• Orlando José Biassi
Nito Biassi
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  • País: Argentina
 
Palabras, palabras, palabras.Tanta palabras dichas,tantas palabras por decir,tantas palabras que se dicen.Y discursos serios que defienden,discursos serios que atacan,discursos serios que nada.Palabras, palabras, palabras.Y conferencias serias que explican,conferencias serias que complican,conferencias serias que nada.Palabras, palabras, palabras.Y charlas de café que discuten,charlas de café que ríen,charlas de café que nada.Palabras, palabras, palabras.Tanta palabras dichas,tantas palabras por decir,tantas palabras que se dicen.Tantas palabras y ninguna sirvió.Nada valieron, nada explicaron,frente a ese niño pequeño,que en una calle de Basoralloraba desconsoladamentede hambre, de sed, de miedo,de soledad por su padresque ya no estaban.Y palabras, palabras, palabrasque de nada sirven,que nada valenfrente a un solo hecho,a una sola lágrima.Y Palabras, palabras, palabras.
Palabras
Autor: Orlando José Biassi  762 Lecturas
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Ausencias
Autor: Orlando José Biassi  786 Lecturas
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El otro
Autor: Orlando José Biassi  788 Lecturas
Soy un pájaro herido, que intentó volar en el cielo de tus pupilas, y se quedó varado en la playa de tus ojos; contemplando ese azul, como contempló  una puesta de sol en las playas de la isla de Pascua; al Arco Iris que juega en los corales de la gran barrera australiana; al turquesa de los atolones en la Polinesia. Y como en un Aleph, en tu pupila, las infinitas bellezas se mostraban una tras otra, y  sólo las podía imaginar desde la ribera de tus ojos. Soy un pájaro herido que no debe  volar en el cielo de tus pupilas, que no puede respirar en tu espíritu, y que trata de adivinar desde la costa de tu alma, la  profundidad de tu ser.
Pajaro Herido
Autor: Orlando José Biassi  507 Lecturas
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En la distancia y en el tiempo de tu vientre creciendo, a la mujer con manantiales en sus senos. ¿Cuántos sueños, cuántos miedos? Y la dicha abrió los ojos, con fuerza, con dolor, trajiste una esperanza arropada en la suave piel de una niña. Trajiste un mañana de  sol en los ojos, en los tuyos y en los de ella, trajiste ilusiones, alegrías, pero... también trajiste noches de tormenta viento y tempestad, lágrimas por amores perdidos, dolores por desencuentros.... No te asustes, ya los has vivido, ese es el camino mostrarle que la vida es tiempo y cada momento es un recuerdo y que las lágrimas son para que nos crezcan jardines en el corazón, jardines que nos alegran el alma, como ella, que es la mejor flor de tu jardín
Tú eres la esencia, donde están escondidas las imágenes perdidas de mi vida vacía. Tú eres el amanecer que en la semana sacude mi alma para hacerme crecer. Tú eres el canto, que se hace llanto por mis travesuras. Tú eres el cimiento donde yo asientomi vida futura.
Mamá
Autor: Orlando José Biassi  465 Lecturas
La imagen en el espejo era la mía, aunque mis ojos no la veían, hacía más de quince minutos que estaba renegando con el nudo de la corbata, crueles intentos de ser elegante cuando no se lo es, y peor aún cuando uno deja volar su mente, ¿qué estaba por hacer? ¿Cómo llegué a ser testigo de un casamiento?. Quizás porque fui el único que presencio la totalidad de los hechos inverosímiles, y hasta con un toque de irrealidad. Parecía que la existencia se hubiera sumergido en un cuento borgiano, donde los sucesos van más allá de ellos mismos, como en un laberinto formado por espejos, la realidad se refleja infinitas veces. No obstante, lo acaecido se acercó más a la realidad de un Lovecraft, de ese mundo donde la medicina muestra su lado oscuro, el lado detrás del límite de la muerte. ¿Cuánto horror puede haber en la muerte?.  Cruzar el límite fue el tema de Lovecraft, pero más que la muerte, fue el retorno de la muerte. Los hechos fueron de ese tenor, y aquí mi mente se confunde en los eventos, no están claros, porque tampoco son claras las circunstancias que le dieron inicio, ni las respuestas que se dieron. ¿Cuándo estamos muertos? ¿Cuándo nuestro cerebro, ese mecanismo de proteínas, enzimas, y cargas bioélectricas cesa en sus funciones? Entonces, ¿cuando estamos vivos?, ¿Cuándo comienza en sus funciones?. ¿Sólo somos eso, un complejo bioquímico y bioeléctrico, un enjambre de procesos neuroeléctricos con transmisiones de igual forma que una computadora? ¿O somos más?  Tantas preguntas para tan poco entendimiento, parece que estamos encerrados en una gran esfera, cuyos límites no nos son permitidos conocer. Los hechos,  esa sucesión de actos que parecen inconexos, sin relación, ¿pueden dar la respuesta? No lo sé, los he repasado en mi mente una y otra vez, desde el sublime encanto de lo mágico, desde lo que me es permitido entender. Todo comenzó hace aproximadamente seis meses, con un amigo antropólogo que en ese momento estaba en Africa, nos encontrábamos todas las noches, vía internet, para charlar en una sala de chat, para no perder el contacto, y contarle las novedades de su tierra, tan lejana en ese momento. Habrá sido el destino, si es que existe un destino, pero algunas de las noches en que mi actividad no me permitía entrar, Horacio, mi amigo, igualmente entraba y, en esos momentos fue que conoció a Ludmila. Noches posteriores me permitieron conocerla, conocimiento virtual, conocimiento de la palabra escrita, palabra que se hace espejo del pensamiento. ¿Cómo podemos conocer a alguien a través de sus palabras escritas en una pantalla? O es que conocemos meros fantasmas, que nuestra imaginación da un toque de persona. El chat, nuevo vínculo entre personas que se sienten solas o no, pero que buscan y exploran una nueva forma de realizar un viejo rito, el de conocerse, el de encontrarse. Fueron esos encuentros, entre comentarios de la realidad, entre chistes y charlas de café,  sin café compartido, que intuía que algo se estaba gestando, y del cual iba a ser testigo.             Los encuentros con Horacio seguían su curso, pero cada vez con mayor participación de Ludmila, Ludmila y su encantadora forma de ser, sus palabras justas y precisas  con un toque de inocencia, frescura y desenfado, parecía más niña que mujer, quizás, y digo quizás, también me sentí tentado a darle a esas mágicas palabras escritas, un cuerpo y una mente a mi imagen de ideal,  y enamorarme de ella, pero, era sabido que sólo podía ser testigo.             Los hechos se fueron dando entre confesiones de Horacio con Ludmila, de Ludmila con Horacio, confesiones que Horacio me contaba, y en sus palabras me estaba dando cuenta que él ya le había dado un cuerpo y una mente, se había enamorado. Platón sonríe desde su topos hiper uranos, el amor como él lo soñó encontró campo en el chat, pues que es éste sino el amor platónico en su esencia pura, un amor sin cuerpos, sin contactos, amor puro entre palabras escritas.             Pero todo amor que se precie de tal, tiene que crecer, (desdibuja tu sonrisa viejo Platón) y para crecer tiene que pasar a ser de contacto, dar el paso al conocimiento real, al de los cuerpos.             Entre ellos se habían dado todos los pasos, según Horacio (si es que hay una regla escrita para enamorarse por chat) y se conocían más allá de ese mundo de sobrenombres usados para poder dialogar, sobrenombre que muchos sólo usan para esa ocasión, ya se habían permitido entrar al mundo cotidiano, más allá del mundo del chat, o mejor dicho, mas acá del mundo del chat, habían dado el paso al conocimiento de su cotidianeidad y valga la coincidencia, los dos usaban sus verdaderos nombres, no había falsos nombres, ni escondrijo. Ella era Ludmila, él era Horacio.             Compartieron sus mundos, el mundo del Antropólogo, el mundo de Horacio. El mundo de la ayuda a los que necesitan, el mundo de la trabajadora social, el mundo de Ludmila. Pero había algo que ella no sabía, que quedaba dentro de la esfera de la intimidad de los amigos, que Horacio me había encargado que fuera sus ojos y que diera ese paso, de conocerla físicamente. Me había dado la tarea de entrar al mundo real de Ludmila, al mundo que ella le había mostrado, o por lo menos eso creíamos.             Y acá haré un alto, para hacer las preguntas que me vengo haciendo desde ese momento, ¿Me tendría que haber negado? ¿Tendría que haber puesto las excusas de que era a él quien Ludmila quería conocer y no a mí? ¿Que era una falta de respeto? Pero no lo hice, y los acontecimientos ya estaban escritos, Lovecraft escribía su nuevo cuento, mirándonos.             Los datos de Horacio eran precisos, tenía todo lo que hacía falta para poder conocerla, en un primer instante sin que ella se diera cuenta, espiándola groseramente en su mundo cotidiano. Pero algo no resultó, días y días pasé en la puerta de su casa y no la veía, no salía, no se mostraba. No estaba en el trabajo y no estaba en su casa, sin embargo existía, todas las noches los contactos se repetían y, aunque Horacio insistía, los datos eran los mismos, y la vigía se repetía dando los mismos resultados, nada.             Con el tiempo, sin decirle a Horacio, hice una averiguación que me sorprendió, entre en distintos horarios al chat y Ludmila estaba siempre, obvió pensé, no sale porque está continuamente en el chat, pero no podía ser, ella hablaba de trabajo, o sea que en algún momento tenía que salir y nadie puede estar conectado siempre, es una locura.             Entonces decidí decirle a Horacio que haría un conocimiento directo, que me presentaría y le diría a Ludmila quien era, que las cosas ocultas siempre salen mal, y que era mejor así, le pareció justo el argumento, me tendría que haber quedado callado, pero era más fuerte las ganas de develar el misterio, ya que eso era para mi Ludmila, un misterio. Quede con Horacio que iba a ir al día siguiente, a la tarde. Nunca los sucesos fueron tan asombrosos ni tan misteriosos. Golpeé en la puerta de esa casa que por fuera conocía tan bien y me atendió una mujer mayor, que ya había visto que entraba y salía; le pregunté por Ludmila y le expliqué que la conocía de Internet que charlábamos seguido por chat y todo lo necesario para demostrar mi conocimiento sobre ella. La mujer me miró con asombro y miedo, me preguntó si era una broma de mal gusto. Entonces  en mi estupor le pregunte si allí no vivía esa persona, a lo que ella insistió que me vaya con mi broma o llamaría a la policía. Fue mi insistencia y algunos datos que Horacio me había dado que hicieron que la mujer me dejara entrar y me mostrará lo que hasta ahora es el misterio más grande de mi vida. Mientras entrábamos me contó, que allí vivía una persona que se llamaba Ludmila con esas características, que ella era la madre, pero que no podía ser la misma, ya que hace ocho meses aproximadamente por una afección hepática, entró en estado de coma, y que estaba desde hace unos seis meses en la casa con todo lo necesario para sobrevivir, diciendo esto último, entramos a una habitación donde en una cama una mujer estaba completamente cubierta de cables y tubos, parecía más una sala de terapia intensiva que una habitación en una casa de familia. No, no podía ser Ludmila, era evidente, esa pobre mujer con todos esos tubos y cables conectados a su cuerpo no podía ser ella, le pedí disculpas a la mujer y diciéndole que debía ser un error producto de una serie de coincidencia que se concatenaron y llevaron a ese tremendo error, me fui con una gran angustia. ¿ Qué le decía a Horacio? ¿Cómo le explicaba que la mujer que él amaba, era toda una mentira, que había tomado los datos de otra persona para hacer el engaño?. Decidí ser frontal, decírselo sin vueltas, ser lo más duro posible para poder romper el encantamiento. Y así fue, le conté todo lo que vi, y le conté todo lo que la mujer me había contado. Cruel destino del Chat, no poder estar al lado de la persona para ofrecerle el consuelo del hombro para que pueda llorar, porque sé que lloró y,  paso como en todo los casos a la incredulidad, me insistía que no podía ser, que era otra Ludmila, que nos equivocamos, que ella no mentía, y me dijo, para mi asombro, que tenía una foto de ella que le había mandado en esos días para que pudiera tener un recuerdo de ella. Se la pedí de inmediato, y accedió, me llegó la foto, no podía de la impaciencia para poder verla, y para mi asombro, la Ludmila de la foto era la misma mujer que estaba en la cama en esa casa, más rozagante, más fresca, pero era la misma. Le dije que era ella pero que no podía ser, que debía ser una amiga que estando completamente loca y había adoptado la personalidad de Ludmila. En ese instante nos dimos cuenta que ella se había conectado, entonces ante la angustia de mi amigo, la increpe duramente, que quién era, que ya sabíamos que no era Ludmila, que  nos dijera quién era. El diálogo fue muy duro, ella insistiendo que era Ludmila, yo negándolo, hasta que ella se salió de la sala y mi amigo también, claramente enojado conmigo. No podía pensar en otra cosa, mis días se había hecho un gran vacío, por un lado por la perdida de mi amigo, por otro, el misterio, ¿quién era Ludmila?. Mentía era evidente. Pero ¿por qué insistía?.  Los días se sucedieron, no entraba más a chatear, sé que mi amigo y Ludmila seguían, porque la vez que entré los vi, y ni me hablaron. Todo iba a quedar así,   hasta que en una revista de computación leí un artículo en el cual hacían una comparación entre el cerebro humano y el funcionamiento de las computadoras, y allí en ese instante se me ocurrió la explicación más loca e irreal pero, como decía Sherlock Holmes, si descartamos todas las hipótesis contrastándolas, la que queda por más inverosímil que fuera tiene que ser la verdadera. La Ludmila del chat era la Ludmila que estaba en esa cama en estado de coma, tenía que encontrar algunas piezas que me faltaban. De inmediato me fui a la casa de Ludmila, hablé con la madre y le pregunté si la computadora que había visto, estaba conectada con alguna otra computadora, la madre me explicó que sí, esa computadora que regulaba todo el sistema que mantenía con vida a Ludmila, estaba conectada por medio de un satélite a la computadora de la Clínica donde la habían atendido a Ludmila y desde allí monitoreaban todas las funciones de Ludmila, sin tener que venir a visitarla, salvo cuando entraba en crisis. Dios, pensé, ¿cuántos misterios hay todavía en la mente humana? Sí, esa Ludmila era la Ludmila del Chat, era ella. ¿Cómo es posible? ¿En que parte de ese cerebro que creemos descompuesto se ha refugiado Ludmila y de allí con su sistema bioeléctrico se conectó a la computadora buscando la única salida que le permitía vivir, aunque sea virtualmente? ¿Cómo pudo su mente encontrar ese refugio, inventarse todo un mundo real para poder sobrevivir? Y, la pregunta más importante  ¿ella podría volver?, ¿Se le podría decir, sin que se enloquezca, sin que pierda la razón por completo, sin que muera? Lovecraft, afilaba el lápiz. No le dije nada a la madre, me hubiera creído completamente loco, pero esa noche, entré al chat e insistiendo logré que Horacio me leyera, le expliqué mi teoría, le insistí con mi teoría, le supliqué mi teoría, hasta que cansado me dijo que si era cierto, de que servía, si esa Ludmila era la misma que estaba en ese momento en el Chat, de que le servía si estaba en coma, que dejará las cosas tal cual eran, que por lo menos así, la tenía todas las noches, y que no lo molestara que Ludmila le estaba hablando. Le contesté que había una posibilidad de que volviera, de que la tuviera viva, y que era lo mejor para ella, que ese fantasma tenía que cesar. Tuvimos una larga discusión, por un lado porque seguía hablando con Ludmila, por otro porque yo insistía. Hasta que recordé algo que me dijo la madre, si seguía un tiempo así, iban a autorizar a los médicos para que antes que se deterioren los órganos, donarlos,  para que otros vivan la vida que ella no puede vivir, se lo dije, crudamente y cruelmente, me escuchó, se disculpó con Ludmila pero tenía que irse y nos fuimos a otro lugar para chatear tranquilos, salí previo insultos de Ludmila que sospechaba que era por mi culpa. Una vez en el otro sitio, le expliqué mi plan de ir a la casa de Ludmila, con una Notebook y explicarle, en forma que no sea tan cruda, lo que pasaba y que tenía que buscar el camino para salir de allí, de buscar el regreso, pero que tenía que estar él, tenía que venir a la Argentina y hacer el encuentro, ya que si Ludmila había vivido solamente la realidad de ese mundo virtual, tenía que ser a él a quien viera en el momento que despertará y entrará al mundo real, a lo que me preguntó ¿Y si no despierta y se niega a salir? ¿Y si despierta y no me reconoce? ¿Y si muere? Le contesté lo único que podía decirle, esos son los riesgos que tenemos que correr. Aceptó, me pidió un tiempo para hacer los tramites, pedir la licencia y en el próximo vuelo, vendría, mi labor sería explicarle la teoría a la familia de Ludmila y autorizarnos a que lo hagamos. Fue más fácil explicarle a la familia mi teoría de lo que había pensado, ya que llegué en el momento en que estaba un médico de la clínica con un Ingeniero en Sistema, que era el encargado de mantener funcionando las redes de computadoras con el sistema de la clínica y para mi mayor fortuna habían detectado una actividad inusual, más allá de los registros que la computadora hace normalmente, se había detectado que de esa computadora se entraba a una página de chat y estaban, en cierta forma averiguando si alguien más estaba usando esa maquina que no sea para otra actividad que el monitoreo. Los familiares respondieron con indignación, le decían que como podían pensar que iban a poner en riesgo la vida de su hija, usando el sistema que la mantiene viva para jugar, a lo que el Ingeniero respondió que no eran ellos los que pensaban, sino que el mismo sistema registra la actividad, y dentro de la actividad registrada, se detectó que desde esa maquina se entraba a páginas de chat. La discusión seguía creciendo no sólo en tono sino en volumen, entonces decidí intervenir, ya que había permanecido como espectador, y dije, disculpen pero ambos tienen razón, me miraron con cara de asombro y con cara de decir ¿y éste quién es?, ambos tienen razón repetí, la maquina a sido usada para entrar al chat, pero no fue nadie de la familia. Hubo un pequeño silencio, a lo que el Ingeniero dijo, entonces Ud. es el que entra. No, además es imposible, porque si se entra por la maquina, es la tercera vez que estoy en esta casa, lo que la señora confirmó. Entonces quién entra, preguntó el médico, Ella,  dije señalándola a Ludmila. Convencer a la familia fue fácil, al médico, un parto, pero lo logré, con el argumento final de que no se pierde nada con intentarlo, además hice que entráramos al chat con la Notebook del Ingeniero y allí estaba Ludmila hablando con otras personas, le dije al médico que le hiciera preguntas, como que conocía una persona que conocía una chica Ludmila que era Trabajadora Social, etc.,  y confirmamos los datos. A todo esto, el Ingeniero hizo que en la central chequearan el uso de la computadora de Ludmila y confirmo que estaba conectada pero no solo a la computadora del sistema médico, sino que se desviaba, como había mostrado con anterioridad, hacia una computadora de la clínica con Internet y que ésta, estaba en una página de chat, la página donde estabamos nosotros. Lo hice salir al médico del chat, por las dudas, y le explique mi plan a él y a la familia, les conté de Horacio (acá haré una pausa, algo que nunca le dije a Horacio, la madre me contó de un Juan Carlos, que estaban saliendo, pero que después de lo ocurrido la fue a ver un par de veces y nunca más)y que con él nos pusimos de acuerdo para que en cierta forma hacer lo que hicimos recién, conectarnos con ella y, conducirla poco a poco, para que salga del escondite de su mente, después de muchos cabildeos el médico acepto con la condición de que los dos estuvieran en el momento, mejor pensé, así habría más control.             Horacio me mando un mail que confirmaba su llegada dos días después de la reunión con la familia y el médico, les llame por teléfono a la familia y está quedó en confirmar la fecha de reunión al médico de la clínica.             El día de la reunión se concretó llegamos con Horacio a la casa de Ludmila, parece que le impresionó a la madre, claro, Horacio mide un metro noventa, tiene ojos verdes, barba oscura, un intelectual en el cuerpo de Stallone. Entramos con Horacio y estaba el médico con un enfermero y el Ingeniero, en total eran entre ocho o nueve personas, demasiado, pensaba,  si Ludmila reacciona se puede asustar.             Horacio conectó la maquina pero Ludmila no estaba, la buscamos hasta que el médico se dio cuenta que se estaba haciendo la revisión de rutina del estado de Ludmila, por lo tanto no podía conectarse, ya que todo el sistema estaba ocupado en realizarlo. Teníamos que esperar a que terminará. ¿Qué estaría pensando en esos momentos Ludmila? ¿Dormiría,  sería una especie de descanso para su mente?. Horacio permaneció lo mismo conectado.             En un momento dado Ludmila entró en la sala, y se pusieron a charlar con Horacio en privado, le preguntó porque había entrado a esa hora, y Horacio le dijo que era porque la extrañaba mucho, el diálogo divagó por unos quince minutos. A todo esto el médico monitoreaba sus funciones con el enfermero de forma manual. En ese momento Horacio derivó el diálogo hacia un posible encuentro y que si en realidad ello lo quería conocer, le respondió con inusitado entusiasmo, a lo que Horacio le dijo que él también, pero que le daba nervios el pensarlo. Bueno, le dijo ella, pero no hay que preocuparse, total tenía todo el viaje desde Africa para ir haciéndose la idea. En ese instante Horacio se jugó el todo por el todo, le dijo que ya no estaba en Africa, que estaba en Buenos Aires. Hubo un silencio del lado de Ludmila. El médico anunció que se la había subido la presión arterial. Ludmila le preguntó por que no le había dicho nada, porque le ocultó eso. Es una sorpresa dijo Horacio, describime  tu casa, le largo a boca de jarro, decime como es el lugar de donde chateas, Ludmila le describió la habitación donde estabamos. ¿Estás sola? Sí, le dijo, ¿cuánto hace que estás sola? Le pregunto, no te parece raro que siempre estés sola, que no esté tu mamá, ni nadie de tu familia, no hubo respuesta. La presión arterial sigue subiendo, esta en límite, dame algo para compensar, le dijo al enfermero. Lovecraft deliraba con un final apoteótico.             Si es raro, dijo al final Ludmila. Claro que es raro, le escribió Horacio es raro, porque vos no estás ahí, todo lo que ves es un entorno virtual que creaste para protegerte de tu enfermedad, que ¿estoy enferma? dijo Ludmila, y vos ¿cómo sabés? Horacio demoró un poco pero al final escribió, porque estoy en tu habitación, con una Notebook, mirándote. Un gran silencio del lado de Ludmila. La tensión se normaliza, digo el médico, siga, siga que va bien. Estoy esperando que vuelvas a este mundo, el real. Los dos lo sabemos, como sabemos que te amo,  que te estoy esperando. Está compitiendo, gritó el médico de alegría, hay que sacarle el respirador, siga,  siga escribiendo le digo a Horacio.             Y Horacio siguió divagando que la  esperaba, que la necesitaba, divago por quince minutos sin  respuesta,  hasta que un fuerte suspiro se sintió en la pieza... - NITO, NITO, que té pasa loco,  deja de volar, y termina de arreglarte que por lo menos a mi casamiento quiero llegar puntual. Me grito Ludmila para sacarme de mis pensamientos. - Esta bien no grités, que no me puedo hacer el nudo de la corbata. Le dije - Todavía estás con eso, dame inútil, que te lo hago yo.             Agarró la corbata y me hizo el nudo. - ¿Qué té pasa? Me preguntó suavemente mientras acomodaba la corbata en mi cuello, tenés los ojos con lagrimas. - Estaba acordándome de todo y sabes que - ¿Qué? - Estoy contento, le cagamos el final del cuento a Lovecraft. - ¿El qué?. . . Que loco que sos . . .  debe ser por eso que te quiero, me dio un beso en la mejilla y agregó,  vamos que Horacio nos espera. - Sí, vamos                                                  Fin  Dedicado a Ludmila, la que conozco, mi amiga del Chat con la cual charlamos y nos entretenemos y a la Ludmila, la que no conozco, la que tuvo una enfermedad hepática entró en coma y salió de él. A las dos, de la unión de sus historias, es que se inspiró este cuento.
Ludmila
Autor: Orlando José Biassi  563 Lecturas
            Estábamos sentados en la casa de mi amigo Luis en San Marcos, habíamos hecho un buen fogón, se había preparado aloja para tomar y todos arropados mirando la magia del fuego nos pasábamos la bebida, cantando y escuchando historias. Hasta que le tocó la palabra a Tulián, descendiente de los comechingones que habitaban en esa zona, a los únicos que les devolvieron las tierras que les habían sacado los españoles. Carraspeo y dijo. - Voy a contar,  si me permiten, la historia de mi tatarabuelo  Claro Tulián, hizo una pausa y comenzó diciendo: Amanecía en la pampa, corría el año 1857 y la comitiva de los Tulián, se empezaba a despertar, el sol pintaba de rojo el campo, algunos pájaros se llamaban espantando la neblina matinal, no estaba frío,  pero  estaba fresco, con ese fresco del amanecer, con ese fresco de la primavera. Habían hecho campamento unos kilómetros antes de la posta de los Lobos en la Pampa porteña, era el último punto de su recorrido antes de volver para acá a sus tierras, antes de volver a éste su pueblo, Tai Pichin, ahora San Marcos.             Habían preparado mucha mercadería reservándola para ésta última posta, era gente de importancia y les compraban todo. Pero entre sus integrantes había uno, que se preparaba en forma especial, no para vender mercadería, sino para el corazón. Era el Claro Tulián que desde el año anterior no se había podido sacar de la cabeza aquellos ojos verdes que lo cautivaron, que le miraron, que le hicieron sentir a la tierra girar y ponerse de cabeza. Los ojos de la Elpidia Lobos, la niña de la familia Lobos, le habían cautivado y él creía que era mutuo, que a ella también se le embretaban las palabras en la boca cuando le veía, que el pulso se le aceleraba y se ponía toda nerviosa; eso lo creía cuando la moza paseaba más de lo acostumbrado entre ellos, haciendo que miraba la mercadería, siempre seguida de la muchacha que la servía y cuidaba y sus ojos se cruzaban y a él le temblaban hasta los pelos y sentía como si cientos de tormentas estallaran en el pecho.             La posta se mostró en el horizonte, formaron un círculo con las carretas, guardando la distancia de respeto entre ellos y la ciudadela, cerca del Lago de Monte y  empezaron a preparar las mercaderías para que estén mejor lucidas. Traían lazos de ocho tientos, trenzados a mano, vasijas de barro cocido con hermosos colores, arrope de tuna, patay y frutas en conserva y seca. Además todo para preparar, si las ventas salían bien y festejar, mucha chicha y mucha aloja.             Las ventas empezaban como siempre, regateando precios, había mercaderías para trueque y había mercadería que era para vender por patacones, no siempre los Lobos tenía cosas que se necesitaban. El señor de la pulpería, Don Lobos, se paseaba entre los objetos y preguntaba, lo seguía su hija, la chiquilla ya no escondía que le interesaba más el Claro que los dulces o los tientos, con su fiel criada, revoloteaba como mariposa entre las mercaderías cruzándose con el Claro, parecía una danza sin música, pero que ya a nadie ocultaba la atracción que se tenían. Don Lobos hacía como que eso no pasaba, pensando que eran arrebatos de su pequeña, que iba a saber esa niña con sus catorce años.             El cazqui, tío del Claro, no lo tomó tan a la ligera, su sobrino era buen trabajador, ese muchacho fornido, antes lo ayudaba mucho. Desde que esa niña le clavó la mirada andaba tonto, no trabajaba, se le caían las cosas de la mano;  por eso decidió actuar y a la noche con todo el ceremonial, se fue hablar con el padre para pedirle la mano, como mandan las costumbres, además desde que estaban acristianados no podían hacer cautivas. Que fácil sería, la pucha, pensó, cuando después de la reunión, el padre de la niña le dio a entender, con toda la sutileza para no ofender, que el cacique o estaba loco o se había machado con chicha antes de tiempo.             Si el Claro estaba sonso, ni para sonso después que se enteró del rechazo. Andaba dando vueltas, mirando el horizonte con los ojos en la nada. La niña ya no revoloteaba y, aunque había sido una buena venta no hubo festejos, que se va a festejar con el Claro más triste que lobo sin luna. Partieron al amanecer del segundo día con mercadería y patacones, con el Claro más callado y triste que nunca, más raro era que no se separaba de la carreta de la cocina, que era la última en la caravana. La marcha fue tranquila y silenciosa iban para los pagos de Calomochita, a cambiar una mercaderías que le habían encargado previo paso por la ciudad de Río Cuarto.  Cerca del medio día pararon en los campos de Junín como para comer algo, cuando en el carro de la cocina la descubrieron a la Elpidia con su criada, escondida, hecha un ovillo para que no la vieran, temblando de vergüenza,  miedo y amor cuando se le acercaba el Claro. Si el Cazqui no murió ahí, iba a vivir mucho, y no murió. Se rascaba la cabeza mientras miraba al Claro que abrazaba a la niña como queriendo protegerla, ¿qué hacer?. Le daba pena esa niña tan enamorada y más pena le daba su sobrino. Sin pensarlo mucho, le dijo al Claro que agarre tres de los mejores caballos y tome la ruta al Río Saladillo y lo espere en las orillas por la zona de la Laguna La Brava, que allí la policía de la zona no tenía jurisdicción. Y diciendo y haciendo, el Claro tomó los caballos, cargo a la Elpidia y a la criada en los suyos y partieron al galope para la zona de Córdoba. A todo esto y pensando un poco, el cazqui le ordenó a cinco de sus hombres que salgan a galopar duro y parejo un par de kilómetros y que estén atentos por si aparece la comitiva buscando a la niña, cuando eso pase que dejen pasar un tiempo y aparezcan, pero que no dejen de galopar en ningún momento.  Les dijo que tenían que parecer muy cansados como si hubieran galopado por lo menos medio día. Como a las dos horas cayó una comitiva encabezada por el propio Don Lobos y varios policías de la zona; saludaron con dureza y Don Lobos lo encaró al Cazqui y le recriminó por su hija, éste le dijo que no sabía de que le hablaba, el otro le dijo que la niña había desaparecido. Fue un diálogo duro que terminó cuando Don Lobos dijo - Basta. Revisen el lugar. - Revise, le dijo el Cacique, acá no ocultamos a naides. - Y el Claro, preguntó, don Lobos. - Ni sabemos, contestó el cacique, desde anoche que no está, es más, mande una partida de cinco hombres a que rastrijen la zona, se perdió con una bolsa de patacones y charqui.             La partida terminó de revisar y dio la novedad, no hay señales ni de la Elpidia, ni de su criada, ni del Claro. -Bueno, dijo Don Lobos, es evidente que el Claro y la Elpidia andan juntos. - A di ser, dijo el Cazqui, pero no por acá. - Me dijo que mandó una partida. - Y si con lo abombao que estaba el Claro, no sé si perdió o sé jue.             De repente se sintió un galopar de caballos, y ahí venían a las cansadas, los cincos hombres de Tulián, parecían que habían cabalgado como desesperados un día, por la cara de cansados, hasta habían mojados los caballos para que parezcan transpirados. El Cacique los miró y para sus adentros pensó, mis hombres no sé si serán guerreros, pero pa´farsantes son d´ahi. Y con cara seria le dijo. - Noticias del abombao de mi sobrino. - No, anduimos hasta que el sol se puso alto p´ande están los Ranqueles y de ahí nos volvimos. Ni rastros del Claro. - Ta gueno, pa´las casas no a d´ir pos es el primer lugar que Ustedes lo hain de buscar. - Cierto dijo Don Lobo. Además si ya llegó a Córdoba éstos, señalando a los policías, no tiene jurisdicción. - A di ser, dijo el Cazqui, güe nojostros seguimos viaje.             Mientras acomodaban las cosas, era como que don Lobos se resignaba, y antes de partir, habían pasado como ocho horas,  suficiente como para que el Claro ya haya llegado al punto de reunión, lo miro y le dijo al Cacique. - Dígale que se cuiden.             Y se volvió hacia sus pagos con la partida.                        El cacique ordenó la partida pensando en su sobrino y que en realidad no fueran tan abombado como para perderse. Al rato tuvo que ordenar pasar la noche. No hubo muchos preparativos, ya que tenían que partir temprano. Mirando las estrellas, el cacique se durmió, sin saber que eran las mismas estrellas que el Claro y la  Elpidia miraban desde la orilla del Saladillo, cansados por el viaje, temblorosos por el futuro.             Al otro día a la mañana temprano, se pusieron en marcha hacia el punto de encuentro, al poco rato lo encontraron, ahí estaban el Claro y la Elpidia, él fuerte y sereno, ella temblorosa como una gacela perdida, cuando el cacique llegó, se saludaron y separándolo al Claro, le preguntó que le pasaba a la niña, y éste le contó que estaba asustada por lo que pudiera hacer su padre. El cacique comprendió, entonces llamándola, le contó a ella y a su sobrino todo lo acontecido, eso tranquilizo a la niña.             Continuaron viaje hasta que llegaron a Tai Pichin, los casó un sacerdote y vivieron felices tuvieron cuatro hijos, Felipa, Fabián, Clemente y Benjamín, a quien mi tatarabuelo no llegó a conocer porque la muerte lo sorprendió, cerca del año 1894. Tulián calló, todos miramos las pocas brasas que quedaban, ya era tarde, en silencio nos fuimos retirando a dormir, hasta que Tulián volvió hablar. - Por eso algunos de los Tulián tenemos ojos verdes, somos apuestos y elegantes.             Lo miramos, nadie pudo contener la carcajada, y nos fuimos a dormir.
Hermano, quememos las navesque nos quieren regresar al pasado,el mañana es la puertade la vida o de la muerte:abrirla es caminar;nuestra esperanza son los sueñosdel amor que al final nos espera.Hermano, abrigemos en nuestra feel deseo de los pobre,para que el abrigar se convierta en cuidary el cuidar en dar.Hermano, caminemos,el mañana no nos espera,el mañana quiere nacer;y nacerá  en cada pasoen cada puerta abierta
 “¡Esto es realmente la Vida misma!” volvió súbitamente los ojos hacia su amada: ¡estaba muerta! Edgar Alan Poe     La plaza principal estaba en plena actividad, los vendedores ambulantes ofrecían su mercadería a los gritos, corría el año 1887, Córdoba quería dejar de ser aldea para ser ciudad. Una mujer con el rostro demacrado y vestida de luto, apresuraba la marcha para entrar a la Catedral, con pasos firmes se acercó al confesionario, se persignó y se puso de rodillas, (se sintió un siseo). El sacerdote habló con voz calma -Dime tus pecados, hija mía. -Padre, he pecado, he asesinado a un hombre. -Pero... hija... como...  que dices... - Sí... he asesinado a un hombre... mi esposo - Pero...             El sacerdote respiró profundamente y poniendo su mente en claro, dijo -Bien hija, cuéntame             Hubo un largo silencio, después -Todo comenzó hace diez años, cuando mi padre, abatido por deudas de un mal negocio, perdió todo su capital, en ese momento, para continuar trabajando pidió una fuerte suma de dinero a un usurero. Pero los negocios continuaron mal y la deuda se acrecentó, hasta tal punto que se hizo incobrable, entonces el usurero, le propuso a mi padre, saldarle toda la deuda si le entregaba su hija como esposa, mi padre al principio dudó. El usurero era una persona por demás desagradable, feo; amen de avariento y déspota. Pero los negocios seguían mal, y las deudas se acumulaban, la única salvación era el casamiento, y así se efectuó la promesa de casamiento y el compromiso se anunció a la sociedad, el casamiento se iba a realizar en la próxima primavera. Todo ese tiempo, fue como un purgatorio que en vez de ser sala de espera al paraíso, era del infierno que me esperaba. Con la excusa de que no se hiciera pública la deuda de mi padre, la boda fue modesta y humilde, casi nadie de la sociedad fue invitado, salvo los familiares íntimos (amen de que nadie en la sociedad lo frecuentaba). Vivíamos en su casa, solos sin ningún tipo de servidumbre, ya que no le parecía adecuado alimentar más bocas de las que correspondían. Mi padre me decía que esperara, que tratara de permanecer impoluta, que mantuviera el celibato,  que en algún momento sus negocios iban a mejorar y lo podría repudiar, pero era imposible no cumplir con mis deberes y una noche para evitar el repudio y que todo se volviera un desastre, tuve que ceder y así durante algún tiempo se consumaba, como nocturnos rituales paganos, que en vez de ser altares del amor, eran mesa de sacrificio donde se lo mataba. Egoísta en todo, también en esos menesteres lo era, una vez que él concluía con lo suyo, se hacía a un lado y dormía profundamente, dejándome envuelta en vergüenza,  dolor e ignorancia. De esa manera las cosas de la naturaleza se sucedieron y, lo que tenía que suceder, sucedió,  quedé encinta, dando a luz a una hermosa niña. Eso lo llenó de ira, ya que él esperaba un varón para poder continuar con la estirpe y la honra de su apellido, prácticamente la crié sola, sin nana y sin él. Era tal su fastidio, que en lugar de hacerle un retrato, por algún pintor de fama, como se estila, una tarde trajo un retrato, quizás cambiado por alguna deuda, un retrato de una hermosa joven que ya se vislumbraba mujer, del estilo de las viñetas, consistía en la cabeza y los hombros, cortada a la altura de los senos, en él había algo de mágico e irreal, era hermoso pero, no era el retrato de mi hija. Al ver mi cara de enojo, él dijo en tono de disculpa, que era un cuadro de un famoso pintor europeo, que había estado un largo tiempo en un castillo de los Apeninos, por lo menos eso le  comentó el antiguo dueño, el retrato estaba enmarcado en forma oval, dorado y con filigranas en arabesco y lo colgó en el cuarto de la pequeña. Lo que el no sabía que ese cuadro estaba sellando su destino de vida y muerte. Una tarde limpiando la pieza de mi pequeña, descolgué el cuadro, para limpiarlo por atrás, estaba recubierto por una tela, que se veía que había sido colocada a posteriori del cuadro, tomé un trapito y se lo pase para sacarle la tierra, cuando siento que en centro del cuadro había algo oculto, saqué los clavitos y aparecieron una hojas, en ella se contaba la historia del retrato oval, como si éste fuera parte de algún catalogo de museo, ya que la explicación tenía un número. Era la historia del cuadro y de la joven, en el se narraba como la joven había sido desposada por el autor del cuadro, que como dijo él en su excusa, era un famoso pintor europeo, pero éste tenía como primera esposa a su arte. La joven sufría terriblemente ya que tenía que competir con pinceles, telas en fin, con el arte; lo que ella no se dio cuenta es que no se puede competir contra la locura, y ese era el estado del pintor, y al querer competir, fue arrastrada por ella. Se narraba también que el pintor decidió hacerle un retrato a su amada, gran tiempo tardo y la bella joven se fue consumiendo a medida que el cuadro iba surgiendo, hasta que una vez concluido, el cuadro tenía toda la belleza radiante de la joven, pero ésta yacía muerta. La explicación más coherente sería que por los pocos cuidados que la joven tenía mientras posaba como modelo, la llevó a la muerte pero, yo sé que no fue eso, lo que mató a la joven fue su marido, la mato por su loco amor, era tal la locura de amor que le tenía a su arte en primer lugar y tal el loco amor que le tenía a su amada, que quiso unir los dos ¿Por qué? Porque para él lo único real era su arte, lo único que existía eran sus cuadros, y la joven no era tal, entonces decidió transportarla a su mundo, al mundo del arte. Por esa causa el cuadro irradiaba esa magia, ese espíritu, era el espíritu de la joven. A partir de ese descubrimiento, es que empecé a elaborar mi plan para acabar con mi sufrimiento y mis pesares, matar a mi esposo de la misma forma. Para realizarlo tenía que armarme de mucha paciencia, ya que el plan era en etapas, la primera etapa, era que yo aprendiera pintura, pero para eso sabiendo que era imposible que él me pagará algún profesor, necesitaba de una etapa previa en la que debía ahorrar, para pagarme el profesor, tres años demoré juntando centavos por centavos, le podía haber pedido plata a mi padre, pero en ésta locura solo yo quería estar involucrada. Una vez que tuve reunida la plata completa del curso de arte, tenía que encontrar una excusa para ausentarme por un par de horas de la casa y una amiga fue mi cómplice, ella inventó unas reuniones de lectura en su casa y se lo comunicó a mi esposo, que como no tenía que poner un céntimo, estuvo de acuerdo. Así fue que poco a poco comencé a dominar el arte de la pintura y el arte de los retratos, cada día lo hacía mejor, y cada día el odio me movilizaba y me movilizaba más y más, odiaba con callada sumisión a mis pinceles, mis retratos y a mi profesor con la misma intensidad que odiaba a mi esposo, cada día con mayor intensidad y era ese odio el que me daba la fuerza suficiente para continuar con mi plan. Una vez que concluí con el curso, empecé a pintar retratos en mi casa, eran pequeños retratos, fue cuando le dije a mi esposo que,  mi padre me había regalado una caja de oleos, una cantidad indeterminada de telas y pequeños lienzos como para hacer retratos. Él quedó encantado con los primeros retratos de gente desconocida , estaba tan admirado por lo que el creía mi instinto natural para la pintura que, y allí casi fracasa mi plan, insistía en que pintará a mi hija, que sería hermoso tener un retrato de ella. Tanto insistió que acepté, pintaría primero el de mi hija. Temerosa de que algo le sucediera, hacía como que lo pintaba, pero en sí no lo hacía, él que en realidad lo pintaba era mi maestro de pintura que me cobró unas pocas monedas por él, una vez terminado el retrato de mi hija, descolgué el de la joven y lo puse en su pieza y a la  de la joven en el escritorio de mi marido, dejando un lugar para su futuro retrato, que a idea de él debía ser oval para que no desentonará. Por fin empecé a pintar su retrato. Estaba llegando al final de mi plan, estaba asesinando a mi esposo, y así fue, aunque en algunos momentos pensé en el fracaso, ya que no se lo veía para nada desmejorado, es más estaba saludable y cada vez más molesto y enojado por mi demora, y con el hecho de que no dejarlo ver como avanzaba la pintura, ya que terminadas las sesiones yo tapaba la tela para que no la viera, y me justificaba diciendo que era de mal gusto mirar un cuadro no terminado y que quería hacerlo perfecto para perpetuidad de nuestro amor. Y lo logré, al final cuando di el último retoque, dije ya está, él se levantó de la silla, miró el cuadro que hasta ahora no había visto, dio un grito de horror y cayo muerto. Los médicos diagnosticaron que se le paró el corazón, pero sé que yo lo maté.             El sacerdote que había permanecido en silencio habló - Hija, tu no lo mataste, como bien dijeron lo médicos fue una muerte natural con la coincidencia que eso ocurrió cuando terminaste el cuadro. - No Padre, Ud. dice eso porque no vio el retrato, el odio que encierra esa pintura, es tan grande que no se lo puede ver directamente, hace mal, daña. - Bien dices, odio, según tu explicación el pintor amaba a su esposa, pero tú lo odiabas a tu esposo, como explicas eso. - Porque en éste caso el amor y el odio son la dos caras de una misma moneda, la moneda de la locura, que fue lo que mató a ambos y lo que hace que a pesar de ser distintos, ya que uno irradia luz, magia, vida y el otro irradia oscuridad, terror y muerte, en su esencia el terror y la locura están presentes en los dos retratos ovales.
El ruido de reloj del limpiaparabrisas y el monótono canto de las cubiertas en el asfalto, hacían de coro a la música de la radio, y me anunciaban, que si no paraba en las próximas horas, lo haría contra un árbol. Empecé a andar camino, con la esperanza de que apareciera algún pueblo. A mi izquierda la ruta empezó a poblarse de un espeso bosque negro que, con el correr de la distancia se hacía cada vez más tupido, hasta que a un costadito del bosque apareció un cartel hecho de troncos anunciando la proximidad de un pueblo. Por la velocidad no alcancé a distinguir el nombre, pueblo chico, pueblo de sierra, con fortuna para mí, justo sobre la avenida principal tenía una hostería y cincuenta metros después un bar, me detuve.  Era una noche sombría, el viento silbaba canciones de terror entre los árboles, una tenue llovizna mojaba insistentemente la tierra, pero no llegaba a ser lluvia; el frío se colaba en los huesos y ahí estaba, con mi piloto y mi abrigo parado equidistantemente del hotel y del bar del pueblo, con el espeso bosque a mi espalda y sin saber para cual de los dos ir, decidido,  saqué la moneda que siempre uso para estos casos, y lo jugué a la suerte, ganando el bar (no se porque siempre gana el bar, algún día voy a estudiar en detalle esta moneda), crucé la ruta y me dirigí hacia él. Al traspasar la puerta, me encontré con un típico bar  de nuestras sierras, pequeñas mesas de maderas donde hombres de aspecto sombrío pero amable me miraban curioso, con la extrañeza de quienes ven algo que rompe la monotonía de su paisaje, buscaba una mesa que estuviera vacía y no la encontraba, de pronto el dueño me hace señas y me indica una mesa cuyo ocupante dormía apoyado sobre la misma, agregando. - Siéntese allí si desea, no se va a dar cuenta. -Gracias, podría ser una grapita, por favor, dije.             Me senté esperando mi grapa y observando el ambiente, cuando siento un movimiento a mi lado, el hombre dormido, levantaba despacio la cabeza y me miraba con ojos inyectados por el alcohol, me miraba asombrado y, después como esforzándose con un pensamiento me dijo. -Si me convida con un vinito le cuento una historia de ese bosque espeso y tenebroso que rodea el pueblo.             Lo miré desconcertado, observé a mi alrededor y vi que los otros parroquianos también nos miraban esperando mi reacción, contemplé el bar, no había televisor, radio ni algo para entretenerse, y bueno, pensé, total no hay nada para escuchar. -Por favor, tráigale un vino al caballero. -Tinto gracias, agregó.             Al instante vino el dueño con la grapa y el vino, y se retiró de nuevo atrás del mostrador, lo miré al hombre, éste tomó un sorbo de vino, lo paladeó como si fuera champagne y en ese instante, un ruido de movimiento de muebles me hizo mirar atrás, el resto de los parroquianos habían acomodado las sillas como en un anfiteatro y todos miraban hacia la mesa donde estábamos sentados. La pucha pensé, lo volví mirar al hombre y éste chasqueando la lengua dijo: -Ese bosque espeso y negro como alma de demonio es uno de los más antiguos de la región, se cuenta que los primeros árboles fueron plantados por el abuelo del cacique comechingón Linlin-sacat, que pertenecía a la tribu de los Auletas, que eran los comechingones que señoreaban por estos pagos. Hombre tenaz y fuerte, que supo llevar a la grandeza de su tribu, sobretodo en la lucha contra los españoles, pero, también se dice que llevó amor a  muchas mujeres. Su nieto, Linlin, heredó de él no solo su fuerza y tenacidad, que le valió en la lucha contra los ejércitos del Río de la Plata, en la campaña del desierto, sino también ese amor por las mujeres, que le dio gran fama en la región.             Indios nobles de barba tupida y hombros anchos, que respetaban a la naturaleza y, quizás por eso, Linlin fue elegido por las fuerzas ocultas en ella, como defensor de la misma, frente al desmonte y la tala indiscriminada de los bosques que hacían los hombres blancos. ¿Cómo lo eligieron...             En ese momento hizo una pausa para terminar el resto de vino de su vaso, me miró en silencio y como buen alumno, yo también en silencio le hice señas al buen hombre detrás de la barra, que se acercó a la mesa con otra grapa y otro vaso de vino, una vez cerca de la mesa le susurré para alegría de mi orador. -(No deje que los vasos se vacíen.)(A partir de este momento voy a omitir las pausas que se hicieron para tomar vino, eructar y otras delicadezas)             Me hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se marchó -Bien, prosigo, ¿Cómo lo eligieron? Conociendo la fama de Linlin, mandaron una hada, de hermoso rostro, de bello venir y de un increíble ir, ... - ¿Un Hada?, interrumpí, ¿Un Hada acá en las sierras de Córdoba? ¿Acá en Argentina? - Sí,  me dijo con cara de enojado, un Hada acá en las sierras de Córdoba en Argentina, o qué, ¿Las hadas sólo pueden ser Europeas? Hágame el favor no me interrumpa más por pavadas. - Bien, dije con cara de cordero degollado. - Prosigo, Linlin  se enamoró perdidamente y pasó lo que tenía que pasar, para la envidia de sus súbditos y recelo del resto de la mujeres, y pasó varias veces y en reiteradas oportunidades, según nos cuentan las tradiciones de estos pagos, ya que amén de la fortaleza del cacique, se cuenta que la chaman del pueblo le preparaba un excelente menjurje  en base a cola de quirquincho, nueces y miel, y vaya a saber uno si fue por la fortaleza propia o por ese “viagra”  aborigen, pero resulta que la bella hada quedó preñada de Linlin.             El tiempo pasó y pasaron las nueve lunas y el parto que no se producía, y pasaron diez, once, doce y Linlin que ya preocupado intuía que algo no era normal, pero la  mujer estaba bien, tenía buena panza, las “chichi[1]” llenas de leche, le decían las mujeres al cacique que no se preocupara, y a la décimo catorce luna, dio a luz a una hermosa nena, cuyo nombre aborigen se perdió con el tiempo, pero que pasó a la historia con su nombre de hada, “Espuma del Río”. Para su nacimiento, tan largamente esperado, se organizó un gran festejo; se carnearon, guanacos, llamas y ñandúes, se preparó gran cantidad de patay,  todo muy bien acompañado de aloja y añapa...             Ante mi cara de desconcierto, hizo una pausa ... pensó un poco y explicó -El patay es una comida dulce, una especie de pan dulzón,  que se hace con el fruto de la algarroba,  igual que la aloja, que es una bebida fermentada, como un tipo de cerveza pero hecho de algarroba, y la añapa es jugo de algarroba. Aclarados los tantos, sigo. Se hizo un gran festejo, la niña era hermosa, pelo negro azabache, ojos verdes (heredados de su madre) y la piel cobriza del padre. La niña creció como cualquier chica de su edad, aprendiendo las labores de la tribu, preparándose para ser una buena madre, conociendo las tareas de toda mujer, pero, dentro de ella llevaba el estigma de ser hada y, la sangre tira. Un espíritu rebelde le marcaban  los ojos verdes, no toleraba el menor maltrato a un animal,  ni a un árbol y cuando se produjo la invasión por parte de las tropas, al mando de Huidobro, el famoso general refinado, según cuentan las malas lenguas, medio maricón, che; ella se unió a los combates, pero, una lucha interna pugnaba en ella, no podía matar, pero no podía dejar matar a los suyos.  Su lado humano, clamaba sangre y venganza, su lado de hada, la instigaba a la paz. Así  fue que, teniéndolo una vez a tiro de flecha a Huidobro y pudiéndolo matar fácilmente, bajo el arco y se retiró del combate, en ese momento un gran viento huracanado y una tormenta interrumpieron el mismo. A partir de ahí,  Espuma del Río fue totalmente hada y se refugió en las entrañas del bosque negro. Han pasado más de cien años, y ella todavía se pasea por el bosque, de noche, dicen algunos locos que se animan a entrar, que la ven rodeada de diminutos seres que sostienen antorchas en sus manos iluminando el camino. No se sabe si es por eso, o por miedo a las bestias que se dicen pululan en el bosque, lo cierto es que nadie entra a él, ni de día se animan, salvo casos de fuerza mayor, como cuando ocurrió lo de la niña, la hija del carpintero.             Hizo una pausa, tomó otro gran sorbo de vino y continuó. -La niña era la más linda de este poblado, era rubia como el sol, su cutis era blanco como el algodón, y sus ojos negros, negros profundo como la noche, que se iluminaban de estrellas por las pequeñas pecas que adornaban su rostro. Era hija del carpintero y de la maestra del pueblo, mujer elegante y culta que lamentablemente falleció cuando la niña tenía 8 años de edad; todo el pueblo sintió la muerte de esa bella mujer, que no sólo enseñaba en la escuela, también enseñaba en lo cotidiano, en la vida y lo hizo hasta su muerte. A partir de ese momento la niña creció al cuidado de su padre y de una abuela que vivía en las afueras del pueblo, madre de su madre, y que falleció hace poco tiempo. Esta mujer, colaboraba en lo que podía con su nieta, teniendo en cuenta que para llegar a su casa, había que dar un gran rodeo, ya que vivía al otro lado del bosque negro o atravesarlo, cosa que la niña tenía determinantemente prohibido. La mujer, en época escolar, cuidaba a la niña desde que ésta salía de la escuela, hasta una o dos horas antes de la puesta del sol, el tiempo necesario para que la niña rodeara el bosque negro.             Así pasó el tiempo, y la niña se fue haciendo mujer, una bella mujer que al cumplir sus quince años, ya era todo una princesa. Su cuerpo, ya tenía toda las características de una joven, y como los buenos vinos, el tiempo no había hecho otra cosa que embellecerla aún más.  Su carácter, era como el de su madre, alegre y bondadosa que, por la edad, lo acompañaba con una rebeldía propia que hacía, por ejemplo, que se peleara con cuanto cazador o chico con hondera anduvieran por el pueblo. En lo único que el padre y la abuela le insistían era en que no entrará al bosque negro, cuando regresaba de la casa de esta última y ella, ya por temor en sí o porque desde muy niña se lo habían inculcado, obedecía sin quejarse.             La niña como toda mujercita que se precie y con todos esos encantos que he descrito, sentía el clamor de la primavera y fue durante esa estación que sintió el llamado del amor; el afortunado fue un muchachito de la edad de ella, cuya casa quedaba cerca de la casa de su abuela. Con él sabía pasar las tardes, antes de llegar a su casa, charlando y dándose muestras de cariño. Previsora le reservaba a su enamorado el tiempo para poder llegar a su casa justo cuando el sol declinaba, de esa forma, podía compartir con su enamorado y obedecer a su progenitor. Pero como bien dice el sabio pueblo árabe, el destino es como una mujer, impredecible.             El tiempo fue pasando y a la primavera siguió el verano y a éste el otoño, y los días se fueron acortando y, una tarde de otoño, el tiempo había sido muy corto junto a su novio, la niña no se quería ir y prolongó lo máximo que pudo su estadía, por eso, cuando dejó la casa de éste y sin decirle nada, para que su padre no se enojara tomó una mala decisión, cortar camino por el bosque negro. Decidió entrar a unos pocos kilómetros del pueblo, era de día todavía, llevaba un paso enérgico, pero el sol se le adelantaba en su carrera y se ocultó antes de lo que había previsto. Noche cerrada, noche sin luna, la poca luz que brindaban las estrellas no alcanzaban a iluminar bien el camino, se tropezaba en las ramas caídas, con piedras que no veía y ya con pánico empezó a correr, hasta que, en pleno corazón del bosque negro, vio luces. Se detuvo y su corazón empezó una loca carrera. Las luces se fueron aproximando, hasta que se dio cuenta que eran antorchas sostenidas por diminutos seres, que se acercaban a ella. Su primera reacción fue la de correr, hasta que en el centro de esas antorchas vio a una bella joven de cabello negro como la misma noche, de unos grandes y hermosos ojos verdes, que la miraban sonriendo y sin saber por que, se quedó en ese mismo lugar, era Espuma del Río. La bella hada se acercaba a la niña con una sonrisa, subyugada por la belleza de la misma, el coro de pequeños seres abrieron el círculo y dejaron que Espuma del Río se acercara a la joven, se detuvo a un paso de ella,  estirando su brazo y su mano, acarició ese rostro repleto de estrellas. La niña ya no temblaba, su corazón había detenido esa loca carrera. Se miraron como hipnotizadas, la joven y el hada, y en un impulso de ambas se abrazaron, se besaron y se amaron...             En ese instante hizo una pausa, tomó otro gran sorbo de vino, y continuó -Esa fue la última vez que se la vio a la hija del carpintero, como no regresaba a su casa, el padre dio la voz de alarma en el pueblo. Se hicieron grupos de búsqueda, pero nadie se animaba a entrar de noche al bosque, por lo que se esperó a la mañana para buscarla, esa noche se buscó en los alrededores, y después ya con la luz alta del día, se entró al bosque, nada se encontró, ni ese día ni los siguientes, por un espacio de treinta días. Cuando ya los hombres agotados desistieron de la búsqueda, sólo el padre de la niña continuó con ella, pero sin animarse a entrar de noche; hasta que al segundo mes de desaparecida la niña, junto coraje y esperando a la luna llena, entró al bosque. Caminó, caminó, y deambuló por el mismo durante horas, hasta que cansado se sentó sobre un tronco caído en el suelo para descansar, cuando de pronto vio una luz en el camino que se acercaba; se escondió acostado detrás del tronco, y la luz se acercaba cada vez más, sus manos temblaban y su corazón palpitaba rápidamente; hasta que distinguió el círculo de seres diminutos sosteniendo antorchas y en el centro, su hija tomada de la mano de una mujer de cabellos negros y piel cobriza. Iban hablando y riendo, su corazón dio un vuelco, quiso gritar de alegría pero su voz no salía y, se dio cuenta que las dos mujeres miraban hacia donde estaba él.  Su hija, soltó la mano de Espuma del Río y se abrió pasó entre el círculo de antorchas hasta llegar a unos pasos de él, sonriendo le lanzó un beso y le dijo: “Papá, no te preocupes más, estoy bien y soy inmensamente feliz” , le volvió a lanzar un beso y dando vueltas volvió al círculo, para tomarle de la mano a Espuma del Río y, antes de continuar la marcha, ambas jóvenes se despidieron agitando sus manos.             Las vio alejarse, ... no se sentía mal, ni apenado, había... encontrado a su hija y.... sabía que estaba sana y que iba a ser feliz,... entonces... con paso firme retornó a su casa. Cada año...va al bosque... a verla... Su voz se había hecho cada vez más aguachenta y titubeante, me miró, terminó el resto de vino en su vaso y trató de continuar diciendo:  todos los años... para su cumpleaños la ... voy ... a ver... a mi hijita, mi querida ... hija             Y se derrumbó, recién ahí presté atención a sus manos, de dedos gruesos, cortos y percudidos, con resto de tinte en las uñas, manos de carpintero. La atmósfera volvió al bar, sentía el mismo aire de antes y los mismos murmullos que se habían perdido durante el relato. Traté de levantarme y no lo logré, respiré hondo mire la mesa y me di cuenta de las siete medidas de grapa vacías y los siete vasos de vino, también vacíos, me apoyé en la mesa y en la silla y logré ponerme de pie. Fui caminando despacio hacia la barra, le pagué al dueño y este mirándome serio dijo, como aclarando y racionalizando lo dicho por el viejo. -Lo cierto es que durante el mes que la buscamos en el bosque, sólo encontramos un prendedor que usaba en el pelo. Nunca más se la volvió a ver, muchos piensan que algún puma la atacó, o que la mordió una víbora y después alguna jauría  de perros salvajes la destrozó y la llevó a la zonas de montañas o que simplemente se escapó del pueblo, nunca se supo. Yo la busqué con desesperación, soy el joven que vivía cerca de lo de su abuela, pero acá nunca nadie lo contradice en su historia, por más loca que nos parezca.             Asentí en silencio y me encaminé a la puerta, salí y el aire frío me castigó en la cara aunque muy bien no lo sentía, ya no lloviznaba, una luna llena se peleaba con las estrellas para ver cual iluminaba más. Me sentí ridículo con el piloto, por lo que lo dejé en los brazos y caminé hacia el auto para guardarlo, cuando pasaba por el lateral, miré el asiento trasero se veía el reflejo del bosque negro y de golpe un reflejo dorado centelló en el vidrio, me di vuelta y una hermosa joven de cabello como el sol me miraba seria. Justo cuando el pánico me iba hacer gritar, se puso un dedo sobre sus labios diciendo “No está loco” y  se fue corriendo hacia las entrañas del bosque. Me quedé paralizado, tiritando de frío y completamente sobrio, entonces muy despacio abrí la puerta, me subí al auto y velozmente me fui a buscar un hotel en el próximo pueblo. [1] Senos de mujer  en lengua Comechingón, aborígenes que habitaban las sierras de Córdoba.
Ven pura y serena a recorrer conmigo las distancias en el tiempo, ven, pues ya es tarde, la rosa esta marchita y no hay tiempo de espera, el río ha dejado de fluir. Ven pues compañera, hagamos a la flor y con sus pétalos las paredes de nuestro hogar; hagamos que los pájaros muertos vuelvan a cantar, y que el mundo vuelva a creer; hagamos la inocencia de la risa de un niño. Ven, pues, compañera,  y transformemos nuestra fe en amor y paz
Dunas grises me rodean,dunas de personas, miles.Un desierto de multitudes,el sol golpea fuerte en mi cabeza,hasta que en el horizonte asoman tus palabras, tus palabras que dibujan un oasis;tus palabras que dibujan manantialescon flores de colores,con escaleras que abren puertasy que cierran miedos.En la embriaguez de mis esperanzasme acerco y te alejas,me alejo y te acercas.Como un juego sutil de deseosy de cuerpos anhelantes.Hasta que me acercotanto a tus palabras,que nada más veo.Hasta que me acercotanto a tus palabras,que sólo queda tinta.Hasta que me acerco tantoque el oasis es un cartón pintadoy las flores de colorespierden sus pétalos de plástico.Nada es, nada fue, nada será.¿Qué son los espejismos?¿Ilusiones creadas por el mundo que nos rodea?¿Qué son los espejismos?¿Nuestros anhelosreflejados en el espejo de la realidad?Nada es, nada fue, nada será.Solo un espejismo, solo eso,Nada más
Dunas
Autor: Orlando José Biassi  545 Lecturas
Nací en los sesentaentre senos desnudosde mujeres liberadasque proclamaban el amor librecon el dulce aroma de Maria Juana.Aborreciendo las injusticiasentre a los setenta,con el puño izquierdo cerrado,con bronca jovenquería vencer enemigos viejos;pero amigos que se fueronpara nunca saber donde estány amigos que se quedaron,cambiando los idealespor dolares en el mercadome hicieron comprenderque la verdadera revoluciónno es cambiar el mundosino que el mundo no te cambie.En los ochenta me quisieron comprarcomo a un electrodoméstico mástodo se compra, todo.Deme dos.Pero de tanto comprarNadie sabía que hacerEl mundo estaba compradoy había que venderlo.Los noventa nos vende el mundo entre mailingmarketing y servicios.Todo bien envueltoen un pakenging de lujo.Y aquí estoy entrandoal nuvo mileniotratando de encontrar lo más simple y sencillo,sin perder los viejos ideales,un buen amigopara compartir sueñospara compartir un buen vinojunto a la mujer amada
Generación X
Autor: Orlando José Biassi  513 Lecturas
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Una noche y misterio, con el perfume de tu cuerpo vibrando en mi aliento. Una noche y ensueño, con mis pensamientos embebidos en alcohol, enmarañados y revueltos. Una noche y presentimiento, con estrellas difusas, con palabras confusas, con mi cuerpo en estremecimiento. Una noche y pasajeros, de los sueños que fuimos, de las ilusiones que conseguimos, y de la vida que aun no vivimos.
Una noche y...
Autor: Orlando José Biassi  1058 Lecturas
¿Cómo relatar nuestro primer encuentro? Si apenas tenía catorce años, todo un inexperto. Había ido de visita al pueblo de mi tía abuela, cuando la necesidad del cuerpo, del conocimiento, venció a la prudencia, a la moral y la cautela. Me encaminé a los suburbios del pueblo, pueblo chico, donde todos se saludan, donde todos se conocen, hasta los que no se frecuentan. Iba caminando receloso, con temor, sintiendo las miradas, mientras me saludaban sonriendo, y sin volver mi vista atrás, sentía el cuchicheo y el gesto de reprobación de todos los que se cruzaban,  como un  dedo acusador, que decían a viva voz, ¡ese es! ¡el sacrílego, el profanador! Yo en sí, no sabía bien que iba hacer, pero sentía la emoción del que lo hace por primera vez, del que va debutar. Caminé las  veinte cuadras que separaban al pueblo de la ruta, y me puse a caminar por la banquina, lleno de alegría divisé el bar, al lado de la estación, donde paraban los camioneros. Quería llevarme el mundo por delante, y me quedé en el mostrador. Mujeres, si las hubo, fue en otro tiempo, en otra hora, otra vida, después me enteré que estaban trabajando en las rutas. Pero de ahí no me iba a ir sin debutar, aunque sea en algo. Miré los parroquianos que me miraban divertidos, miré al que estaba a mi lado, tenía un vaso de vino. En ese momento otro se paró a mi lado y un sodeado pidió. Lo miré al que atendía, y simulando una voz serena, “Para mí que sea lo mismo”. “Blanco o Tinto” inquirió, y ahí tomé una decisión para el resto de la vida. “Tinto”. Fui con la intención de hacerlo con una mujer de color, no me iba a salir de la línea de mi primera intención. Llegó el hombre, tenía un vaso a la mitad con un líquido negro, me lo puso al frente junto a un sifón con soda. Lo miré, miré al del lado, el otro llenó su vaso con el sifón; observé mi vaso y pensé: “Vamos a ver que tal quedás solo”. lo probé, no sabía del gusto del beso de una mujer, pero en ese momento creí que así debía ser, un gusto dulce me recorrió los labios y el paladar; dulce y fresco a la vez, sin ser pastoso, suave y terso. Degusté mi primer sorbo de vino, como si fuera un Pinot extra añejo. Cuando di el segundo sorbo, de Pinot pasó a vino de mesa, y para el tercero, sólo la soda hizo que pasara el tragadero. El cuarto, el quinto y los demás, fueron sin recuerdos, lo único, las piernas se me aflojaron un poco, o sea un  terrible mareo. Cuando salí caminando despacio, como meditando cada paso, el aire fresco de la ruta, más que despejarme, me aturdió. Miré las cosas que tenían como un brillo nuevo, todo era color, bajé caminando despacio hacia el pueblo. No había debutado como hubiera deseado, después lo logré, pero en cierta forma debuté, debuté con mi primer vaso de vino que,  aunque no fue de lo mejor, me abrió camino a un mundo de sabor.
Entrecerró los ojos, la habitación estaba fría y en silencio, miró a su costado y se dio cuenta que estaba solo, tremendamente solo. Recordó el robusto cuerpo de su mujer, ya no estaba, hacía ocho largos meses que se había marchado, esa enfermedad que se la llevó tan rápido, tan de golpe dejándolo con esa angustia, con ese dolor. Abrió los ojos, miró su pieza, los muebles, los cuadros, las fotos ¿Cómo fue que llegó a éste lugar? hacía tanto tiempo que había salido de su Siria querida, su patria. Cerró sus ojos y el recuerdo del viaje en el barco se agolpó en su memoria. Ese barco que lo llevaba tan lejos de su lugar. Los barcos son lentos, pero rápidos cuando nos alejan de los seres queridos, y ese barco lo trajo al confín del mundo. Las olas, el incesante movimiento y cuando el viaje se estaba por terminar, el miedo a que todo haya sido en vano, el miedo al no poder entrar a este país. El capitán reunió a toda la gente y les comunicó que sólo iban a permitir entrar al país a matrimonios, nada de solteros, solo familias ya formadas. La angustia se apoderó de todos,  familias enteras iban ser separadas, tenían que casar a los miembros que eran solteros, el matrimonio era la única solución; el capitán podía casar, tenía la autoridad.  Una familia pensó en él como candidato para su hija, aunque no estaban convencidos, eran una familia pudiente y ella, era niña aún. Dudaban en entregarla a un desconocido, dudaron tanto que decidieron arriesgarse y se arriesgaron y nada pasó. Llegaron al puerto de Buenos Aires y se separaron, él vio a esa niña, que iba a ser su mujer perderse en la distancia y en el tiempo. Cerró los ojos, cuanto tiempo había pasado, mucho, desde esa vez él,  con los pocos pesos,  había comprado un campito por la zona de Media Naranja, al noroeste de Córdoba, pero le faltaba plata para hacerlo producir, tenía que trabajar en la zona, de peón, de changarín. Abrió los ojos, y miro las fotos, ahí estaba ella en una foto, y la recordó joven, la recordó con su eterna energía, con su corpachón, con su bondad, la recordó en su juventud y alegría; y su mirada vago en el tiempo y llegó a las calles de San Francisco del Chañar  esas calles que lo veían pasar lenta y cansinamente, y recordó ese paisaje agreste del norte de Córdoba, de estas tierras que lo cobijaron cuando decidió emigrar de su oriente medio, de estas tierras que  le traían el recuerdo de sus tierras allende los mares, tan lejos, que sus ojos se llenaban de distancias, océanos y arena. Triste recuerdo cuando se estaba solo. Cerró los ojos y la vio en su mente, ella estaba parada frente a la puerta de su casa, sólo su presencia en esa casa de gente acomodada le sacaban de sus ojos tanta tristeza,  le hacían olvidar tanto trabajo. Ella que lo miraba con ojos de enamorada cuando pasaba frente a su casa, que le hacía girar la cabeza cuando ya había pasado la cuadra. Nunca se imaginó que ella le iba hablar, a él, ni más ni menos que a él, al Turco, al changarín que vivía hoy pero mañana ya no se sabía, ¿cómo la chica de una de las familias más acomodadas de San Francisco del Chañar le iba a hablar?. Pero esos ojos de enamorada cada vez que pasaba por la casa. ¿Se acordaba ella que en el barco casi fue su esposa? ¿Se acordaba ella de ese barco y que casi los casan para poder entrar al país? Y ella que lo saludaba y el que le habló. Y eran cierto nomás esos ojos de enamorada, y también era cierto del amor que se tenían. Y abrió sus ojos, y se acordó de la familia de ella, de la guerra que le hicieron, por que el era pobre, a pesar de su campo, por ahora improductivo, pero como le decían los padres de ella, ¡la tierra sola no se come! Y las visitas a escondidas y el pasar por la casa, y charlar disimuladamente y la decisión de ella. Y esa reunión en la casa con toda la familia presente.  La familia que preguntaba, ¿Cómo iba a mantener a su hija? Y el ofreciendo su terreno, como garantía. Cuanto tiempo tuvo que esperar para que pudieran estar juntos, un año, doce largos meses, hasta que por fin se casaron. Y fueron a vivir a su chacra de Media Naranja, si hasta el nombre, era para el amor, vivía en Media Naranja con su media naranja, y fueron felices a pesar de la pobreza, y se amaron y tuvieron hijos, tres maravillas de hijos. Giró la cabeza y miró la foto, sacada en el paredón del dique de Cruz del Eje, ella y él a su lado, casi no se lo ve, tan robusta tan grande, como grande era su corazón e inmensa su bondad. Por Dios como la extrañaba. Si todo el mundo la quería y preguntaban por ella. Ja, como esa vez que vino doña Catalina, y entró buscándolos, entró porque la casa como su corazón siempre estaba abierto, y entrando a la pieza, se saludaron y le preguntó por él,  ja, estaba al lado y ni lo vio. Tan grandota era. O cuando en la intimidad empezaban a jugar y ella lo terminaba alzando en los brazos, como si no pesará nada. Cerró los ojos, una lágrima se empezó a escapar, tanto dolor, tanta tristeza, tanta soledad. Suspiro pensando en ella. Y deseo que el tiempo terminará, deseo que todo se acabará o simplemente deseó estar con ella Sintió un rumor como de ropa rozando, abrió lentamente los ojos y ahí estaba ella, sentada en el sillón, mirándolo con esos ojos de enamorada. Cerró los ojos y suspiró pensando: “la veo en todas partes”. Abrió los ojos dudando  si esa imagen aún permanecería, y estaba, seguía allí. Sí,  ella estaba allí mirándolo con esos ojos de enamorada, como la primera vez, como siempre. Quiso hablar y no pudo, ella se puso un dedo sobre sus labios, pidiéndole que no hable y se levantó despacio,  se acercó y tomándole la mano se sentó en la cama a su lado. Se miraron largamente, hasta que ella lo tomó rodeándolo con sus brazos y lo alzó de la cama. Lo sostuvo.  Había adelgazado, y sí, los ocho meses sin levantarse de la cama. Ella acerco la boca a su oído y le susurro: “Ahora si, amor, para siempre juntos”. Y los dos se marcharon de la habitación.
Llovía suavemente, Mara en su casa miraba la lluvia de la media mañana  y se acordó de otra lluvia  de noche en Alejandro cuando les mintió a sus padres,  ella se había ido de la casa diciendo que salía para Río IV a terminar de completar sus estudios. ¿Por qué había hecho eso? Por esa sonrisa tierna e inocente; sí, fue esa sonrisa inocente de muchacho bueno, como cuando lo conoció en el ómnibus. Ella venía cansada de Río IV, era el fin de semana y sólo quería llegar a su casa después de una larga semana de estudio, su mente y todo su cuerpo tenían como meta su pieza y su cama en Canals, llegar y acostarse a dormir.             Subió al ómnibus, miró, había un asiento vació, se sentó y apoyó el libro que llevaba en la mano en su falda, como para tener algo por las dudas no se pudiera dormir,  y cerró los ojos. Como a los diez minutos sintió la voz del muchacho a su lado que le preguntaba señalando el libro. - ¿Leés?             Abrió los ojos pensando en decirle: “No, llevo el libro para disimular que soy intelectual”. Pero vio un muchacho con cara de: “Es la única estupidez que se me ocurrió” y una sonrisa  de nene bueno con unos ojitos tiernos, entonces le contestó que sí, que estudiaba en la Facultad; y agregó. - Me llamó Mara. - Yo Pablo, le dijo él Le contó de su trabajo, de su vida; ella de la facultad, del cansancio, de su Canals. Él de su Carlota; charlaron por casi una hora, cuando él se bajó le entregó su número de teléfono en un papelito, que ella prolijamente dobló y lo puso dentro del cenicerito de la butaca, tirar un papel al piso no estaba bien, y cerrando sus ojos se volvió a dormir.             Seguía lloviendo, Mara se cebó un mate, y se volvió a acordar  de esa noche de lluvia, que en vez de ir a Río IV, cuando el ómnibus pasó por Alejandro, se bajó y se fue derechito a la mueblería, donde Pablo vivía y atendía, golpeó, golpeó y nada y esa lluvia que caía sin piedad.             En un momento pensó que estoy haciendo acá, por qué me bajé, se estaba cansando estaba mojada, y furiosa. Se acordó de ese boliche de La Carlota, estaba sentada con unas amigas cuando sintió una voz que le decía. - Mara, ¿cómo andás? ¿Te acordás de mí?. - No, no te conozco. No sé quien sos.             Era Pablo, que le hizo acordar ese encuentro en el ómnibus dos años y medio atrás, ella hizo un esfuerzo y se acordó, él la invitó a bailar, miró a su costado tratando de que sus amigas la salvaran, pero éstas miraban a un costado haciéndose las desentendidas. No le quedó más remedio que salir a bailar.             Lo miraba bailar y no podía creer que alguien bailara tan mal, se acordó que tenía una mueblería, y claro, “es de madera”. Pablo daba saltitos, parecía una mezcla de canguro con robot por lo duro. Ella nerviosa miraba a los costados y sentía que todas las miradas estaban en ella. No puede bailar tan mal, volvió a pensar. Y haciendo un mohín, le dijo. - Lo siento, estoy cansada, me voy a sentar.             Y se fue a su asiento de nuevo. Pero eso no fue todo. Antes de terminar el baile, un Pablo sonriente se le apareció con una caja de bombones y esa sonrisa de niño bueno, le miró  “que se le va hacer, pensó, esa sonrisa y bombones derriten a cualquiera”. Se fue de madrugada a Canals y volvió a la Carlota, a pasar el día con él, después de eso ya estaba decidida, no sólo iba a pasar el día, también la vida; a pesar de la contra de sus padres.             “Claro pensó mientras volvió a golpear con fuerza el portón de metal, por eso me estoy mojando.” Golpeó de nuevo con fuerza hasta que  apareció un vecino y  le dijo que Pablo se había ido hasta la ruta para ver si podía volver a La Carlota. Volvió corriendo hasta la ruta y lo encontró en una casilla, refugiado, haciendo dedo para volver a su pueblo. Se abrazaron  con ternura y se fueron de nuevo al pueblo, a la mueblería, pero Pablo no se decidía, pensaba en el desorden que había adentro, que no había hecho la cama, que en la cocina estaba todo sucio, con platos con restos de comida.             La lluvia golpeaba los cristales, Mara, le dio otra chupada a la bombilla del mate, la misma lluvia sonrió pensando, “sí, la misma lluvia de aquella noche”, cuando decidida le dijo que estaba en Alejandro, “porque quería, necesitaba vivir con él, que no podía pasar otro día de su vida lejos de él”. Pablo comprendió rompió con su novia y toda una nueva vida comenzó. Al año nació Kevin, y después de un tiempo, Iara, sus dos hijos, que cuando decidieron formalizar iban delante de ellos, llevando los anillos, Kevin serio y vestido como Pablo, Iara rubia y hermosa como mamá. Los cuatro entrando en esa carreta, y los cuatro felices partiendo a la Luna de Miel. “Bueno,  pensó Mara mirando la lluvia en su casa de La Carlota, mejor me pongo a hacer algo y dejo la añoranza”, una voz se escuchó, era Kevin, “Mamá, qué te pasa estás llorando”. Comprendió que unas lagrimitas se le habían escapado. De golpe entró Iara corriendo, “Mamá hay que comprarme las cosas para la escuela”. “Cierto, pensó, hay que hacer las compras para la escuela.”  Kevin empezaba el secundario y Iara primer grado. Sonriendo miró a sus hijos, algún día les contaría de esa noche de lluvia.           
Simplemente desnúdate, quiero con mi vista descubrir las palabras secretas de tu cuerpo.   Simplemente desnúdate, que en mis dedos tengo los códigos para descifrar los enigmas de tu piel.   Simplemente desnúdate, como quieras, rápido o lento, no me interesa, simplemente desnúdate.   Simplemente quieta quédate, no te muevas, yo no me muevo, no hables, yo me callo.   Simplemente quieta quédate, tengo hambre de tus senos, tengo sed del cáliz bajo tu vientre.   Simplemente quieta quédate, mi cuerpo esta dentro del tuyo, abrígame, que para siempre te abrigaré.   Simplemente desnúdate, simplemente quieta quédate, y seamos un cuerpo de dos.
El otro día tuve un sueño, soñé que estaba en un desierto, nada me rodeaba, sólo en la lejanía se veían dos luces como faros. Me fui acercando despacio hasta que las luces tomaron forma, eran dos castillos inmensos de dura y sólida roca por cuyas alamedas se paseaban  los iluminados, seres en cuyas cabezas brillaba una luz.            Unos, los de la derecha, eran los iluminados divinos, cuya luz era triangular y tenían el conocimiento de la divinidad. Los otros los del castillo de la izquierda eran los iluminados  cósmicos su luz tenía forma de Universo y poseían el conocimiento de la materia. Entre ellos no se miraban, no se hablaban, una barrera transparente y sutil les separaba.             A la vera de los castillos, sin separarse mucho de los muros se paseaban los seres-sin-luz, que miraban con admiración a los iluminados y detestaban con igual pasión a los otros seres-sin-luz, que admiraban a los otros iluminados.             Mire a los iluminados divinos caminando y hablando entre ellos, mire a los iluminados cósmicos y tenían la misma actitud, ambos giraban como estrellas en el firmamento. En ese momento sentí un rumor de pasos y vi una muchedumbre que deambulaba por la línea media que separaba a los dos castillos, confundidos miraban hacia ambos lados. Me uní a sus pasos, la incertidumbre y la indiferencia me dieron un ritmo medio. Todo era medio, no lo soporté, salí presuroso y volví mis pasos de espalda a los castillos, extrañaba a las estrellas.             Estaba de nuevo en el desierto cuando pensé: no será que tantas luces terrenas no nos dejan ver la luz de las estrellas.
Una vez caminando por la calle Deán Funes, al frente de la cámara de Senadores, había una persona parada, que gesticulaba y  gritaba, me paré para escuchar que era lo que gritaba y si vendía algo, pero no vendía ni estaba actuando, estaba gritando que el tenía un número de Documento y que tenía un documento y con ese documento los había votado y lo tenían que escuchar.             Prácticamente los gritos se confundían con el llanto y la forma típica de hablar del que está un poco borracho, seguí caminando porque nada se podía hacer salvo que los dos termináramos presos por destruir la propiedad pública, cosa que como todos saben está mal,  por lo menos destruirla abiertamente, porque muchos han destruido la mayor propiedad pública, que es el Estado, y en vez de arrestarle le han felicitado.             Pero algo iba hacer, y sentado en un bar, con una birome en la mano, un papel en blanco y una botella de cerveza en la mesa, hice una de las pocas cosas que se puede decir me salen bien, escribir unos versos, éstos versos.   La luz ya alcanza a iluminar toda tu casita, aunque todavía no ha amanecido, pero es tan chica y son tantos entre chicos y mujer hacemos el equipo, once, para jugar el partido al hambre. para lo único que alcanza. Y te vas antes del desayuno, preferís no estar cuando entre todos se reparten ese boyo de pan que tu mujer como Cristo, multiplica vaya saber como. Tomás tus herramientas, la pala de punta, el pico, la pala buchona, cargás las cosas en el bolso y salís para ver si en alguna obra necesitan peón por horas. Pero ya no se trabaja como antes, las changas son cada vez más escasas, y con tanto chiquerío no te quieren tomar, como dice la patronal, el salario familiar vio, además ya nos sos un pibe y no se quieren arriesgar. Haber si te pasa algo y te tenemos que pagar como bueno. Y pasan las obras y pasan los capataces y de tanto rebotar ya te sentís pelota, y de tanto rebotar te sentís inútil. Y cuando ya llega la tarde se te ha  hecho un nudo en la garganta, y no podes ni siquiera respirar, y en el centro cerca de la terminal ves al politiquerito ese que pasó por tu casa prometiéndote que todo iba a cambiar. Iba en un auto que no era el que fue a tu casa, esta vez iba en uno de lujo, y no diste más, para no terminar preso terminaste en el bar pidiendo ese vino por centavos, que disuelve los nudos que te disuelve hasta las tripas. Pero no,  este nudo no lo disolvió era fuerte, eran los chicos y el boyo de pan era tu mujer cada vez más flaca, era tu cuarto-casa, y así como estabas, corazón roto, te paraste frente de la casa de los que prometieron y te pusiste a gritar. Gritastes de tus hijos, de tu flaca mujer, de la falta de trabajo, de la falta de pan, de lo que te prometieron, de lo que no te dan, del hambre, gritaste, gritaste, pero, corazón roto no grités más. Tras esas paredes nadie escucha, sólo hay cerebros cuenta votos, sólo hay mentes de calcular y, a un corazón roto, a un corazón roto hermano, sólo otro corazón lo puede escuchar.
Corazón roto
Autor: Orlando José Biassi  458 Lecturas
Primero fue el grito, un aullido lastimero de dolor, después el silencio de la noche sin luna. Cómo penetrar en él sin perturbar la profundidad del espacio creado; caminé vacilante como tratando de adivinar el próximo paso el próximo crujido, el nuevo olor. No se puede ser sol cuando se busca la luna. Entrecerré los ojos, respiré profundo, una imagen surgió, luego otra y otra, el espacio se fue poblando de imágenes etéreas, de todas ellas tenía que formar una, síntesis y contenido, figura y sentido; y la luna salió y después fue sol. Tomé la lapicera Un nuevo poema surgió
En una aldea que incluía a todas las aldeas, en la región del Medio cerca del Oriente, se destacaban dos casitas cuyos fondos eran colindantes. Una pertenecía a un descendiente de Abraham, la otra a un seguidor de Mahoma. No se destacaban por su belleza, que lo eran, ni por su armonía de construcción, se destacaban porque la medianera que servía de límite era una frontera de guerra.             Cualquier excusa era buena para pelear, que el perro del palestino cruzó la empalizada y orino el huerto del judío, que los perros del judío comieron las aves del palestino, que uno le cortaba el agua al otro, que el otro le ponía petardos en la puerta de la casa, y así por siempre.             Algunos vecinos de la aldea ya estaban cansados, de tanto ruido, de tanto humo, de tanta pelea que además no entendían y veían sin sentido. Por eso se reunieron y le encargaron al vecino más próximo que fuera a hablarles, que ellos lo respaldarían. Y así sucedió, fueron a hablarles encabezado por ese vecino que al llegar a la puerta llamó primero al Judío e hizo llamar al Palestino y les dijo:   - Porque no van a ver al maestro de Petra, quizás él en su sabiduría pueda resolver vuestro problema y así todos podremos descansar de una buena vez.               Como ambos vieran que toda la aldea se había reunido para apoyar el pedido, asintieron, prepararon sus cosas y partieron. El Judío iba adelante, con pasos enérgicos, el Palestino lo seguía con recelo. Hasta que llegaron a Petra, recorrieron la ciudad santa y perdida, hasta que de una cueva vieron que surgía un resplandor, entraron, primero el descendiente de David, después el adorador del Profeta, cuando estaban llegando al final de la cueva, vieron una fogata y sentado frente a ella un anciano con los ojos cerrados y larga barba blanca que caía sobre su pecho dividida en dos.             El anciano abrió los ojos los miro y les hizo seña de que se acercaran.             El Judío se acerco le saludo y le contó el problema que los había hecho llegarse hasta allí, el maestro escuchó. Habló el Palestino y el Maestro escuchó. Cuando terminaron de acusarse mutuamente, el Maestro hizo un largo silencio y luego dirigiéndose al Israelí le preguntó   - ¿Qué eres tú?             Con asombro y orgullo le respondió. - Yo, yo soy judío - Bien, dijo el Maestro             Y volviendo la vista al otro le preguntó - ¿Qué eres tú?             Con orgullo respondió - Yo, yo soy Palestino             Bien, dijo el Maestro, ahora id los dos y pensad, Tú, señalando al Israelí, piensa como Jehová creó el Universo y Tú, mirando al Palestino, como Ala creó todo lo que existe. Al decir Ala el Palestino murmuró: Santo es su nombre.   - Ahora id, y volved mañana.               Al otro día entraron, el Maestro volvió a preguntar y se repitieron las respuestas, y el Maestro les volvía a decir: Id y meditad.             Al cuarto día el Palestino cansado le preguntó   - Pero. ¿Qué tenemos que meditar? - Meditad sobre la creación, dijo el Maestro               Ambos se retiraron.             El quinto día se repitió igual             Al sexto día el judío le pregunto.   - Pero, ¿Qué debemos meditar sobre la creación? - Meditad como os crearon.             Ambos se retiraron.             Al séptimo día entraron cabizbajos, se pararon adelante del Maestro, que repitió  las preguntas, primero al Hebreo.   - ¿Qué eres tú?             Hubo un silencio y respondió - Soy humano - Bien, dijo el Maestro. Y tú, ¿qué eres? Le preguntó al Palestino.             Este suspiró y respondió - Soy humano - Bien, habéis encontrado un punto en común, ahora está en Uds. recorrer el camino de ser humanos, es un camino duro lleno de obstáculos, obstáculos que sólo podrán superar si actúan en armonía y unión, no hay premios, no hay recompensas, por lo menos no para Uds.,  si para vuestros hijos y los hijos de estos, pero al final del camino estaréis tan unidos que nada podrá destruirlos,  con tanta fuerza que nada podrá doblegarlos.             O bien podéis seguir los caminos que han recorrido hasta ahora, separados y dirigidos por intereses ajenos, a los cuales les conviene que Uds. no estén unidos para poder seguir haciendo sus negocios, este camino está lleno de halagos y triunfos, pero al final tiene el sabor de la derrota y os encontraréis dominados y destruidos, viendo como los que les indicaban desde afuera, festejan y brindan con las riquezas que Uds. tontamente le han ido dando durante las batallas. En Uds. está la elección. Ahora idos en Paz.               El Maestro vio como se alejaban se dio vuelta me miró y pregunto. - Oiga, ¿Ud. cree que con un cuentito se cambia algo?             Lo mire, suspire y dije - Soy humano, Maestro, soy humano.
Hoy leí en un cuaderno escrito con tu letra: Aniversario 23/08/05, y sentí como una corriente que me vació de mi alma y  mi corazón. No se si fueron absorbidos, o que ellos querían escaparse para volar raudamente contigo. Nunca creí que el extrañar pueda producir tanto dolor. Nunca creí que mi alma se transformara en un mar de lágrimas que ni mil llantos pueden vaciar, y sin embargo aquí estoy, sentado en una corriente de tiempo viendo escaparse a mi alma y mi corazón que te buscan y te buscarán hasta su último aliento.
Duerme, duerme pequeña esperanza, que afuera hay gente mala que en ti quiere tomar venganza de las cosas que le pasan. Duerme, duerme, criatura de mis sueños, arrullate en la música de una zamba, que te describe, que te canta. no dejes que ruidos disonantes te despierten antes del alba. Duerme, duerme, futuro anhelado, refugiate en el mundo onírico, ya llegará el momento en el que los reglamentos funcionarios te den luz a la vida y no, como ahora, a la muerte. Duerme, Duerme, mi esperanza.
El camino es largo cuando no se sabe a donde ir. !Ay vida¡ ¿Por qué juegas a gato y al ratón? Todo lo que uno hace como un boomerang vuelve. El abismo abierto entre el pasado y el futuro me hace jugar a romper la piñata, !Ay vida¡ ¿Por qué te robaste la piñata? Y los sueños se apoyan en un alambre con algunas púas, y la vida es una ilusión. Tu ilusión, mi ilusión, nuestra ilusión. Caminando en la tarde descuelgo mi mirada al vacío y bostezo en el futuro de la próxima existencia que rompe la mortaja de los sueños, de tu ilusión, mi ilusión, nuestra ilusión. Nada  me impide volar, ni me impide correr, Ni me impide escapar, nada me impide realizar los sueños sólo el miedo que al concretarlos, la soledad no deje regocijarme y al final de cuenta, sólo me queda tu ilusión, mi ilusión, nuestra ilusión.
Sólo
Autor: Orlando José Biassi  1001 Lecturas
Ay, Ay, Ay, mi corazón, que se vacía y se llena, que se vacía y se llena, no sólo con sangre, sino también de amor. Ay, Ay, Ay, mi corazón, ¿cuántas mujeres curaron tus heridas? ¿cuántas mujeres aumentaron tus latidos, cincelando en tu carne sus nombres con fuego y dolor? Ay, Ay, Ay, mi corazón, viajando por el mundo de nubes etéreas                                                            te vi a contraluz, y vi en tu cuerpo latente pequeñas                                                manchas de luz, huequitos que dejaron las mujeres                                                que te dieron su amor. Ay, Ay, Ay, mi corazón, que se vacía y se llena, que se vacía y se llena, no sólo con sangre, sino también de amor. Que frío que siento cuando el viento del recuerdo soplando y soplando, insensible y seco, atraviesa por tu cuerpo, viento que sale de lo profundo de tu interior. Ay, Ay, Ay, mi corazón, por eso tiene sentido cuando de noche mi mente sueña con ella y un calorcito inunda tu interior, sintiéndote de nuevo lleno, sintiéndome de nuevo pleno de amor. Ay, Ay, Ay, mi corazón que se vacía y se llena, que se vacía y se llena, no sólo con sangre, sino también de amor.
Hola Hermano, hola Amigo, dame tu mano, quiero cruzar ríos, quiero sobrevolar los mares. Hola Hermano, hola Desconocido, quiero beber tu alma y como ofrenda darte la mía, quiero sentir tu alegría así gritamos juntos, quiero vibrar tu odio. Hola Hermano, hola Amigo, que el tiempo no sea perdido, quiero estar contigo, ser, sin penas ni olvido. Hola Hermano, hola Amigo, Hola Hermano, hola Desconocido, apuremos nuestro encuentro, antes que nuestros destinos te mantengan, para mí, eterno desconocido.
Niña y sueño, sueño y barro, barro y guano. Manitos que amasan barro y guano, un caballito, que no es de madera, pisa que pisa los sueños de barro y mierda. Niña que amasa la masa de barro para formar ladrillos que hacen casas, casas que nunca ella podrá habitar. Y con sus manitos forma una muñeca, una muñeca negra de barro y guano, y el patrón que la reta: “No pierda el tiempo niña tonta y póngase a trabajar.” Niña y sueño, sueño y barro, barro y guano. La carita sucia de barro tiene surcos de lágrimas, lágrimas como arado de miseria, que surcan y marcan líneas que el tiempo no van a borrar. En cada ladrillo que sus manitos amasan, la Niña amasa sus sueños, su educación y su vida. Niña y sueño, sueño y barro, barro y guano. Apilando ladrillos secos, haciendo la casita de muñecas que ella sueña, en sus sueños de barro y mierda, hasta que el fuego, quema  los sueños quema el barro, quema la mierda, y un humo de barro y guano, le quema los pulmones, le quema la vida. Niña y sueño, sueño y barro, barro y guano,barro, barro, barro, mierda, mierda y mierda.
Niña y sueño
Autor: Orlando José Biassi  1094 Lecturas
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Fría mesada de acero, que trasmitía el frío a tu cuerpo. Te miraba tras mis lagrimas, tu piel fría, dura, como porcelana, y mis lágrimas que me congelaban. Quería abrazarte, quería acostarme con vos, retroceder el tiempo y tenerte viva de nuevo. Mis lágrimas frías me despertaban, contemplaba tu cuerpo en la fría mesada y mis sueños de encanecer juntos, se desvanecía con cada lágrima que en tus mejillas se estrellaban. No hay cuentos de hadas,                     ni los mil besos que te dí te lograron despertar de tu sueño. Ya era hora, los del sepelio te buscaron, con mi último aliento y mis últimas lágrimas te vestí con la ropa que más te gustaba, y no me despedí, no podía, no puedo, porque tanto, tanto te deseo que no puedo y no quiero.
El cuerpo doblado sobre el inodoro, las medias caladas mojándose en el piso del baño, tu cabeza agachada casi dentro de la taza, tu vestido para amar mojado y sucio, y tu cabeza que volaba y te veía frente al espejo bella y radiante, vestida de guerra, pensaste, ¡Esta es mi noche!¡Noche para amar! Y saliste buscando en la noche, alguien que te ayudara a combatir la soledad. Fuiste de bar en bar, de mesa en mesa, y viste muchas mujeres, lindas, medianas, feas, hablaste con todas y con alguna te besaste, pero el vacío seguía por dentro como una araña. Bebiste, bailaste, fumaste, besaste, snifaste, y seguiste caminando buscando en la noche. Una arcada te volvió al baño sucio, te tratabas de acordar donde estabas, pero los recuerdos se te mezclaban, mesas de bares, pistas de bailes, baños donde te besaban, acariciaban, masturbaban, y los recuerdos giraban como torbellinos, muchas bocas, pero ningún rostro quedaba. Las medias caladas mojándose en el piso del baño, tu vestido para amar mojado y sucio, metiste la cabeza dentro de la taza y vomitaste, vomitaste lo que tomaste, comiste, lamiste, snifaste, vomitaste,  tu tristeza, tu soledad, tu angustia, tu vacio… y quisiste que todo acabara, quedarte eternamente en ese sucio lugar y que todo se apague, oscuridad, nada, vacío, no sentir nunca más… pero sentiste, una mano que te masajeó la espalda, una pregunta, ¿te sentís bien?, sacaste la cabeza de la taza una muchacha con una sonrisa de ángel, te miraba, se levantó e hizo que te levantaras, te ofreció su brazo para que caminaras, la miraste y supiste, nunca más ibas a estar sola… y te acordaste de una frase del cura Puigjané, viendo del guano de vaca crecer una planta, “hasta de la mierda crece el tomillo”
No existo en el tiempo agigantado del vacío que envuelve a la nada que hago. No existo cuando grito desesperado cubierto de lagrimas en un cielo azul frío. No existo cuando corro y corro hacia la negación y agitado me detengo sin sentido, sin respiración. Existí cuando tus piernas comprimían mi cuerpo, apretando y soltando, como latido de corazón. Existí cuando tu aliento secaba mi traspiración y tu rostro era un estrella que brillaba como el sol. Existí en cada caricia que tu mano pintaba en mi piel el retrato de nuestros cuerpos haciendo el amor.
Existí
Autor: Orlando José Biassi  902 Lecturas
Nacieron en Salta, una en cuna de plata, la otra en una cama hecha de paja, la primera se llama Elizabeth y sus padres tenían estancia, la segunda Mabel y sus padres vivían en un rancho por los cerros. El destino las unió cuando el padre de la primera, le ofreció dinero a los de la segunda para que su hija trabaje en su casa, por techo, comida y educación; así fue que Mabel fue Niña de guarda o de Compañía. Vivían prácticamente juntas, Elizabeth veía en Mabel a una amiguita de juegos que vivía con ella, en la habitación del fondo de la casa; para Mabel,  Elizabeth era la hija del patrón, aunque ésta no la entendía cuando así la llamaba. El Padre le había dado la orden: Ud. me cuida la niña que no le pase nada, le dijo cuando empezó la primaria, orden que amplió cuando empezó la secundaria: Que ningún mozo se haga el vivo y me le haga perder el virgo. Si alguno la busca Ud. la defiende o les saca Ud. las ganas. Y le empezó a dar a Mabel anticonceptivos, además para no dejarla preñada, como le decía cuando todos dormían y él se le metía en la cama. Elizabeth empezó a sospechar que algo andaba mal con su amiga, ya no jugaba como antes, ni se ponían a leer poesía bajo la sombra de los cerezos, ni se tomaban de la mano y caminaban por la plantación. Terminando el secundario, Elizabeth le encontró a Mabel un libro sobre el Che, y se lo pidió, ella le prestó ese y uno sobre los pueblos originarios en la Argentina. Era noviembre, las dos habían terminado el secundario, las dos eran amigas más allá de lo que ellas mismas creían, en una tarde bajo un manzano Mabel le contó todo sobre su padre y como ella llegó a la casa. A Elizabeth se le llenaron los ojos de lágrimas, y le dijo no te preocupes, ahora nos vamos a Córdoba a estudiar las dos, pero tu padre no quiere dijo Mabel, tu padre nos quiere separar, prepará tus ropas, que yo preparo las mías y nos vamos, le dijo. Elizabeth fue al estudio del padre, desde la calle se escucharon los gritos de ambos discutiendo. Hace dos años ya que viven en Córdoba, Mabel estudia la Licenciatura en Trabajo Social, Elizabeth Psicología; estaban las dos tomando mate, cuando Elizabeth le leyó el concepto de resiliencia, Mabel la escuchó y le dijo: o sea ¿que yo soy resiliente?  No, le dijo Elizabeth vos no, yo lo soy, ya que salí de una familia de oligarcas y explotadores y ahora sé, que la gente no vale por lo que tiene sino por lo que es y que ninguno es más que otro. Que de nada vale la igualdad de oportunidades sino hay oportunidad de igualdad, y eso lo aprendí de vos. Lo que el padre de Elizabeth no sabía es que Mabel cumplió su orden y más, ella no sólo le cuidó la virginidad, sino que la acicaló, la besó, la tomó entre sus dedos y la guardó para siempre en su corazón.

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