que llama presurosa. Me pregunta acerca del rostro sin apellido que se pasea conmigo. No me saludó porque estaba acompañado. Y mientras, yo tengo que creer que anhela una amistad sincera y sin pasado, sin las tardes en que nos amamos furtivamente. También debo olvidar  cuánto nos laceramos. Pero la grieta sigue abierta como una herida que despeña sus rocas ensangrentadas hacia el vacío. A pesar de todo, sueño con otra caída, bella y cadenciosa, alicatado a su estrecha cintura. No hubo rosas, ni siquiera marchitas. Vino tinto, eso sí, mucho. De eso debe seguir mi tensión y mi carne trémula al recordar sus pupilas dilatadas y su voz nerviosa cuando me buscaba, de noche, a través de una llamada aislada. "¿ Qué haces ? " Nada que no sea esperar tu hilo a medianoche, por supuesto.Sin buscar demasiado, reparo en algunas calles que, aun desiertas, forman un torrente alrededor de mi vena excitada. Por mucho que apremio mi paso solo se oyen ecos que ya han caminado antes delante de mí. Persigo a mi sombra, vuelvo al camino descrito por los años perdidos.Vuelvo sin brújula hasta donde estás. Vuelvo a la juventud implorada en balde. Allí se retuerce ella de nuevo, prorrumpiendo en una risotada incontenible. Siempre fue destartalada y soñadora en igual medida. Una Aída contemporánea azuzando a su marcha triunfal, tildándola de remolona y lenta . Ahora ,sin memoria, suma con los dedos retales de una redondez únicamente aspirativa . De final sin picos ni estridencia, sin imágenes violentas que asusten a nuestros días. Pero la sangre es densa y exhibe su color casi negro.El péndulo no vacila, nosotros sí, pues estamos montados sobre el oro de una onomatopeya que nadie acierta a descifrar. No habrá entre nosotros más despedidas ni más reencuentros , solo una fracción infinita, donde  yo siga pidiendo de ti lo que tú ya no puedes darme. Y así siempre, rogando al tiempo que siga siendo tan dichoso como siempre, me muero si no dices mi nombre.  
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