De mis pasiones, la pena es la que más me lacera.
      Interminable, a veces,  fácilmente puede convertirse, sin freno, en una acumulación infinita de todos los dolores vitales. En ese momento, estoy terminado, ¡para siempre! Sin embargo, no muerto y, aunque ya ninguna motivación actúa sigo respirando.
      Todo para. Lo era activo se vuelve una floja y escurridiza flema que nunca detendrá su asqueroso escurrimiento y seguirá acumulando cuanta basura encuentre en su camino. 
      "Pero debe haber una recuperación",  me preguntan y exigen algunos. la respuesta es, "Nunca", porque aunque haga y se deshaga hábitos y rutinas, lo que provocó la pena ha quedado clavado en mi desgraciada alma.
       Nadie teme caer en este éxtasis de la desesperación. Parece increíble, pero se considera antes una muerte prematura que una muerte en vida, que dicho sea de paso, lo justifico, porque es la peor, porque la sentimos y la transpiramos por siempre y sin esperanza alguna.
       Lamentablemente, para las penas no hay prevención ni precaución. Las penas son como lo sismos, ocurren y nunca se sabe cuándo ni dónde, simplemente, nos encontramos en medio de ellas sin saber como actuar hasta que esta pasa, ¿pasa? Nunca pasa. Es la diferencia con los sismos. Las penas se incrustan dentro de ti y día con día te va aniquilando.
      Los enamorados, los satisfechos, los exitosos, los benditos, todos los alejados del dolor, me rechazarán, dirán una y cien veces que lo que escribo no es así, "¡Que es una exageración!". Yo les respondo, "Siéntanse afortunados y libres de la mala fortuna, pero nunca invulnerables, porque es precisamente esa confianza soberbia el alimento más preciado de la pena y la desgracia."