¿ Quién podrá dilucidar lo que siento
esta noche, plena de postrimerías ?
¿ Quién podrá detener mi mano
que, sobre la mesa, hace palabras redondas ?
¿ Quién me dará los detalles de oro
que harán aún más preciosos mis comportamientos ?
¿ Quién logrará que desprecie a la luna, si mis ojos resienten su hecatómbe?
Por todo lugar iré por la prosodia, haciendo pausas y singularides.
Desenterraré los pájaros que ha sembrado un vestigio después de unos vientos verdinegros.
Levantaré la idea, me enterraré en el tiempo, seguiré a los tranvías que persiguen submundos.
Entre las pausas que da el árido subcielo, proclamaré la hora de lo jamás logrado.
¿ Quién ? ¿ Cómo ? ¿ Cuándo y dónde ? No me importan, pues estoy aquí sin detrimento.
Tomaré del pistilo de una ínfima gardenia y haré que las montañas se domen al zodíaco.
Vendrá la anochecida, vendrá la calma, caerá la vaguada por siempre tutelando
un amanecer de tibio florecido, donde pueda poner corolas en las lajas.
Trampas de tiempo y vueltas de la esperanza: todo renacerá de mis mismos esteros.
Pondré figuración de alas donde posó un arcangel, en las evocaciones de mi frágil oratoria.
¿ Quién será aquel palero de siglos, que buscará la fuente entusiasta de mi idea ?:
Los órbes germinan en las yemas de mis manos, como si yo les fuera señal de Creador.
Nadie podrá escapar del estigma, de transitar poseso, en ciudades raídas.
Por más que se engarcen en mí los cementerios, los disolveré sólo con hacer dos plegarias.
De los montes de amor no han venido mis luces y casi no es posible conterme en las formas.
Formaré de lo verde a la mujer que quiero, hecha de vientos, azúcares y husos certeros
Del valle de los nombres estraeré corolas y la nombraré mi mujer silenciosa.
¿ Quién podrá evitar que haga cúpulas azules y que plantee la cópula en ociosos reductos?
Las vueltas del almanaque y el uso de las lenguas, jamás podrán hacer que me detenga el crítico.
Del cítrico  haré uvas sedientas de un acorde, maduraré debajo de una botica húmeda.
Someteré las cosas a mis manos someras: piedra, agua y viento parirán mis dos manos.
Manantiales de reminiscencias y rebordes traslúcidos es lo que cederé a la tierra expansiva.
Explosiones de luces en un lugar ambiguo, sitiado por los bordes de una página ciega.
Pondré el estero junto a la campanilla, y a ver quién me dirá cómo o cuándo lo hago.
Y a la luz de la lumbre que traen las siemprevivas, derramaré en tu boca la vida, acumulada.