Un gato en mi senda
Publicado en Jan 10, 2013
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Era un ocaso álgido de invierno, Lorenzo llevaba todo el día agazapado tras las nubes, y por la hora ya procedía a dejar su espacio en la cúpula celestial a Catalina. Yo conducía en mi automóvil, con las ventanillas subidas, la calefacción activada, las luces prendidas y la niebla me sitiaba más y más a cada giro que daban las ruedas en dirección a mi destino. Me dirigía a la vivienda de unos familiares por una carretera mal pavimentada, tortuosa y lóbrega. Confinado entre robles, castaños, abedules y demás vegetación llena de términos vernáculos, de esa de magnos doseles que ni durante el estío dejan pasar por completo el fulgor solar. Porque sus troncos anhelan mantenerse clandestinos para sugerir siluetas de formas imaginables que en realidad no hay.
A media distancia entre mi morada y la de mis familiares hay una recta seguida de dos curvas muy cerradas. La primera a la diestra, la siguiente a la siniestra y después recta nuevamente. En medio de ambos meandros de asfalto, un pequeño puente y bajo él un profundo y delgado curso fluvial. En esta época del año la humedad ambiental y la presencia del río y del tupido monte reburujan a la calzada en una viscosa neblina con hedor a desasosiego.
Las gentes hablan de que entre ambas curvas siempre hay un gato negro que atraviesa de un lado al otro de la carretera sin miedo a ser atropellado y que aunque su destemido proceder lo pone en peligro constantemente, no tiene ni un solo arañazo.
Unos, lo describen como pequeño, deslizadizo, completamente negro y con el pelo corto; otros, en cambio, apuntan que es muy grande, lanudo y de aspecto atigresado en el abdomen, pero el resto del pelaje sigue siendo negro. Las representaciones varían mucho de unos a otros, lo único que se mantiene es su color negro y su situación entre ambas curvas. Incluso hay quien cuenta que se detuvo para poder ver a donde se dirigía, si tenía dueño, si lo podían coger. Pero en eso también coinciden todos: cuando detienes el coche, cuando pasas andando, o cuando simplemente miras por el retrovisor nunca aparece el tan mencionado animal.
Las malas lenguas lo han transformado en bruja, en espectro infernal. Lo culpan de la niebla que envuelve la senda, lo culpan de los accidentes y de las vidas que se cobró aquella estrecha carretera. Lo culpan de todo lo malo que le sucede a ambas aldeas separadas por ese dichoso camino. Todos lo imputan, pero nadie ha logrado enjuiciarlo. Sigue vagando libre entre las dos curvas.
Yo tengo que confirmaros que nunca lo había visto. Siempre que hago ese recorrido procuro pasar despacio, mirando a los lados si puedo y buscando con la vista al escurridizo felino. Hasta esta noche, esta noche de la que os hablado antes lo vi. Como ya dije, iba en mi coche rodeado de la espesa niebla, con la calefacción al máximo y al acercarme a la primera curva sentí un escalofrío que partía de mis entrañas y me congelaba hasta la punta de los dedos. Pensé: ¡Es la niebla, sólo la niebla y su fría humedad! ¡Sólo puede ser eso, no ninguna otra cosa más!
Los segundos que normalmente se tardan en recorrer aquellas dos curvas, que como mucho pueden llegar a ser diez, se me hicieron horas. Podría relataros palabra por palabra lo que sentí, lo que viví, lo que recuerdo y ¡Lo recuerdo todo!
El motor de mi coche hacía el mismo ruido que habitualmente hace. La entrada del aire caliente desde el radiador chirriaba, como también es ya normal. Las luces de niebla no impedían que la carretera y la atmósfera se ocultasen de mis ojos. Y la radio que había años que no funcionaba seguía sin hacerlo en ese momento. Todo normal. Hasta llegar a unos quince metros de la primera curva, momento en el cual sentí el mentado escalofrío. Se me estremecieron todos los huesos y mis rodillas empezaron a temblar. ¡Es sólo el frío de la bruma, sólo el frío de la noche y cuando llegue al final del camino se va a acabar! Pensé lo mismo una vez más.
Ya posicionado mí coche entre ambas curvas, el suelo deslizante lo hizo por un segundo resbalar. Las ruedas dejaron su lugar idóneo dentro de mi carril y se desplazaron un metro, o incluso más, hacia el que viene en la otra dirección. Pero al momento, un rápido volantazo y mis reflejos lo volvieron a enderezar. Volvía a estar tranquilo para variar.
En mi tranquilidad no caben sobresaltos, porque con ellos se va. Y sin pensarlo, sin esperarlo ni por un casual. Un gato negro, oscuro y pesado como una roca de metal, saltó sobre mi capó. Sentí el golpe, y sin pensarlo más se me prolongo sola la pierna y tuve que frenar.
El coche permaneció inmóvil en medio de mi carril. Ni en mis sueños especularía que pudiese en menos de dos metros así de parado poderse quedar. Y sin tiempo ni para el aliento recuperar, ni una sola bocanada de aire poder a los pulmones llevar. Un camión, colosal como el palacio del más rico sultán, pasó a escasos centímetros de mi defensa. Y sin siquiera me rozar, enfiló en recto sin molestarse a en su primera curva girar. Para acabar en medio de un campo, como quien va a pastar.
¡Estoy vivo! – Grite sin pensar - ¡Estoy vivo! – Repetí una vez más.
Y si no fuese por el gato que encima de mi coche vino a saltar, ahora estaría muerto para toda la eternidad.
Quisiera agradecérselo a mi desconocido salvador. Pero como la gente decía, en menos de una milésima de segundo sobre mi coche no había ningún animal. Y es más. No estoy seguro de si en algún momento llegó a estar. O si sólo fue ese espíritu, esta bruja, ese ser, al final nada maligno el que a mí me vino a salvar.
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Foto del autor Julin
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Descripción

Un gato en mi senda. Relato corto sobre como la percepcin de las cosas cambia segn el punto de vista y la situacin.

Palabras Clave: Un gato en mi senda

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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Maria

Muy bonito Julian....me gusta!!!!
Responder
January 11, 2013
 

Julin

Gracias María :)
Responder
January 11, 2013

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