Anselmo
Publicado en Apr 25, 2013
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Si Martín no fuera de esos tipos que no pueden dejar pasar una oportunidad para conocer ya sea lugares o personas, sin lugar a dudas no hubiese tomado reparo (cómo la mayoría de los automovilistas que pasan raudos por aquel lugar) en ese extraño campesino que araba la tierra de un modo especial, acompañado de un viejo buey como fiel compañero en tal ardua labor.
 
Aquella mañana iba agobiado por el calor del verano (a pesar que llevaba el aire acondicionado en su camioneta) sentía que los rayos del sol se empeñaban de modo hostigoso en abrasar su camioneta de lujo, haciendo la conducción miserable. Por eso, no pudo menos que sentir lástima por el hombre que protegido por un simple sombrero de paja, estuviera a esa hora (cuando el sol de mediodía se demuestra implacable) labrando la tierra. Por eso detuvo su vehículo a orilla de camino, y con par de latas de bebida que conservaba en un pequeño cooler, se bajó a conversar con el hombrecillo aquel.
-¿Qué tal amigo?, está fuerte el diablo (refiriéndose al sol)
- Así es, contestó el hombre.
- Se sirve una – dijo Martín- extendiéndole una de las latas de bebidas.
- Se lo voy a agradecer dijo el hombre al ver el refrigerio, acercándose a Martín.
- Me llamo Martín.
- Gracias entonces Martín.
- ¿Y usted?
- Anselmo
- Oiga, yo recorro mucha esta ruta, y nunca lo había visto por aquí.
- Llegué hace tres días.
- Y así no más…
- Así no más…
- Pero ¿esta tierra es suya?
- No que va a ser, si yo no tengo nada, además no necesito nada.
- Haber ¿pero cómo, entonces que hace aquí?
- Aprendiendo a arar.
- Y luego que va a hacer, me refiero ¿Qué va a plantar…? ¿Va a construirse una casita para dormir…? no sé ¿Va a criar animales…? ¿Qué tiene pensado?
- No sé, lo que diga el señor…
- ¿A que señor se refiere?
- Al de arriba – dijo el hombre (indicando para el cielo) acaso usted no cree en él.
- Ah en ese señor, pues si claro que creo – contestó Martín y en ese momento una nueva pregunta se le vino a la mente ¿realmente creía o contestaba sólo por buena usanza? Hacía tiempo que no se lo preguntaba.
- Oiga, y ¿Por qué llegó hasta éste lugar?
- Ah, esa es una larga historia, quizás usted no me va a creer.
- No, no cuénteme, no pondré en duda lo que usted diga. Martín, en ese momento no se percató que estaban a pleno rayo de sol y que permaneció más de dos horas escuchando a aquel hombre que le narró su historia.
- …y así no más llegué hasta acá, cuando vi el arado sobre la tierra, supe que era aquí.
- Oiga, pero éste arado se le pudo haber quedado a alguien, además estas tierras no le pertenecen, en cualquier momento puede llegar alguien y echarlo de aquí.
- Sí, puede ser, pero mientras no ocurra, yo voy a arar la tierra.
- Pero, disculpe que sea cargante, y luego ¿Qué?
- Dios dirá.
- ¿Cómo que Dios dirá?
- Así no más, así como me trajo hasta acá para aprender a arar, luego me dirá otra cosa.
- Oiga, pero usted dejó a sus hijos para venir a éste lugar, que no le pertenece ¿sólo para aprender a arar?
- Vine para acercarme al señor.
- Pero para eso pudo ir a la iglesia donde vivía, no tenía para que venir hasta acá, y menos para dedicarse a algo que usted nunca ha hecho.
- Por lo mismo, se trata de una cuestión de fe…le dije que usted no me iba a creer…
- No, noo, si le creo, lo que pasa, es que no entiendo, como usted, una persona que se desempeñaba como carpintero, que trabajaba en la construcción, deja de la noche a la mañana su trabajo, su familia, sus ahorros, y más encima se vino a pié más de cuatrocientos kilómetros, hasta éste lugar que aún no sabemos a quien pertenece, para dedicarse a arar.
- Se trata de una cuestión de fe, amigo Martín. Si no dígame ¿Cómo apareció el buey? ese buey también debe ser de alguien, y aquí está, nadie ha venido a reclamarlo. El primer día que divisé el arado en la tierra, intuí que era una señal, pero mis fuerzas no me permitieron moverlo, por eso, me quedé esperando a que algo pasara y pasó…el segundo día llegó el buey.
- Pero usted ¿Qué hizo antes? ¿Donde durmió?
- Aquí, al lado del arado.
- Pero ¿No sintió frío?
- Un poco, pero sabía que no me iba a morir así que me aguanté no más.
- Y que ha comido.
- ¿Comido? Ahora que lo pregunta nada, sólo esta bebida heladita que usted me dio no más.
- Pero, se va a morir, sino come. ¿Usted no puede estar en sus cabales? Dígame que va a comer durante el día, son (miró la hora) huy las dos de la tarde ¡Como se nos pasó el tiempo! ¿Qué va a comer, donde va a dormir? Venga conmigo, acompáñeme. Martín estaba desconcertado, no podía asimilar la historia que éste hombre le acaba de contar, y menos que no hubiese comido nada desde hace dos días y más encima trabajando a pleno rayo de sol, como si nada.
 
Esa tarde, Martín decidió abandonar su itinerario y lo llevó a un lugar donde a veces acostumbraba comer. La mujer pequeña que salió a recibirlo con un abrazo, le recriminó que hacía tiempo no pasaba…usted sabe es que siempre ando corriendo, éste trabajo a uno lo consume. Antes de comer, el hombre rezó y agradeció el plato de comida y bendijo a Martín, que respetuoso de su credo religioso, lo acompañó en la oración. No comió con desesperación como se imaginaba lo haría Martín, al contrario disfrutó del plato, como si estuviera en los mejores restaurantes del mundo. Habló del bouquet del vino, de la tibieza del pan, del sabor de la mantequilla, la delicia de la sopa, la textura de la papa y el tomate, la picardía del ají, la suavidad de la carne, como si todo se tratara de un manjar. Por primera vez, Martín apreció los platos que generalmente tragaba, e incluso pidió un postre, que fue lo que más halagó don Anselmo, tanto así que se repitieron. Cuando se retiró del lugar, eran pasadas las cuatro y media de la tarde (nunca había dedicado tanto tiempo a un almuerzo) se sentía reconfortado. Insistió antes de continuar su marcha, que al menos esa noche, se quedara a dormir en una pieza que contaba la casa de doña Victoria (para más de algún alojado de improviso), pese a que Anselmo insistía que debía volver de inmediato a sus labores. Lo dejó encargado como un niño a la mujer y se despidió, aceleradamente, como era su costumbre, pensaba al menos alcanzar a visitar un par de clientes, para no perder el día.
 
Visitó sólo a tres, pero para sorpresa suya, la venta fue más que satisfactoria, por lo que no sintió, no alcanzar a cumplir con el resto de los clientes. Lo haría mañana temprano – pensó - y se dirigió al hotel de costumbre donde lo recibieron como cliente vip que era. El baño de tina lo reconfortó, antes de acostarse reparó en la lujosa habitación, y pensó en Anselmo, se le partió el corazón pensar que él había dormido a la intemperie. Llamó a casa, habló con su mujer y los niños, a todos les llamó la atención que estuviese más contento que de costumbre y que no les contara que estaba cansado, que había visitado tantos clientes, que la ruta estaba dura y que seguramente debía continuar más al norte para recuperarse… Su hija Matilde, fue la más contenta porque primera vez que su padre escuchaba de las cosas que vivió en su jardín, sin que le digiera que cortara por que el celular sale caro. Y cuando su mujer, le pidió que cortara que el papá estaba cansado, él le dijo que la dejara que estaba contando sus cosas. La menor le contó que había aprendido que las abejitas estaban en extinción, y que la miel era rica en proteínas y que le hacía bien a los niños… después le contó lo que haría mañana, cuando terminó le dijo algo que resonó en sus oídos, “papito te amo mucho, ahora me voy a acostar”…te dejó con la mamá…Aló, está hecha una cotorra, y ¿tú? ¿Desde cuando acá les presta tanto oído…? ¿Te fue bien?  ¿Que conociste a quién?...
 
Al día siguiente, separó una fruta del desayuno y mandó a pedir un sándwich para llevar, bien suculento para el camino – fue la instrucción que le dio a la camarera. Por primera vez, no aceptó las invitaciones a almorzar que le hicieran un par de clientes, argumentando que debía visitar a un familiar enfermo. Cuando llegó a preguntar por Anselmo, doña Victoria le informó que el hombre había salido temprano al alba y que no había tomado desayuno. Martín, pensó  en lo porfiado que era Anselmo y que seguramente le habría tomado más de una hora el camino de regreso a pié. Raudamente partió en su camioneta tras él, sin antes encargarle a doña Victoria un café con leche para llevar. Ahí estaba con su buey, arando la tierra, al lado del camino se hallaban dos fardos que el buey había masticado. Veo que compró alimento para el buey, y sin embargo, se vino sin tomar desayuno de donde doña Victoria – dijo al bajarse de su vehículo, llevándole el café y el sándwich para que desayunara…no quería molestar a la señora, además que debía llegar temprano para empezar mi trabajo, ya que ayer no avancé mucho. En cuanto a los fardos, cuando llegué el animal ya estaba comiendo… (Seguramente el dueño de la bestia, se lo trajo – pensó Martín, en primera instancia, pero luego recaviló y se dijo, si hubiera sido así ¿por que entonces no se lo llevó?)
 
Veía comer a Anselmo y (a pesar de haber tomado desayuno) le dieron ganas nuevamente al verle con tanto agrado. Usted si que sabe disfrutar la comida don Anselmo, dijo sin darse cuenta. Lo que pasa mi amigo, es que la gente ha perdido el placer en estos pequeños detalles. Vive siempre contra el tiempo, corriendo de aquí para allá, como si el mundo se fuera a acabar, y mundo queda para rato, lo que se va a acabar antes sea quizás la especie humana, al ritmo de vida que lleva…Martín se vio reflejado en ese modo de vida y de pronto se acordó de lo que su hija le había comentado de las abejas. Se pusieron a conversar sobre la extinción de las mismas. Anselmo parecía ser conocedor del tema que le pusieran, le comentó que el mismo había construido panales de abejas cuando era joven para su abuelo…En eso Martín, se incorporó y fue hasta la camioneta, donde sacó dos bultos y le dijo, acá le traigo una carpa y un saco de dormir, para que duerma, mientras se construye su casita…la cara de emoción de don Anselmo era la de un niño con juguete nuevo y de no ser por su ayuda, no hubiese podido armar la carpa.
 
Cuando le dejó instalado regresó a casa. Mientras se alejaba del lugar, se dio cuenta que comenzaba a anochecer y sintió el frío del atardecer, por el retrovisor veía la carpa de su amigo y pensaba en las condiciones que ahora vivía el pobre hombre, y pensó si él podría hacer algo así. Estaba acostumbrado a las comodidades, comodidades que ahora estaba viendo recién, cómo si despertara de un gran sueño, mientras aceleraba su poderosa camioneta, contemplaba el camino, ese mismo que Anselmo había hecho a pié, y pensó en el cansancio que aquello significaba. Luego en casa, y antes de irse a la cama, luego de cerrar la puerta y sentir la calefacción de su hogar, seguía pensando en Anselmo y en la soledad que éste se encontraba. ¿Por qué este hombre insistía en pasar esas penurias? ¿Qué espera encontrar? ¿Qué buscaba demostrar con todo esto?
 
La compañía de su mujer en la cama, le produjo un bienestar tan reconfortante que había olvidado. De hecho siempre llegaba más tarde, y debía deslizarse suavemente bajo las sábanas para no despertarla. Ahora ella le esperaba, y estaba contenta entre sus brazos que la contenían, se besaron con ternura y se quedaron dormidos. Al amanecer, no salió tan temprano como de costumbre, aprovechó de tomar desayuno con sus hijos. Antes llamó a doña Victoria, encargándole que le hiciera llegar a través de algún modo alimento para Anselmo y que lo cargara a su cuenta. Fue a dejar a sus hijos al colegio y pensó en los hijos de Anselmo, que acudían a pie a sus escuelas (aún con lluvia).
 
Tuvo que pasar más de una semana, para que Martín, volviera a pasar por la ruta de Anselmo. Desde que se topó con él, no hacía más que hacer comparaciones con su vida, le veía en todas las cosas que hacía, y eso hizo que se olvidara de las metas, y sin darse cuenta le dedicaba más tiempo a sus clientes, veía en todos ellos un nuevo Anselmo, eso le trajo un aumento en sus ventas, que él no logró darse cuenta, sino hasta fin de mes.
 
La figura de Anselmo y su buey eran inconfundibles en el páramo aquel, donde apenas crecía vegetación, por eso no podía entender por qué había elegido ese lugar, habiendo tantos otros mejores, no muy lejos de ahí.
 
Hola Anselmo, le saludo, como va la cosa le preguntó, y entonces reparó que había construido una pequeña ruca al oeste del terreno. Veo, que las cosas van mejorando, ¿Y que piensas sembrar?
-Nada.
- ¿Cómo que nada? Y entonces para que estás arando toda esta tierra.
- Para aprender a arar.
- Pero, si eso salta a la vista que ya lo aprendiste, mira toda la tierra que has removido, deben ser por lo menos un par de hectáreas ¿Qué más tienes que arar para aprender?
- Cuando sea el momento, podré contestarte dijo sin dejar de mover tierra.
- Oye pero no te puedes pasar la vida sólo arando, debes sembrar para cosechar.
- Todavía no logro sentir la tierra, no me conecto con ella a pesar de mis esfuerzos por hacerlo, en cambio ya puedo sentir a Miguel, como he bautizado a éste viejo buey, él me avisa con un resoplido cuando está cansado, o tiene hambre o sed, he aprendido de él, puedo sentirle y eso me hace bien y soy feliz.
- Bueno, te felicito Anselmo, pero amigo, no puedes pasarte la vida arando, ¿De qué vas a vivir?
- Ya te contesté antes, Martín, es una cuestión de fe, lo que me mueve. El señor me puso esta prueba y estoy aquí para aprender sólo a arar.
- Oye yo también creo en Dios, pero no por eso, voy a desperdiciar mi vida arando sólo la tierra. Tengo familia como tú, debo hacer algo por ellos.
- Yo también lo hago, Martín, sólo que de otro modo.
- ¡Haber hombre! ¿De que modo me hablas, si te veo que acá no tienes nada?
- Precisamente tenía que venir acá, donde en la nada puedo encontrar el todo. Allá donde está todo como tú dices, no podía verlo. Acá le siento por primera vez. He sentido el frío de la noche y el rocío de la madrugada, he estado en la más absoluta oscuridad de la noche y no he sentido miedo alguno, he vuelto a contemplar las estrellas como cuando era niño, he podido ver como la luna baña con su manto platinado el paisaje en esta soledad y lo mágico que puede parecer, me he olvidado del tiempo, y sobretodo, me reencontrado con el silencio, que es la voz del alma. Sólo en silencio, puedes escuchar tu voz interior, amigo. Dijo esto con tanta profundidad que Martín sólo atinó a callar.
 
En ese momento, una joven mujer detenía su auto y bajaba con víveres para Anselmo. Le saludó con un beso como si fueran grandes amigos y le dejó las cosas. Saludo también a Martín, y se despidió de ambos. Oye, veo que ya tienes nuevos amigos ¿Quién es ella? – preguntó con picardía.
-Alguien que como tú, un día se detuvo, conversamos y desde entonces viene y me trae alimentos o cosas. Ven acompáñame dijo Anselmo, dirigiéndose con las cosas a la pequeña ruca que estaba erigida metros más allá, al lado de la carpa donde dormía.
 
Al llegar, Martín comprobó con asombro que tenía muchos víveres para asegurar su estadía. Había latas con productos en conserva, otros cuidadosamente enfrascados, frutas y vegetales, y algunos utensilios para cocinar, junto con una cocinilla a gas (que todavía no ocupaba a falta de balón).
 
-Desde tu visita, no falta quien se detiene a diario a conversar, y nadie puede creer lo que les digo, conversamos, no pensé que a la gente le hiciera tanta falta conversar, yo les escucho y me retribuyen trayéndome cosas, como puedes darte cuenta, no he pasado ni un día hambre. Por eso le mandé a decir a la señora Victoria que dejara de mandarme cosas en tu nombre, ya que ves que no es por ser malagradecido, pero no me hace falta.
 
Martín, se retiró algo confundido, y apenado. Quería que Anselmo fuera sólo su amigo, ahora lo compartía con varias otras personas, de algún modo no dejaba de sentir ese sentimiento de pertenencia que estaba acostumbrado, solía referirse a todo con un mi, mi auto, mi casa, mi mujer, ahora no podía decir mi amigo, Anselmo era amigo de muchos y eso le producía algo de malestar. Aquel día, luego de efectuar la ruta, decidió no quedarse a alojar en el hotel, y cómo la carpa de su amigo era pequeña, decidió acompañarle y durmió en la camioneta. De algún modo quería descubrir esas cosas que él mencionara en la mañana. Hicieron una fogata, y se abrigaron con unas mantas que le convidó Anselmo (cuyo origen no quiso preguntar), compartieron café y pan con queso y le pareció el mejor alimento al lado de las brazas. Contempló la noche estrelladas y hablaron de las constelaciones, de las galaxias, Anselmo no dejaba de sorprenderlo, no podía entender como éste simple carpintero supiera tantas cosas. Ha sido producto de la contemplación, desde niño me gustaba mirar las estrellas. ¿Sabías que Einstein decía que podíamos estar mirando la luz que viajaba en el tiempo de una estrella que se apagó hace cientos de años? increíble ¿no es verdad?, bueno, como te contaba primero me enseñó mi abuelo y luego mi padre, y más tarde mi hijo mayor, ya que yo nunca fui al colegio.
 
-¿Crees Anselmo, que de no ser por ese sueño que me contaste, estarías aquí?
- Si no hubiese sido el sueño, hubiera sido otra señal, pero definitivamente estaría aquí.
- Martín, guardó silencio. Y entonces, se dio cuenta que de no ser por Anselmo, él tampoco estaría ahí, contemplando una noche estrella.
- ¿Escuchas? – le preguntó Anselmo.
- ¿No, qué es lo que debo escuchar?
- El silencio, escucha el silencio y cerró los ojos, como si se concentrara para hacerlo.
- El también los cerró, para escucharlo. Sintió la majestuosidad del silencio en la paz nocturna, y entendió la dicha. Respiró profundamente, siguió con los ojos cerrados y se dejó llevar por el silencio nocturno. De pronto, en la tranquilidad de las sombras, sintió la brisa que acariciaba sus mejillas, sintió el calor del fuego, y la soledad, esa que tanto le asustara desde niño y que motivó a que siempre tratara de estar acompañado. Entendía que ese carácter jovial que lo caracterizaba, lejos de ser una cualidad, obedecía a su temor por quedarse a solas. A pesar de que tenía los ojos cerrados, le bastaba saber que Anselmo estaba ahí, para no sentirse solo. Imágenes de su vida pasada, pestañaban en su mente, como una vieja máquina de diapositivas, que se prendió en su memoria, trayendo los recuerdos de su infancia, luego de la adolescencia y su etapa como hombre, se vio con sus padres que ahora no estaban en este mundo y no pudo dejar de sentir nostalgia y pesar porque hace años que no los visitaba en el cementerio. El calor del fuego que se apagaba, comenzó a descender y sus piernas reclamaban ante el frío de la noche. Subió a la camioneta, se acomodó, encendió la calefacción, y agradeció la noche estrellada que lo acompañaba.
 
Al amanecer. Anselmo y el buey hacían ya su tarea. Decidió ir por el desayuno donde doña Victoria, ya que Anselmo no contaba con las comodidades mínimas para hacerlo. Al regreso, se encontró con una adolescente que abrazaba a Anselmo de un modo demasiado cariñoso, que llegó incluso a molestarle. Luego la joven tomó su bolso y fue a acomodarse a la carpa.
- ¿Visitas?
- Algo así. Está embarazada, huyó de su casa. Me pidió pasar la noche.
- Pero, Anselmo puedes meterte en un lío.
- El señor me la mandó para cuidarla, y eso haré, la cuidaré.
- ¿Pero si apenas alcanzas a cuidarte tú?
- Si yo y el buey, hemos sobrevivido ¿no crees que podré cuidar de ella?
- Pero esa niña está embarazada, acá hace mucho frío, ¿y tú donde vas a dormir?
- Haré fuego, y me acomodaré con unas mantas en un rincón de la ruca, sobre unos sacos de papas que me trajeron en la mañana. No te preocupes, no nos faltará nada.
 
Martín, volvió a su casa, algo alterado por la decisión de Anselmo. Y mientras conducía, hablaba en voz alta “…puedo entender que él éste buscando encontrarse con Dios en ese lugar inhóspito, pero de ahí ahora a dejar que lo acompañe esa adolescente embarazada, ¿Qué pretende? ¿Hacer un harem con adolescentes que huyen de sus casas? ¿Cómo no piensa en los riesgos que ello involucra? Hasta lo podrían acusar de abuso de la menor. Ay amigo, no puedo estar muy de acuerdo con tú decisión…”
 
Martín, fue obligado a cubrir una nueva ruta, a causa del despido de uno de los vendedores y pasaron más de tres meses, antes de que volviera a tener que pasar por el terreno de Anselmo. En esos meses, había vuelto a ser el de antes, primero se molestó porque lo cambiaron de ruta sin siquiera consultarle sobretodo a él, uno de los vendedores estrellas que tenía la empresa. A su regreso hablaría con el gerente, se sentía pasado a llevar, llegó incluso a sopesar la idea de renunciar. Sin embargo, al ver que ésta era mucho más rentable que la que él hacía, dedicó más horas en llenarse los bolsillos, se dio cuenta de eso, sólo cuando su hija Matilde quiso contarle algo del colegio y él contestó con la constante respuesta “hijita, papá está muy cansado…” y se quedó dormido sobre la cama. El frío le despertó y entonces se acordó de Anselmo y la adolescente, prendió la calefacción del hotel y se entristeció por que de ahí, no tenía vista de la noche.
 
Por eso, mientras conducía de madrugada en dirección a encontrarse nuevamente con su amigo, contemplaba el paisaje desértico y poco amistoso que tantas otras madrugadas había contemplado, y por primera vez lo halló maravilloso, esas tierras amarillas le parecían ahora bellas, esa soledad del paisaje le parecía majestuosa y ese silencio magnánimo. Cuando se estacionó, comprobó que tras la ruca, había una mediagua recién levantada, y que a pesar de todo éste tiempo Anselmo seguía arando la tierra. Le tocó la bocina a la distancia y su amigo le saludó con su sombrero de paja. Tuvo que esperarle un  rato largo, pues el terreno arado había aumentado todo éste tiempo. Pensó en como se las arreglaba Anselmo, para sobrevivir y en eso al mirar con más detención, comprobó que había construido un gallinero, y que un cerdo y gallinas andaban suelto, aparte de un perro que le ladraba a la distancia.
 
-Cuando estuvo cerca, dijo – no me digas nada, supongo que todos estos animales, sólo llegaron.
- Anselmo le miró como queriendo decir – ¿Quieres que te conteste?
- ¡Olvídalo!
- Ven a conocer al bebé, nació hace dos días. La casa por dentro se componía de un dormitorio donde se encontraba la cama de la menor y la cuna del recién nacido, un comedor y la cocina. Anselmo dormía en la carpa. La joven madre se encontraba dando pecho, y se le veía contenta, como también lo estaba Anselmo, hasta podía decirse que estaba feliz como si la guagua fuera suya. Martín, no pudo aguantarse y le preguntó. ¿Te decidiste a sembrar?
- Sí.
- Y que sembraste.
- Nada
- ¿Cómo que nada? Si me acabas de decir que te decidiste a sembrar.
- Efectivamente, pero no se trata de ese tipo de siembra. Estoy sembrando la paciencia.
- Pero hombre, me estás tomando el pelo, la paciencia no se siembra.
- Ven amigo, dijo- Acompáñame al campo. Tomó un puñado de tierra y se lo pasó. Tócala. La sientes, es tierra seca, sin vida, no sacaría nada con sembrar. Debo arar, y arar, para que la tierra se vaya renovando, vaya perdiendo la dureza, vaya aceptando la idea de que puede convertirse en tierra fértil. Mientras la tierra no lo crea, no podré sembrar en ella. Por eso, muevo y remuevo la tierra, descubriendo sus entrañas, recordándole que ella fue noble, que sirvió antaño para alimentar a seres vivos, que por sus venas corrió agua de vertientes y ríos que ahora están secos, secos cómo su piel, y es por eso que debo tener paciencia, hasta que la tierra recuerde cuando era fértil y se vuelva tierra noble. Martín, le escuchaba y pensaba éste hombre ha comenzado a delirar tras pasar tanto tiempo bajo el sol.
En eso, sonó la bocina de un auto, era la mujer joven que conocía Martín. Esta vez venía con su hijo de la mano y dos ancianos, un hombre y una mujer. Venimos a conocer a la bebé, le traemos ropa dijo y se dirigió a la mediagua.
 
-Veo que ya te visitan tus vecinos –dijo – con algo de celo.
- No tenemos vecinos a varios cientos de kilómetros, pero sí, nos visitan bastante, ahora todos vienen por la bebé, como antes venían por la adolescente. Menos su familia. Al parecer se olvidaron de ella. La mediagua la trajeron unos camioneros como regalo para el bebé, ya viene el invierno y no podían seguir durmiendo en la carpa. El día del nacimiento, llegó gente de todos lados con regalos y sacrificaron un par de chivos, se bebió y se comió a destajo y luego todos se fueron. Nadie sabe de donde salen, pero siempre aparece alguien con algo para nosotros, o los animales. Ayer me trajeron madera para que les haga un corral a las bestias y a Miguel, que ya empieza a quejarse del frío, me lo dice a su manera con resoplidos que yo ya sé entender. Está viejo el pobre, pero dice que aguanta otro invierno más.
 
Antes que partiera a su ruta, Anselmo le dijo a Martín. Trata de venir a la noche, haremos una fogata, cantaremos, bailaremos y contemplaremos las estrellas.
-¿Quiénes?
- Cuando vengas los conocerás, vienen  de todas partes.
 
Martín, se preguntaba sólo a un loco como Anselmo, se le podía ocurrir sembrar la paciencia. Uno de los clientes, le hizo esperar más de la cuenta y se molestó, por lo que partió a atender a otro cliente. Cuando iba saliendo de nuevo a la carretera se acordó de Anselmo, y decidió volver. El cliente agradeció su espera, luego de contarle que su madre casi muere de no haberla llevado a tiempo al hospital. Martín, pidió disculpas por haberse molestado minutos antes. Cerró una de sus mejores ventas. Se sintió tan feliz de haber seguido el consejo de su amigo, que corrió a contarle.
 
La sorpresa de Martín, fue enorme al llegar y encontrar un gran número de personas que peregrinaban al sitio de Anselmo. Vio a los ancianos de la mañana, a la mujer y su hijo, a una pareja de jóvenes por allá, y a niños, mujeres, hombres por todos lados, era un número impresionante. Él se decía conocedor de la zona, y no podía dar crédito al ver de donde salía tanta gente. Entre el gentío, se encontró con Anselmo que tenía una copa de vino en la mano. – Ven Martín, amigo, intégrate a nosotros. Ese fue el comienzo de una noche donde cantó, bailó y terminó contemplando las estrellas con el par de ancianos, que en un momento los vio como sus padres.
 
Al amanecer Anselmo, antes de que se subiera a su camioneta, le preguntó - ¿No te quedas, un rato más?, me encantaría pero debo seguir con la ruta…te das cuenta de lo que te digo Martín…a ¿qué te refieres?- preguntó extrañado, a que no eres libre, estás preso del sistema, sólo puedes disfrutar con nosotros en los horarios en que no trabajas…Ah! pero no vas a comparar, yo soy una persona con responsabilidades… nosotros también Martín, nosotros también –agregó Anselmo… perdón y ¿Cuál sería vuestra responsabilidad?…; la más difícil de todas “hacer lo que nos gusta, nada más”.
 
Martín, se fue molesto por la conversación recién sostenida, y mientras manejaba hablaba en voz alta consigo mismo“claro, es fácil decirlo, ellos que no tienen obligación alguna, quizás los hijos y la mujer de Anselmo no exigen nada, pero yo no puedo decir lo mismo, mis hijos están en buenos colegios, a mi mujer le gusta la buena vida, no podría vivir en otra casa, ni en las condiciones míseras que vive él y sus amigos, yo no puedo darme el lujo de dejar mi trabajo para contemplar las estrellas y arar la tierra, que me dirían ¿Qué acaso me volví loco? ¿Qué si mis hijos acaso van a vivir de lo que les traigan los vecinos? No Anselmo, amigo, yo respeto mucho tu punto de vista y hasta me alegra, pero no me pidas a mi, a mi, que deje lo que he construido con esfuerzo para venir ahora, a mis cuarenta y seis años, a abandonar todo, por tener un tiempo para mi, para cantar y bailar, y mirar las estrellas…
 
Se observó en el retrovisor y vio que tenía arrugado el entrecejo, seguía molesto, pero no estaba seguro bien ¿Qué era lo que más le molestaba, si era la felicidad que veía en todas aquellas personas despreocupadas, o que él lo hubiera disfrutado tanto, y que se viera obligado a seguir atado en el sistema? Pensó en la camioneta que conducía, en la comodidad, en el confort, en el status que le brindaba, él estaba acostumbrado a esas cosas, a la buena mesa, al buen vestir, no podía abandonar eso, así cómo así. Tarde o temprano, necesitaría reencontrarse con los negocios, los placeres que otorga el buen vivir.
 
Se bajó del vehículo, saludó con un piropo a la secretaria, pidió que lo anunciaran y entró a una sala de reuniones donde le esperaban. Aire acondicionado, butacas de cuero, café y galletas, cifras, productos, y al final un buen cierre. Esto definitivamente era lo suyo. Comparó con las personas que había tratado, dueños y gerentes de importantes empresas, gente de renombre con la cual, no se codeaba cualquiera, había que tener clase, y eso a él, le sobraba.
 
Se reportó a la empresa para dar la noticia del cierre y recibió elogios de todos, era un hombre de éxito, incluso se atrevió a pensar que también envidiado. Entonces ¿Por qué le seguía dando vueltas, lo que Anselmo le dijo en la mañana? ¿Por qué de algún modo Anselmo, se veía más pleno que él? ¿Cómo podía ser que ese hombre que no tenía nada, pudiese ser tan feliz sólo arando la tierra? ¿Era por ser sólo un simple carpintero? ¿Por qué no podía aspirar a nada más? ¿Por qué era un inconsciente, un inmaduro? No encontraba una respuesta convincente, sin duda Anselmo había encontrado algo, que él no veía, algo que quizás estaba frente a sus narices, algo tan grande que por lo mismo, no lograba dimensionarlo y menos verlo, pero ¿Qué era? No Aguantó más, y se devolvió a preguntarle.
 
Al llegar no encontró nada. Ni mediagua, ni animales, ni buey, ni arado, sólo tierra arada y recontra arada. Martín, tomó un puño de tierra y se dio cuenta que esta corría suavemente, su amigo lo había conseguido, pero ¿Donde estaba? no podía ir muy lejos, ni él ni la mujer y el bebé. Se dirigió donde la señora Victoria, quien se extrañó por la consulta, negando que conociera a Anselmo alguno. Tampoco reconoció que él había acudido a comer con él y que le hubiese pedido que le llevara alimento. Salió molesto del lugar, echando maldiciones a la mujer, y buscó a Miguel el buey de Anselmo, no dio con su paradero. Llamó entonces a su mujer, para confirmar que meses atrás le había comentado de Anselmo, y ella le preguntó si se sentía bien ¿De qué Anselmo le hablaba? Cortó más ofuscado. Se dio cuenta que no tenía como demostrar la existencia de Anselmo. Un hombre que no tenía nada y que sin embargo le había enseñado a ver la vida de otra manera, un hombre que tenía tiempo para escuchar a la gente, un hombre que vivía el ahora y que decía no esperar nada de la vida, un hombre que arriesgó todo por su fe, un hombre que apareció de la nada y que asimismo desapareció. No podía conformarse con ello, necesitaba encontrar una huella de su existencia, algo que pudiera comprobar que no lo soñó, que si existió. Se internó en el campo, buscando el arado, eso seguramente si estaba botado por ahí. Caminaba entre la tierra arada y se fue dando cuenta del cambio de color de la misma, comenzó a sentir entre sus zapatos los terrones de tierra seca, que se los sacó disgustado y siguió caminando descalzo. El contacto con la tierra le fue llenando de energía, se sentía renovado, en sus pies sintió como la tierra iba cambiando a medida que seguía andando. Se detuvo donde la tierra estaba húmeda, y no era precisamente por el rocío matinal. Miró a todos lados y encontró una pala, comenzó a cavar, y cavar. Perdió el sentido del tiempo mientras cavaba, no escatimó en el esfuerzo que hacían sus brazos y en la profundidad en que se iba internando. Cuando vino a darse cuenta, más de siete metros le separaban de la superficie. Pensó que moriría, que había cavado su propia tumba sin darse cuenta. Se sentó resignado a esperar la muerte. Miró hacia el cielo y las estrellas empezaron a adornar el paño celestial que se oscurecía con el paso de las horas. Trató de asir la pala con la que había cavado la fosa, pero ésta había desaparecido. Parecía que hubiese caído en ese pozo. Pensó en su vida antes de conocer a Anselmo, y todo perdía valor con esa nueva mirada. Estaba absolutamente solo, en la oscuridad de la noche preso en un pozo de tierra que extrañamente él había cavado y donde moriría sin más, sin el mínimo lujo que tanto le gustaba. Gritó desesperadamente pidiendo auxilio, hasta que las cuerdas vocales se resintieron de tal modo que le era imposible emitir sonido alguno, hasta que desfalleció sin fuerzas.
 
Vio amanecer y llegar la noche, por espacio de tres días. Creía delirar, se sintió perdido hasta que se encomendó a Dios, le pidió que lo llevara, que no quería seguir sufriendo, que se apiadase de él y terminara con ese tormento, que él no se lo merecía y que ante todo pedía perdón por no haber agradecido lo que tenía. En ese momento empezó a filtrar agua al pozo. Lentamente se fue llenando, hasta que se desbordó y Martín quedó en la superficie. Sin fuerzas,  quedó sobre la tierra, que comenzó a hablarle como una madre que acurruca a su bebé, su cuerpo desfalleciente absorbía a borbotones la energía que lentamente le abrazó y cobijó como cuando recibió el pecho materno. Recordó la dulzura de su madre, y lo feliz que fue su niñez.
Amaneció y se incorporó. Trató de encontrar el pozo donde había permanecido preso, pero no pudo dar con él, a su alrededor sólo veía tierra arada. Esa misma tarde volvió a casa y no quiso hablar de lo sucedido con nadie.
 
Una semana más tarde, volvió a visitar el lugar. El terreno estaba totalmente florecido en el sector de Anselmo, en tanto el resto conservaba su aridez. Se detuvo a orilla del camino para admirar la belleza de las flores que habían crecido. No podía encontrar explicación a lo que veía, hasta que escuchó “Maravilloso, no le parece” – dijo la mujer que también se había detenido en el lugar. “Parece un milagro” – agregó. Cuando se giró hacia ella, se dio cuenta que era la joven mujer que traía alimentos a Anselmo y que luego con su hijito vino a dejarle ropa al bebé.
-¿Usted tiene un hijo de unos diez años, verdad? – preguntó él con cierto temblor en la voz.
- Tenía, murió a esa edad el año pasado. Solía traerlo hasta éste lugar, por alguna extraña razón acá se le pasaban los dolores de su enfermedad, y justamente fue acá desde donde partió. De algún modo creo que él ha resucitado en todas estas flores. Usted ¿Cómo sabe de él? yo solía venir en las noches para que nadie nos viera, nadie lo vio alguna vez.
- Digamos que un ángel me lo contó – respondió él.
- Ambos no cruzaron más palabras y subieron a sus vehículos, alejándose del lugar, donde había florecido algo más que flores. Así lo entendió al menos Martín, que se decía, todo se trata de un asunto de fe, ahora lo entiendo.
 
 
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

Las formas de buscar el camino espiritual, pueden ser muy variadas, slo hay que tener fe

Palabras Clave: Fe

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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