Al final, todo me invita al fin.Converger hacía la nada me seduce.La música ya no es el remedio de un amor inquieto.Amor genuino e infantil.Se genera la distancia, e irremediablemente es: distinta y ajena a mí.Ya no me encuentro aquí; no reconozco la imagen que me regala el espejo. Extinto; desaparezco.Yo muerto, consigo la nada, y no la consigo a ella, pero me encuentro empapado del valor y en el espacio motivador de las primeras líneas; un final que ansío. Me contemplo titubeante entre: decisión e indecisiónConsagro a la agonía.Consagro a una decisión, que me llevará al final de toda futura decisión.
¿En dónde seguimos dormidos? Vi zonas de mudos ciegos.Escuché zonas de ciegos incansablemente parlantes.Caminé en zonas de seguridad interminableestando el miedo a un metro de la muerte.A pesar de ello, confieso; -con cierta aspereza-,que estuve ajeno en el conversar;que estuve presa de las luces sofocantes;y, que estuve presa de la prisa más irónica.Lo que más me duele,es lo que me alejaba de aquel preciso instante.Pues, mi visión era simple.Estaba abrazando la nulidad.La misma que me complacía ofrecerla como si fuera una nada,la misma nada que muchas veces alimentó mis heridas más estúpidas.Mi testigo fiel...Pero, ahí está.Su revelación en ese instante me confundía.Y, presa de esto, pensaba languidamente..."profundidad es la superficie eterna".Aquello, cruzaba mi ser como un haz de luz irritante y me daba cierta dosis de alegría.Ante tal entusiasmo paradojal, abandoné tales cuestiones.Enseguida, me vi envuelto en mis párpados,pegados unos a otros por la ceguera más espantosa.Vislumbraba querubines dispersos como ejércitos en ideas flotantes,(tecnolo-fantasías de antaño).Y, de nuevo, era presa de la infinita apatía.En fin,perdido en esa nada, -y siendo objeto práctico de mis propias críticas- .De pronto, comencé a ver y pude ver y escuchar con claridad.Dejé lo difuso, y vi la rigidez de lo particular.Me vi en aquel instante.Absorto, pero encima de la oscuridad más penosa.Deseché lo obvio, y por consiguiente, amé a la fuerza.Y aún, un poco contrariado, -y, hasta medio debilucho-, me situé en el lugar. Puedo decir que traía un cuerpo lleno de grasa imbécil,y el hielo flotante; daba debilidad.Contemplé el mísero instante con una frialdad merecedora.Y en ese día, -y, muchos otros- cedí mi pequeño pedazo de aire,(mi espacio sobrantemente vital).Creo que aún hoy;nadie supo de mi y nuestros vaivenes flotantes -manifiestas rutinariamente en indecisión-;ni de la mezcolanza prohibida de todo eso al andar.Doscientos kilometros por hora. ¡Vaya! ¡Que velocidad! Pero si estoy agradecido, es porque se supiera la decisión e indecisión final.Ser el verbo a espaldas de la nulidad.Confieso que no quise darlo.Confieso que sedí, antinatura.Quizás, por cansancio de sus miradas vacías.Quizás, por la saturada revelación del hacer como tal.Impulsado por nadie. Y, aún mejor dicho; obligado a dejar beber.Dejé tal comodidad,y, así gota a gota fuí vaciando sus vasos.Llenos de una sed insaciable e impaciente.-Ahí todos advertían el privilegio- y, su vez,el martirio de la rebosante envidia al cedido.Y, claro está.Confieso que jamás me lo han dado.No se puede golpear a un invisible,menos aún, cuando es sensato evaluar o cambiar.(por la razón o la fuerza).La visión paradojal de lo nuevome llevaba a vernos como una nada.Pero una nada, que llenaba el espacio revelado,Y no, como una nada que entendía nulidad en su desprecio;presa de su moral asfixiada;presa de su confusión más apresurada. El vaivén da la gloria a el que camina en línea recta (eso dicen).Nuestros vaivenes son pocos.¿No los reconoces?pantallas, asientos, entorpecer, toques, etc.Y estos, no son catapultas.¿Qué son estos?Mas bien, son el viento que mece nuestra hamacaen donde seguimos dormidos.Y esa fue precisamente mi pregunta primordial:¿En dónde seguimos dormidos?
Seré sincero. La próxima vez que me digan: -Ya estás viejo! (Responderé muy educadamente): -Lo dudo. La dureza de mis erecciones demuestran lo contrario ;) (con guiño de ojo incluido). Fin.