Los únicos guiones eran aquellos, los de la persiana. Dormir, despertar, tocarnos, se sucedían de forma tan natural que no hubo otros quiebres que los de la luz, entrando con su geometría atrapante. Ahora, en las mañanas, puedo ver por esos guiones (una dos tres veces) cuando estuviste acá (una, dos, tres veces) y la misma persiana, y casi la misma luz, y casi la misma yo. Casi, porque hoy recuerdo que me gusta escribir y espero (entre otras cosas), que los guiones también me recuerden eso (aunque ellos no tuvieron nada que ver).