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Cañadas estaba perdido en el tiempo, la superstición era la única acompañante en sus caminos solitarios, caminos solo utilizados por los comerciantes que salían del pueblo a traer suministros de la cesta básica y algunos otros menesteres relacionados con la agricultura y la endeble ganadería que sustentaba lo necesario para vivir. Aun sus calles conservaban la misma estampa colonial, sus casas representativas de bareque y tejas envejecidas y llenas de capas vegetales derivadas del descuido y el tiempo con el llamativo color con que se recubrían cada año, las callejuelas resaltaban en la meseta, aceras de piedra, carrozas tiradas por caballos, mulas dejadas en frente de las tiendas de víveres, lo típico de un pueblo, aun los lugares se buscaban no por el nombre del establecimiento sino por el nombre del dueño. Justo en medio de la meseta donde estaba fundado Cañadas se encontraba un cuadrado perfecto cada uno de sus lados media ocho metros de longitud exactos, en medio una gran roca rodeada de arbustos culantrillos y muscíneas de colores que crecían de manera espontanea a causa de la humedad que dejaba el moribundo brote de agua que provenía del inmenso pedrusco cuyo descenso era desconocido, de seguro corrían ríos subterráneos. A cada lado del cuadrado estaban posicionadas unas bancas de mármol de una forma ligeramente parabólica representaban los cuatro puntos cardinales en su espaldar tenían cincelados los nombres: Nordri, Sudri, Austri y Vestri haciendo referencia al mito nórdico de los cuatro enanos que sostenían la cúpula celestial, estos representaban el norte el sur el este y el oeste consecuentemente. En el sur estaba la iglesia exactamente posicionada al Este el cabildo y la biblioteca en el oeste se encontraba la jefatura de policía y al norte daba al campo abierto de frente a la montaña de los zafos, el fundador del pueblo era un estudioso Español llamado Ricardo Valverde que llego a América a Mediados del siglo XVIII y en un intento de poblar las altas montañas de los Andes compartió sus conocimientos astronómicos, teológicos con los aborígenes de la zona que entendían perfectamente el comportamiento de los astros y creían en la influencia de estos sobre su entorno, domino con gran fluidez el lenguaje de los indígenas y esto facilito el asentamiento sin necesidad de recurrir a medios violentos, luego de pasar algunos años de haber llegado Ricardo a Tierras aborígenes, en señal de afecto al mozo que se convirtió en su vecino y para reafirmar su acuerdo de paz, tallaron una alta roca en similitud al obelisco egipcio y por orden de Ricardo fue puesto en medio de la Plazuela donde años después nacería el misterioso manantial. 
Dicen que cuando el cielo esta mas oscuro es cuando el alba se adosa, no lo creía hasta hace poco cuando el Ángel de la Muerte, se poso justo en mi ventana. Por siempre se ha sentenciado que El era la desgracia que azota a todos por igual, demolía cuanto pudiese y salía de tu vida dejándote interfecto o en casos de suerte agónico. durante días no hizo caso de mi presencia y del hecho inminente de que lograba ver su singular figura, no instigado por la esquizofrenia u otra perturbación mental,  le conseguía ver, por que en realidad existía, solo se aquietaba allí cada noche a tocar una bombarda vieja, me intranquilizaba saber que no se iba comenzaba ya a tener desasosiego y constantes pesadillas, días después no fue el sonido del instrumento de tétricas notas lo que impedía conciliar el sueño lo que  escuchaba, era el filo de su guadaña  que desgajaba el cristal de la ventana y producía un cantinela impertinente, no percibí su voz pero dentro de sus oquedades oscuras vislumbre la precaria fosforescencia de una llama inextinguible, pequeña pero cedida en no ser abatida por aquel espíritu. La esperanza era quien intentaba brillar en medio del declive de la fortaleza humana y el despojo del alma ante el cuerpo abatido a merced de su propia mano; y antes de que se apagara sentí la necesidad de caminar hasta el borde del camino de la vida donde las llamas se mostraban abrazadoras previniendo a mis sentidos el dolor inaguantable, que sufrirían. —Detente— grito Gabriel envuelto en una llamarada blanca que descendía desde el excelso. No podía dar marcha atrás ya estando donde estoy no comprendo ni yo misma el por que de este final. Vi la cúspide de la cima inalcanzable que daba el paso a una ciudadela remota donde alcanzaría mi felicidad, no quise avanzar. No seria victima de más dolor. Por importuno que parezca mis pesos habían sido arrojados a un lado del camino de espinas y piedras afiladas, mis pies fueron calzados, la paz de la muerte acaeció mi final y por fin la presencia de aquello que amo me acogería en sus brazos.  
I Hay momentos en la existencia en el que disipas la decisión de poner punto final a algo que te entristece o te hace daño  o en mi caso un atisbo que extravió por completo la manera de percibir el mundo o la concepción que tenias sobre como vivir en el, sabes cuando llega ese momento en el preciso instante en que vez como tus días se transforman en años cargados de emociones para nada paupérrimas, alejados de ese ser que exultas idóneo, y tus años se convierten en distorsionadas labores de supervivencia sin sentido, emocionalmente extintas, desgastadas y heridas. Esa tarde me aleje cuanto pude de ti, tenia que separarme de tu instigadora presencia que avasallaba mi seso y hacia tiritar mis rodillas, camine tanto como pude a través de todo el campus, subí unos escaloncillos, eran veintinueve, los conté de una elaborada y primorosa escalera de madera que daba al segundo piso del salón de música, donde la coral de la universidad concluía sus ensayos, me refugie detrás de un piano a esperar que ellos salieran. Entre los recesos de cada clase me gustaba ir a pensar en ese lugar, era algo así como mi escondrijo íntimo, el aire electrizante que dejaban los cantantes y la injuriosa asechanza del maestro sobre cada nota que se interpretaba luego de cada ensayo era muy artístico y emanaba poesía en cada rincón del recinto. Todos se fueron excepto el jocoso profesor que analizaba el avance de las prácticas. —Te a gustado el ensayo dijo sin siquiera voltear, de seguro me había visto al entrar pensé. —No pude escucharle, aunque anteriormente si lo he hecho y no suena mal —Por que tus oídos son burdos hijo, solo percibes lo superfluo ¡cuanto daría por ser así de mediocre y no sufrir tanto por la incompetencia! Me asombre de verdad parecía desquiciado, rascaba su cabeza y no paraba de ver el reloj, pero no me disguste por lo que decía le comprendía. —Acaso desafinan agregue. —Créeme cuando te digo que todo esta mal; a mi edad y con tanta práctica ya oír una nota discordante tiene la misma similitud al oír los pensamientos de las personas  y vaya que tú los traes alborotados ¿que te aqueja amigo? —Tú hablas con la verdad, pero mis sentimientos son tan comunes como ver un búho en pleno vuelo a media noche. —ya veo, no es conveniente que reprimas tus sentimientos de esa forma, es similar a mantener una fiera en cautiverio se contempla mansa pero su alma desarrolla ira implosiva y esa implosión te puede destruir. —Soy consiente de lo que dices —Apacigua un poco tus sentimientos, con algo estimulante te gustaría ser parte de los ensayos necesito sentimientos como esos para que esto pueda fluir consecuentemente. Solo asentí con mi cabeza, y le di a entender que lo pensaría, aunque seria lo mas obvio que mi respuesta tendría que ser negativa, en medio de tanta tribulación no podría cargar con mas responsabilidades soy muy circunspecto en cuanto a la realización de actividades me caracterizo por tener el compromiso como principal principio, desde que recuerdo, se me enseño que el compromiso era la base de todo comienzo y la alegría de todo buen final. —Se que no vas a querer participar, Dijo. De nuevo el hombre colocaba en evidencia mis pensamientos con una estuosa seguridad de saber lo que decía, cruzando su mirada con la mía, puso en evidencia su rostro que proporcionaba una sensación cálida al igual que proveía  la impresión de ser un hombre dulce, claro que sus palabras eran contrarias a su apariencia eran acertadas, precisas y tajaban la realidad como una daga afilada.
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