CAPITULO VII: EL SUEO
Publicado en Mar 11, 2013
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-¿Lacros se sentía solo, abuelo?

-Lacros jamás había tenido una familia. Lo único que conocía como padre era a Balum. Pero Zagal había sido como su hermano, crecieron juntos y jugaron juntos hasta tener la edad para levantar la espada por el rey. Luego, lucharon juntos, casi como un espejo del otro.
"Lacros se adelantó mientras Mish y Efrón saludaban a Nana y a Derio, quien estaba muy complacido de que el hermano de la vidente de piel oscura se uniera a ellos. Lacros subió el puente del barco, agotado y se dejó caer en una de las camas en la habitación de Derio.  Intento no cerrar los ojos, pero la luz lentamente se fue apagando hasta quedar totalmente escuro viendo solamente la oscuridad detrás sus parpados.
Cuando abrió los ojos vio el cielo azul, decorado de nubes blancas. Estaba tendido en la hierba fresca, algo húmeda por la nieve que había caído por la noche y se había derretido por la mañana. La sombra de los arboles le decía que era tarde, cerca del atardecer.
Cuando se movió, un sonido extremadamente familiar lleno el silencio. Estaba vestido con una armadura de placas, pero no cualquier armadura, si no la armadura blanca de la guardia real de Eris y del castillo Azul. Se sentó y observo a su alrededor. Estaba en los jardines del castillo Azul, lugar que conocía como su propia palma, pero que no había visto desde aquel día en que su hermano de espada asesino a su princesa.
Cerca de las piletas de aquel jardín, sentada en el borde, estaba Ania, vestida con su hermoso vestido blanco de perlas azules. Llevaba el cabello recogido con una redecilla con diamantes, pero algunos mechones de su cabello anaranjado escapaban, decorando la fina forma de su rostro. Su piel blanca relucía con el brillo del agua, mientras hacía pequeñas ondas en la superficie, con leves caricias de sus dedos delgados. Sonreía al sentir las pequeñas gotas de agua que volaban con el viento desde los chorros de la pileta. Tenía los labios humedecidos por el roció.
Lacros dio un paso hacia ella. Ania giro su cabeza y lo miro con ternura. Le hizo gestos para que se acercara. Ania jamás levantaba la voz, era muy raro escucharla gritar, incluso cuando lloraba. Lacros se acercó primero con pasos lentos. Miraba a su alrededor, impactado por la belleza y los colores que una vez había perdido y ahora veía tan cerca de él una vez más.
Cuando ya estaba a una distancia en que podía hacer escuchar su voz por sobre el sonido del agua, Ania sonrió a Lacros, pero en sus ojos se veía preocupación.
-Siéntate Lacros, gracias por venir
-Princesa, estoy a su servicio
-No hoy Lacros. Recuerdas como eran las cosas cuando éramos niños; Tú, Zagal y yo. Desde que juraron su espada, extraño a mis hermanos.
-Prince… Ania, sabes que siempre estaremos a tu lado.
-Sí, lo se Lacros, solo que a veces desearía no ser una princesa, si no, una de ustedes de nuevo.
-Siempre lo hemos sido, siempre será…
-No Lacros – Ania lo interrumpió y le sonrió – Siempre has sido inocente Lacros y bien intencionado. Espero que algún día comprendas que eso no siempre es bueno. Eres una hermosa persona y agradezco todos los días de que estés a mi lado. Mas halla que seas mi guardia personal, como yo te elegí, eres mi amigo.
-Siempre lo seré.
-Sí, siempre lo serás. Por eso hoy te necesito más que nunca. Debo contarte algo Lacros.
Ania se sonrojo y bajo la mirada. Lacros comenzó a sentir la incomodidad del aire tenso. El mundo comenzaba a perder sus colores y parecer cada vez más opaco. Ania se acercó a Lacros y lo abrazo con fuerza. Hacía años que Ania no demostraba su cariño de esa manera, desde que Lacros y Zagal habían jurado como guardias y Ania pasó de ser su hermana y compañera de juego a la princesa que debían proteger a toda costa.
-Es de él – dijo Ania en voz baja, con gotas de tristeza en la garganta y lágrimas en las mejillas.
Lacros se puso de pie. Ania seguía sentada. Lacros comenzó a caminar en pequeños círculos, sin alejarse de Ania. El personaje del guardia real comenzaba a quedar detrás del hermano de toda la vida, del amigo incondicional, pero no, de eterno enamorado.
-Ania… yo… - Lacros se detuvo en su frase.
La tención  lo impulsaba a confesar los sentimientos que había ocultado durante años por honrar al deber, pero su razón le decía que sería el momento menos adecuado. En su mente había ganado esa batalla mil veces, en sus sueños, en sus más profundos anhelos. Había preferido observarla y suspirar antes de quitar su honra y darle un futuro incierto. La amaba, como a nadie en el mundo, pero ella era de otro.
-No digas nada Lacros, tampoco se lo digas a Zagal, él no sabe nada.
-Deberías decírselo, él es el padre de lo que tienes dentro. Como puedo ocultarle esto al rey, mi deber es servirlo a él.
-¡Deja de ser un guardia de mi padre por un momento y vuelve a ser mi hermano, mi amigo! – Grito Ania.
Lacros quedo impresionado. Jamás había visto la ira y la desesperación en Ania. Siempre sus emociones habían sido tenues sombras que rondaban sus ojos.
-No sé cómo podre decirle esto a mi padre. No sé cómo explicárselo a Zagal. Dentro de dos días ustedes partirán a defender el Ruby y puede que no regresen. Lacros, protégelo por favor, hazlo por mí, has que Zagal regrese, yo lo amo y lo necesito; por favor, no dejes que nada le ocurra a Zagal en el Ruby.
El corazón de Lacros se endureció y oculto su amor por Ania una vez más.
-Zagal me ama, yo lo sé y cuando regresen del Ruby, juntos se lo diremos a mi padre. Soy la heredera de Eris y este es mi deseo, caballero, por favor, no me falles.
-Nunca te fallare Ania… nunca le fallare princesa.
Lacros bajo una rodilla en señal de su juramente y bajo el rostro escondiendo las lágrimas fantasmas que jamás estuvieron allí, pero que el sintió como empapaban su rostro.
Lacros abrió los ojos. Aun se encontraba en el camarote de Derio. Mish estaba sentada observándolo. Lacros se sentó en la cama y miro directamente a los oscuros ojos de Mish.
-Desde la primera vez que te vi Lacros, note esa desesperante angustia en tus ojos, pero tus actos no la demuestran hasta cuando estas dormido.
-No puedo dormir bien, es cansancio.
-No Lacros, es angustia, tristeza y humillación. A mí no me puedes engañar Lacros, y menos a ti mismo y mientras no puedas reconocer aquellos sentimientos dentro de ti, jamás lo superaras y siempre serán un peso que no te dejara dar todo de ti. En este estado nunca derrotaras a Zagal. Dime Lacros ¿Qué es lo que te duele tanto?
-No lo entenderías… yo – Una lagrima golpeo el piso de madera.
Lacros no había llorado de esa manera desde que vio a Zagal morir en el Ruby. Desde ese día se sintió derrotado, aun cuando la victoria fue para la armada del rey. Luego de la batalla del Ruby, Lacros no puso mirar a los ojos a Ania, hasta dos días después de regresar, cuando Zagal apareció frente al trono.
Mish se levantó de la silla y se sentó junto a Lacros. Los rodeo con los brazos y lo guio a que apoyara la cabeza en sus piernas. Una vez ahí, Lacros dejo correr sus lágrimas silenciosas, mientras Mish paseaba sus finos dedos en el cabello del guerrero.
-Se debe ser valiente para enfrentar a los enemigos, pero más valiente se debe ser para enfrentarse a uno mismo – le dijo Mish.
-Yo la ame, Mish – Lacros se sentía débil, pero a la vez, seguro – La ame y le falle."
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Foto del autor Cristian Medel
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Descripción

Septimo Capitulo de "LA ESPADA DEL OESTE"

Palabras Clave: Espada Caballero pico Fantasa

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa



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