UNAS GOTAS DE SUDOR EN LA FRENTE
Publicado en Oct 15, 2012
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Gustavo.
A pie bajo el sol.
Alejándose de la ciudad, de repente todo se volvió campo.
El pavimento se hizo tierra mucho antes que las casas desaparecieran, reemplazadas por largas verjas primero, luego por extensos espacios naturales.
Y el camino de tierra se fue haciendo más angosto. Un sendero.
Parecía no tener fin.
Gustavo avanzaba. Decidido. Consultó la hora en su reloj digital. Estaba cerca de las tres. No falta mucho más, se dijo, más que nada para darse fuerzas.
Encima de él, el sol resquebrajaba la tierra.
Buscó una cantimplora en su mochila. Hacía horas la había vaciado.
A mediados de enero y con esas temperaturas, ni siquiera llegó a percibir las gotas restantes en sus papilas.
Sabía bien de la sequía que se había declarado en la zona, sabía de lo peligros de exponerse al sol.
Pero podría ser peor, podría estar en La Pampa…
Pero esos no eran lugares para aquel que buscaba.
Siguió avanzando, en línea recta. El camino rasposo se volvía un surco rodeado de altos pastizales.
Gustavo pensó por un segundo en las víboras. Se preguntó si las botas realmente le brindarían alguna seguridad.
Ya le había pasado. Mucho, mucho tiempo atrás.
Recordaba la fiebre, caer al suelo. Había sido en enero. No recordaba la fecha exactamente. Tenía la cicatriz de la mordedura, de esas que no se quitan con el tiempo. Había dormido varios días entonces.
Y recordaba la borrosa silueta de quien lo había salvado.
Volvió a mirar su reloj.
Eran exactamente las tres.
Creyó percibir un movimiento a su costado y miró en dirección a unas osamentas desparramadas en el suelo.
Sobre una de éstas se hallaba sentada una anciana. Lo supo por el viejo vestido que llevaba, de tonalidades amarillentas, desgastadas.
Gustavo levantó la mano en señal de saludo.
La anciana respondió el saludo de la misma manera. Le hizo seña de que se acerque.
No hables con desconocidos. Una frase vieja que su padre le repetía. Por algún motivo volvía a su cabeza.
No había notado la distancia entre la anciana y el sendero. Cuando miró hacia atrás había avanzado al menos quinientos metros a lo largo de los pastizales.
Bordeó un charco lleno de camalotes, la tierra húmeda se movió bajo sus botas.
Volvió a pensar en serpientes, en las víboras…
La tarde es un momento propicio para las serpientes. Sus necesidades metabólicas estaban satisfechas, cubiertas por la energía solar de la mañana. Entonces salían a cazar, a atacar cualquier enemigo.
Le había dicho su padre, más de una vez, que esas no eran horas de salir a vagabundear por ahí.
Lo había desatendido.
Le habló de la solapa.
Gustavo no era un niño crédulo por entonces, se rió en la cara de su padre.
Pero las serpientes… Las víboras…
Ojala estas botas funcionen.
El denso pastizal se detuvo de repente a unos cien metros de la anciana. Estaba en un claro elíptico, la hierba seca intensificaba el ardor que se desprendía del sol.
Gustavo observó los bordes chamuscados del límite del pastizal. Un círculo negro lo bordeaba.
Avanzó en línea recta, aún mas decidido.
La anciana, su cabeza gacha, escrutando el suelo, seguía sentada sobre la osamenta. Permaneció inmóvil, Gustavo se acercaba.
Cuando estuvo frente a ella recordó algo más que su rostro. El vestido amarillento de aquella vez era exactamente el mismo. Como si aquella anciana permaneciese fuera del tiempo.
-¿Me recuerda? –Preguntó Gustavo sonriendo nerviosamente, la mano extendida hacia su antigua salvadora.
La anciana apenas movió la cabeza a un costado para escupir al suelo. Permaneció en silencio.
Gustavo no pudo contenerse. Estaba contento. Sentía compensados sus esfuerzos. El azote del sol, la larga caminata, habían valido la pena.
-¿Es usted, verdad? –Gustavo preguntó más lentamente, retirando la mano despacio.
La anciana seguía en silencio.
Mirando a su alrededor Gustavo observó:
-Claro que no recuerdo un círculo como éste… Pero sí recuerdo la mordida de la víbora. Y que usted me arrastró hasta un campo. Me sanó. Lamió mi frente con gusto. –Gustavo miró directamente la cabeza gacha de la anciana. –Tenía una satisfacción indescriptible estampada en los ojos, como alguien que sacia un impulso secreto…
Gustavo se pasó una mano por la frente.
-Usted me sanó aquella vez y lo disfrutó. Le ruego haga lo mismo esta vez. Sé quién es usted. Tras la picadura de víbora indagué mucho sobre el tema. No he podido olvidarla nunca.
“La expresión en sus ojos cuando lamía el sudor de mi frente…
La anciana levantó una mano y Gustavo se silenció.
Levantó su cabeza y lo atravesó con una imperturbable mirada inquisitiva.
Gustavo murmuró:
-Cáncer.
Tenía la garganta seca, sus piernas temblaban un poco, quizás por el esfuerzo o por los nervios ante tal petición.
-Ha pasado mucho tiempo… Ya lo sé… Ya no  sé qué hacer…
El tono lastimero de Gustavo derivaba en sollozos interrumpidos. Sentía que iba a quebrarse de un momento a otro.
La anciana se puso de pie en un solo movimiento. Se sacudió un poco el amarillento vestido y posó su mano en el hombro de Gustavo.
-Dios sólo me ha dado poder en los niños. –Suavemente apretó un poco el hombro del otro y agregó: -Ya estás grande.
Y tras decir esto, volvió a agachar la cabeza y se alejó con paso tranquilo, hasta perderse en la inmensidad de los pastizales.
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Foto del autor Angel Martn
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Descripción

Cuento - Leyenda - La Solapa... La siesta

Palabras Clave: solapa siesta cuento leyenda fantstico

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa


Creditos: Angel Martn

Derechos de Autor: 2009 - NN


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