El antipoeta fuma mariguana u opiáceos.
Ve sus triunfos donde no existen.
Anda de garito en garito, como un lobo
perdido en su tétrico submundo.
Considera a las bombachas como premios
y al vello púbico femenino como a una baraja.
Sus ojos son focos de monstruo esteparario.
En vez de corazón tiene un glaciar.
Sus malos piropos resultan vejaciones.
Puede apostar a su novia por un mazo de cartas.
No es altruista para nada y se cree benevolente.
El antipoeta es un pícaro metido en un disfraz.
Un arco quebrado que acuchilla a quien pasa.
Sus tiempos son destiempos y ama las borracheras.
Se inclina a lo devastado y a lo mutilado.
Degüella a los gatos y profana las rimas.
Su lengua es una brutal hélice de lodo.
Trata gozosamente a su prójimo de imbécil.
Finge ser alucinante y bondadoso.
Más sólo habla de trampas, de arrebatos y de putas.
Cree que se ha esmerado si escribe una burrada.
El antipoeta es un ser odioso y primitivo.
No es más que un palúdico pabilo que se acaba.
En sus narraciones conjuga juegos macabros y misterios.
Se cree el arquetipo de Dios, o por lo menos, un abate.
Se cree el poseedor de la sabiduría de Gandhi.
Estruja las vegas de las mujeres sórdidas
que venden su cuerpo por estricta necesidad.
El antipoeta se piensa un cosmos arrebolado
y le apasionan los trasnochos y las noches de copas.
Piensa que ha graficado al mundo y que lo domina.
Y se ha engarzado en sus visiones en la mitra de la literatuta..
Más es un polisón calcáreo, un extravío, un deshielo.
Un relincho que pasa ya con la soga al cuello.
Es un lobo que ha tomado la piel de un cordero
y está destinado a morir en el ostracismo y el olvido.