El Hombre que amó después de la muerte
Publicado en Nov 25, 2012
Prev
Next
Image
El Hombre que amó después de la muerte 
 
1
 
 
 
 
 
Los ojos de Marcus apuntaban hacia la ventana, pero la mirada se encontraba en algún punto inexistente. Las luces de los edificios continuos pintaban un escenario espectacular, la imagen completa le resultaba conmovedora. No buscaba nada en particular, simplemente disfrutaba del momento, del final de temporada que ocurre cada año al inicio de las vacaciones de verano. Días que sólo significaban el doble de turistas, por lo tanto el doble de trabajo. Le gustaba pensar que la vida se vivía en capítulos, en temporadas, y era justamente en los finales cuando sucedían los cambios más importantes. Nuevos personajes, situaciones difíciles y besos dramáticos. No era particularmente fanático de los dramas, pero su vida por una u otra razón  incluía su dosis permanente. 
      Metió la mano ligeramente al pantalón para cerciorarse de que su celular estuviera en el bolsillo correcto, las llaves y la cartera. Todo en su lugar, ningún motivo de distracción que ayudara a calmar la ansiedad por la tardanza de su compañera. Los pensamientos se hacían presentes, pero eran inmediatamente silenciados. Accidente ó peligro, pensamientos que le hacían sentir incómodo, pero en especial aquellos que incluían tiempo extra en el trabajo eran los que lo volvían loco, loco de celos, fiebre de posibilidades infinitas de risas y largas platicas. A pesar de lograr mantener en el nivel más bajo de conciencia estos pensamientos, los minutos seguían pasando y Victoria no aparecía.
Las piernas resintieron la espera y les concedió un merecido descanso. Dejó caer todo su peso sobre la cama. Las lámparas de mesa estaban prendidas, de manera que las sombras predominaban en el techo. Permaneció en esa posición mientras intentaba aprovechar el tiempo pensando en soluciones para problemas del trabajo. Pero la mente le daba vueltas a las mismas imágenes, intentó forzarse a plantear cambios, pero lo único que podía pensar era para variar. Ella. 
      Por vigésima vez verificó la pantalla de su celular, que nuevamente se mostraba sin novedades. No hay llamadas perdidas, no hay mensajes y la foto de fondo resultaba menos placentera. Estaba impaciente, intentó contener su molestia y disolverla con posibles justificaciones del retraso. La conversación en su mente se empezó a formar. Ésta iniciaba con un saludo con descarga sarcástica y pesada por parte de él, seguida de pretextos que serían inmediatamente silenciados. Ella intentaría por todos los medios zafarse de la culpa, pasarían horas discutiendo quién tiene la razón, después de un tiempo perderán la noción de cuál era el motivo del pleito. Era una escena completamente predecible. Marcus sólo quería llegar a tiempo a su reservación, quería darle una sorpresa. Quería que la noche fuera especial.
     La puerta de la entrada suena, unos tacones rompen en silencio, segundos después aparece Victoria, completamente mojada, con el maquillaje corrido y un gesto de tristeza. Marcus intentó recordar el saludo sarcástico, y mientras lo hacía, corría hacia ella y la tomaba entre sus brazos. Se inclinó y la levantó para llevarla en brazos. Se dirigió al baño sin decir una sola palabra. Con la parte posterior de la muñeca oprimió el switch para encender la luz de la bañera. Bajó la tapa del retrete con el pie y la sentó ahí.  Abre la corriente del agua y se dirige al armario, toma un par de toallas y las coloca sobre el cristal de la bañera que empezaba a empañarse con el vapor del agua hirviendo. Camina hacia Victoria, la carga nuevamente y la baja dentro de la regadera, mojándose los zapatos y las mangas de la camisa. Se da media vuelta y sale del baño. Cierra la puerta.
 
      Marcus escuchaba el agua correr, y podía descifrar los movimientos de Victoria con el sonido rítmico de los chorros de agua golpeando el azulejo.  Todo lo que tenía planeado había quedado completamente arruinado, desde la cena sorpresa por su aniversario de noviazgo, hasta la pelea con descargas emocionales. Una mirada de Vicky, verla indefensa y derrotada despertó en él un instinto que solamente conocía por ella. No conocía los motivos de la tardanza, pero en un punto entre la entrada desafortunada y los ojos llorosos, dejó de tener importancia.
     Se sentó en el escritorio de Victoria. Se queda observando la habitación, no era muy grande pero Marcus tenía muy buen gusto y logró remodelarlo con muebles de segunda mano. Un estilo contemporáneo. La combinación de texturas y colores viejos era precisa y perfecta. Digna de una portada de revista de diseño de interiores. La idea le pareció interesante, soltó una risa y dejó caer su peso en la silla reclinable.
    El departamento era de ambos, pero Marcus siempre había sentido que ese hogar era mayormente de Victoria. Era justamente lo que ella necesitaba para sentirse satisfecha consigo misma. Levantarse y ver todo justo como debía estar. Era una labor constante para Marcus. Verla tranquila y sonreír, estirarse en la cama con ruidos extraños y revolcarse en la cama, rogando por cinco minutos más de sueño. Sus labios sabían particularmente dulces en esos momentos. Victoria no era otra cosa que la droga más maravillosa para Marcus. Tal vez otro hombre ni siquiera fijaría su vista en ella. Era atractiva, pero en un sentido único. Misteriosa y coqueta en un sentido elegante y sencillo. Tal vez Victoria sería solo una mujer más en una ciudad de millones de personas, pero para aquellos que prestan atención a los pequeños detalles. Aquellos que tienen ojo para la luz interior de las personas. Victoria era una persona excepcional, sus ojos veían el horizonte con tanto anhelo que uno desearía formar parte del verde olivo de sus pupilas para disfrutar de lo que sea que su alma estuviera contemplando. Sin importar cuánta atención pusiera Marcus a aquel horizonte de edificios y árboles, nunca pudo encontrar eso que hipnotizaba por horas a Vicky. Tal vez sus ojos apuntaban hacia cualquier punto, pero su mirada se encontraba a universos de distancia.
 
     La vida con Victoria no era fácil. Los contrastes amanecían en su cama diariamente. Algunos podrían llamarla bipolar. Pero a Marcus le gustaba verla como la luna y el sol. Había días que la fantasía montaba historias maravillosas, cartas y escritos impresionantes sobre mundos y personajes increíbles. Todos ellos eran preciosos. La imaginación y la facilidad con la que Victoria podía volar y tele transportarse era envidiable. Pero por otro lado estaba esa ambición casi absurda por comerse el mundo. Por formar parte de la red social que odiaba. Criticaba frenéticamente la forma de vida de algunos, la soledad, el dinero, la fama, la familia, pero al mismo tiempo añoraba pertenecer a ello contra lo que había luchado toda su vida. Las decisiones de Victoria la llevaron a salirse de casa de sus padres a los diecinueve años. Dios sabe que le habría pasado si Marcus no la hubiera encontrado en la madrugada de ese día tormentoso.
 
 
 
2
 
 
 
 
    Victoria caminaba bajo la lluvia como si no existiera ningún peligro. Ella sonreía y bailaba al ritmo de sus pensamientos. Tarareaba de cuando en cuando. Levantaba la cara para sentir las gotas golpeando su frente. En la calle había poco movimiento, uno que otro taxi pasaba junto a ella y le pitaba para ofrecerle sus servicios. Algunos de ellos insistían unos segundos y se marcaban con al no ver respuesta. Ella no prestaba demasiada atención a lo que la rodeaba. Los charcos grandes se convirtieron en el blanco, le gustaba ver el oleaje que se formaba bajo sus pies. Mientras la lluvia estaba en su punto más denso, ella disfrutaba de la corriente que la empujaba calle abajo.
   
     Marcus la vio caminando por la calle cuando él entraba a la farmacia y pensó que era una loca que quería morir de catarro. No le prestó mucha atención y se dirigió hacia el área de lácteos. Tomó un litro de leche y en la caja pidió unos cigarros. Bromeó sobre el clima con la cajera, haciendo tiempo para aventurarse a la carrera. Se paró unos segundos en la entrada para planear dónde pondría sus pies para mojarse lo menos posible. Según sus cálculos tendría que sacrificar uno de sus pies ya que el nivel del agua había subido bastante y una parte del camino tenía un gran encharcamiento. Decidió que sería el izquierdo. Seis zancadas exactas lo llevaron a su auto. Dentro del auto se sacudió lo más que pudo y lamentó no haberse esperado unos minutos a que bajara la lluvia. Sacó la cajetilla y colocó la bolsa con la leche en el asiento trasero. Prendió un cigarro para entrar en calor. En cuanto se terminó el cigarro, encendió el auto y emprendió el camino de regreso a su casa.
 
    Unas cuadras más adelante, estaba la chica caminando. Con su aventura y el cigarro Marcus la había olvidado. Tenía una mochila en su espalda. El cabello pegado a su cara, la ropa empapada y seguramente no tenía ni un centímetro seco en todo el cuerpo. Poco más adelante había un cruce de una avenida. El semáforo se puso en rojo y Marcus se detuvo. La curiosidad y sus ojos siguieron la silueta de la chica en el retrovisor, quien parecía no tener problemas en mojarse. Sus pasos eran tan inocentes pero tan firmes que le costaba adivinar la edad de la muchacha. Estaba a unos metros atrás cuando la luz verde se encendió. Marcus se quedó paralizado. No sabía si quería cargar en su conciencia con la muerte de aquella niña. Mientras peleaba con su conciencia vio que la chica por fin caminaba a la altura de su auto, volteó a verlo y como si pudiera leerle la mente le sonrió. Una sonrisa que le pedía calma y cordura. Todo está bien, decía aquella sonrisa. La siguiente bocanada de aire que entró en Marcus fue decisiva, el oxigeno le entró a los pulmones y se canalizó por todo su cuerpo. En ese preciso instante Marcus se dio cuenta que toda su vida estuvo esperando por ella sin saberlo, todo lo que había sufrido y disfrutado en su vida lo llevaron a esa esquina en particular, ese día y a esa hora.
    La chica estaba parada a un costado de Marcus, en la esquina de la avenida, volteaba hacia un lado de la calle inclinaba la cabeza y luego se giraba para ver el otro lado. Parecía no decidirse por qué camino tomar. No era que no supiera a donde quería llegar, porque seguramente no lo sabía, pero el camino era muy importante, lo era todo. Marcus no sabía absolutamente nada de ella. Sin embargo algo en su interior le decía que la conocía de años, de toda la vida, que no había más que quisiera saber. En un arranque de adrenalina tomó fuerzas y salió del coche. Expuesto nuevamente a la lluvia.
      —¿Estás perdida? — Preguntó Marcus. Intentó sonar lo más confiable posible, seguramente ella esperaba insinuaciones de cualquier tipo y no quería asustarla.
     La chica volteó a verlo con curiosidad y soltó una carcajada.
     —Define perdida.
      —Bueno, una persona se considera perdida cuando no sabe a dónde va.
      —Entonces ciertamente estoy perdida, bastante perdida de hecho. Lo he estado toda mi vida y tal vez has venido a mi vida para encontrarme.
     Esas palabras tomaron a Marcus por sorpresa. Sabía que aquellas palabras tenían significados más grandes que los literales. Indirectas o insinuaciones, tal vez solo estaba jugando, pero en sus palabras había un juego bastante atractivo. La lluvia ahora los tenía a ambos bajo la luz de una lámpara municipal. El escenario perfecto para no entender absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo. El momento exacto para dejar de buscar respuestas y comenzar a contestarlas. La noche podía durar minutos, horas. La humedad en sus zapatos podría matarlo, pero Marcus no pensaba irse a ninguna parte.
   —¿De dónde vienes? ¿Te escapaste de alguna parte? ¿Alguien te hizo daño?
   —Muy ambicioso, ¿No te parece que son demasiadas preguntas para nuestra primera cita? Tal vez deberíamos empezar por tu nombre. Así si me preguntan quién me robó podré darles por lo menos algún dato para encontrarte.
   —No pienso robarte, no era mi intensión meterme en tus asuntos, lo siento mucho. Soy Marcus.
   —Si no has venido a robarme Marcus, ¿Qué estás haciendo aquí?
   —Te vi caminando en la madrugada, empapada, sola. Y luego vi que te paraste en la esquina sin saber hacia dónde ir. Creí que necesitabas ayuda.
   —Déjame entender. Me viste caminando un par de cuadras, mojándome y corriendo riesgos de que alguien pudiera secuestrarme, y justo cuando me paro en esta esquina sin saber hacia dónde caminar te decides en ofrecerme ayuda. ¿No te parece curioso?- Se quedó unos segundos viendo sus zapatos mojados, se apoyaba en sus puntas y talones como una mecedora.- ¿Y qué vamos a hacer ahora Marcus? ¿Qué quieres hacer?
     —­Bueno, primero me gustaría ponerte a salvo, ésta zona es tranquila, pero hay locos en todas partes. Debes estar a punto de una neumonía, tienes que bañarte y ponerte ropa seca. Déjame llevarte a tu casa, o a casa de alguna amiga tuya.
      La muchacha se acercó a Marcus, era por lo menos una cabeza más baja que él. Se paró de puntas frente a él y le dijo.
—Estoy en casa, Marcus. Si te refieres a la casa de mis padres, y quieres llevarme ahí, tendrías que amarrarme y mantenerme así. Ellos no me entienden, no saben quién soy y lo más seguro es que ni les importe. No quiero volver a mi casa. Y mis amigas, bueno creo que cualquiera de ellas llamaría a mis padres diciéndoles dónde estoy. Entonces, no gracias. Estoy bien sola.—
      Se dio media vuelta y se alejó de Marcus, decidida a irse.
—Espera, no te vayas sola, es muy peligroso que camines tu sola por ahí.
—Entonces camina conmigo— Le gritó ella, sin detenerse. Sostenía las correas de su mochila medio llena, -o medio vacía-, mientras se alejaba bailoteando.
     Marcus estaba anonadado. Toda su noche había sido un remolino de sucesos extraños. Su vida había cambiado por aquella chica. Alguno de sus sentidos, o todos ellos le decían que tenía que correr hacia ella. Mantenerla a salvo de todo. Cuidarla y acompañarla a dónde quiera que ella quisiera ir.
      Marcus estacionó su auto y corrió para alcanzarla. Caminaron por horas, recorrieron calles, parques, estacionamientos. Hablaban sobre todo y nada. Algo en la voz de ella le parecía excitante, todo su cuerpo le provocaban ganas de comerla a besos, pero al mismo tiempo sentía que tenía que cuidarla, que era tan sensible y tan pequeña. No era una niña, ciertamente tenía una conversación mucho más madura para su edad. A pesar de sus arranques de aventurera y rebelde, parecía una persona muy centrada y con convicciones fuertes. Con deseos de cambiar el mundo. De formar una sociedad integra y feliz. Ella quería luchar, tenía alma de guerrera. No estaba seguro de contra quién tenía que pelar, pero quería estar junto a ella. Marcus quedó completamente enamorado esa noche.
      En la mañana, con la ropa aún mojada, caminaron de regreso al auto de Marcus. Horas de conversación les dio la confianza suficiente para subirse juntos. Marcus ya en el auto le preguntó.
  —Bueno, después de todo, no me has dicho tu nombre. No soy un ladrón creo que ya lo viste. Puedes confiar en mí.
  —Si Marcus, creo que puedo confiar en ti —hizo una pausa— por ahora.
      Ambos rieron como locos, por el comentario, por la casualidad, por la situación, por la química y por otras mil cosas.
   —Soy la que siempre gana. La que duele a veces, la que trae lágrimas de felicidad, y de tristeza. La que tiene siempre una dualidad. La que siempre tiene un lado positivo y uno negativo. La que te gusta, la que añoras pero a veces temes, porque cuando la tienes y la pierdes es extremadamente doloroso. La que toda tu vida amarás, sin importar cuánto quieras negarlo. Soy lo que muchos necesitan, pero pocos lo reconocen. Soy quien necesita constancia para permanecer ahí. Soy celosa y puedo irme si me descuidan.
  —No entiendo.
  —Soy Victoria. Quiero decir, me llamo Victoria. Pero puedes decirme Vicky.
Página 1 / 1
Foto del autor Karla Gunz
Textos Publicados: 1
Miembro desde: Nov 25, 2012
2 Comentarios 450 Lecturas Favorito 2 veces
Descripción

Es el inicio de una novela que estoy escribiendo. Se trata de la vida y muerte de Marcus para Vicky. Cómo el amor es capaz de mantener viva incluso a la muerte. A veces está más cerca de lo que pensamos, a veces es único, a veces es eterno, pero a veces muere y cambia nuestro mundo.

Palabras Clave: Amor novela Victoria café muerta novios calle éxito paz diferente tierno tierna cuento película frío lluvia.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción



Comentarios (2)add comment
menos espacio | mas espacio

Milford F. Peynado

Soberbio, la verdad. Me sentí bastante identificado en las primeras páginas.
Responder
November 25, 2012
 

Karla Gunz

Muchas gracias!
Responder
November 27, 2012

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy