No me interesa una inmortalidad de felicidad extrema,
Esa es la recompensa de un alma piadosa,
Y lo único bueno en mí; eres tú,
No quiero una eternidad sin malicia, inocente; si no está la
malevolencia de tus manos en ella, pues nada sería complaciente.
Quiero ver tus ojos de fuego, sentir tu piel blanda, quiero
tenerte constantemente en estas ansias que me asesinan en silencio.
Quiero tocarte hasta no sentirte más, quiero que mi corazón propague
tu nombre cada instante, por cada parte de mi cuerpo, en cada parte de mi ser.
Pero antes hagamos llorar a las nubes con una ternura
infinita,
Cantemos, con el viento impetuoso,
Alegremos a la melancolía que nos toma por sorpresa de  vez en cuando;
Cambiemos el rumbo de nuestro destino dos o tres veces por
día;
Explotemos nuestras ilusiones, nuestras almas, nuestros
cuerpos, y estas ganas intensas que tengo de morir en tus brazos cada que las
sombras consumen a la luz.
Amemos el dolor de nuestras ausencias,
Exclamemos al oído de la cordura; frases tontas, obscuras, de
un corazón emergido de las tinieblas, de la angustia y la soledad.
Dancemos sobre el cuerpo de hojas caídas.
Observemos el mar perpetuo de estrellas,
Caigamos sobre la muerte espesa, de las palabras sobrantes,
Hablemos con el alma y con el corazón, no con nuestra boca.
Sigamos juntos amor mío, hasta que la fruta de nuestro amor y
de nuestra existencia, madure y caiga del árbol en que esta sostenida, reventando
en mil pedazos.