• Flor Villagra
FlorVi
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  • País: Argentina
 
Antes de salir yo había pasado un buen rato desenredandome los pensamientos frente al espejo. Había cepillado  mis ideas con cuidado y me había hecho con ellas un peinado alto y medieval mientras vos, en el baño, te probabas cada una de tus sonrisas a ver cuál le sentaba mejor a tu atuendo.Cuando llegamos ya estaban todos ahí, bailando como posesos adentro de sus disfraces. Todos querían olvidar algo. Todos bailaban para olvidar. Había recuerdos regados por todo el lugar: en los ceniceros, debajo de las sillas, en los cestos de basura, en las esquinas de las paredes...Entonces, apareció la vida abriéndose paso como ella sabe.Salió de adentro de una papa que alguien había olvidado en la parte mas húmeda de una alacena. A la papa le habían salido tallos y hojitas. De esas hojitas salió la vida. Fue hasta el salón, abrió todas las cortinas y nos tomó una foto. Algunos desaparecieron al instante, prendidos de la pollera de la noche que se voló como un toldo en la trayectoria del tornado. El resto, quedamos dentro de la foto que no mostraba más que los restos de una fiesta muerta. Solo una cosa se movía en esa foto: vos y yo. Vos eras el vino, tenías mi forma.Yo era la copa, y me habían dejado en el borde de una mesa. Bien al borde.Tambaleando.
"La fiesta muerta"
Autor: Flor Villagra  421 Lecturas
Si si. Claro que lo vi todo.Cuando ellos llegaron, justo me estaban trayendo el cafè con leche y las medialunas. El mozo los saludó con la cabeza mientras se inclinaba sobre mi  con una actitud ceremonial que me resultó entre cómica y tierna. Tomaba los objetos de la bandeja y los apoyaba con cuidado,  y a mi me daba la sensaciòn de que el veía crucecitas  en el mantel que le decían exactamente dónde apoyar cada cosa, como si de eso dependiera mucho, como si estuviera manipulando diamantes o alguna pieza de valor arqueològico.Se sentaron delante mio, mesa de por medio. Ellos se veían de frente y yo les veía el perfil.Al principio sentí nervios porque me tuvieran tan cerca como en las primeras filas de un teatro, asi que dejé que mi atención fuera haciendo sapito por el diario, de tìtulo en tìtulo, hasta hundirse ahí por la zona de la cartelera del cine.Eran como siameses, que compartían una misma mirada. Ella sólo estaba donde estaba èl y él sólo estaba ahí donde estaba ella. Todo el resto parecía no existir. Incluso yo, ahí a pocos metros, pude haber sido una jirafa y nunca lo habrían notado.Fue a ella a quien vi hablar todo el tiempo. Con las manos en las piernas apretujando el mantel, habló sin pausas durante un rato. Yo no sè de que hablaría pero, de a poco, a él le fue cambiando la expresión. Todos los músculos de su cara parecían haberse puesto de acuerdo para ir relatando segundo a segundo, de a finas capas, el camino hacia una tristeza importante, de esas de las que uno no sabe si volverá. Mi sensación al verlos , me recordó  a esa escena de King Kong donde el simio queda atrapado en la punta del edificio recibiendo balazos  desde todas las direcciones, durante horas, debilitándose, perdiendo fuerzas de a poco. Ese hombre era como King Kong. Ella hablaba y algo viajaba desde su boca hacia él: algo que  parecía provocarle un dolor in crescendo, como la picadura de esos insectos raros de la selva.La angustia se sentía llegar en oleadas, y yo podía ver cómo se esparcía como una masa espesa por todo el lugar. Un viejito de una mesa alejada  soltó un suspiro de búfalo. "Querido, traéme la cuenta, se bueno.", dijo luego, y las palabras sonaron como el andar de un motor viejo.En los televisores , la imagen estaba rara y las luces de todo el salón se entrecortaban. A mi me empezó a doler la cabeza, y por alguna razón, el café con leché ya me sabía amargo, intomable.Ella seguía hablando y él, escuchaba mientras se agarraba de la silla con tanta fuerza, que yo lograba ver cómo se le hinchaban las venas de la mano. Hasta que de golpe, ella se detuvo, dejó dinero en la mesa y se fue dejándole una mirada compasiva ya desde la vereda. Y fue en ese momento que comenzó el caos.El hombre, petrificado en su silla, comenzó a temblar de una manera de no tardó tardo en hacer temblar todo el lugar. La tensión crecía como si todos estuviéramos dentro de una olla a presión. Las paredes empezaron a resquebrajarse, los ventiladores de techo se aflojaban y se caìan como se caen las moras.Yo logré salir porque estaba cerca de la puerta y luego ya no supe qué pasó ahi dentro. Pero si ustedes quieren publicar este testimonio, digan la verdad. Yo estuve ahí. Yo lo vi todo. Lo que escucharon los vecinos no fue la explosión de las garrafas de la cocina, como se está diciendo en los medios.Lo que se escuchó , en realidad, fue un corazón romperse. 
Por alguna razón, siempre acabo por darme cuenta cuando alguien está por pronunciarte.Si yo tuviera un pelaje como los gatos, o los antílopes, seguro se crisparía en la nuca y me nacería una cresta desesperada. Las cervicales y cada poro advertiría el peligro y todo mi cuerpo sabría que está por venir tu nombre.Por eso, cuando viene el presentimiento a pararse a mi lado como un monaguillo, yo comprendo que es tiempo de salir corriendo por mis túneles como quien corre por los palieres de un edificio en llamas hasta llegar a ese recoveco entre las costillas donde puedo hacer chillar mi alarma.Entonces, todos mis sentimientos (que ya están entrenados) se forman en fila para evacuar.Los oídos se me llenan del canto de los sapos, o de trompetas o de patios de escuela, para que ninguno de los bordes filosos de tus letras pueda tocarme.Y una vez más, yo quedo escondida debajo de la tierra como la cabeza de los avestruces, o las zanahorias, mientras tu nombre me pasa por arriba como esas tormentas de los desiertos.
"Tu nombre"
Autor: Flor Villagra  406 Lecturas

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