Tenía rato sintiéndose perseguido, su instinto natural se lo avisaba aunque sus sentidos no identificaban a su perseguidor. Dejó atrás las cálidas arenas del desierto donde se sabía a merced de sus enemigos y se encumbró a terrenos agrestes, rocosos y con prolongadas pendientes donde se reconocía soberano desde épocas inmemorables. Ahí donde lo habían identificado siempre su gran fuerza, su instinto de independencia y su señorío.
 
Siguió ascendiendo, a ratos se detenía sudoroso, inquieto, respiraba con fuerza el aire que le traía la cañada y continuaba su huida. Próximo el amanecer se detuvo en una saliente rocosa casi exhausto y volvió ver pasar frente a su cabeza esa extraña lucecita que momentos antes se posó entre sus ojos y lo hizo correr asustado; ahora no rehuyó el haz luminoso, erguido su poderoso cuerpo alzó majestuoso su testuz coronada por la madre naturaleza; a lo lejos se escuchó un leve chasquido seguido de un breve estruendo y el perseguido cayó sin vida.
 
¡Uno más!, un precioso ejemplar Ovis Canadensis, conocido vulgarmente como Borrego Cimarrón ha sido cazado por el peor depredador que pueda existir, ¡el hombre!, que utilizado su inteligencia y lo más negro de su condición humana en aras de un “deporte” aniquila a otras especies sólo por diversión.
 
¡Uno menos!, un espécimen es sacrificado sin justificación alguna y al morir acerca a su especie a la extinción; la misma que alcanzará al hombre, sí, al “rey de la naturaleza” por mantener esa estúpida visión de no prever su propio futuro.