A CHRISTMAS INFORMANT ( LA RE-NATIVIDAD)
Publicado en Mar 10, 2013
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Nosotros nunca seremos testigos del fin del mundo. El mundo será testigo de nuestro propio fin.
El tiempo parece irse hoy en día más rápido , algunos dicen que es la sensación de quienes ya tenemos cierta edad, mientras que a los niños  se les hace eterno el momento en que llegue la navidad. Otros indican que la velocidad de rotación  la tierra sobre su eje ha aumentado y que de acuerdo a las ondas Schumann  éstas han variado en estos últimos seis años de 7.8 Hz. a  12 Hz., haciendo que las horas aun cuando cuentan sesenta minutos realmente son de cuarenta, teniendo así días de  dieciséis horas en lugar de  veinticuatro, por lo que los meses y años parecen correr en una galopada desesperante queriendo recuperar  lo que les ha sido quitado.
El caso es que ya la navidad está de nuevo a la vuelta de la esquina, los grandes almacenes se visten de luces y esferas  para atraer con su mágica mercadotecnia al incauto cliente para que por medio de sus tarjetas de crédito viva la ilusión de la navidad y la consecuente desilusión que le reportará el  alto pago de las mismas durante los meses posteriores.
Mi mente divaga sobre la relatividad del tiempo y el espacio quizá como una defensa para no caer en el estrés y pánico porque el día de mañana tengo que entregar a primera hora en la editorial del periódico un cuento navideño para  el suplemento dominical  y resulta que  yo sigo sin tener la menor idea de qué escribir para este año, año que según las profecías mayas predicen el fin del mundo para el solsticio de invierno o sea el veintiuno de diciembre.
Tomé mi bolígrafo y comencé a escribir frases sueltas: “Qué tal si las  tan mentadas profecías fueran ciertas, y el hombre miope de miedo siguiera su egoísta  andar tal como lo ha hecho hasta ahora desentendiéndose de ellas, como una respuesta a ya no creer en nada, así como aquellos aldeanos del cuento del lobo… Y si de una buena vez se acabara todo”
Al hacerme estas preguntas curiosamente el volcán Popocatépetl hacía una de sus ya cotidianas exhalaciones de ceniza, pensé: “ya nos  vamos a tiznar de nuevo, qué lata y yo que quería tomar un poco de sol”. A lo lejos escuchaba los cohetes que tronaban en las poblaciones circunvecinas, hubo un trueno de gran intensidad, ése sí debió haber sido un mega cohete, me dije, no acababa de terminar la frase cuando vi que mi perro levantaba sus orejas y corría de un lado a otro dando múltiples y sonoros ladridos. En eso la tierra comenzó a moverse, el cielo se fue  cubriendo por una inmensa nube negra  que ocultaba casi por completo los rayos del sol semejando un eclipse, pero  en este caso en lugar de ser provocado por otro astro era provocado por una densa nube de ceniza, las aves  en parvadas volaron a refugiarse entre los árboles pero de un momento a otro iban y venían como si hubieran perdido el rumbo.
 
El ambiente se impregnó de un olor a ozono, la electricidad se interrumpió, entré en pánico y me quedé viendo la escena sin saber si salir o no fuera de la casa con la esperanza de que todo pasara en unos segundos más y regresáramos a la normalidad, todas las posibilidades pasaban por mi mente en cuestión de segundos, me sentía indeciso de si quedarme dentro de la casa o salir corriendo, pero quién me aseguraba que afuera tuviera yo más seguridad, la respuesta se presentó de inmediato al ver que de entre las cenizas caían algunas piedras incandescentes, en esto hubo otro temblor de mucho más intensidad que el anterior, corrí entonces hacia uno de los muros de la casa para como medida de protección recargarme en él, mi perro ladraba como si viera algo y daba vueltas en su propio eje, el suelo comenzó a rasgarse, en eso  parte del muro cedió y  cayó, dejándome una salida, corrí hacia el campo  abierto, veía como una grieta corría y cortaba  la tierra en dos hasta donde  alcanzaba mi vista, todo se detuvo de un minuto a otro, el silencio se adueñó del lugar, al levantar la mirada veo como el volcán Iztaccihuatl,  que significa “ Mujer Blanca”  había despertado y quería recuperar el tiempo y  el espacio que le fue quitado durante los siglos en que durmió para no ver la decadencia humana. Cual mujer dolida lanzaba  fuego a ton y son, todo eran llamas, humo y escombros, las grietas de la tierra eran inundadas por lava. La mujer rugía como si estuviera en dolores de parto, destruía todo a su paso para dar a luz un mundo nuevo.
Mi perro me mordía el pantalón para que lo siguiera. Al mismo tiempo sentía como si algo dentro de mí también se estuviera desquebrajando, todo me dolía y apenas podía caminar, sentía que yo también por dentro me estaba despedazando, de un momento a otro perdí el paso y caí en el suelo seminconsciente, mi perro se acercó  y comenzó a lamerme la cara. Tenía la sensación de estar dentro de una bola de cristal que alguien meneaba. Por más que quería no podía abrir los ojos, sentía que mi cuerpo se dejaba ir por el vaivén  del suelo. A lo lejos  escuchaba  risas y gente hablando  en medio de un fondo musical navideño un tanto hueco y mecánico, pude apenas abrir los ojos y todo daba vueltas como en un carrusel.
La cálida lengua de mi perro seguía su afán de lamerme la cara y despertarme. Ahí estaba en el suelo una bola de cristal rota que contenía en su interior una casita y un hombre tirado junto a su perro. Había sido un extraño regalo de navidad que me había llegado por correo, nunca supe el remitente, y no hubo manera de saberlo, por lo que no me quedó sino conservarlo. Dentro del paquete venía empacada una bola de cristal con caja musical que mostraba en su interior una casita y un hombre paseando a su perro, al darle cuerda rotaba y sonaba una melodía navideña.  Había sólo una nota con algunos dibujos hechos a mano de hojas navideñas y esferas que decía: “Todo es relativo a excepción del odio”.
Recogí los pedazos rotos de aquella bola de cristal  que se había caído mientras me quedé dormido y que ahora yacía en el suelo desmembrada, al regresarla a su posición original la cuerda musical volvió a sonar un par de compases de algún villancico antes de fenecer.
Tiré todo en el bote de basura y en ese momento hubo un silencio total, una sensación de vacío que sólo fue roto por el sonido del viento. Era el solsticio de invierno; el sol y la luna parecían rivalizar en el horizonte entre juegos como aquellos amantes que finalmente se funden en un beso dándose como regalo un día tan largo como la misma noche. Las estrellas chispeaban al ritmo de los tambores que desataron su percusión a lo lejos, un coro de trompetas acompañaba aquel acontecimiento celestial de luz y sonido que había irrumpido el sigilo, anunciando así la nueva era, el nuevo orden cósmico que algunos falsos profetas quisieron llamarle el fin del mundo, el apocalipsis. Nada más lejos de la realidad, al contrario era el inicio de una nueva era.
Surgieron de la profundidad de la tierra, como si hubieran estado ahí por siglos esperando salir , imponentes pirámides y templos con estelas altísimas de piedra que intentaban tocar los cielos. Los tambores sonaron aún con mayor fuerza mientras del cielo bajaba una enorme ave de mil colores que al abrir sus alas manaba todo tipo de semillas.
Plumas, fuego, incienso, vibraciones musicales nunca antes escuchadas celebraban el regreso de los tiempos, el volver a comenzar. El mundo se unía en una sola lengua y una misma vibración  que conjuntaba todos los mantras, rezos e himnos.
El ave finalmente se posó en la pirámide más alta y después de un largo y bellísimo canto que se escuchó por todo el orbe, se desintegró  dejando caer sobre la tierra las miles y miles de plumas de colores que desprendían esencias de flores y que al tocar la tierra germinaban las semillas que  con anterioridad se habían diseminado.
El mundo de nuevo fue verde y sus árboles dieron frutos desconocidos, los ríos desaparecidos renacían y corrían  límpidos hacia los mares. Las fronteras se borraban de la faz de la tierra y lo que una vez se conoció como religiones se hermanaban en un canto de espiritualidad que no tenía más código que el amor.
Los cuerpos de los habitantes de esta nueva tierra eran alimentados por los frutos de la tierra y dejaban de ser cuerpos contaminados y enfermos, la mente alcanzaba niveles nunca antes sospechados. Los animales no eran más el alimento, ni el objeto de trabajo, entretenimiento o  lucha, sino fieles compañeros del hombre que le enseñaban a reconciliarse con la madre tierra.
Cuántas versiones habrá sobre lo que hoy conocemos como  la navidad, cuántos significados, cuántas maneras de festejarla, cuánta esperanza, cuanta alegría y  a la vez cuánta diferencia. Continuaba con mi relato. Renovarse o morir,  decía el dicho de la antigua era, sin embargo en la nueva se entiende el renovarse como esa forma de renacer que implica por fuerza una muerte anterior ya que nadie vuelve a nacer sin antes morir. Regresar al mítico paraíso ha sido el más profundo de los deseos del hombre desde que lo abandonó, hoy el hombre se reencuentra con él y lo redefine  como el destierro de la ignorancia y el egoísmo, el paraíso no un lugar sino una dimensión donde el tener es un valor caduco y que es sustituido por el ser potencializado, un ser que no confunde la egolatría con el saber que hay dentro de sí, un ser que no se ve ni se piensa más a sí mismo como el centro del universo, sino como parte de él y de quienes lo habitan. La luz interna no funciona si no es compartida y regenerada por otros.
El  sol se  fue ocultando y al oprimir el interruptor de la luz me percaté de que no había energía eléctrica,  fui al cajón de la cocina y tomé una vela, la encendí y derretí un poco de cera para pegarla sobre un plato,  regresé a mi escritorio con la vela y  así poder continuar escribiendo frases sueltas que más tarde armaría en un solo contexto.
“Afuera está un mundo al que nos hemos atrevido a romper y a matar, sin saber que los primeros en morir seremos nosotros,   no sería mejor romper la costumbre, la rutina y la idea de seguridad, partir en dos nuestro egoísmo, y dejar que la vida fluya”.
La llama de la vela me llamó la atención, al advertir como tintineaba entendí que ella en sí posee una energía y una vibración que se conecta con la vibración de mi hipotálamo, en ese mismo momento yo estaba despertando a un nuevo estado de  consciencia , mi mente leía y veía lo que antes estaba vedado para ella, percibía cómo los cuatro elementos dominantes de nuestro planeta: agua, viento, tierra y fuego formaban un todo con sus propias vibraciones que se conectaban a la mía y a su vez la mía con el resto de los seres vivientes haciendo una cadena de vibraciones que mejoraban mi entorno  y el entorno de cada uno, el “quid pro quo” en su máxima expresión,  de tal manera que el cambio a una nueva dimensión en este mundo era posible con tan sólo el hecho de conectarse los unos con los otros, en este despertar a un nivel mayor de consciencia.
Al carecer de luz eléctrica el cielo cobró mayor relevancia en mostrarse desnudo tal cual es, salí a la terraza para disfrutar del espectáculo, los astros se fueron acomodando de tal manera que las estrellas fueron vistas al igual que en la Palestina de hace más de dos mil años. La tierra estaba por ver su nuevo amanecer,  un renacer y  el cielo era testigo de mi propia natividad.
 Eduardo Sastrías
 
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Foto del autor Eduardo Sastras Bordes
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Descripción

Cuento de ciencia ficcin que habla sobre el fin del mundo y el inicio de una nueva era.

Palabras Clave: suspenso navidad profeca fin mundo maya

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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