• luis josé
ljcb22
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  • País: Venezuela
 
I CANTO   ¿Qué rostro somos? ¿Qué dibujo maleable de la realidad, Desprendido de absolutas sombras, Y carente de hojas fugaces… Se instituye en las facciones que nos aprisionan, En la onerosa vastedad del secreto ajeno? ¿Qué rostro se nos permite ser y podar? ¿Qué carboncillo filial mancha nuestra vulnerable piel, Y nos marca desde antes y luego del pulgar ajeno? Un dedo sin mancha absorbe el lodo en lo ajeno.   Una mano sin anhelo oscurece la mejilla de lo ajeno.      Un brazo sin espada huye por la espalda a lo ajeno.         Un cuerpo sin deseo restriega cal sobre lo ajeno.            Una pierna que descansa se escurre por lo ajeno.                                                     Un pie sin destino rehúye de los ojos. Una mano. Risa lamentada.                   Un brazo. Tristeza emocionante.                                  Una pierna. Fervor insinuante.                                                    Un cuerpo. Mueca helada.                                                                       Un rostro… Rehúye en la austeridad…                                         Aunque, ¿A cuál complicidad? ¿A cuál complicidad, entre el suelo despejado de aves, Que parten al bosque de cerillos hechizados? ¿A cuál complicidad, entre las horas digeridas, Y devueltas a la identidad usurpada, Donde el precio se toma por cobrado? Si de líneas se ha dibujado en la piedra mohosa, O de presión se ha hundido su despido lustroso.   ¿Qué rostro somos?   ¿Qué proporción de la opinión astuta,   Del canino espumoso se avienta,   Al cuello acompasado de dudas expresivas,   Y de aciertos fingidos?   II CANTO   Un dedo sin mancha absorbe el lodo en lo ajeno, Que se arrastra como la sal al corroer en las miserias, La hipnosis entre los labios que ríen en cortejos.   Una mano sin anhelo oscurece la mejilla de lo ajeno. Se lastima al tocar el puente del polvo al brebaje, Que exhala la aspereza del privarse de complejos.   Un brazo sin espada huye por la espalda a lo ajeno, Cuando se abalanza en el pabellón las cuerdas, Que tensan el adusto tallo que roza a los conversos.   Un cuerpo sin deseo restriega cal sobre lo ajeno, Antes de cantar la marcha de la mejilla culpable, Luego del pestañar de las losas que cayeron.   Una pierna que descansa se escurre por lo ajeno, Y no pedirá limosna a las cejas para que mientan, Murmuren al mendigo el rostro de los forasteros.   III CANTO        ¿Qué rostro somos, Al dividir las curvas del tiempo colérico Que se aventaja en los surcos de las miradas Del hombre ajeno o de la deidad pagana?        ¿Qué rostro somos, Qué constitución pertenece a lo primitivo y exhaustivo Del pensamiento original que del mar retorna a la tierra Y de la tierra al mar; Que en la oscuridad comprime al sueño, Y de sueños compone el cristal de la aurora deforme De nuestra realidad?        ¿Qué rostro somos, Que rostro nos corresponde, Que rostro nos compone y nos descompone?        ¿Qué rostro nos divide en pensantes criaturas o en bestias ocultas, Cobardes, absurdas e inocentes o impuras?        ¿Qué rostro se nos define al nacer y ser o cosa o costura, De la especie que alcanza al orgullo de locura aceptable Entre el líder inculto, Y el lucro plausible hacia la ignorancia De quienes se arrojan a la atmósfera del rebaño?        ¿Qué rostro somos, Qué cuerpo, Qué manos y brazos, Qué pies y piernas? Mejilla y labios ¿Tierra y fango? Ojos y pestañas ¿Oro y plata? Nariz y orejas ¿Anís y menta? Donde la oruga pulula sintiendo por sus huellas.   IV CANTO   Rostro,    Clavo y retrato.    Vestigio de la pupila subjetiva.   Rostro,     Desde la prisa hasta el cansancio.     Aire de huida.   Rostro,      Fragilidad o descaro.      Prenda de ocasión fortuita Luis J. Cabré 
¿QUE ROSTRO SOMOS?
Autor: luis josé  652 Lecturas
El espacio                                                                               de la razón                                             U                                       C         R                                     S              V                                       O         A                                             L   recuerdos de un odasaP                                                                     que CE-RE-TUER                                                                                         el entendimiento para quien es capaz de                                   c4lcu4r lo concreto de la                                                                        EMOCIÓN                                                                                           sintiendo entumecer el alma para quien no es capaz de                                     concluir lo opulento de roer las piedras y arrancar                 en                  F                    R             A         G     M     E  N  T                                                                                  O                              S el cúmulo de emociones ACERTADAS   que diluyan la humildad del O.Observador al precisar el dolor                           que                                                                                                                                 ESCAPA   de los dedos que señalaron   las C,I,C,A,T,R,I,C,E,S                                         de un amor                      no obstruido en las piezas                     que PRECISAN componer                                                    M                                                  O                                              C      P                                          L              A                                      E                     S del PuLsO                                                                                                      concluido.Luis J. Cabré  
PULSO INDEFINIDO
Autor: luis josé  603 Lecturas
    Ella me observaba, era cuidadosa. Se encontraba detrás del mostrador y sus ojos algo me decían, pero no me aclaraban el porqué de su insistencia. Ambos trabajábamos en la misma zapatería y aunque yo cerraba y ella abría el local, jamás nos habíamos cruzado palabra alguna en el tiempo que tenía trabajando en aquel lugar. Era del turno de la mañana y el mío terminaba en la noche. Cuando pasaba tarjeta por la gerencia para terminar su turno, ella salía en ocasiones meditabunda junto a sus compañeras. Se despedían unas de las otras y luego volteaba su mirada, y en donde su dirección se dirigía, su destino en mis ojos encontraba. Ella sabía lo que hacía, pero me negaba admitirlo en aquel entonces. Cuando nuestras miradas se encontraban, yo me sentía ajeno y supongo que ella sentía inquietud, o solo la timidez de mi intromisión no permitía que el curso de las cosas se diera. Quién sabe. Una tarde, al entregar el turno, nos cruzamos de frente y escuché de sus labios un –disculpa…-. Era diminuto, casi insonoro. Tal vez era su pensamiento quien me hablaba y yo le escuchaba desafiando al silencio traduciendo el movimiento de sus delicados labios. Le respondí que más bien me disculpara a mí, - bueno…- dijo ella luego. Después de aquella última palabra, ausente de emoción, continuamos nuestro camino: Ella al mundo lejano, y yo a la lejanía de aquel mundo que me era vedado, una vez cruzaba la puerta del establecimiento. En ocasiones, no podía dormir pensando en ese –bueno… - y me preguntaba una y otra vez qué quiso decirme, porque quizá era solo una palabra, el comienzo de una frase, pero el resto… ¿Dónde quedaba el resto? ¿A dónde se dirigía ese silencio, esa materia oscura, invisible a mis oídos, visible para el corazón? No lograba responder mis cuestionamientos. No me alcanzaba la noche para acariciar mis dudas ni mi almohada para aconsejarme que dejara de insistir en lo que no tendría, posiblemente, importancia. Al día siguiente me encontraba yo nuevamente llegando al centro comercial, recién almorzado, ajetreado por llegar temprano y a diez minutos para las tres de la tarde, hora que entraba al trabajo; y ella estaba de nuevo afuera de la tienda despidiéndose, taciturna de sus compañeras; mirándome como de costumbre, observándome sin juzgar, y yo sin poder desviar la mirada, sin poder evitarla o más bien, sin quererlo. Sus ojos me tomaban como el jinete al equino, me dominaban. Al culminar la jornada del trabajo, salí de la zapatería muy cansado del día: muchas ventas, infinitos humores, pocas sonrisas; y allí se encontraba ella en una mesa de la feria, tomando una bebida que parecía inexistente, o quizá anulada por la etérea presencia de los cubos de hielo derretidos por el calor de aquella noche. Si sus ojos se encontraban primeramente dispuestos, como la presencia de una figurada inanimada en la entrada principal del centro comercial, en pocos segundos se detuvieron vivos e impenetrables en mi cansado semblante de un día agitado y tan obstinadamente corriente. Nos encontrábamos muy de cerca, lo suficiente como para escuchar lo que deseaban callar sus labios, lo suficiente como para respirar y sentir el aroma desgastado de un perfume sublime que ha combatido con cientos de aromas injustos y tiránicos. Ella se levantó de su silla y exhaló un suspiro, me tomó de sus manos, y temiendo ella por lo que dirían los míos, finalmente dijo: -¡Seremos padres!-. Luis J. Cabré. 
Su nombre me hiere como las espinas bajo la arena, Mis pies la profanan y sangran, Y siguen caminando sin encontrar la tregua. Me lastima como los ojos ajenos renuncian a la condena. Su nombre transpira sorpresa, Pero es indefinido el eco de su pausa.   De aquel nombre, sus consonantes  emergen con mi sangre… Con la nave del fondo del mar. En oxido y sal, con los huesos sin rostros ni piel. De mi aliento, su nombre deleita sus vocales, Temiendo desaparecer, siendo semblante de adusta pared: Agrietada y cavernosa entre las salinas costeras, Aun cuando las espinas bordan la calzada.   Donde encuentro sus letras, encuentro vacío. Encuentro su nombre sin apellido, sin piel y es peligro Y colmillo feroz e incierto. Vapor de su aliento que arde Y quema mis labios ásperos al nombrarle. Sin historia ni fotografía, audaz como el viento y las mañas, Frecuenta como el eco en el cañón: Solitario, sin grafía y con oculta identidad. Luis J. Cabré. 
SU NOMBRE
Autor: luis josé  571 Lecturas
Allí has estado detrás de la ventana… Sintiendo el frío… Derramando lágrimas, Que ocultan en la pared de tus labios, Aquellos ladrillos, Sueltos De humedad.   Allí me observas detrás del cristal… Mientras escucho un murmullo, Que supongo de tu voz… Que supones que he acariciado en tus ojos. La tarde se oculta… Y nuestras diferencias caen entre gotas. Diminutas como el reencuentro. Oscuras como el cielo venidero. Claras, Porque has terminado la frase,Suspensiva y sin esmero.   Tus dedos dejan marcas difusas… Se diluyen, Y el tiempo es excusa detrás del muro. Mi voz se reencuentra con el pasado… Cubriéndose de lustros, De melodías que dejan pétalos… Presentimientos, Que juzgan los destinos… De aquellas gotas, De aquel olvido privado.   Allí te observo desde el cristal… Y no he de escucharte ahora  Ni entre el monólogo de mi invención. He trepado las escalas entre nubes, Y acuarelas en cartón… Donde no existen rostros definidos, Besos que se extingan… En los restos divididos. Allí me observas detrás del cristal… O creo tal vez… Seas solo mi temor, Una presencia atada.   Cuando amanezca por la mañana… ¿Serás aun esa imagen de tierra… Serás aun el respirar del turpial, En la flor madura? ¿Serás el amanecer impredecible, En la violencia divina, De aquella ternura y espacio sideral… Que arde en el rozar de nuestro dolor? De nuestros cuerpos… Aun helados de lluvia, Aun impenetrables, De suturas.   Allí he estado detrás de la ventana… Sintiendo el frío… Derramando máscaras, Que ocultan en las fibras de mi piel, El polvo de la lucha perdida, Postales de nuestras caricias vanas. Luis J. Cabré   
DETRÁS DEL CRISTAL
Autor: luis josé  584 Lecturas
Las raíces recorren mis piernas Donde el árbol impaciente, Desea contar entre sus hojas secas, Los espejismos desnudos, De las promesas en su corteza Trazadas.   Sus hojas caen en mi rostro, Se funden tímidas en mi piel. Como cada beso en tu mirada, Como cada renuente recuerdo, Que del árbol herido emana.   Puedo aun juzgar Cada murmullo lejano y rebelde; El delicado transitar de tus pasos Aquellas cautelas sin firma, Por el vergel de lo improbable. Escribiendo en mí pecho, La señal de lo inequívoco.   Puedo aun confesar al alba, Que tus lágrimas, Son gotas que erosionan el muro Que nos fue agotando. Que diluyen la fina arena, Dispersa en nuestros labios, Ávidos de surcos.   Es precoz aun concluir en el abismo Que muestra el sonriente rostro, De los ríos avanzando. Mansa savia y cálida como el sabor, De esos labios Que quemaron mi piel, Y en ámbar, Conservaron sus marcas.   Ausente canto que el viento demoró. Al escuchar el orgullo efímero Y revelar la cadencia de tu vientre Arrullando mis ásperas manos. Olvidando lo innegable.   El aire de la corteza conserva un efluvio a Mudez. sus raíces me delatan. La áspera niebla, Se confunde con el fervor de la astucia. Venciendo mis dedos en la hierba, De aquel suelo húmedo, Que presintió nuestras estaciones Que hundió nuestros pies, En el tramo de las pasiones Cautas.  Luis J. Cabré 
Tu ser ha envuelto a las letras españolas… Aquel aroma fecundo de lucha, De pluma ardiente como la brasa del sol. Has dibujado en tus letras la imagen de tu alma, Como despliega el ave sus alas, Al encontrarse en el viento feroz.   Porque tu vuelo fue incesante… Aun cuando se asomara el dolor, A la puerta de tu hogar. Aun cuando el mar perdiera su color… En lo latente, De la sensibilidad de tu espíritu.   Tus horas hablaron del deber… Y tu pensamiento del porvenir, Tus manos dieron al infeliz sincera esperanza… ¡Tanta! Y a tantos, Que esas almas bajo tu amparo, No alcanzaron agradecerte en el corto tiempo, De  tu existencia terrenal. Pero la materia pertenece a la materia, Y el alma a esa virtud desconocida, Cual se ama, Y en donde jamás se halla perdida.   Poco quisiste pedir, Pensando en tus antiguas faltas… Como el hijo pródigo En su camino al padre, Pensara en lo que le deparara. Pero tanto recibiste. Por tu recia dignidad Y dulce humildad… Que no cupo en aquella ave de alto vuelo, Tanto agradecimiento y dicha, Cuando tomara finalmente, ¡En la luz! Su anhelado puesto.   Porque tu vuelo fue incesante… Y aquella alma que en tu materia floreció, El mirar atrás no le era útil, Y jamás necesidad. ¡Porque quien en lo alto se encuentra, Al horizonte alejado, A la vista mirar le cuesta. Y el quebranto de la ingratitud, Que algunos dejasen en tu ser heridas…. Templaron la dura espada, Que combatieron … Tus lejanas batallas. Luis J. 
A AMALIA DOMINGO SOLER
Autor: luis josé  530 Lecturas
Te escribo ahora antes de olvidar ... Sabes que miento,Pero seguro no estoy de mis palabras.Te escribo porque no lo has pedido ... Y ello he de destacarlo.Te escribo porque no hemos tenido un dia antes ... Porque tus besos no tuvieron palabras,Para mis labios.Porque sé que recuerdas tanto como yó.Y aun mas te escribo,Porque no hemos sabido olvidar,Sin tocar algun dolor. Te escribo porque el miedo recorre mis dedos, Y miedo tengo de mentir.Porque estas palabras estan sueltas,Como las lagrimas,Que ayer no pudieron surgir.Te escribo porque se que me escuchas,Aunque todo esté en silencio.Porque no sé como cantar mis versos,Como declamar mis llantos.Como hacer revivir la ausencia.Te escribo ahora,Porque algun día sabrás ... Y estaré alli lejos de la lluvia,Observándonos. Te escribo como aquel que conociste,y no se si atreverme a tanto.Como aquel que te ha amado y no supo expresar.Te escribo como quien una carta redacta,Desde la escuridad de una pequeña llama,Desde la cera de una vela,Quemando mis palabras.Te escribo quizá para que sea esto lo último,Porque se que aun no lo has decidido.Porque aun cuando no sepas responderme,Lo sabré al tomar tu mano.Te escribo y aqui estoy ...Y aquí estaré sin saber,Cual será la ultima palabra.Pero ten la certeza,aquella que aun no me abandonará ... De que te amo, Y aunque palabras de mis manos salgan ... Y se esparsan como polvo a orillas del mar.Jamás concluirán esta carta ...  Cuyo nombre sabes a quien pertenece.  Luis J. Cabré  
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