Capítulo IX. Ana, esa madre
Publicado en Nov 26, 2012
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Capitulo IX "Crónica de una familia"

Se fueron a vivir a la calle la Fuensanta, por el alto de la Iglesia,  en aquel tiempo
prácticamente en las afueras del pueblo. A ninguno de los dos le importó, eran de la misma forma de pensar, personas sencillas y normales  del mismo carácter, en cambio, la casa de
Luciano estaba algo retirado, en el bajo de la Iglesia, lugar preferido de los pudientes, se consideraba la calle principal.
Una cosa estaba clara, Luciano seguía siendo la persona más acomodada de la familia, con múltiples propiedades y negocios, grandes rentas y buen vivir.  En cambio, Pepe era un modelo de hombre diferente, algo bohemio, modesto y pegado al pueblo.
Pasó el tiempo, Ana empezó pronto con los embarazos, era algo natural, en aquellos tiempos, las mujeres fecundaban con gran facilidad y era raro no ver familias de 7 o 10 hijos.  Ellos no lo sabían aún, pero el destino los había elegido para ser una familia numerosa, con sus altos y bajos,  jóvenes y fuertes para hacer frente a lo que salvaguardaba, nada fácil.   Pronto llegaría el primer embarazo.
Ana sin experiencia, seria primeriza en solo diez meses. Apenas habían pasado las mieles de la boda, de su viaje a Granada, y del comienzo de aquella vida en matrimonio con su amado, cuando quedó en estado.  Era una joven afortunada, ella y toda su familia, en especial su esposo,  por fin serian padres por primera vez.    Había que preparar ajuar para ambas posibilidades, así que ganchillos en mano,  puso a confeccionar  las ropitas que con toda seguridad haría falta para el bebe. 
Cuanto cariño y cuantas caricias en el vientre de Ana, por parte de Pepe, que acariciaba con sumo cuidado aquella barriguita que ya notaban todos, y es que sin saberlo aún, también era el elegido para ser el mejor de todos los padres del mundo, cuanta dicha y felicidad en aquella
pareja, ajena a las contradicciones y desesperanzas que la vida también les tenía reservada, como para todo cristiano, porque nadie está a salvo de esta realidad.
Y eran tiempos muy difíciles en Casariche y en todo el país, precisamente el 30 de diciembre de aquel año, el gobierno ordenaba el envió de navíos de guerra a Tánger en estado de máxima alerta preparados para una eventual invasión a Marruecos. Se declara la guerra, cierta inseguridad para las familias de los mozos que tenían  que incorporarse, un drama para muchos.
Esta situación de máxima alerta, unida a la penuria que atravesaba el país, se hace notar en las clases menos acomodadas,  la escasez y falta de alimentos  devasta a una buena parte de
la población. Casariche no está exento, se encarece los productos básicos y como consecuencia la población atraviesa una de las etapas crueles de la historia, en especial con los débiles. 
Pepe permanecía mucho tiempo en la calle, visitando bares y lugares  donde surgía el trato, que era su actividad principal para conseguir algún beneficio, se defiende ante tanta
adversidad, llevando esperanza a su embarazada esposa, cada vez más próxima al parto.
Por fin llegó la fecha en que la cigüeña debería pasar por casa.  Corría el año 1903, todo preparado para el feliz acontecimiento, allí se encontraban todos, familiares, amistades cercanas,  la patrona, acompañada de varias auxiliares, Ana en su alcoba, dispuesta para el momento especial.  Pepe a su lado, acariciaba su mano transmitiendo  complicidad y fortaleza
ante  su primer parto.
Caía la tarde, desde la ventana del dormitorio se veía pasar los arrieros que regresaban del campo con sus caballerías, algunos con sacos de paja y aperos de labranza; otros a pié, en grupos, donde no faltaba las mujeres con faldones hasta los pies y  cabeza cubierta con un pañuelo y sombrero de paja, con aspecto alegre a pesar de la dura faena de la jornada.         
De pronto, comenzó el gran prodigio de la vida, momentos inenarrables para todos cuantos estaban en casa.  Una pausa de silencio acompañada del llanto de un bebe fue la señal inequívoca de que había nacido. Se trataba de una preciosa niña, de bello semblante, que no dudaron en sacar parecido familiar, desde el primer instante. Días después la bautizaron con el nombre de Inmaculada Concepción, aunque acordaron llamarla Conchita en recuerdo a su
abuela.
Pero lamentamos decir, que aquella alegría duró muy poco en casa.   La pequeña desde
su nacimiento padecía de una insuficiencia respiratoria que se agudizó con los días.  La llevaron a los mejores especialistas sin conseguir resultados favorables, la pequeña no respiraba bien y era un sufrir constante verla en esa situación de indefensión pectoral. Ana lloraba desconsolada y Pepe no lograba concentrarse en sus asuntos, pensando en su hija.   Hasta que un día divino, el Señor quiso llevársela como un angelito al reino de los cielos. Tres meses de vida,
90 días de sufrimiento. No es posible amar más a un hijo, máxime cuando se trata del primero, pero la fuerza del destino la arrebató para que gozara con los ángeles celestiales.
Este triste suceso me hace recordar que por aquellos años, y no muy lejos de allí, en la población de la Rambla, un matrimonio de similar edad, mi abuelo paterno Juan Antonio Gamero, en su primeras nupcias casado con Concepción Villegas, tuvieron once hijos, algunos murieron a los pocos días de nacer, otros a los escasos meses y  temprana edad, entre tres y seis años, logrando sobrevivir solo cuatro de ellos.   
        
Pero la naturaleza que es sabia, no quiso dejar las cosas así, e inmediatamente ordenó que a casa de Ana y Pepe, llegaran más descendientes sin ningún contratiempo, la gran mayoría niñas como podremos leer en los siguientes capítulos.
En otro orden de la vida,  Pepe en materia económica no levantaba cabeza, en alguna ocasión recibió ayuda de su hermano Luciano que le permitía ir tirando. Pero España en general no caminaba con buen pie a principios del siglo XX; la realidad española era sin embargo dinámica, se adentraban nuevos cultivos, mejoraba la pesca y las comunicaciones y se desarrollaba la industria, concentrada principalmente en Cataluña y País Vasco.
En la Andalucía rural solo los labradores más dinámicos conseguían subirse al carro de los nuevos cultivos, entre los que no podía faltar Luciano, que ganaba dinero sin cesar, mientras que otros muchos se desplomaban en la ruina.
Mientras, Ana había quedado nuevamente en cinta, de nuevo la esperanza llega a casa, 
un nuevo hijo borraría las penas de la perdida de Conchita.  Pepe afrontaba todas las circunstancias,  una  nueva oportunidad para el matrimonio.
Alegría en el entorno familiar, florecía el comienzo de una larga descendencia. La primera en nacer en esta nueva etapa fue otra hermosísima niña, de bellos rasgos, a la que pusieron de nombre Carmen. Nació en 1905.
Carmen se crió en un ambiente de austeridad razonable, gracias al esfuerzo de su padre y también de la buena administración de su madre, una mujer ejemplar, que a sus 24 años era ya  ama de casa bien experimentada.
La joven hizo sus primeros estudios a duras penas, asistía a una escuela se niñas 
pero lo que predominaba era ayudar en casa, aprender las labores del hogar para cuando fuera mayor. Su padre se encargaba de reforzar sus estudios, enseñarle a leer, escribir y las cuatro reglas básicas de aritmética,  lo importante era prepararse para ayudar a su madre.  
Y es que Carmen estaba destinada a auxiliar a su madre y a todas sus hermanitas a medida que fueron naciendo, como veremos en esta historia.
Ni que decir tiene, que la economía de la casa era bastante irregular, la suerte radicaba en las continuas ayudas de Luciano y en el consumo de productos de una finca que aún conservaba, legumbres, hortalizas, fruta y productos frescos de la huerta.
La ropa pasaba de la mayor a la siguiente menor, con mucha costura y arreglos para disimular las herencias, no existía confección ni ropa a medida, había que encargarla a la modista de turno,  a veces se podía costear, otras no.
Al paso de los años, las mayores, solo salían a la calle los domingos a misa, y por las tardes a pasear con sus padres.   Por cierto que Ana siempre se le veía embarazada, aunque conservaba buen físico a pasar de los partos, algo rellenita,  su cordialidad y simpatía gustaba a las gentes del pueblo.
En las tareas de casa, había que organizarse, ya que Ana no podía con todo. Así las cosas, se contrató a una mujer para ayudar, las chicas se peinaban unas a otras; de mayor a menor, entre risas y juegos. A veces para que aprendieran, les tocaban hacer las camas, siempre en
parejas para que asimilaran al mismo tiempo. 
Lavar la ropa, se hacía a mano en un barreño grande, aunque otras mujeres del pueblo iban al río o lavaderos públicos.
También había que barrer y fregar la casa de dos plantas, los dormitorios estaban arriba junto al único baño, que  Pepe hizo expresamente para Ana y sus hijas.  Lo peor era los corrales, ya que convivían con diversos animales,  gallinas y cerdos que había que limpiar y alimentar con piensos que para colmo había que elaborar con residuos de comida y alfalfa.
La cocina era tarea de Ana, siempre ayudada por una mujer de confianza, aunque en esta casa siempre se les trataba como un familiar más, este personal ayudaba a Ana en todas las tareas, hasta que las niñas fueron haciéndose mayores.
Con Pepe no se podía contar, ya que por sus ocupaciones en la calle,  regresaba cansado a veces contrariado por la escasez de tratos, pero que le obligaba a salir y relacionarse con la ciudadanía del pueblo todos los días del año, aunque siempre con tiempo para dar clases a las niñas por la tarde. 
Nunca se le dio bien aprovechar las nuevas oportunidades.  Admiraba los avances de su hermano Manuel, o Luciano prácticamente dueño del pueblo.  El se conformaba con ir tirando, haciendo tratos de vez en cuando y vivir feliz con su familia.     En la calle, la atención mundial eclesiástica estaba pendiente de la salud del Papa Pio IX,  su resistencia se resentía por momentos y se esperaba lo peor. La gente en sus casas escuchaba la radio para enterarse de las últimas noticias. En la Iglesia se rezaba por el Papa que después de 31 años de
pontificado,  el que más había durado desde San Pedro.              
Regresando a nuestra historia, nadie podía predecir los acontecimientos y el trágico final que tenía que llegar a casa de Pepe Borrego. Cuantas vivencias, alegrías, desvelos, ilusiones y desgracias  en tan poco tiempo. Solo Dios y el universo conocían el camino y el final del trayecto. 
En tan solo dieciséis años de casada, Ana había tenido ni más ni menos que nueve partos; recordemos a Conchita, (1903) después, Carmen,  Ana María,  Narcisa, Miguel el único barón; Dolores, (1910) Juana, mi madre Fuensanta (1914). Pero cuando todo el mundo creía que ya no vendría ninguna más, Ana quedo nuevamente embarazada de Josefa.
Nace un 26 de Julio, Día de Santa Ana del 1918,  siendo esta la ultima; ya que finalmente
Ana fallece el mismo año cuando contaba 37 primaveras,  a los seis meses de haber dado a luz a Josefa.

Este triste acaecimiento  sucedió el 7 de Diciembre de 1918 a las 3 de la mañana. Aunque el parte médico de Mateo González indica anemia cerebral, las causas de su muerte podemos encontrarla en la pandemia del 1918, el fantasma de la gripe española que en solo un año acabó con cuatro veces más muertos que la Guerra Mundial. Podemos citar que la Guerra  terminó en 1918 con nueve millones de muertos. La gripe Española de ese mismo año acabó con la vida de 40 millones de personas. Fue la peor de las epidemias mundiales de gripe del siglo XX.
Ana vivía en la Calle Fuensanta, número cinco; el cura que dirigió el sepelio se llamaba Miguel Sánchez García, un modesto funeral de cuarta clase según consta en la partida, fueron los testigos don Jerónimo y Juan Parrado.
Que sabor agridulce más inmenso para Pepe, una niña más en la familia, pero había perdido la mujer de su vida, la madre de todos sus hijos, su ilusión y único motivo de existencia. 
Cuánto dolor y cuanta desesperanza. El cielo le había arrebatado lo que más quería, su compañera del alma y del sufrimiento.  Pepe  sintió como se helaban sus venas, como se le
contraía el estomago, como se le inmovilizaba las piernas, apenas sin respirar, no podía creer  que esto pudiera estar sucediéndole. 
Cuanta pena y cuanto dolor. Sus ojos como un manantial de lágrimas,  no paraban de
emerger, no había consuelo posible para aquel hombre.  ¿Qué pasaría ahora?, ¿quién cuidaría a sus hijos?, la mayor, Carmen solo contaba 13 años recién cumplidos; Ana María, 11; Narcisa
10; Miguel  9; Dolores, 8; Juana 6; Fuensanta 4; y Josefa con sólo seis meses.   ¿Qué hacer?  ¡Virgen de la Encarnación!
Ana contaba en el momento del parto con 37 años, joven y al parecer, bellísima. De ahí que todas las niñas eran guapas como su madre, algunas con rasgos del padre, pero en general niñas encantadoras.
Nuestro abuelo tenía 42 años;  pronto aparecieron numerosas canas, cara abatida, había desaparecido la sonrisa de su rostro, solo le quedaban sus hijas, y su único varón, Miguel.
Esta nueva situación familiar sin Ana era muy complicada; como pudo, consiguió la ayuda de una mujer para el cuidado de sus hijas, pero este sufrimiento estaba acabando con su vida, en su interior se estaba encubando una terrible enfermedad.
El continuó sacando sus hijas adelante, vivió en solitario hasta el resto de su vida, se dedicó al comercio, viudo, sin conocer ninguna mujer que pudiera sustituir a su amada Ana.
Mientras en Casariche, ¿qué acontecimientos aguardaban la vida de sus 8 hermanas? ¿Qué nuevas experiencias esperaban  a esas mocitas de linaje?  
Alguna tuvo que emigar. Eran tiempos de cambio. No se pierdan el próximo capitulo "La fortuna esperaba en Argentina"
 
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Foto del autor RAFAEL GAMERO BORREGO
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Descripción

En tan solo trece años de casada, Ana había tenido ni más ni menos que 8 partos; recordemos a Conchita, después, Carmen, María, Miguel el único barón; Dolores, Narcisa, Ana María, y mi madre Fuensanta. Pero cuando todo el mundo creía que ya no vendría ninguna mas, Ana quedo nuevamente embarazada de Josefa, no siendo esta la ultima; ya que finalmente llegó la pequeña de la casa, la niña Juana y con ella la muerte de Ana.

Palabras Clave: Ana madre alto de la Iglesia Casariche bohemio modesto familia numerosa

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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