Rudencio
Publicado en Mar 14, 2013
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Cercano el mediodía, deja el rastrillo a un costado de la piedra donde suele sentarse  a descansar. Rudencio es un hombre maduro, ronda los cincuenta. Su vida sin matices a veces lo hace sentirse viejo y cansado, sin ilusiones ni esperanzas..  De la quinta que fue  de su padre, es de donde obtiene lo necesario para vivir junto a una  madre discapacitada.
Acaba de acondicionar  el terreno para el trasplante, los surcos por donde correrá el agua de riego, casi perfectos, desmalezado y  listo  para recibir los plantines  escogidos.
Mira sus manos, toscas y anchas, ásperas y fuertes, no están hechas para acariciar ni para tareas delicadas ni de precisión. Solo para empuñar básicas herramientas de trabajo.
Una presencia lo saca de sus cavilaciones. Es la nieta de los  viejos de la otra cuadra. Los que viven en una tapera. La chica cuida pequeños  cuando las madres salen a trabajar. Viene a comprarle algo de verduras y frutas para llevar a su casa. Debe andar por los dieciséis.
 -Hola Ruden! Me vende achicoria y tomates? También duraznos y un melón chico, que sea muy dulce!!
El hombre se levanta y busca el cuchillo para cortar la verdura. Quita algunas briznas de hierba y  coloca el  manojo en la bolsa que ella trajo, mas allá, en un  sector soleado y sostenidos por un enrejado de caña, elige  tomates  redondos y maduros,  sigue  por un sendero de grava con la chica q le pisa los talones.
-Me deja que los elija? Dice  cuando llegan hasta los frutales.
Rudencio  observa la agilidad con que se trepa  al duraznero.
Lleva una falda corta y ha dejado las ojotas en el suelo. Desde la copa del árbol, lanza los frutos  que el hombre recibe y acomoda en la bolsa.
-Es suficiente! Ahora me ayuda a bajar?  Él, deja la bolsa y tiende los brazos para recibirla El contacto de la piel joven y fresca con sus bastas manos, produce un efecto extraño. Para ocultar su turbación sale a buscar un melón dulce, como ella le pide. La mira alejarse en la calle de tierra, con la pollerita breve que deja ver las piernas morenas y bien torneadas.
Rudencio  vuelve a la realidad, su madre, hambrienta como él, espera que vaya a a preparar los alimentos. Recoge al pasar unas habas, tomates y  puerros y en el gallinero, los huevos que  una gallina clueca se empecina en proteger.  Deja todo sobre la rústica mesa de pino y  ofrece un vaso de agua a su madre desvalida.
Ella balbucea algunas palabras, con mucho esfuerzo,
él responde
-Si, madre, ya preparo para que coma y vaya a descansar.
Al atardecer coloca los plantines en prolijas filas. Voces de la calle, atraen su atención. Una, entre todas, en especial.
-Hola Ruden! Me vende un durazno para Joselito? Luego se lo pago.  El chico tiene hambre y en la casa no hay nada para comer. El hombre busca frutos maduros y se los alcanza recomendando que los laven muy bien. Terminado el trabajo, endereza el cuerpo entumecido por la posición y  avanza hacia la casa para tomar una ducha, después de higienizar a la madre.
-Don Ruden!! Aquí le traigo lo de los duraznos… puedo sacar otros? Están muy ricos!!
La mira correr entre las plantas y trepar al árbol con la ligereza de un felino. Esta vez no pide ayuda y de un salto, igual que un gato, se deja caer en la tierra húmeda. –No me debes nada,- dice Rudencio cuando ella intenta pagar.  Si ni siquiera me  dejas que los corte.
-Bueno, gracias – responde la muchachita y cuando él se agacha a poner la tranca, siente la humedad de una boca fresca sobre su áspera mejilla.
No le da tiempo a  componerse y se aleja cantando con los duraznos en las manos.
Rudencio siente algo en el pecho, una exaltación de los sentidos que manifiesta con una carcajada extraña, ajena a su manera de ser.
La madre duerme. Aprovecha para salir al patio, bajo un cielo estrellado, que contempla  desde su asiento de piedra.
La imagen de la joven, se interpone en sus pensamientos, siente el chasquido de su beso sobre la mejilla y la simple melodía que se aleja con ella.
Temprano, en una mañana llena de promesas,  listo para  iniciar sus tareas, antes de que su madre despierte,  higieniza el gallinero y  deja el grano  y el agua limpia para las aves. En un canasto de mimbre acomoda  los huevos y cierra la puerta de tejido de alambre. Toma un desayuno ligero y  pasa a dar cuidados a su progenitora, cada día más débil y dependiente.
Su aspecto personal ha dejado de preocuparle, se sorprende hurgando en busca de una camisa que hace tiempo no usa. –No estoy tan mal, piensa después de verse reflejado en el espejo. Sus pasos lo llevan a la huerta. Una sonrisa  le distiende la boca, al percibir una voz inconfundible.
No viene sola, un chico de su edad la tiene abrazada por el talle.
-Buenos días Ruden!!  Tenga listos unos ajíes, tomates y huevos, dentro de una hora paso a buscarlos. Una carcajada insolente responde al soez comentario del muchacho.
 Los ve perderse en el solitario camino que lleva al río.
El hombre se siente viejo y ridículo. Arranca  a jirones la camisa  y busca refugio entre los árboles.
 
-Ruden, vengo a buscar lo que le encargué!!
Pero qué pasó, un ciclón? Porqué están caídos los plantines? Y los tomates, las habas, los puerros?
Jirones de la camisa nueva, desparramados sobre la tierra le advierten sobre algo terrible.
La chica que está sola, alcanza a ver  algo parecido a un espantapájaros que cuelga y se balancea de la rama  alta del duraznero.
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Foto del autor haydee
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Descripción

Una tarda ilusin, se trunca

Palabras Clave: jirones

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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