Temerario, asumo la militancia de la vida.
Es un milagro de milagros amanecer de nuevo.
Jubiloso, resplandezco en el paisaje.
Dejo atrás la ciudad turbia y sus circunstancias.
Sus hoscos legajos, su tendencioso asolamiento.
Vengo a vivir la poesía de las cosas.
Como un niño trepo por piedras rosadas:
Depongo mis contricciones ante un aire malva.
Mis pies y mis manos se enredan en los elementos.
Y descubro semblantes verdes en las enredaderas.
Las cuencas de mis ojos se secan de alegría:
Por lo general se me resquebrajan con las alergias.
Uno que otro insecto me ataca con sus púas.
Mares de mariposas salen desde los árboles,
son columnas de alas que llegan hasta el cielo.
Son arquitecturas y, a la vez, gloria y alegorías.
Saboreo el aire grávido y me sabe a menta.
Voy por las trochas y su lento polvo.
Suelo reposar de mis desmayos los fines de semana:
De lunes a viernes tengo para congojas, augurios y presagios.
Pero los fines de semana dejo mis obsesiones y mi melancolía
y me lanzo a recibir las unciones de los cerros pacíficos.
La selva está llena de propósitos puros.
Se repiten las lagartijas en sus agujeros.
Se incorporan miríadas de pájaros señeros
a los cabrilleos del verde incólume.
Perdido en la hojarasca indemne
dejo que se derriben mis pesados diques mentales
mientras subo las cuestas en forma de rompeolas.
Transcurro entre los mensajes de la naturaleza
y mi alma va simpatizando con las lejanías.
Soy el hombre más envidiado del mundo
pues huyo siempre de las atrocidades hacia lo sereno.