• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
  Sólo amándote me lleno de instinto.Con tu canto yo armo paisajes,catedrales suaves,árboles que caminan hacia algún festejo,gente sin peligro;y entonces,todos los silencios mueren.Mueren cuando tu aliento baja entre los muros fríos de mi cuarto.Y no hay más soledad.Sólo el equilibrio de tus ojos celestes. G.C. 
Sólo amándote
Autor: Guillermo Capece  516 Lecturas
                                          A Leonor García Hernando, poeta argentina (1955-2001)  Delgada como un camello que unta su hocico en la nieveloca y verazcual la frase purpúrea que acompaña siempre los recovecos del instintoasíbajo unos versos con caricias agónicas,me conmueve tu fugura ausente,Leonor. Quiero quererte pero ya estás muertaaunque más viva que aquellosque miraban descascarándose sus trajes. Eras la "arboleda que divaga"(1)  el llanto que nutre lejanola leche de los árboles de higo. Quise quererte pero el tiempo obró muecas en silencio.Enterraste tu cuerpo prestamentete hundiste en la cueva sin pudoresestabas apurada por saber quién eras. Eras la princesa de aquellos tangosel ladrillo cerúleo"adiós adióssoy la que se retira sin experiencia del desastre" (1)Adiós, Leonor"no hay buenas palabras"(2)no hay palabras. Los hijos de los pájaros vuelven a otorgarnos dolores   estrellas húmedas como nosotros,la mansedumbre del pájaro muerto. G.C. Nota: (1) de " Tangos del Orfelinato. Tangos del Asesinato"         (2) de " La enagua cuelga de un clavo en la pared"  
 Abro la puerta de mi casa,pero no hay puerta;ni siquiera casa.Sí un camino de tierra,delgado,hacia la nada.Vengo a besar a mis animales del delirio.Y después seguiré huyendo.Golpeo la puerta.Grito para que me abran.Pero no hay puerta;no hay nadie , ni siquiera el viento moviendo las ramas de un árbol invisible.Se oye una canción.Sólo es el alma hueca de los desposeídos que llora.¿A dónde ir?Soy un hombre extraviado que se hace amigo de su exilio.Él conoce todos los secretos del extraño parque donde yo jugaba en ceremonias desaparecidas. Me acompañan ahora los verdores del cercano campo.Iré allí,y me entregaré liviano a algún color que  invite a mi corazón para que dance. Mi canto será para ellos.G.C. 
 Estoy sobre la tierra.Para ser hijo de sus  manos desgajadasy tragar un pan desaliñado que no se brinda fácil,he multiplicado todas mis muertes.Mis rodillas han sentido el peso de un adiós,y lágrimas de muchas cobardías.Todo el cielo desplumado,mi sueño en el sueño de la sombra.Ah, bien séque el desierto se completa cada día, que del error a la verdad hay un pequeño margen,que no hay venganza más extrema que un aborrecible suicidio.La tierra es una mujer perdida:en las márgenes más engañosas de los ríospasea sus viejos pecados capitales,atrapada por el deseo insaciable de la furia. Noche sobre la noche.Esa luz que vive a veceses más fugaz que un beso encadenado al olvido. G.C.  
 Nadie sabrá nunca cómo es el mundo de los vivos. Entre todos los infiernos el viaje a mi interior es el primero.  Vivo con la obsesión de los árboles que buscan su luz.  El que mira a través de tus ojosno es un ladrón,sino el que robó tus ojos. Habito roces,aviones que parten o no,lucesrelámpagos en mitad de una cuevaantes de convertirse en rito. "La mitad de mi corazón es tuyo",   dijiste.O de los diablos, digo,o de las sirenas terrestres. Aparece, dime de una vez. Cerraré los ojos para dejar de soñara un hombre que fue colgado de las cuerdas más infames,por sus renunciamientos. Si corres por la senda no mires atrás:la estatua de sal,el muro de sal,te esperan. G.C. 
La suave brisa me convierte en pájaro.La hora de la tarde ayuda a pensar que estoy soñando,y que cerca de mi tumba,los cazadores en duermevelacolocados alrededor del vino, cantan.Cazadores y pájaro, lo mismo.El dibujo gris de mi ventanahabla a mi memoriacomo si yo fuera un pájaro que sueña. G.C. 
Ver pasar
Autor: Guillermo Capece  370 Lecturas
 Dime si las últimas estrellas coinciden con el surco de tus manos.Si tu cuerpo maravilla aún a los habitantes más antiguos ,si tu olor fue robado en negro oficio un día en que el mundocegaba a sus silvestres criaturas.Hay un momento tangencial y breve en que escucho tu deseada voz,reconozco la impresición de un sueño siempre repetido,lejano,como una mariposa cazada en los albores de la historia.El piano suena una canción distante que parece  murmullos, quejidos, besos.Hay un niño que en su pluralidad de intencioneshabla con el agua,anda y desanda caminos,crece cuando el viento lo mutila.  Me iré de tí cuando las duras exequias de la nocheacudan a repetirme las palabras que nunca debí olvidar:a cada momento estamos partiendo. G.C.  
Dime
Autor: Guillermo Capece  690 Lecturas
 Mi sombra se pasea mirando la noche que tiembla bajo los ojos de miel de los muertos. Son bravuras extremas de ella, que, como la evolución de un trompo,definitivamente fenece. Leo en las palmas de mis manos el sabor de las nubes cuando lloran en invierno. Es un llanto mágico que se abre cuando muero, porque mis plegarias extranjerasno alcanzan al cielo, y mi corazón se enfría. Entoncesquiero destruírme pues los lagos de mis ojos se desbordan en la soledadque yo les doy, y que mi sombra aprueba.  Ella podría defenderme, pero se queda quieta, mi sombra. Una aviesa paloma construye su nido en mi boca. No lo apruebo,pero no hago nada por salvarme. Entonces, pronto, acude la muerte,tenaz, cenagosa.Yo, impávido, casi soñando,la recibo como un niño. G.C. 
 Soy inocente.Los altos cementerios de la duda,el aire viejo,el humo, el desolado puerto,han visto nacer y crecer mi inocenciacomo un callado grito que todavía aturde.Soy inocente y lo sé.¿Lo sabrán otros?¿Querrán que yo me marche desoladamente?¿Que coloque mi pie en blanca sementeracomo una estaca bien  profunda y allí me detenga? Mañana, es decir, hoy, ya,los buitres volarán sobre mi libre cabeza. Para devorar la carne impredecible pelearán entre sí.Yo sabré acompañar tanto misterioy bajaré a repetir en silenciolo que demasiado sé:soy inocente.De culpa y cargo.Inocente. G.C. 
Inocente
Autor: Guillermo Capece  401 Lecturas
 Sólo me queda una gota de sangre,una roja inquieta gota de sangre.Sólo su sabor, su bronca suave, su ronco sonido.Esa gota quiero que nadie me la quite,que su frontera termine donde mi grito alimenta las márgenes de la vida,donde la noche solitaria me convence,donde una risa, un rostro a construír definen el tiempo inmediato de la duda.Más allá el misterio no alcanza;es la voz que nunca terminamos de escuchar,la fotografía opaca de un domingo,las sillas desvencijadas junto a la mesa de enero.(El tiempo tiene el umbral de la casa paterna.Y la casa está dentro del mismo barrio de los sueños.) De pronto nos hicimos viejos,y la quietud regresa, ese renunciamiento.   G.C. 
Año Nuevo 1998
Autor: Guillermo Capece  368 Lecturas
Siempre habrá una gota de separación cuando la lluvia moje los árboles y el perdón esté tan lejos,como ese pájaro suicida que canta por sus ojos el poema y se pierde en la palabra vagabunda. Entonces, debajo de la piel, algo nos desangra, y es una manera de ir envejeciendo.La lluvia estará sola sin otro miedo que el de su propio espejismo, como una fogata de recuerdos que se consume sin saberlo.   G.C. 
Vaticinio
Autor: Guillermo Capece  351 Lecturas
Bacoúltimos días del amorsatisfecho sólo por el llantoBacome sumo a tu implacable quererdame de beber el enigma   piedra o pasto-sonidos de aquellos encuentros-para que sostenga mi díacomo en un culto secreto no me he ocupado de mísino cuando tiemblocuando sospecho que ultimanmis deseos(cansado de desear)entonces   Baco   me beboa grandes sorbos   a grandes miedosa grandes huracanes o pensamientos dibújame tu cuerpoo has de mí brebajespara aliviar verdades o supersticionesdonde el amor se abriguey crezcan racimospara tus plenas cosechas.  G-C.      
Naúfrago.Comido por el subsuelo de algún mar desconocido,cabalga, como un barco hundido en mi sangre,una ciudadcuyo nombre es la hermosa majestad del hechizo. Comprendo que todo se fue.De la manera gris de la aventurala luna y su blanco mérito partieron:tu íntima forma de alegría,una risa a menudo sombra. Y no salimos a habitar el aire.Las copas se llenaron de entristecidos labios,y tu voz quedó en un reino donde las siestas eran preanunciosde todos los escándalos. Desnudo,sabiendo que existe el desamparo al borde de tus párpados,viéndome a mí mismo transitar las calles enmarañadas de árboles y casas,como si sus puertas se hubieran cerrado al unísonoy sólo quedaran copias de lo que fueron...,desnudo y náufrago,trato de abrazar la necesidad de una bocay sus nocturnos ecos.Pero soy un cerrado lecho de arena donde convergen los reprochesy todos los recuerdos.  Cielo de medianoche: es inviernoy todo apresura mi duelo. G.C.  
Investígame la bocay verás las marcas de todos los besos no dados. Yo que tatué tus ojos en el árbol sereno que da a mi casa,y que te di a beber por gotas para que el mar durara lo que el amor,conservo para tí la nube parca y el temblante viento,y las magníficas flores que derrocharon sus ansiasal ver el flujo de tus ojos celestes. Nada.Ni el contorno de tu cuello cuando lo moja la lluviapodrá decircuánto te he amado. G.C.  
Soy el exiliado de algún sueño imposible.Los abrazosque acudieron como oficio de los dioses hoy son parcelas divididas en mi pechootiendas de pájaros para la venta o resurrección. Quítame este extraño traje de luto,ampárame,hasta borrar el mendigo que hay en mí.Ayúdame a vertir mi pequeña cosecha en una tierraque no sea minúscula,que no duela el alma.Hasta que la luz, ahora velada,me impulse a salir del pozo de silencios, me cubra para obtener nuevas razones,y pueda sostener, otra vez, tu cabeza entre mis manos.   Ahora sueña mi nombre.Dilo. G.C.  
Nuevo poema
Autor: Guillermo Capece  358 Lecturas
pero de tanto mirar tus ojosperdí los míos en tus manosde tanto acariciartesupe que mi tacto dominaba el universo de tanto amarte te perdírecuperandola aventura triste de estar soloapenas se si tu boca se abre cuando besas(prolijamenteun tigre hurga el fondo de tu gargantay te mueres muriendo  como yo,vencido.) 
La pena
Autor: Guillermo Capece  320 Lecturas
Para títengo un ratoncito blanco en mi bolsillo izquierdoguardado entre mis abrazos;y tengo también la brisaque envuelve con finura de niñoaquellas palabras que alboraban en la noche. Tengo también un firmamento. Un color de rosas me recuerda los pájaros que se recuestan cuando escriben sus cartas a las nubes. Y las nubes, como porcelanas blancas,diciendo sus secretos. Para tíla proa de un barcogira nupcialmentecuando ocurren los amoresy despiertan. Háblame con esa ternura adueñadaa las voces de los árboles.Cuéntame cómo las risas y sus ecosse amontonan en tus ojos.No importa que la lluvia cubra algunas palabras.Todo se dirá después. Pero deseo,con el infinito sosiego de la música,que no te olvides nunca de quererme. G.C.    
Deseo
Autor: Guillermo Capece  372 Lecturas
Es la tarde,y estoy ansioso al no poder encontrarteentre tanta gente que se busca.Por qué fijamos este destino que nos atadonde no sabemos si en definitiva hemos a ser uno. En silencio te amo. Inmenso y complejo mi amorbaja por las vías de un tren desorientado,y a secas muerde unos labios no habitadosque no son los tuyos.Pasa gente sin calmar mi dolor porque no te hallo;pasan vendedores de frutas, de globos, de cinturas, de malogrados días;y la esquina de pronto se abre hacia un pationunca perdonado,igual a la esquina donde te esperé y donde no estuviste.Ahora los vendedores de ilusionespasan riéndose de mi pesar,mientras yo,secretamente los maldigo.   
Desencuentro
Autor: Guillermo Capece  697 Lecturas
 I lagartotomo sol en la tardetú no me escuchas   ausente túyo sólo miro recuerdosy me anudo como boa a mi cuelloasombrándome   pidiéndome socorropero en voz baja (para que nadie me escuche)y con la fiebre fríade agosto  IIhaber tocado tu sexo hasta caérsemelas lágrimasy que en sus escalas más altasfueraalgo que ya no amaba lugares   cualquier caminomuros para que el amor no se vaya fueronbrisadas estrellas   la unión de los cuerposde los ojos de los labioscomo espaldas despidiendo instantes luego la ruptura de una ciudad a olvidarse y el desierto con su puñal infinito.  
Detrás de mi garganta un destello juega a morirse.Lo busco y es corvatura de páramo; lo mantengo entre mis dedos.A veces me sorprende porque mi llamado es su llamado,y entre los dos,imaginamos un bálsamo en la siesta.Pero lo definitivo rueda al pie de los recuerdos que todavía subsisten.A veces sobrevivo cuando imagino bañado por rocío aquello que alguna vez fue:la luz que perduraba en melancolía al enfrentarme con manifiestos, dudas, sobresaltos,que amenguaban mis labios en el azar de un beso. Si yo fuera otra vez el que recorrió las espinas y sus sombras,enmancipando los colores de la lluvia,el que viendo morirse al fuego entregó  su violenta mano a la devoración;el que existió sobre relámpagos y los apagó para la locura del amor.  Pero se acerca mi remoto mar transformado en vegetaciones inventadas por la suerte.Solamente mi asombro me conduce al inefable juego del olvido:el tiempo o la resignación, me llaman. G.C.   
Se abre el rostro de la puerta:un hombre espera al viento.Sabe, como en secreto,que en sus manos tiene una piedra rabiosa y calcinada, y que sus ojos vaciaron  todas las fuentes de la noche. Siembra su violín, mientras la intemperie cae en el olfato de los gatos.Tiene la sed lloviéndole ceniza.En el leve mediodía come polvo de sol,recorre su cansancio,y cuando es de noche, pronuncia ese nombre para siempre.  G.C.Direc.Nac.del Derecho de autor  
Tu nombre
Autor: Guillermo Capece  931 Lecturas
                                                 Entonces sentí que papá me lo cambiaba. Tres días atrás lo había buscado como loca y ahora me daba cuenta que papá lo escondía.Antes no había pensado que podía ser él, pobre. Pero ahora estaba segura de que lo hacía cuando me daba vuelta.Y yo que le echaba la culpa al nene, que se metía sin permiso en mi pieza, hurgando y hurgando.Y para peor retándolo constantemente, y lo que más me mortificaba era que le retorcía los cachetes cuando Amelis no me veía. Pero ahora estaba convencida de que papá, desde el más allá, todo lo escondía hasta hacerlo desaparecer, o, en el mejor de los casos, lo cambiaba de lugar, y luego, en el rincón más inesperado, aparecía mi pañuelo de seda o los guantes de cabritilla marrón.-Yo estoy segura- le decía a don Simón aquella tarde rodeados de gente- él se pone atrás y me roba todo... ¡pobre papá!Quisiera decir que al principio lo juzgué duramente: ¿por qué debía hacerme eso a mí? ¿Por qué no se lo hacía alguna vez a Amelis, y me dejaba dormir tranquila? Pero no: con Amelis no se metía nunca porque le tenía miedo; y con el nene tampoco porque lo veía tan chico. La única que quedaba en la casa era yo. Y cuando me di cuenta de que era él quien me cambiaba las cosas de sitio, lo llegué a odiar, pobre.Pero después de tanto hablar con don Simón y los hermanos me convencí de que él lo necesitaba, que no lo hacía por capricho, y eso me tranquilizó, y aún cuando muchas noches me interrumpía el sueño, nunca le dije nada, y lo dejaba cambiar y esconder.Claro que no podía explicar el origen de mis ojeras delante de Amelis. Seguro que no la convencía diciendo anoche estuve leyendo. Ella era muy viva. Y el nene preguntaba cosas indebidas, como por ejemplo, qué eran esos ruidos anoche. Yo debía ponerme colorada, tomaba el botellón, me servía agua, pero veía la mirada de Amelis sobre mí, y me asutaba. (Papá y yo fuimos los que en realidad sufrimos siempre con el carácter de Amelis. El nene no tanto porque era chico; pero papá, sí.) Ahora que han pasado los días pienso en las ganas que él hubiera tenido de esconderle a Amelis. Aunque sea nada más que en la alacena de la cocina, que era donde ella reinaba. Pero ella no se hubiera ablandado si le explicaba que don Simón y los hermanos decían que era una necesidad. Pobre papá. Una noche antes de navidad estuvo todo el tiempo en mi cuarto. Y lo peor era que hacía ruido.Yo estaba a oscuras sentada en el sofá, y rogaba a Santa Teresita que no hiciera ruido porque el nene podía despertarse, o Amelis entrar de improviso. Me inquieté tanto que yo misma, al buscar el rosario, tiré el vaso con agua que me ordenara don Simón. " irá a tomar agua", me había dicho. "Lo mejor es dejar que sus profundas exaltaciones armonicen con lo terreno, y colocar algunos billetes debajo del vaso para sus necesidades."Yo lo comprendí enseguida. Lo del agua era fácil; lo del dinero, más difícil, sobre todo contando con que Amelis dirigía la economía de la casa y no había plata que no pasara por sus manos.A pesar de todo yo le robé la que ella guardaba para comprar el pan esa mañana, y nadie se dio cuenta. Pero acababa de tirar el vaso con agua y papá se iba a quedar con sed. Pobre papá.Esa noche fue terrible. No se contentó con cambiar cuando creía que no me daba cuenta, sino que escondía. Iba hasta el arcón. Lo abría. Iba hasta la cómoda. Revisaba las cosas más privadas.En un momento creí que podía esconderme el diario íntimo. El primero de la adolescencia, no; el otro, el que empecé a llenar mucho más tarde, cuando Juan Carlos me dejó después de hacerme suya. Todo lo tenía escrito allí. Detalle por detalle. Desde los largos viajes que hacíamos por Copacabana, Acapulco y otros lugares lujosos, hasta cuando entrábamos a los casinos, llenos de luces y caireles; yo con esos vestidos elegantes y sedosos, largos hasta el suelo que todos los hombre me miraban. Pasando, es cierto, por el momento ... horrible, diría, en que Juan Carlos me había tomado, y yo negándome, negándome, diciéndole por favor aquí no, aquí no que puede entrar Amelis, estoy segura de que Amelis está espiando, Juan Carlos, mi Dios,no lo hagas, Amelis, Amelis espía, y el nene se va a reír de nosotros..., no la hagas Juan Carlos, amor mio.Pero Juan Carlos levantó mi falda, y yo tuve que entregarme por la fuerza.Claro. Un hombre puede aprovecharse de una mujer sola. Y siempre pensé que Amelis estaría detrás de la puerta, agarrando la mano del nene para que no se burlara.Todo esto estaba escrito en el diario, y ahora papá iba a tomarlo.Don Simón me había dicho que lo dejara hacer. A don Simón toda la congregación lo respetaba por la fuerza especial que tenía en la mirada, y él decía que era una necesidad profunda de papá. Que lo dejara hacer. Pero era demasiado íntimo. Si me lo cambiaba no me pasaría nada.Si me lo escondía, tampoco. Pero podía llevárselo. Aunque don Simón y los hermanos medecían que eso no podía ocurrir, yo tenía miedo de que lo leyera. Sobre todo esas partes tan violentas donde Juan Carlos me tiraba en la cama y me besaba como un bruto, realmente como un bruto, y yo me desesperaba porque me arrugaba la ropa y le rogaba otra vez que no lo hiciera allí, por favor que no lo hiciera, que respetara ese lecho que había sido el de mis quince años y estaba segura que Amelis nos vigilaba. Pero así y todo , él me obligaba a separar las piernas, y yo le decía que no, y él callado me besaba y todo lo otro.Todo lo otro estaba escrito en el dario que papá tomaba entre sus manos , y yo le decía por favor papá, no lo hagas, no lo hagas, si no querés enterarte de mi secreto con Juan Carlos, no papá, por favor, aquí no, te lo ruego, nos debe estar espiando Amelis, Amelis, y el loco del nene se va a reír mañana de nosotros. Cuando se lo conté a don Simón en la reunión del domingo, me volvió a decir que no me opusiera. De todas formas papá quería ayudarme. No había duda de eso.  ¿Pero cómo?"La materia es obra de los demonios", le dije a don Simón, "sólo el espíritu vale". "Dios es santo" , me contestó; "sí, Dios es santo", le respondí. Lo mejor era dejar la ventana abierta,pronunció a continuación don Simón. Pero le dije que una mujer como yo nunca deja la ventana abierta. Me tranquilizó. Me dijo que papá quería ayudarme pero yo debía ayudarlo a él, permitiéndole cambiar y esconder. "Dios siempre es santo", pronunció. Y a la noche debía dejar más dinero debajo del vaso. Si no, podía provocar el castigo celeste.Al otro día entre al cuarto de Amelis para sacarle la plata. Revisé todo, pero sólo encontré esos sucios camisones en que se envolvía de noche. Luego pensé que bien podría ocultarla en la alacena, y no me equivoqué: debajo de dos platos rotos había un fajo interesante de billetes. Los guardé hasta la noche. Cuando Amelis me llamó para cenar me hice la descompuesta. Preparé el vaso con agua; puse debajo los billetes. Pobre papá. Sobre la cómoda dejé el diario íntimo. Y me senté a esperar. A eso de las tres se oyó saltar la ventana.Tomé el rosario de la mesa de luz y empecé a temblar."¿Papá, sos vos?", pregunté."¿Sos vos?"Percibí que tomaban el fajo de billetes y me puse contenta; también sacaban el rosario de mis manos. El diario íntimo estaba sobre la cómoda. Papá no lo había agarrado esta vez. Eran los designios.Con fuerza me tiraron sobre la cama. Quise luchar pero papá era más fuerte que yo,casi tan fuerte como Juan Carlos. Fue inútil que le rogara que no lo hiciera. Pobre papá. Él se impuso, y yo tenía la certidumbre de que Amelis espiaba y el nene contaría todo a la mañana sigiente.- G.C.        
¿Sos vos, papá?
Autor: Guillermo Capece  409 Lecturas
la obscuridad de la nochenos lleva a atenuacionesde la verdad sin embargotambién dicta el curso de lo querido cómo saber quién está del otro ladobajo el signo capitalesa barranca agreste con su paja muda tal vez la visión de una rosano sea la rosasino el deseo indeleble hacia la rosa.  G.C.  
 despuéscuando mis brazos se hayan dormidoven a mí(no ceso de escribirlo)con flores rojas a turbarme el alma  trescientos sueños comotrescientos caballos derrumbados  será cierto que así es el invierno  lo que antes fue canción y bodasahora es doblez   una enorme ciudadcayéndose  te pedí tan poco(no ceso de escribirlo)recibí delirios  muroslaberintosviolentamente laberintosun color de hienapersiguiéndomeecos de la sombra de una hienala sombra de la risa de una hienapersiguiéndome  queda el recurso de llorar ahorapero qué lágrimas poner en mis ojossino las que tú trajisteal entrar al mundo  G.C.       
después
Autor: Guillermo Capece  423 Lecturas
Noche en que maullaron los célebres gatos de la victoria,noche enjaulada por el único poder de mi mano,noche en que el espacio terrestre se estira y se acomoda a la noche misma,noche en que la quietud de los árboles perecía al borde del abismo y el abismo todo era la noche;noche en que las cavernas más oscuras, temerosas, se volvieron blancas;noche en que saludé tu figura por vez postreray tu cabeza no se volvió para rescatar los sentirescaídos al fondo ciego de la noche;noche en que los pobres violaban sus cuerpos con cerrojospara no morir de hambre;sucia noche estrellada.Desde mi noche provoco los ecos, te convoco:y entonces, parado en mitad de un estupor,soy un gato filosofante,de esos agudos, elementales, pero sabios gatos silvestres,que al pie de siniestros basuralesbuscan amores, noches y comida.Soy el último maullido de un gato insolente,su espasmo de supremo goce,su celeste ojo nocturno,su vientre inmolado a la oscura Noche Bestial,entre noches eternas de basura.  
El miedo a la locura me arrastra a cometer otro delito cuando me asomo al paisaje y arde como si yo fuera el culpable.  Yo sentí el amor que ama y el que destruye, y creí que del espejo no regresaría.  La lluvia me despoja en mitad de un camino que no entiendo,pero el hueso queda exhumando la necesidad del amor.  Todo mi tren es un largo viaje como un juguete secreto:esa otra zona, ese otro ritmo que impone lo surcado en la espesura,marca la distancia que yo habito.  (Las letanías de la muerte no son la muerte misma,pero traen montañas destruyéndose, faros ajenos a pique,la iniciación glacial de un calendario.)  La imposibilidad crece cuando el tumulto nos reclama y el minotauro de la locura comienza a arder en la cabeza del ser más inocente.                                                                                                                                                                                       G.C.   
  toma esta voz apremiante que te ofrezco este asesino que bebe su embate de hielo sólo para comprender la mezquina sombra  de estar vivo                                           G.C.     
Obsesión
Autor: Guillermo Capece  979 Lecturas
Investígame la bocay verás las marcas de todos los besos no dados... Yo que tatué tus ojos en el árbol sereno que da a mi casa,y que te dí a beber por gotas para que el mar durara lo que el amor,conservo para tí la nube parca y el temblante viento,y las magníficas flores que derrochaban sus ansiasal ver el flujo de tus celestes ojos... Nada.Ni el contorno de tu cuello cuando lo moja la lluvia podrá decircuánto te quise.                                                        G.C. 
mi corazón abreva lejosme doy por muertomiro la lluvia que me siguedulce tez  amoroso cuellomundo hondamente humano nueve círculos leen nombressobre el murotarde  inútilmenterecompongo mi traje blanquecinode a poco monedas doradas se obscureceny salgo a pedir limosna entre los pobres muy quieto observola enramada luzme enmaraño en hojas de la nochesoy Juan  el sucio que me ofrece fumar   sus manos llagadas estrechan las mías(sus manos más limpias que las manos de un banquero)y también soy la cantante loca que en la plaza se aplaudey muere, tras telón, de frío. soy todosy también yo  que llevo hacia tí mi pensamiento:si volvieras como una gota de lluviacomo un palacio  o una tardecita apenas yo  alejadocreyendo que el amores un caminante que siempre regresa.                                          G.C. 
siempre regresa
Autor: Guillermo Capece  993 Lecturas
como una lluviacuyo telar manifiesto mojaresquicios del almaasí  me exculpo de mis ayeresy busco respuestas -en silencio- para saber quién soy:las voces de los seres que me han acompañadoel pasadoel presentey el juego incierto de lo veniderosiempre la antigua obsesiónde mirar los límites que se disuelven.. en letras transparentes escribo un  poemay mi tabaco cae en un platillo grishasta mañana estaré aguardando-ceremoniosamente-que la ceniza formeuna pequeña gruta donde cobijarmede estos apegos tan jugadosdecepciones más o menos embozadasque ahora son orillas de mantasgatos al carbóngolpes de frutas agrestesy un solo amora vino viejo y a caricia..Yo  desiertoreclinado hacia unos ojos distantes cuya memoria incito.                                                   G.C. 
Amigo:oficiemos nuestro último encuentro: aquí te dejo una sandalia,una sóla, la que usé hasta ahora;tres botones de mi camisa rota;un hipocampo que nada en el mar de nuestros cuerpos,y que cacé -y no por capricho- para tí; y las aceitunas bañadas en azúcar que a tí te gustaban.... Aquí te dejo recortes de mi alma....Y un poquito, sólo un poquito de mi atribulada sangrepara que vean que los desclasados, los vulnerables, los que siempre tuvimos frío,también amamos.Mi saliva plateada hará riego en tu parque verde.Creeme: la vida no es así como la vivimos; es mejor.Hay música en las calles, la gente camina y a veces encuentra una estrella,fresca, recién caída, con la que puede levantar un castillo.Pero es cierto: nosotros no pudimos.Quién se llevó todo? Los poderosos nos maldijeron?Qué angustia nos poseyó y obligó al ocaso? A las turbias decepciones?Pero ahora digo:hagamos una revolución;la Revolución de los Débiles, de los ignorados, de los desencantados, de los desposeídos.Allí estaremos entre tantos, tú y yo, en avalancha,y así sabremos que no hará falta nada, ni el fulgor conmovido del verano.                                     G.C. 
Carta
Autor: Guillermo Capece  388 Lecturas
Dulcísimo extremo de tu pieltus dedos son largos caminos hacia las cosas.Así,habituadas a maravillarlas cuando las tocas,poco a poco se adornan de día... Cuando beso tus manos las noches se vuelven espacios íntimos,llanuras imprevistas.Tus dedos están o se ocultan,albergan secretos de amantes,ignoradas ponencias de la vida,y fuertes nudillos con los que golpeaste aquella puerta que no se abrió, ¿recuerdas?.Te regalo azahares para que los toques,viejas estrellas que quisieron reencarnarse,tierra blanca para tu tacto blanco;además, ciertas preguntas que no están en mis labios,y, sobre todo, la efímera noche de mayo en que tus manos me tocaron... En el pudor de mi pobreza,la caricia que hoy evocoes sólo la inútil cacería de un horizonte en vuelo.                                            G.C.  
Palabras
Autor: Guillermo Capece  383 Lecturas
Es inútil;no me despertará la mañana ni el goce de la noche me traerá su calma:estoy hecho de trincheras, de incendiosque parecen distantes jugadas al borde del universo.Soy opaco a los guiños del sol;no conmueven mi pesada sustancia los relámpagos que braman la tormenta.Así he pasado los años.La ciudad que tanto amé quedó cercada como una barca a punto de caer:alguien se apodera de esa alondra que vuela hacia el sur,y seduce.Yo vi el amplio corredor de estrellas estampado en la distancia;me interné en la selva entreabierta a esperar el sermón a los muertos,y vi las brasas apagadas de una despedida.  Obtuve, sí, la sorpresa de mi fuga en tránsito,y el calendario de agua visitado por el tiempo. Sospecho que algún ángel brotó su sangre y me baña de olor hasta sangrarme.                                              G.C. 
Mamá,dónde está tu hijo,enredado, sordo.Como cuando era niño,me buscaban y estaba sentado al lomo de una mula,lejos.Ahora perduro entre mis propias ascuas...,soy un hombre cargado de simplezas.Mamá empieza a llover,no tuve tu amparo,y mi mula de niño se empapa,levanta la cabeza,pareciera que sonríe,pero también ella llora.Es cierto:tú estás ocupada, muy ocupadaen mecerte tus alasrotas de cuando eras una niña. Una vez conocí el mar, mamá.Ya no me acuerdo; me dijeron que era como un río,pero más profundo,no como fue tu cariñosedentario y débil,evanescente, austero, huidizo,inútil como esta lluvia que cae.Vendiste mis sueños, mamá.Me diste tu locura. Mamá,dónde está tu hijo.Una música de óboeme recorre el cuerpo;fugado yo  con mi culpame atrevo a morir.Con su garganta de piel heladaahora el silencio es el que acude.                                      G.C.   
Poema
Autor: Guillermo Capece  445 Lecturas
El pasado me ata si dibujo el contorno de tu rostro y vuelvo a él, impensadamente, para entregarme como ofrenda conmovida, en sueños flotando entre las noches..., si dibujo el contorno de tu rostro, y siento que el pasado me ata.                                G.C.   
Círculo
Autor: Guillermo Capece  410 Lecturas
pronto vendrá la noche y hace falta olvido  pequeña aguja de cristal mi amor quiso izarse en el agua  a veces un toque de seda sólo por eso pregunto a todos si el corazón duele o sus pulsos lo condenan pregunto,y dicen que sí:tiene su mirada latente y roja y triste sangrando visiones   entro en una sala vacía: es el cuerpo de un animal viviente que intuye su hallada borrasca   rondan solitarios los mastines  en ese instante la cosa sucede: en lo más inesperado en el momento más salvaje de la sed -cuando nos bebemos el rostro- mi cabeza desmontada queda colgando  entonces   el poema claudicante   se diluye.   G.C.      
Se diluye
Autor: Guillermo Capece  438 Lecturas
 por una hoja cubierto, no más,tu cuerpo de varón no fue buscado por mujer ni por el ángel caído.Porque esa tarde,  hermoso,-como la hermosura de lo primero visto-incienso para tus pies, flores suavespara tu sexo de barro,te fueron otorgados,después que dejaste una pequeña parte de tu cuerpo,para una mujer que descubrió antes que tú,que eras magnífico.                                          G.C. 
Adán
Autor: Guillermo Capece  380 Lecturas
La piel de tus ojos resbala sobre mi pecho cuando es invierno.Y en verano mis besos a tu boca acuden;pero en otoño me regalas el paisaje melancólico de la tarde,y en invierno no conocemos frío, sólo caricias nocturnas, y tu cara ríe.Y la lluvia es una espléndida cortina que nos hace correr hasta encontrar la primaveraen los ojos.Entonces esperamos la madrugada para ver los florecidos jardines en el alba. Y te das a mí con tu corazón secreto y tu alma donde las sombras fueron.No hay confusión: eres el lugar donde siempre quise estar.Nosotros no moriremos porque la tierra es nuestra, mora muy adentro.Entonces cantas una canción antes extraña, pero que ahora es clara:habla del amor de los seres que llevan una estrella en la mano,y en la otra la ofrenda que te brindocálidamente.                                                                      G.C.  
Para tu paladar de gato de angora he cazado los peces más finos,y frutos de nombres extraños hicieron fiesta en tu boca. Para tu boca preparé los besos más antiguos que se hicieron nuevos en tu arte de besar. En tus pies he calzado flores griegas que delicados enanos fabricaron con extrema dulzura. Licores libres han pasado por tu garganta en noches navideñas. Para tí los mismos enanos tradujeron los versos más hermosos de Horacio, y tú lo celebraste. Mi sexo enamoró tu sexo en largas sesiones donde tu cuerpo fulgíaentre cardúmenes en el nido de algún mar. Alguna profecía mal iluminada me avisó que te ibas a hundirentre rocas amarillas en un ascender y descender de montañas. Ahora,alas, en una tarde,me llevarán silente donde lavas tu traje de espumas infinitas.                                                                   G.C. 
Cuando a la medianochetu garganta se partía en rosascomo en un acto de fiebre,águilas abiertas decretaban mi extición.Yo, que amaba tu sexohacia las nubes,nunca pude atravesarmi perpetuo deseo endemoniado,que ya no está en el comienzo de tu patio redondo,ni en mi corazónsustraídode la bolsa más austral...Te recuerdo bebiéndote el aire,tapándote el almapara que los malos miedosno la destruyeran,acunándola como a una preciosa rama de estrellas.Pero nada se pudo, ni mis brazos, ni mi arrojo incesante,por tu forma lujuriosa de amar.Dejaste que el cielo te regara sus penas,y los barcos sus olas que partían.Forma de ver lo invisible:olorosa luz hecha de barro,días destinados a la nada;y más alláel campo abierto,y tú corriendo como un niño,en pos de ceremoniasque siempre siempreresultaban naufragios.     

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