• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
 Náufrago.Comido por el subsuelo de algún mar desconocido,cabalga como barco hundido en mi sangreuna ciudad cuyo nombre es la hermosa majestad del hechizo. Comprendo que todo se fue.De la manera gris de la aventura,la luna y su obscuro mérito partieron:tu íntima forma de muchacho, una risa a menudo sombra,los últimos dulcísimos abrazos.Y no salimos a habitar el aire.Otra vez las copas se llenaron de enmudecidos labios,y tu voz quedó en un reino donde las siestas eran preanuncios de todos los escándalos.Desnudo,sabiendo que existe el desamparo al borde de tus párpados,viéndome a mí mismo transitar las calles enmarañadas de árboles y casas,como si las puertas se hubieran cerrado al unísonoy sólo quedaran copias de lo que fueron;desnudo y náufrago trato de abrazar la necesidad de una bocay sus nocturnos ecos;el denso tembladeral que me acompañame deja también sólo,y soy un cerrado lecho de arena donde convergen las fantasías y todos los reproches. Cielo de medianoche: es invierno y todo apresura mi duelo.                                                     Guillermo Capece  
Náufrago
Autor: Guillermo Capece  461 Lecturas
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 MATERIA DE POESIAQué importan los versos que escribiré mañanaahora cierra los ojos y bésame carne de madrigaldeja que palpe ciego el filo de tus piernaspara cuando tenga que evocarte en el papelcruza entera por mi garganta profundaentrégame tus ojos voraces tus dientes asesinosquítame el alma con un susurro de brumas acariciadasy deja que salte hacia tu sangreel animal que acecha preso entre tus pechosQué importa el poema donde fluirás inmaculada al albaahora dame la húmeda certeza de que la noche es nuestray de que estamos vivosahora posa ferozmente desnudapara el madrigal donde sin falta florecerás mañana.
Eras extranjero en la tierra.Tu boca bordada por otra raza de costumbres parecidas a las alucinaciones,de iguales y posibles mentiras, de charcos como breves estrellas;porque ser de otra raza es como parir marginadamente, o resoplar la costa de los mares sin respuesta;tu bocaera la encrucijada a la que iban a recalar los fanáticos traídos por desembarcos inútiles,los animales del viento manchados por espumas polvorientas,las canciones girando por la libertad del espacio.Tu boca era yo,que sabía las leyendas del abandono y la ira,que era todas las montañas y la semilla abrazada a un lugar imaginario, que soñaba con fragmentaciones y ecos;tu boca que era yo solicitándote salar ese viejo idioma desconocido,ver tu lengua para llegar a la obscuridad de un país donde todas las depredaciones eran posibles;tu boca, yo,salíamos al encuentro de nuestra noche nataldividida por un cortejo de escombros,por una plegaria de canes, por una violenta y querida superstición.Porque si la noche es una supersticiónno hay duda de que éramos enamorados de la tierra y sus secretos,del vino fiel que se torna duro en los días de las últimas palabras.Juntos, esquilábamos ovejas hasta el amor,hasta que los días empujaron sus paredes bajo humeantes barcos migratorios. No he de decir que te amé por demasiado conocido.Tampoco diré que cuidé de tus perros errabundos cuando moría la penúltima humillación.Sí diréque busqué vestigios de metales,tripulaciones detrás de muchísimas cárceles,vergonzosos huecos en la curvatura de otros labios. Más alto que la tierra, que el único enigma a descifrar,allí estaré bordeándote los caminos, inmolándome,hasta que salgas de todas las bahíascomo negra e incuestionable crucificción,para arrastrar tu calor y abandono por el mundo.                                      Guillermo Capece  
 Conozco un puerto en las tinieblas de mayo atravesado por la absurda tarea de vengarse del mar, cuando mayo era el amante vulnerado por el aire.(Ah, yo no existí en los álamos de ningún verano, ni en las arenas que el sol mata en su verberante mediodía.)Animales exhaustos decretaban mi extinción como una sábana que se iba perdiendo palmo a palmo en lo verde de la noche.Los barcos desbordaban en la playa y hablabas del mar como de una fatalidad. Pero el puerto persistía en las paredes de mi sellado corazón,para no despertar el lugar que ahora imagina mi conciencia en una oración que comparto con el miedo.Todos mis días acosados por lo vasto y desconocido de unos ojos ante la instantánea impiedad de los recuerdos;y mis salvajes manos provocadoras de la ira que no se resuelve con el beso que al morir nos entregan.Hay una ráfaga de nombres, fechas, mandamientos, y ya no se existir sin el cielo subterráneo que me habita.Resonantes, mis pasos, acaban por perderme.                                            Guillermo Capece
El alma entera
Autor: Guillermo Capece  303 Lecturas
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                                                     I Un hombre que consuma ratasno es digno de cualquier miradapero ese hombre que consume ratasno ha sido besado nunca en la noche                                                   II Dos palomas en vuelo dispuestas a dejarun pequeño cangrejo entre los labios de un ser que amó y sigue amando.Pero los labios están tiznados casi ausentesy miran, cómo el evanescente volar de las palomashuye hacia otro fuego                                               IIIAh, la Ausencia me mata me mata este cuerpo: una pequeña avellana que riza tu pelo lloroso; cientos de águilas con sus alas maltrechas persiguen tu aliento entre las espesas tierras del mar.Yo amé tu sexo envidiado por los labios de dementes desgarradosque se juntaban en la calle para aumentar el placer de verlo como a un vaso de licor bebido a la hora de la sed infame.Sólo las águilas comprendían mi acto de desesperada lujuria,mi deseo endemoniado partido en mis carnes en penumbras.Ellas compartían conmigo como en un acto de fiebreel calor de libar el aire de tus brazos peregrinosque sólo sirvieron para trizar las penas de unos cuantos díasy poder amarnos.Ahora es vacío.Desnudo, cierro los ojos de mis ojosmuerdo otra sangre antes de que los maleficios crien escorpiones en tus hombros; canciones insolentes se expanden en mi boca;un hombre en un bar corre sobre el teclado de un piano como si huyera de sí mismo.Yo me dedico a mirar ardorosamenteel tiempo que pasa.                          Guillermo Capece                                   
Animales
Autor: Guillermo Capece  1496 Lecturas
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 escribo esto necesariamente para mí:pronto vendrá la nochey hace falta olvido pequeña aguja de cristalmi amorquiso izarse en el agua a veces un toque de sedasólo por eso pregunto a todos si el corazón dueleo sus pulsos lo condenan pregunto   y dicen que sí:su mirada amordazadasu boca ciega sangrando visiones entro en una sala vacía:es el cuerpo de un animal vivienteque intuye su hallada borrasca rondan solitarios los mastines en ese instante la cosa sucede:en lo más inesperadoen el momento más salvaje de la sed(cuando nos bebemos el rostro)mi cabeza desmontada queda colgando entonces   el poema claudicantese diluye    
escribo...
Autor: Guillermo Capece  479 Lecturas
              REPARTO DE COSA AJENA EN EL MERCADO DE LOS LADRONES Nos han dicho que el Poder Ejecutivoes el Primer Podery que el Poder Legislativo que se repartenun grupo de sinvergüenzas fraccionado en "Gobierno" y "Oposición"es el Segundo Podery que la prostituída (pero siempre Honorable)Corte Suprema de Justiciaes el Tercer Poder.La prensa y la radio y la TV de los ricosse autonombran el Cuarto Poder, y desde luegomarchan tomadas de la mano de los demás poderes.Ahora nos salen con que la juventud nuevaoleraes el Quinto Poder.Y nos aseguran que por sobre todas las cosas y todos los poderesestá el Gran Poder de Dios."Ya están todos los poderes repartidos-nos dicen a manera de conclusión-no hay ya poder para nadie másy si alguien opina lo contariopara eso está el Ejército y la Guardia Nacional".Moralejas:1) El capitalismo es un gran mercado de poderesdonde sólo comercian los ladronesy es mortal hablar del verdadero dueñodel único poder: el pueblo.2) Para que el verdadero dueño del Podertenga en sus manos lo que le perteneceno deberá tan sólo echar a los ladrones del Templo Comercialporque se reorganizarían en los alrededores:por el contrario, deberá derribarel mercado sobre la cabeza de los mercaderes.                                  Roque Dalton
 Hijo de la carencia,inmensamenteme es necesariala libertad.El tiempo escapay mi encierro duele como una borracheracometida que me toca.Los dueños del mundo cagan en las almas.Y sus torturas son enmascaradas:juegan a la muerte con sonrisas,fabulan rosas donde hay escombro,no hay ruedas que girenal canto de la verdad.Pero los dueños del poderno sabenque el mundo continuará haciendo sonar piedras ambarinas que canten como grillos y pesen como muros para contemplar una nueva realidad, donde ellos vean que están ciegos, y que cada vez, un viento loable que sopla despacio pero sostenidamente, los enmudece para siempre.                        Guillermo Capece   
Estafa
Autor: Guillermo Capece  340 Lecturas
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 Los extraviados buscan sensaciones, no su condenación. El problema de ser distinto radica en el mundo. De pronto el desvarío tortura la gran casadonde habita el silencio,y ausentes nos miramos en la cara de los otros. De este lado del muro sentimos aún más la soledad.                              Atilio Jorge Catelpoggi        
                                                                             Recuento Ya no soy el de ayer, el tiempo pasa.Mi verso se ha tornado transparente.Por las tardes me vienen de repentebruscos deseos de volver a casa.  La pasión que ensimisma y la que abrasase alejaron de mí; ahora es la mentequien disfruta, nocturna, indiferente,con los cuerpos que el día me rechaza. No deploro el amor, que me fue ajeno;sino el deseo, que redime, inviertey modifica todo lo que toca. Escrituras, pasiones y venenofaltaron a mi vida y a mi suerte.Y el roce de una manos, y una boca.         Severo Sarduy
           DE ANOTACIONES DISPERSAS Apenas somos unos condenados a plazo fijo¿y qué podemos hacer?Por eso escribimos lo profundo que se gusta despuésque las palabras dejan la imagen de su propio pensamiento.Crear es no poder soportar un dolor sin pronunciarloo poseer la verdad en uno mismo.
 Es inútil: no me despertará la mañana ni el goce de la noche me traerá su calma:estoy hecho de trincheras, de incendios tan distantes que parecenpequeñas jugadas al borde del universo.Soy opaco a los guiños de la vida; no conmueven mi pesada substancialos relámpagos que mueven la tormenta. Así he pasado los años.La ciudad que tanto amé ha quedado cercada como una barca a punto de caer:alguien se apodera de ese pájaro que rompe el sol y seduce. Yo vi el amplio corredor de estrellas estampado en la distancia,me interné en la selva entreabierta a esperar el sermón a los muertosy las brasas apagadas de las despedidas. Obtuve, sí, la sorpresa de mi fuga en tránsito, y el calendario de agua visitado por el tiempo.  Sospecho que algún ángel brotó su sangre en un sedoso camino,y me baña de color hasta sangrarme.                                          Guillermo Capece 
Digo
Autor: Guillermo Capece  311 Lecturas
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Al principio era como una luz enceguecedora. Casi algo que molestaba y maravillaba a la vez. Algo como la liberación. Después, y a medida que se iba acostumbrando, venían esos colores y sonidos esperados por él, conocidos,y eran grandes campanadas metálicas. Don. Din.No. Más fuerte: Don.Don. No todavía, mucho más fuerte: ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!Entonces, sólo entonces, Mauricio caía al fondo de un blando colchón de plumas, y las plumas lo emplumaban como si fuera una gallina, o un pavo real, o una abeja con pesados colores de plumas que se iban adhiriendo suavemente a su cuerpo blanco, casi transparente, tan transparente que Mauricio podía ver, como si estuviera dentro de un espejo maravilloso, su corazón, la vesícula, sus riñones.Y todo se emplumaba de colores diferentes; el cuerpo entero, por dentro y por fuera. Su delgada cara y sus hombros, sus testículos y sus pies, sus pulmones y su cerebro.Aquí no paraba la cosa. Sabía que ahora venía quizas uno de los momentos más felices, cuando las plumas empezaban a caer (sólo las de afuera); pero no era dulce, era más bien fiero, doloroso. Porque las plumas no se desgajaban suavemente, sino que caían tironeadas por Ángela; pero no era Ángela, sino algo que se parecía a Ángela, a su bronca, a su odio, a su dolor, o a su amor. Entonces era el primer tirón, un suave desgarramiento: tal vez de la frente, tal vez del brazo, y salían algunas plumas con el girón arrancado.Mauricio empezaba a gritar despacito, caso complacido, y entrecerraba los ojos; los entrecerraba o los cerraba, como en éxtasis, y decía palabras incomprensibles, pero sentia miedo de sentirse descarnado. Y casi era la felicidad. Porque después la operación era más fuerte. Ángela desgarraba, partía, clavaba sus uñas; Ángela-demonio utilizaba sus manos, clavaba sus uñas y sus dientes. Y las plumas volvían a caer. Pero también los girones de piel, escupidos por los hermosos dientes de la dulce Ángela. Las campanadas metálicas se hacían de seda, y los colores giraban de un violeta espeso a un rojo perfecto. Ángela-demonio presidía la ceremonia como única oficiante, sobre Mauricio acostado en el suelo, boca arriba, boca abajo.Y ahora, con toda la furia, terminaba de arrancar la piel de los testículos, y sólo quedaba piel en las palmas de las manos.Aquí Mauricio gritaba enloquecido pues veía libre sus músculos, sus tendones, y con las palmas quería acariciar a Ángela que se negaba, que permanecía impávida, de pie,oficiando y oficiando interminablemente, cubierta por ese charco rojo que a Mauricio le taladraba los ojos.Después venía la ceremonia más codiciada por Mauricio: Ángela-demonio, Ángela-mutante,se acercaba despacio como una nube francamente rosada por el encierro del sol, y comenzaba la devoración.Un músculo del antebrazo, una vena del cuello, y Mauricio gemía, y entre dolor y placer, casi decía: "Ángela, Ángela", o "me muero, me marchito, dejame, por favor".Pero sabía que Ángela era implacable. Y le gustaba que así fuera. Los gritos de Mauricio se hacían insostenibles.Por lo tanto ya se sabía que Ángela lo besaría interminablemente, hasta comerle la lengua, hasta arrastrarle el paladar, y Maricio se iba a quedar sin paladar y tal vez sin labios. Ahora venía, junto con todo el terror, ese música de Smétana que le parecía campos floridos, quietud, mansedumbre.Ángela feérica y distante, demonio fugaz y persistente, capaz de derribarlo todo con una mirada; Ángela apenas fría, con sus uñas rojas y su pelo tan azul.Y era maravilloso, casi insolente para Ángela acercarse para ver la dulce cara que tenía Mauricio en ese instante. Casi sin cara, apenas ojos verdes,apenas cejas, apenas pestañas, apenas orejas atentas a los timbales y a las cuerdas dialogando entre sí. Pero tan complacido, tan quejoso, tan niño, que a Ángela (esta vez sólo Ángela) le daban ganas de sostenerlo entre sus brazos  y cantarle la misma melodía que se escuchaba retumbar en las paredes. Y luego las paredes caían, pero suavemente, sin estrépito, y Mauricio ya sabía. Ése era el otro y definitivo momento: cuando toda la habitación se abría a la ciudad. Las cuatro paredes borradas por el viento.Ése era el mometo en que Ángela vestida de azul, subía hasta las esferas más azules, y lo poseía casi quietamente, toda Ángela, pero pelo y piel, ella sí piel.Era el mometo tangencial y breve en que Ángela lo poseía, lo anonadaba, o quizas fuera el demonio que lo poseyera; no rojo, no negro, sino circustancial y todopoderoso. O tal vez fueran ambos. Mauricio nuca recordaba con precisión esos momentos. Pero los esperaba al final de la ceremonia.Sabía que eran suyos y únicos. Sabía que podían tardar o irrumpir súbitamente, como por ejemplo en los momentos en que todavía podía besar con su lengua caliente a Ángela o al demonio, o aún después, mucho después, cuando frente al espejo fuera carnadura fresca, rítmico cimbrear de músculos y venas.Y Mauricio también sabía que el momento llegaba cuando la melodia de Smétana se tornaba hambrienta y las paredes del cuarto desaparecían. Después, todo se iba diluyendo. El color azul era celeste, luego blanco, luego sólo la luz de la bombita eléctrica. Las paredes se recomponían y volvían a sostener los cuadros de Gerónimo Bosch. Mauricio se levanta lentamente, se mira al espejo, tal vez sonría; se viste con la misma lentitud. Sabe que dentro de pocos minutos Ángela (¿Ángela?) tocará el timbre y el la besará apasionadamente.                    Guillermo Capece    (1976)
La ceremonia
Autor: Guillermo Capece  358 Lecturas
 Yo,el que duerme por tus ojos,el que recita sólo las estrofas aquellasaprendidas en remotos momentos:ese romance que tuvimos con el preciado vino azul;    yo,porque ahora estás hecho de memorias,vengo a tu sombra y digo:no lloraré;la fiesta ha terminado.Nada vale la penasi estas tan lejos y perdido,tiritando, bajo los capiteles de la nocheo en los arcos claros de la mañana.Dame la libertad.La necesito.Para construírte cercano a míbusqué la tierra más desierta.Todos los misterios del mundo son inciertoscuando tu recuerdo llama.  Como miel, maná recién caído del cielo, frutas con formas ridículaspara llegar al límite de tu corazón lujoso,pero no puedo. Quiero estar cerca de tíy a la vez lejano. Ahora una definitiva forma nos envuelve;nos sostiene el náufrago que estos versos me dicta.       Guillermo Capece
El más ausente
Autor: Guillermo Capece  1269 Lecturas
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 Reapareces como una paloma confusa,y me traes los años pasados para que estén conmigo. Nos vemos.         No nos vemos. Nos miramos en todos los frentes;dicho en otras palabras: ¿reencuentro?Sólo en el mapa de la memoria. Cómo ahora se queja se aleja mi cuerpo,se queja bajo una baranda de frío. Alguna vez, si nos encontrásemos en mitad de una habitaciónfina como un hilo,te diré cómo sucedieron las cosas.                              Guillermo Capece ,
Las cosas
Autor: Guillermo Capece  1165 Lecturas
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                                                                           El que desea pero no actúa,                                                                           engendra peste.                                                                                      William Blake                                                                                                                                                                                     ILa mitad de mi cuerpo estuvo en Marrakechmatando palomas mientras los demás miraban.Les tiraba piedras del color del pan desde mi huecoy de pobres morían, hambrientas.Yo valgo menos que una paloma;hace dos días que no como, pero no podré consumir migajasporque sé que ocultan la muerte.                                                  IISu disfraz blancocelebrado entre piedras,pude tocarlo, buscar su historia en él,inventándolo, pero al tercer díael sol en silencio fue una forma del amor.                                            IIICon él viajé hasta cerca de las dunas.Llegamos a un hammam        (baño turco)donde la lluvia y el calor nos hizo amigables.Después, sostuvimos nuestros cuerpos desnudosuno junto al otro,como antorchas que pelearan entre sí. El deseo llevó su mano a mi boca...                                                   IVNo sólo lo que amamos es lo que perdemos; el pájaro cóncavo de nuestros sueñosvuelay dibuja una estampa desconocidaen el cielo.                        Guillermo Capece                                                                                       
 descifrar nombres es otro encantamientoque olvidotal vez uno   el más recienteel más descuidadosurgecuando una flor llovizname cubre con un lazoy me entrego insinuanteal frío   a las laderas de mi cuerpoa las silenciosas memorias de mi sal. 
Masturbation
Autor: Guillermo Capece  916 Lecturas
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En la punta de la flecha ya está, invisible, el corazón del pájaro.En la hoja del remo ya está, invisible, el agua.En torno del hocico del venado ya tiemblan, invisibles, las ondas del estanque.En mis labios ya están, invisibles, tus labios.                               William Ospina Nota de G. Capece : cómo me hubiera gustado escribir estos simples y delicados versos.                                
 Nocheen que maullaron los célebres gatos de la victoria,noche enjaulada por el único poder de mi mano,noche en que el espacio celeste se estiray se acomoda a la noche misma,noche en que la quietud de los árbolesperecía al borde del abismoy el abismo todo era la noche; noche en que las cavernas más obscuras,temerosas, se volvieron blancas;noche en que saludé tu cabeza por vez postreray tu cabeza no se volvió para rescatar los silencioscaídos al fondo ciego de la noche;noche en que los pobres violaban sus cuerpos con cerrojospara no sentir el hambre;sucia noche estrellada.Desde mi noche provoco los ecos, te convoco:y entonces, parado en mitad de un estupor,soy un gran gato filosofante,de esos agudos, elementales, pero sabios gatos silvestres,que al pie de siniestros basuralesbuscan amores, noches y comida.Soy el único maullido de un magnífico gato insolente,su espasmo de supremo goce,su celeste ojo nocturno,su vientre inmolado a la purísima Noche Bestial,entre noches eternas de basura.                                   Guillermo Capece
                                    I A ratos la miseria inunda la habitación en que duermo.Cuando siento el peligro cerca de mi sangre, mi relinchose despliega como el de un caballo.La soga va partiendo mi cuello de a poco.El verdugo en su sitial como un monje irrespetuoso me llama.Tardo cinco mil años en morirme,y al final no muero.Camino lentamente con mi sueño para que no me atrapen.                                   II Muy lejos de aquel día en que la garganta empuñaba su llanto viejo,yoque soñaba con usanzas feroces,busqué caminos sobre mis últimos vestigios.La tristeza no sólo es palabra,también un enojo abandonado por el mundo.                              III Amor que fue socorro, pertenencias secretas,obscuridades decididas a permanecer intactas.Ninguno va a mirar tus ojos como si fuera demasiado mirar.Están hechos de apegos, de certezas que cortan puertaspara que pase tu rostro al olvido.             Guillermo Capece                                
Endechas
Autor: Guillermo Capece  311 Lecturas
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Suelo escuchar las débiles sensaciones de  los pájaros,los tumultuosos átomos recorriendo espacios vacíos,y el ruido de la tierra cuando se desvanece ante la ilusión                                               de una tarde cualquiera.Existo para ver lágrimas en el interior de un río ardiendo                                              en el final de unos ojos.Sólo tuve la falta del verano y la exigua sonrisa de un niño                                              invocando el hastío.Una flor nacida del silencio en alguna cosnpiración nocturna.Sí, la vida tiene dolorosos avatares:miel y miedo por mitades hasta desolarse ella misma en una miradaque yo descubro por ser el más oculto de los hombres.En la luz que me abandona cuando trazo un poema que también es pérdidacomo mi lejana sangre.Y en la soledad, ese pecado impalpable que nos hace trocar en alucinacioneslas viejas fotografías que repasamos en nuestra memoria.Lo que una vez vivió, ahora es polvo. Viento infeliz entre cenizas.                                                    Guillermo Capece                       
Desposeído
Autor: Guillermo Capece  353 Lecturas
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  los suicidas tienen las nocheshendidas en la carneasíantes de ser suicidasfueron heridossabios locosniños santosy queriendo fugarfugaron hacia el todoo la nadaa qué decir el último beso lloradoa qué decirmano extendida   secretoflecha voladora haciacircunstancias imposiblesa qué decirvolverán los suicidassi no vuelvensi reposan o nodetrás del peregrino ríoo de las amistosas coronas empapadasde llantoa qué decir si ya no regresala costumbre que tiene los suicidasde anunciar a cada hora su locuraaturde el pecho   lo deshacey a no decir nunca cuándoes el momento de la muerte:ventana abierta   o unas piedrecillastomadas de la mesa de luzy ya estáya todo pasó o comienza                       Guillermo Capece
Suicidas
Autor: Guillermo Capece  701 Lecturas
 la brisa me convierte en pájarola hora de la tarde ayuda a pensar que estoy soñandoy cerca de mi tumbaen duermevela   los cazadores colocados alrededor del vinocantan cazadores y pájaros lo mismoel dibujo gris de mi ventana habla a mi memoriacomo si yo fueraun pájaro que sueña                          Guillermo Capece 
Sin titulo II
Autor: Guillermo Capece  305 Lecturas
 de las escasas cosechas que me cubrensólo la pala de Davidtomará su tiempo yo sólo máscaras  cuando saco una salta otray otra y otrahasta que por fin   sólo huesos                             Guillermo Capece
Sin titulo
Autor: Guillermo Capece  329 Lecturas
  Fueron ojos los ojos que se entronaronpor el golpe de lo blanco de la espuma.Y me amaste como agua mansa que convoca a las plegarias,a la insondable busca del instinto. Matinales,tus trajes rumorosos vuelven a las blancas casas de Santorini.He oído tu voz,y en ella están los mástiles desaparecidos,las viejas cuevas y los trazos de gracia del viejo griego;y una noche en que míré el mar como quien se olvida                                            de sí para siempre.                                   Guillermo Capece                                   
Isla de Santorini
Autor: Guillermo Capece  364 Lecturas
 LAS TORRES TRANSMITEN ENTRE SI EL MISTERIO.ADORNADO POR LA HISTORIA UN NIÑO SALE DE LA IGLESIA, Y CORRE.SOBRE UNA COLINA, VIEJOS CASTILLOS MEDIEVALES.EN LA PLAZA DE LA CISTERNAEL NIÑO VUELVE HACIA MÍ, Y ME PREGUNTA ALGO.YO A MI VEZ LE PREGUNTO.SOBRE LAS TORRES, UN SILENCIO INACABABLE.                                 Guillermo Capece   
               Entonces sentí que papá me lo cambiaba. Tres días atrás lo había buscado como loca y ahora me daba cuenta de que papá lo escondía. Antes no había pensado de que podía ser él, pobre. Pero ahora estaba segura de que lo hacía cuando me daba vuelta.Y yo que le echaba la culpa al nene, que se metía sin mi permiso en mi pieza, hurgando y hurgando. Y para peor retándolo constantemente, y lo que más me mortificaba era que le retorcía los cachetes cuando Amelis no me veía.Pero ahora estaba convencida de que papá, desde el más allá, todo lo escondía hasta hacerlo desaparecer, o, en el mejor de los casos, lo cambiaba de lugar, y luego, en el rincón más inesperado, aparecía mi pañuelo de seda preferido o los guantes de cabritilla marrón.-Yo estoy segura- le decía a don Simón aquella tarde rodeados de gente- él se pone atrás y me roba todo... ¡pobre papá!Quisiera decir que al principio lo juzgué duramente: ¿por qué debía hacerme éso a mi? ¿Por qué no se lo hacía alguna vez a Amelis, y me dejaba dormir tranquila? Pues era sobre todo de noche que se le ocurrían esas cosas. Pero no: con Amelis no se metía nunca porque le tenía miedo; y con el nene tampoco porque lo veía tan chico. La única que quedaba en la casa era yo.Y cuando me di cuenta de que era él quien me cambiaba las cosas, lo llegué a odiar, pobre.Pero después de tanto hablar con don Simón y los hermanos me convencí de que él lo necesitaba, que no lo hacía por capricho, y eso me tranquilizó, y aún cuando muchas noches me interrumpía el sueño, nunca le dije nada, y lo dejaba cambiar y esconder.Claro que no podía explicar el origen de mis ojeras delante de Amelis. Seguro que no la convencía diciendo anoche estuve leyendo. Ella era muy viva. Y el nene a veces preguntaba cosas indebidas, como por ejemplo, qué eran esos ruidos anoche. Yo debía ponerme colorada, tomabael botellón, me servía agua,pero veía la mirada de Amelis sobre mí, y me asustaba. (Papá y yo fuimos los que en realidad sufrimos siempre con el carácter de Amelis. El nene no tanto porque era chico; pero papá, sí.)Ahora que han pasado los días pienso en las ganas que él hubiera tenido de esconderle a Amelis.Aunque fuera nada más que en la alacena de la cocina, que era donde ella reinaba.Pero ella tampoco se hubiera ablandado si yo le explicaba que don Simón y los hermanos decían que era una necesidad. Pobre papá.Una noche antes de Navidad estuvo todo el tiempo en mi cuarto. Y lo peor era que hacía ruido.Yo estaba a oscuras sentada en el sofá, y rogaba a Santa Teresita que no se oyera ningún crujido porque el nene podría despertarse, o Amelis entrar de improviso. Me inquieté tanto que yo misma, al buscar el rosario, tiré el vaso con agua que me ordenara don Simón. "Irá a tomar agua",me había dicho. "Lo mejor es dejar que sus profundas exaltaciones armonicen con lo terreno, y colocar algunos billetes debajo del vaso para sus necesidades."Yo lo comprendí enseguida. Lo del agua era fácil; lo del dinero mas difícil, sobre todo contando con que Amelis dirigía la economía de la casa y no había plata que no pasara por sus manos. A pesar de todo yo le robé la que ella guardaba para comprar el pan esa mañana, y nadie se dio cuenta. Pero acababa de tirar el vaso con agua y papá se iba a quedar con sed. Pobre papá.Esa noche fue terrible. No se contentó con cambiar cuando creía que no me daba cuenta, sino que escondía. Iba hasta el arcón. Lo abría. Iba hasta la cómoda: revisaba las cosas más privadas.En un momento creí que podría esconderme el diario íntimo. El primero de la adolescencia,no; el otro, el que empecé a llenar mucho más tarde, cuando Juan Carlos me dejó después de hacerme suya. Todo lo tenía escrito allí. Detalle por detalle. Desde los los largos viajes que hacíamos a Copacabana, a Acapulco y a otros lugares lujosos, hasta cuando entrábamos en los casinos, llenos de luces y caireles, yo con esos vestidos sedosos, largos hasta el suelo que todos los hombres me miraban. Pasando, es cierto, por el momento... horrible, diría, en que Juan Carlos me había tomado, y yo me negué, me negué, diciéndole por favor aqui no, aqui no que puede entrar Amelis, estoy segura de que Amelis está espiando, Juan Carlos, mi Dios, no lo hagas, Amelis, Amelis espía, y el nene se va a reír de nosotros..., no lo hagas Juan Carlos, amor mío.Pero Juan Carlos levantó mi falda, y yo tuve que entregarme por la fuerza.Claro. Un hombre puede aprovecharse de una mujer sola. Y siempre pensé que Amelis estaría detrás de la puerta, agarrando la mano del nene para que no se burlara.Todo eso estaba escrito en el diario, y ahora papá estaba por tomarlo.  Don Simón me había dicho que lo dejara hacer. A don Simón toda la Congregación lo respetaba por la fuerza especial que tenía en la mirada, y él decía que era una necesidad profunda de papá. Que lo dejara hacer. Pero eso era demasiado íntimo. Si me lo cambiaba no me pasaría nada. Si me lo escondía, tampoco. Pero podía llevárselo. Aunque don Simón y los hermanos me decían que eso no podía ocurrir, yo tenía miedo de que lo leyera.Sobre todo esas partes tan violentas donde Juan Carlos me tiraba en la cama y me besaba como un bruto, realmente como un bruto, y yo me desesperaba porque me arrugaba la ropa y le rogaba que no lo hiciera allí, por favor, que no lo hiciera, que respetara ese lecho que había sido el de mis quince años, y estaba segura de que Amelis nos vigilaba. Pero así y todo, él me obligaba a separar las piernas, y yo le decía que no, y él callado me besaba, y todo lo otro.Todo lo otro estaba escrito en el diario que papá tomaba en sus manos, y yo le decía por favor no papá, no lo hagas, no lo hagas si no querés enterarte de mi secreto con Juan Carlos, no papá,por favor, aquí no, te lo ruego, nos debe estar espiando Amelis, Amelis,y el loco del nene se va a reír mañana de nosotros.Cuando se lo conté a don Simón en la reunión del domingo, me volvió a decir que no me opusiera.De todas formas papá quería ayudarme. De eso no había dudas. ¿Pero cómo? "La materia es obra de los demonios", le dije a don Simón, "sólo el espiritu vale". "Dios es santo", me contestó; y me impuso las manos. "Sí, Dios es santo", le respondí. Lo mejor era dejar la ventana abierta. Pero le dije que una mujer como yo nunca deja la ventana abierta. Me tranquilizaron. Me dijeron que papá quería ayudarme, pero yo debía ayudarlo a él, permitiéndole cambiar y esconder.Dios siempre es santo. Y a la noche debería dejar más dinero debajo del vaso. Si no, podía provocar el castigo celeste.Al otro día entré al cuarto de Amelis para sacarle la plata. Revisé todo pero sólo encontré esos sucios camisones en que se envolvía de noche. Luego pensé que bien podría ocultarla en la alacena, y no me equivoqué: debajo de dos platos rotos había un fajo interesante de billetes. Los guardé hasta la noche. Cuando Amelis me llamó para cenar me hice la descompuesta. Preparé el vaso con agua. Puse debajo los billetes. Pobre papá. Sobre la cómoda dejé el diario íntimo.Y me senté a esperar. A eso de las tres se oyó saltar la ventana. Tomé el rosario de la mesa de luz y empecé a temblar. "Papá,¿sos vos?", pregunté. "¿Sos vos?" Percibí que tomaban el fajo de billetes y me puse contenta; también sacaban el rosario de mis manos. La ventana continuaba abierta. El diario íntimo estaba sobre la cómoda. Papá no lo había agarrado esta vez. Eran los designios. Con fuerza me tiraron sobre la cama. Quise luchar pero papá era más fuerte que yo, casi tan fuerte como Juan Carlos. Fue inútil que le rogara que no lo hiciera. Pobre papá. Él se impuso, y yo tenía la certidumbre de que Amelis espiaba y el nene contaría todo a la mañana siguiente.                           Guillermo Capece (1973)
¿Sos vos, papá?
Autor: Guillermo Capece  1030 Lecturas
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                                    Desde un poema de e.e.cummings (1884-1962)                                                 Investígame la boca y verás las marcasde todos los besos no dados. Yo que tatué tus ojos en grandes árboles,y que de beber te di por gotaspara que el mar durara lo que el amor,conservo para tí la nube parca y el temblante viento. Nada.Ni el contorno de tu cuello cuando lo moja la lluviapodrán decircuanto te quise.         Guillermo Capece                                                                                   
Poemita de amor
Autor: Guillermo Capece  1252 Lecturas
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  es la madrugadaalrededor   mixtura de aires tus ojos recuerdanviejos textos de sabiduría no recuerdo haber amado así me acerco y sopla el vientoun arcano suavetu voz queda rezagada frente a tu cuerpoque se ofrece y esquivaafuera   los poseedores del dolormurmuran letaníasvagos milagros en toneles de vidrio esperanla palidez que adquieren los enfermos antes de la muerte no recuerdo haber amado así desnudo palabras atadas a tu cuello(aquellas que no dijiste)cavo trincheras en mi cuerpo   ypor la tarde brota una alianza entre el vértigo y tu nombrecuando   solitario   te veo partir                             Guillermo Capece
Es la madrugada
Autor: Guillermo Capece  350 Lecturas
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  Hay instantes en que reconozco mi instinto,y vuelo sobre el tiempo, pesadillas de un demente arropándose en el miedo. Así los viajes son refugios para medir la sangre,o días en que se esparce el hastío flotando en parcelas imperfectasdel alma. Sin embargo percibo los primeros designios:esa mano hechizando al único hombre que miro su espejo,la mesa abandonada por el arrebato de la enajenación del hambre,y el cuerpo destrozado para que la victoria reconozca su propio límite. Cuando lo líquido de mi piel escapa, el pálido inventarioal que acudo en sitios como éste,me enardece,porque suena un humo triste ente los dedos,y fatigosamente lloro como repitiendo frases ajenas, sin destino ni perduración. Con los rastros de mi última sonrisa me concedo la tentación de ser otro.                              Guillermo Capece 
Tardanzas
Autor: Guillermo Capece  1049 Lecturas
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 Detrás de mi garganta un destello juega a morirse.Lo busco y es curvatura de páramo, lo mantengo entre mis dedos.A veces me sorprende porque mi llamado es su llamado,y entre los dos imaginamos un bálsamo en la siesta.Pero lo definitivo rueda la pie de los recuerdos que todavía protegen.Entonces sobrevivo cuando imagino bañado por rocío aquello que una vez fue:la luz que perdura en melancolía al enfrentarme con manifiestos, dudas, sobresaltos, que amenguan mis labios en el azar de un beso. Si yo fuera otra vez el que recorrió las espinas y sus lucesenmancipando los colores de la lluvia,el que viendo morirse al fuego entregó su violenta mano para su devoración;el que existió sobre relámpagos y los apagó para locura del amor. Pero se acerca mi remoto mar transformado en vegetaciones inventadas por la suerte.Solamente mi asombro me conduce al inefable juego del olvido:el tiempo o la resignación, me llaman.                                          Guillermo Capece            
  desata la boca de los pecesadolescente mueve tus iluminados rocespara que las cuerdascon que anudaste los ocasosadolescentesiembren el relato de tus caricias di que amaste a una espadaa un tren ociosoa una ventana abierta donde la arena castigaa una soga anudada a un grito antiquísimopor las vías ruedaun círculo que te llevaa ninguna parte el paisaje siempre es el mismo:esa cara soledad impiadosay los bellos rostros desaparecidos y aparecidosen tus sueños adolescente dí que en el planeta aguahas de mirarmis amados y últimos ojos tus largos brazos sobre el cuerpoterminan en manosque yo beso
Palabras
Autor: Guillermo Capece  523 Lecturas
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                                                                              A Beba                                                     I Ella tenía un plato de sal como una bolsa de trigo donde se buscaba. Tres veces había golpeado en la tormenta como una forma de predecir la muerte. Ella no creía en la libertad ni en los profundos designios del instinto. Cayeron entonces las caricias alquiladas en viejas kermeses de coloresdonde las visitas teñían su pelo de aire y agua consumida. Una tarde, con remordimientos vestidos de locura,cuyo definitivo corredor estaba hecho de la evasión insomne de la muerta.                                                 II A la hora en que callósiete pares de nutrias lamieron su cadáver,y una rosa mantuvo con ella una visión:el corazón del agua doliente barría para siempre las últimas preguntas.                                                              Guillermo Capece                                                     
La suicida
Autor: Guillermo Capece  998 Lecturas
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 pero de tanto mirar tus ojoshe perdido los míos en tus manos de tanto acariciartesupe que mi tacto dominaba el universo de tanto amarte te perdírecuperandola aventura triste de estar solo apenas sé si tu boca se abrecuando besas (prolijamenteun tigre hurga el fondo de tu gargantay te mueres muriendo como yovencido)                         Guillermo Capece  
Pero de tanto
Autor: Guillermo Capece  346 Lecturas
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  he perdido mi rostroen esta mesacuando el crepúsculonacía de su centroyo le pedí perdón pero la noche era audazsi el pan abarcabasu congelado límite alguien lloró una vezalguien escribió una carta ahora copio el poemapuedo empezar por mis manos (como una música la desolaciónme atrae)                      Guillermo Capece   
Cuando una mujer se peinahace el movimiento de las estrellas.Impalpables navíos surcan la luz de sus ojeras.Tierra de ayer y de hoyen su tez.  Como en un puerto:marcharmeo no marcharme.              Guillermo Capece
Como en un puerto
Autor: Guillermo Capece  301 Lecturas
  mamádónde está tu hijocomo cuando era chicome buscaban y estabasentado al lomo de una mula   lejosahora   perdido entre mis propias ascuassoy un hombre cargado de simplezasmamáempieza a llovery mi mula de niño se empapalevanta su cabezapareciera que sonríepero también ella llora una vez conocí el mar   mamáya no me acuerdome dijeron que era como un ríopero más profundorío austero como fue tu cariño sedentario y débilevanescentehuidizo como esa lluvia que caemamádónde está tu hijouna música de oboe me recorre el cuerpofugado yome atrevo a morir   ahora es el silencio el que acude.  Guillermo Capece     
Carta
Autor: Guillermo Capece  311 Lecturas
 marzo siempre es nievey el espejo retrocede hasta encontrarlos fugaces trenes que vienen desde el río los cuerpos se atan a las viejas cuerdasque saltan del pasado una y otra vez hemos cerrado los ojosal furor de las ausencias debo hallar un día   una revoluciónun cofreque contenga todas las nochesen que fuimos capaces de ser felices       Guillermo Capece
Marzo
Autor: Guillermo Capece  328 Lecturas
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  corre lo gris del díala libertad no se viveel parque suma lo infinitoa tu penay aún no te ha ocurrido nadapero todo pesaporque abandonaste tu corazónentre hojas torturadasy no quieres volverte avanza este viejo día y hoy tampoco cumpliste con tu deseo de besarlo          Guillermo Capece

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