Aquel atardecer, Roxana tenía en la mirada el brillo de la ira. Recién ha llegado del laboratorio clínico en donde le entregaron los resultados de unos estudios que le realizaron relacionados con esa terrible enfermedad, hasta ahora incurable y que se ha convertido en una pandemia mundial.

Ante sus ojos preñados por el llanto aún danzaba como silueta siniestra aquella palabra con caracteres negros como la muerte que decía: Positivo.  Después de la terrible impresión, del gran aturdimiento que la paralizó y luego la obligó a caminar como autómata hasta la salida del edificio donde se encontraban los laboratorios, pidió a su chofer que la llevara a la iglesia más próxima, quería desahogar con rezos la gran angustia que la embargaba. Después, en el sacro recinto, intentó poner en orden sus recuerdos para entender el posible origen de aquel padecimiento que inexorablemente le arrebataría la vida. Así, en medio de estremecimientos producidos por el terror que sentía, hipando y entre escurrimientos de mucosidad hurgó con saña en su memoria tratando de ubicar en sus recuerdos algún indicio que le mostrara la verdad.

Le quedaba claro que ella no era la culpable del contagio, ¡si siempre le había sido fiel a su amado esposo Rolando!, y no había recibido transfusión de sangre en los últimos veinte años. En una relación de dos, como había pensado siempre que era la de ella con su esposo, sólo quedaba un sospechoso: Rolando. Entonces como un destello que se abre paso en lo más negro de la oscuridad, recordó aquellas vacaciones que solía rememorar con gran placer, aquella estancia en Río de Janeiro cuando coincidieron con su prima Niccole, quien con el desparpajo que le era característico, festejaba en fiestas y eventos frívolos su tercer divorcio. Recordó, ahora con horror, aquel día de esas vacaciones en que Rolando y Niccole quedaron atrapados en el tráfico infernal de la ciudad de la samba, – al menos eso dijeron–   

 
Ahora se explicaba tantas cosas, por ejemplo aquella gran culpabilidad que no pudo ocultar su esposo, y  se materializó en constantes disculpas y mimos extraordinarios por la tardanza. También comprendió el por qué al otro día muy temprano Niccole voló a la ciudad de México sin despedirse de ella, ¡la muy puta!, como si hubiera tenido vergüenza.

 
La vida  muy pronto le cobró a su prima la extrema impudicia y maldad en que vivió, pues a la vuelta de un año murió en la ciudad de París de una mortal y hasta esa fecha desconocida enfermedad. El odio se acrecentó en su corazón al recordar que moriría de lo mismo que aquella depravada mujer. Fue así que Roxana, con un ánimo pervertido, producto de haber  caído en la mediocridad moral por el terrible golpe que le asestó la vida, con odio infinito buscó venganza, Rolando quedó descartado, pues existía la seguridad de que él también estaba infectado. Niccole estaba muerta... descartada. ¡Entonces sonrió con un dejo de mortal picardía!

 
Ese anochecer, aprovechando que  “su amado esposo” estaba en viaje de negocios, se vistió de una manera inusual en ella, con ropa sensualmente sugerente, se acicaló y perfumó con coquetería, se puso al volante de su automóvil y se fue a hacer una visita.

 
La puerta del edificio le fue abierta por la confianza de ser quien era, subió por el elevador hasta el pent-house donde vivía el hermano de Rolando, saboreando ya la dulzura de la venganza, pulsó el timbre, y un hombre joven, de aspecto atlético y aires de estudiante le abrió la puerta; ¡Hola cuñadito!, vengo a hacerte una visita muy especial, ¡sólo por corresponder!