Atlantis II: El secreto de Lorena y Jacke
Publicado en Mar 24, 2013
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 Para los que no me conozcan me llamo Lorena, hace tres años me casé con Alan y tuve un hijo que se llama Jacke, que ahora tiene tres años. Ser madre me ayudó a madurar como persona, a no dejarme llevar por las críticas y a sentir ese calor de hogar verdadero que nunca tuve.
   Hoy  me encuentro en casa, preparando una rica cena para celebrar nuestro aniversario. Tuve que alejarme por un rato de la cocina porque tocaron la puerta, era mi padre que traía una gran noticia: Tania le había llamado por teléfono desde Londres y que muy pronto iba a regresar.
   Me puse muy feliz de saber que pronto iba a ver a mi hermana que me olvidé de todo, hasta de la cena. Cuando me acordé que había dejado el horno prendido regresé a la cocina y saqué el pato. Mis ilusiones de una cena romántica se perdieron al darme cuenta que se había quemado.
   Más tarde llegó Alan, le platiqué lo que sucedió y me pidió que me arreglara porque íbamos a salir. —Pero no podemos dejar a Jacke solo –le dije. Entonces mi padre, muy amable, se ofreció a cuidarlo.
   —¿No será mucha molestia, suegro? –le dijo mi esposo.
   —¡Oh! Claro que no, al contrario.
   —Gracias papito, eres lo máximo –y le di un beso.
   Fui a darme una manita de gato, dejé dormido al niño para que no molestara a mi papá en lo que estábamos fuera y nos fuimos a comer a un lugar muy elegante. Al salir me llevó a un lujoso hotel donde, según él, sería nuestra luna de miel que no pudimos tener. Me encantó su idea, pero de unos meses para acá hemos tenido discusiones y lo peor de todo es que siempre salgo perdiendo.
   —Ahora no podemos –le dije después de quedarnos solos en la habitación.
   —Pero, ¿por qué?
   —Por el niño, no podemos dejarlo solo mucho tiempo.
   —Pero no está solo, está con tu padre. ¿Qué no le tienes confianza?
   —No es eso; es sólo que... no sé. Me siento inquieta.
   —Por favor que puede pasar –dijo molesto– Siempre es lo mismo tal parece que no quieres estar conmigo.
   —Claro que quiero estar contigo, pero...
   —Vamos mi amor, yo ya tenía todo preparado así que le dejé el teléfono del hotel a tu papá.
   —Aún así me siento extraña.
   —Está bien –y agarró su saco– Comprendo que no me quieres –dijo enojado– Adiós.
   —¡No! Espera –grité– Podemos quedarnos aquí si quieres –una vez más había perdido.
   —Así me gusta linda, verás que no pasará nada.
   —Sí.
   No es que no lo quiera, es sólo que mi hijo me importa demasiado, como a cualquier madre, y esa noche tenía un mal presentimiento, aunque sabía que nada malo podía pasar porque mi papá estaba con él. Así que esa noche me entregué a mi esposo en cuerpo y alma.
   Como a las cuatro y media de la mañana sonó el teléfono y yo contesté. Era mi papá y se oía angustiado.
   —¿Qué sucede, papá? –le pregunté todavía dormida.
   —Es que Jacke se puso enfermo y lo llevé al doctor –enseguida salté de la cama y desperté a Alan de un codazo.
   —¿Qué tiene, cómo está?
   —No sé nada, los doctores lo están atendiendo.
   —Quédate ahí, vamos enseguida –y colgué.
   Alan, que había escuchado parte de la conversación, se vistió y me tranquilizó porque estaba muy nerviosa.
   Salimos en el auto rumbo al hospital y en lo que Alan se estacionaba yo me dirigí a donde estaba mi papá, y los padres de Alan, a quienes también les había llamado, se encontraban tan preocupados como nosotros.
   —¿Cómo esta? ¿Te han dicho algo? –le pregunté angustiada en cuanto lo vi.
   —Nada, no sabemos nada –respondió tristemente.
   Doctores y enfermeras salían y entraban del cuarto de mi hijo, pero no nos decían nada hasta que por fin, después de muchas horas, salió un doctor y se acercó a nosotros preguntándonos si éramos la familia de Jacke.
   —Sí, doctor, yo soy su madre. ¿Qué tiene mi hijo?
   —Señora le voy a ser sincero y por favor le suplico que no pierda la calma... Su hijo tiene una enfermedad desconocida y no podemos hacer nada por él.
   —¿Quiere decir qué...? –quiso preguntar Alan.
   —Sí, deben estar preparados para lo peor.
   —¡Nooo! –grité– tú tienes la culpa –le reclamé a Alan pegándole en el pecho con mis puños– Si me hubieras hecho caso –grité llorando.
   —¿Podemos pasar a verlo? –preguntó mi papá ignorando lo que estaba pasando.
   —Sí, pero sólo uno a la vez.
   —Yo quiero verlo primero –dije.
   —Está bien, señora, sígame.
   Me llevó por un largo pasillo, el cual creí que no tenía fin, lo único que quería era estar cerca de mi hijo. No podrían entender lo que sentí cuando entré a su cuarto y lo vi invadido de tubos por todo el cuerpo y conectado a varios tanques de oxígeno. Estaba decidida a ser fuerte, mi niño estaba dormido, me hinqué a un lado de él y comencé a rezar para que se salvara, pero acabé llorando. De pronto escuché una voz que me era conocida; una voz agradable, varonil. El aroma de su presencia era inconfundible.
   —Ya no llores, él se va a poner bien –dijo.
   Levanté mi cabeza y me sequé las lágrimas, alcé la mirada y ahí estaba él parado a los pies de la cama.
   —¡Jacke! ¿Qué haces aquí? –pregunté sorprendida.
   —No tengo por qué responder, señora –respondió cortante– Sólo vine a llevarme a su hijo.
   Entonces comprendí, en su tono de voz, que estaba celoso; supuse que no sabía que el pequeño Jacke también era suyo y que me había casado sólo por el niño.
   —Sé lo que estás pensando y estas muy equivocado –le comenté acercándome a él– Confundes las cosas y no es lo que crees.
   —Ahora resulta que puedes leer mis pensamientos –se acercó al niño y lo tomó en brazos.
   —¿Qué haces?
   —Me lo llevo.
   —Pues tendrás que llevarme a mí también.
   —Como quiera.
   Me sujeté de él y de repente aparecimos en Atlantis. Todo era igual que la primera vez: el castillo, la gente, los animales, el paisaje; parecía como si nunca hubiera habido una guerra. Y como aquella primera vez nos recibió Gadeth.
   —Bienvenida señorita –dijo amablemente.
   —Gracias Gadeth.
   —Llévala a la que era su alcoba –ordenó Jacke.
   —¿Adónde llevas a mi hijo? –pregunté.
   —Aquí las preguntas las hago yo, pero este no es el momento –y se alejó con el niño sin decirme nada.
   Jamás había visto a Jacke así y le iba a decir toda la verdad, pero tenía razón en que ese no era el momento.
   Gadeth me condujo a mi habitación y aproveché para vestirme adecuadamente. Después, cuando iba bajando por las escaleras me encontré a la reina, le dio mucho gusto verme y me saludó. Preguntó qué hacía allí y le contesté que Jacke se había traído a mi hijo y que no lo podía dejar solo. Quedó boquiabierta cuando le dije que tenía un hijo; en su expresión se notaba curiosidad, pero me dijo que, por el momento, no quería saber nada y que ese asunto sólo era entre Jacke y mio.
   Nos despedimos porque tenía que ir a buscar al pequeño Jacke y a su padre. Estaba a punto de salir del palacio cuando entró Jacke, solo.
   —¿Dónde está mi niño? –pregunté.
   —Él está bien, no te preocupes –respondió.
   —Quiero ir con él –supliqué– Dime donde está.
   —Si alguna vez me quisiste te pido, por favor, que confíes en mí –contestó tomándome de las manos.
   —Está bien.
   Por unos segundos mantuvimos esa posición, pero entonces me soltó y se fue.
   —¡Espera! –grité– Tenemos que hablar.
   —No tengo nada de qué hablar –dijo aún de espaldas.
   —Sé que detrás de ese serio aspecto se esconde el hombre que quiero y ahora soy yo la que te pide que confíes en mí –entonces Jacke se dio media vuelta.
   —Confiaba en ti hasta hace tres años. ¿Qué puedes decir ahora para que vuelva a hacerlo?
   —¿No te basta con esto? –y le mostré el anillo que él mismo me dio– Como te prometí, jamás me lo he quitado.
   —Eso no demuestra nada, además estas casada con otro.
   —Lo hice porque las circunstancias no me permitieron decir la verdad.
   —De cuál verdad estas hablando –dijo intrigado.
   —De que yo...
   No le pude responder porque llegó Merle muy agitada buscando a Jacke.
   —¡Su alteza, su alteza! –gritaba ella.
   —¿Qué sucede Merle, por qué estás así?
   —Mi mamá se está muriendo y me pidió que lo buscara.
   —Cálmate, voy a ir por un doctor. Ve con ella, Lorena.
   —Por favor venga conmigo, quiere hablar con usted –no permitió que se fuera jalándolo del brazo.
   —Pero es que...
   —Por favor su alteza –suplicó.
   —Está bien. Vamos
   Caminábamos hacia las orillas de Atlantis y ahí, a lo lejos, se podía ver su casita. No era muy elegante, pero si muy linda, pues tenía muchas flores dentro y fuera de la casa.
   Al entrar vimos a la señora acostada en la cama muy pálida y demacrada.
   —Que bueno... que llegas, acércate –le dijo a la joven.
   Ella se acercó muy triste porque sabía que sólo era cuestión de minutos para que ocurriese lo que nos imaginábamos.
   —Hay algo... que tienes... que saber –continuó.
   —No hables mamita, te hace daño.
   Jacke y yo mirábamos aquella escena llenos de desolación. Esa no era una buena ocasión, pero me di cuenta de que Jacke aún me quería cuando me abrazó dulcemente al ver que estaba llorando. Soy una chica muy sensible y el ver a otras personas llorar me pone muy triste.
   —Yo... no soy... tu verdadera madre –añadió la señora con algo de dificultad.
   —¿Qué dices? Eso no es cierto –dijo desconcertada.
   —Puede acercarse, alteza, por favor –se acercó y tomó a Merle y a Jacke de la mano– Aunque ella sea mayor... prométame que... la va a cuidar...
   —Sí, señora, se lo prometo, pero ¿a qué viene esto?
   —Ella es su hermana –dijo mirándolo a los ojos.
   —¡Cómo? –dijimos a coro los tres.
   —Ella es su hermana –volvió a decir la señora y en ese preciso instante murió.
   Sus ojos quedaron abiertos y en ellos se podía reflejar una inmensa paz después de revelar ese gran secreto. Jacke tocó la cara de la señora y con un suave movimiento le cerró los ojos.
   —¡Mamá, mamita, no te mueras! –gritó Merle, pero ya todo era inútil porque, la que ella consideraba su madre, había pasado a mejor vida.
   Después Jacke se encargó de los trámites para el entierro ya que Merle estaba muy desconcertada. Todos acudimos hasta la reina y Gadeth.
   La revelación que había hecho la supuesta mamá de Merle nos había dejado perplejos, Jacke la invitó a vivir en el palacio no sin antes explicarle a la reina el porqué, ésta al saberlo se puso muy nerviosa, pero Jacke no quería preguntar nada, aún. 
   Esto me lo contó él cuando lo invité a mi habitación esa misma noche; el propósito de la visita era confesarle que mi hijo era suyo y estuve a punto de hacerlo de no ser porque Jacke me interrumpió.
   —Oíste eso –dijo.
   —No, yo no oí nada.
   —Sí, vino de allá afuera –sigilosamente se acercó a la puerta y yo lo acompañé.
   Con mucho cuidado bajamos las escaleras y vimos a la reina y a Gadeth muy acaramelados, pero como no escuchábamos nada nos acercamos un poco más.
   —Tengo miedo –decía la reina– ¿Cómo va a reaccionar cuando sepa la verdad?
   —No te preocupes –respondió Gadeth– Pase lo que pase yo estaré a tu lado.
   —¡Madre! –gritó Jacke– ¿Qué ocurre aquí?
   —Jacke, ¡no! –dije.
   Rápidamente los acaramelados tórtolos se separaron.
   —¿Qué haces aquí, Jacke? –dijo la reina.
   —Yo pregunté primero, madre. ¿Qué haces con este?
   —Bueno, su alteza –dijo Gadeth acercándose- Creo que es tiempo de que conozca la verdad.
   Entonces mis ojos se asomaron por encima del barandal.
   —Acompáñanos, Lorena –añadió la reina– Tú también eres parte del secreto.
   —¿Yo...?
   —Pero pasemos a la biblioteca –comentó Gadeth.
   Ya en la biblioteca Jacke y yo nos sentamos juntos, la reina en un sillón y Gadeth se quedó parado.
   —No sé cómo empezar –dijo la reina– Es una historia muy larga... me hubiera gustado que Merle escuchara esto ya que también es parte importante. Una cosa más antes de empezar, deben prometerme que lo tomarán con calma.
   —Sí –dijimos a coro.
   —Esto sucedió hace 25 años más o menos –continuó– Nosotros, Gadeth y yo, estábamos enamorados, pero por la diferencia de clase social prohibieron nuestro noviazgo, por lo tanto nos veíamos a escondidas. Sin embargo, mis padres eligieron a un hombre más grande que yo para que se casara conmigo; ese hombre era Meyden. Cuando le conté a Gadeth me pidió que me escapara con él, pero...
   —Pero ese día apareció tu madre, Lorena –continuó Gadeth– No sé como apareció, sólo sé que estaba perdida. Le expliqué donde se encontraba y, aunque al principio no lo creía, lo tomó con mucha calma, como pude traté de ayudarla a regresar, pero no pude...
   —Entonces llegué al que era nuestro lugar secreto –prosiguió la reina– Al verlos ahí solos, pensé que me estaba engañando y me alejé corriendo. Pedí que se adelantara la boda lo más pronto posible y me case con Meyden. Con él tuve una hija: Merle. Mis padres aún vivos, se la llevaron lejos porque, según, el pueblo necesitaba un hombre; más tarde me enteré dónde vivía y para mantenerla cerca de mí le di trabajo sin que sospechara nada.
   —¿Y qué sucedió con mi madre? –pregunté ansiosa.
   —Después de explicarle algunas cosas –dijo Gadeth– vi como se alejaba una sombra, hasta después me enteré que era Eries. Poco después, antes de que se marchara tu mamá, ella me dio un anillo en agradecimiento y luego desapareció.
   —¿Y mi padre, quién fue mi padre? –preguntó Jacke oyendo aquel relato con mucho interés.
   —Luego de que me casé –dijo la reina– no volví a saber nada de Gadeth, hasta dos o tres años después de que nació Merle, cuando visité la ciudad vecina. Aquella noche nos miramos y a los dos  se nos dibujó una gran sonrisa, nos acercamos y nos besamos como nunca.
   —No entiendo que tiene que ver todo esto conmigo –dijo Jacke– Sólo quiero saber quien fue mi padre.
   —A eso voy, hijo –añadió la reina –No seas impaciente. Le conté a Gadeth que había tenido una hija con mi esposo, pero a él no le importó y como prueba de su amor me regaló un anillo...
   —Era el anillo que me dio Isabel –interrumpió Gadeth.
   —Entonces mi mamá le dio un anillo y ese anillo se lo dio a la reina –concluí.
   —Sí.
   —Y ese anillo fue el que me dio Jacke.
   —Sí.
   —¡Significa que traigo el anillo de compromiso de mí madre! –grité emocionada.
   —Por favor, Lorena, estoy a punto de saber quien fue mi padre –suplicó Jacke.
   —Lo siento –respondí.
   —En realidad, Jacke, tu padre está vivo –dijo Gadeth.
   Jacke y yo nos quedamos sorprendidos al escuchar lo que Gadeth dijo, entonces Jacke, tembloroso, sujetó mi mano con fuerza. Presentía lo que estaban a punto de confesarle a Jacke y estoy segura que él sentía lo mismo pero tenía miedo de que fuera cierto.
   —Esa noche –continuó la reina– me entregué por completo al hombre que siempre he amado –y miró a Gadeth a los ojos– y como producto de esa relación nació un niño, tú.
   —¿Significa que...? –preguntó Jacke.
   —Sí, hijo, yo soy tu verdadero padre –anunció Gadeth.
   Jacke se paró rápidamente, soltándome.
   —¡Eso no puede ser madre; yo no puedo ser hijo de un... simple guardia! –gritó y se fue azotando la puerta.
   Desde la primera vez que llegué supe que había algo raro pues Jacke se parece mucho a Gadeth y Merle a la reina.
   —¡Hijo espera! –gritó la reina parándose del sillón.
   —Déjalo –le dijo Gadeth– mañana será otro día y estará más calmado.
   —Está bien, sólo espero que me perdone por haberle mentido.
   —Claro que lo hará, eres su madre.
   Me salí de la biblioteca dejándolos solos y subí a la habitación de Jacke, toqué pero no estaba. Así que me fui a dormir porque me sentía muy cansada ya que había sido un día bastante  largo y agotador.
   A la mañana siguiente me desperté muy temprano, con unas enormes ansias de ver a mi hijo. Me bañé y me arreglé para ir a verlo y al salir del palacio recordé que no sabía dónde estaba. Entonces me acordé que vi a Jacke alejarse con mi hijo rumbo hacia la parte de atrás del palacio; caminé hacia allá, pero me desilusioné cuando no encontré nada sólo arbustos y enredaderas. Mi instinto me decía que continuara, así que me metí entre los arbustos y justamente detrás de las enredaderas había una puerta secreta. La abrí y ahí estaba Jacke con el niño, los dos juntos, dormidos en la cama. Era una escena tan tierna y conmovedora que no me atreví a despertarlos. Me acomodé sobre una mesita para mirarlos.
   Me estaba quedando dormida cuando Jacke preguntó:
   —¿Qué haces aquí?
   —Yo... vine a ver al pequeño.
   —Ya lo viste, ahora te puedes ir –respondió cortante.
   —No me voy a ir –dije– Hay una plática que tenemos pendiente.
   —Ahora no. Tengo muchas cosas en que pensar.
   —Como ¿tu papá?
   —Sí, pero principalmente mi madre –y nos sentamos– No entiendo porqué me mintió.
   —Tal vez porque tenía miedo.
   —¿Miedo, de qué?
   —De tu reacción, tal como lo estás haciendo ahora.
   Jacke se quedó pensativo.
   —Gracias Lorena, tu siempre sabes que decir y ahora sé lo que debo hacer.
   —Cambiando de tema quiero confesarte algo y no me digas que no tienes tiempo porque ya no me lo puedo callar.
   —Claro, habla, te escucho –y sonrió.
   —Debes saber que aquella noche que pasamos juntos no fue solamente eso porque tuve un hijo. Al regresar a casa me vi obligada a casarme con otro ya que no supe cómo decirle a mi papá que tú eres el padre, el padre de ese pequeño que ahora está ahí dormido.
   Jacke se quedó callado.
   —¿No dices nada? –pregunté.
   —En realidad yo... ya lo sabía –respondió.
   —¡Qué!
   —Sí, sólo quería asegurarme de que aún me amas.
   —¡Uyy! No sé si golpearte o... –Pero no me dejó terminar, me tomó de los brazos y me besó– Me leíste el pensamiento –dije sonrojándome y él sonrió.
   Después un silencio invadió el cuarto donde estábamos.
   —¿Cómo sigue mi hijo? –pregunté acercándome a él.
   —Está mucho mejor –contestó abrazándome por la espalda.
   —¿Qué tenía?
   —Una enfermedad que sólo nos da a los riuyins cuando somos pequeños llamada arlia.
   —Pero, se va a poner bien ¿verdad?
   —Claro que sí, ya lo está atendiendo un doctor. Dime, ¿no tienes apetito?
   —Por supuesto.
   —Entonces vamos.
   Al salir del cuarto, ya eran alrededor de las nueve de la mañana y Jacke me preguntó:
   —¿Cómo me encontraste?
   —Bueno, una madre hace todo por encontrar a su hijo; sólo seguí mis instintos. ¿Se va a quedar sólo el niño?
   —Claro que no, un sirviente lo cuidará y más tarde vendrá el doctor a verlo. Pero no te preocupes, se está recuperando rápidamente, sacó la fuerza de su padre y el coraje de su madre.
   —Gracias a Dios –y seguimos caminando.
   Luego tuve una duda y por supuesto no me podía quedar callada.
   —Jacke, como es tu hijo ¿también va a tener esas hermosas alas?
   —Pues, no lo sé. Tiene tu sangre y la mía, no sabría decirte. Es la primera vez que nuestra sangre se mezcla con otra raza.
   —Y si las tiene, ¿qué voy a hacer?
   —No entiendo, aquí eso es muy natural.
   —Aquí, sí, pero de donde yo vengo, no.
   —¿Qué quieres decir? –y se detuvo.
   —Pues eso, que mi familia está en la Tierra y yo debo estar con ella.
   —¿Me vas a dejar otra vez? –preguntó en tono triste.
   —Aunque no quiera debo hacerlo –respondí también triste bajando la cabeza.
   —Eso no nos debe importar ahora –con su mano tomó mi barbilla, la levantó suavemente y me miró a los ojos– Hay que disfrutar el momento –dijo.
   Poco después llegamos al comedor del palacio, no había nadie. Una nueva muchacha nos dijo que la reina y Gadeth se habían retirado a la biblioteca con Merle, nos sirvió el desayuno y se fue.
   Más tarde Jacke se retiró a resolver unos asuntos del reino y me dejó sola.
   La nueva muchacha, llamada Naria, regresó para recoger los platos y como me vio tan sola empezó a conversar conmigo.
   —No es que sea chismosa, señorita -dijo- Pero fíjese que el señor Gadeth se sentó a lado de la reina y Merle ya no va a trabajar aquí; se vistió como si fuera una princesa y además desayunó con todos.
   La verdad es que no era nueva, nueva. En realidad ella era la cocinera y había pasado a tomar el lugar de Merle.
   —Verás, a partir de hoy van a cambiar muchas cosas.
   —No entiendo, señorita.
   En ese momento se azotó una puerta y salí corriendo.
   —No vayas a decir nada, Naria –le dije antes de salir.
   Subí rápidamente las escaleras y toqué la puerta de la habitación de Merle.
   —¿Quién es? No quiero ver a nadie –dijo Merle desde adentro.
   —Soy Lorena; sé cómo se siente, princesa.
   Y entonces ella abrió la puerta.
   —¿Usted lo sabía?
   —Primero, no me hable de usted.
   —Bien, pero tú tienes que hacer lo mismo.
   —Me parece bien.
   —Dime, ¿cómo es que lo sabías? –volvió a preguntar Merle, la nueva princesa, haciéndome pasar a su alcoba. Me senté en la pequeña sala que había.
   —Ayer en la noche nos lo dijeron a Jacke y a mí; él lo tomó de la misma manera pero ahora ya está más tranquilo.
   —Es que todo ha sido tan rápido, me siento muy confundida.
   —No te preocupes, cálmate y cuando te sientas mejor pienso que puedes bajar a hablar con ellos y expresarles lo que sientes.
   —Muchas gracias, Lorena –dijo dándome un abrazo y después me salí porque tenía muchas ganas de ver a mi hijo, que seguramente ya estaba despierto.
   Al llegar con el pequeño Jacke le pedí al sirviente que estaba con él que nos dejara solos, pero que no se alejara por si necesitaba algo.
   —Hola chiquito, ¿cómo te sientes? –le dije.
   —Bien, mami –respondió.
   —¿No te duele nada?
   —No mami –y se sentó– ¿Sabes? El señor que se llama como yo me cae muy bien.
   —Me alegro hijo, que bueno que se llevan muy bien –y me senté a su lado– ¿Te gustaría quedarte con Jacke y conmigo en este lugar?
   —Mmm... no.
   —¿Por qué?
   —Porque él no es mi papá.
   En eso tocaron la puerta.
   —Señora, disculpe que la moleste pero el doctor acaba de llegar y necesita estar a solas con el niño.
   —Claro, hazlo pasar.
   —Sí señora.
   —El doctor te va a revisar –le dije al niño.
   —Sí mami.
   —Pórtate bien ¿sí?
   —Sí.
   El resto del día pasó sin pena ni gloria y hasta la mañana siguiente me enteré, porque me contó Jacke, que él y Merle hicieron las pases con sus respectivos padres y Jacke le pidió perdón a la reina por su comportamiento de la noche anterior. Esto me lo contó cuando terminamos de desayunar y más tarde salimos a dar una vuelta los dos solos.
   —Jacke, no sé cómo vayas a tomar esto –le dije con expresión seria.
   —Ya te vas ¿cierto? Para siempre.
   —Sí, el pequeño ya está bien y tengo que regresar, no sé si vaya a ser para siempre, lo que sí sé es que te amo –y nos besamos.
   Después de esta corta plática fui al cuarto secreto por mi hijo, luego regresé con Jacke que me estaba esperando afuera del palacio.
   —No sé como despedirme –le dije sin mirarlo a la cara.
   —No lo hagas –respondió acariciando al pequeño Jacke y enseguida regresé, como siempre lo hacía, ahora aparecí en el cuarto del hospital con el niño y ya no estaba enfermo. Estaba recargada en la cama, de repente me levanté y salí del cuarto buscando al doctor.
   El doctor llamó a otros médicos y a las enfermeras, y después de revisarlo de pies a cabeza todos gritaron a coro:
   —¡Es un milagro!
   Alan, mi papá y mis suegros se pusieron muy contentos al saber que el pequeño Jacke se había recuperado.
   —¿Me puedo llevar a mi nieto ya? –preguntó mi papá.
   —Aún no, señor, me gustaría que se quedara un poco más para hacerle unos estudios y que no vaya a recaer.
   —Me parece bien –añadió Alan.
   —¿Y cuándo podemos venir por él? –pregunté.
   —Mañana en la mañana estará listo.
   —Me gustaría quedarme con él hasta que salga del hospital —comenté.
   —No creo que sea necesario, señora. Solamente le vamos a hacer un chequeo.
   —Sí, mi amor, vamos a descansar y mañana temprano regresamos –dijo Alan.
   Eran alrededor de las tres de la tarde cuando salimos del hospital y los padres de Alan nos invitaron a comer a su casa.
   Al día siguiente regresamos, nos entregaron a Jacke y saliendo nos fuimos a celebrar su recuperación a un restaurante cerca de la casa de mis suegros.
   Un mes después mi papá recibió una carta de Tania donde decía que llegaba al día siguiente en el primer vuelo de Londres.
   Al otro día llegamos al aeropuerto y esperamos impacientes la llegada del avión. Éste aterrizó a las nueve en punto y al ver a Tania nos quedamos sorprendidos; su apariencia era otra: se había pintado en cabello, sus modales eran más refinados, todo en ella era diferente a excepción de su amor familiar que siempre ha sentido por nosotros.
   Venía acompañada por un muchacho muy guapo que conoció en Londres, su nombre es Rubén, de origen italiano. Él también está becado en la misma universidad; nos lo presentó como su novio.
   Cuando Tania vio al pequeño Jacke junto a mí preguntó quien era.
   —Es mi hijo Jacke –respondió Alan.
   —Entonces te casaste, ¿con quién?
   —Sí, me casé con tu hermana.
   —Vaya, esto sí que es una gran sorpresa. Estaban muy apurados en que me fuera.
   —No fue eso –intervine.
   —Claro que sí, luego, luego, nos casamos –repuso Alan.
   —Bueno, pues Rubén y yo también les tenemos una gran sorpresa.
   —¡Están casados! –exclamó mi papá.
   —Aún no, señor –aclaró Rubén– A eso hemos venido, a invitarlos a la boda.
   Después de tantas explicaciones nos fuimos a la casa de mi papá, donde se hospedaron Tania y su novio. Como venían agotados del viaje tomaron el resto del día para descansar.
   Durante toda una semana nos pasamos viajando por toda la ciudad para mostrársela a Rubén.
Solamente se quedaron dos semanas con nosotros. Una noche antes de que se fueran, salimos a cenar y nos llevamos una gran sorpresa cuando Tania nos dijo que se iban a casar dentro de un año y que sólo habían viajado para invitarnos. La boda sería en el Vaticano y la misa la oficiaría el Papa, razón por la que tendrían que esperan un año.
   A la mañana siguiente nos preparamos para acompañarlos al aeropuerto, pero no nos despedimos por que nos veríamos en doce meses. Tania nos dejó las invitaciones y dinero para que una semana antes compráramos los boletos. Nos quedamos de ver en la casa de Rubén que esta a unas horas antes de llegar al Vaticano... pero esa es otra historia.
 
 
FIN
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Foto del autor Alejandra Jessaid Vargas Santiago
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Descripción

continuacin de la historia de Atlantis: Sueo o ilusin

Palabras Clave: atlantis atlantida secreto hermana pap nio hospital princesa hermanos

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa



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