Se fue de mal humor, ofendido por la ofensa,
agraviado por las voces, la risas, y los silencios también.
Se fue, se marchó, retiróse del lugar
donde dibujó su extraña obsesión. Y en la marcha,
angustiado por juicios de futuro, por opiniones y mofas
no controlables, en la marcha quemó los puentes,
y ahora miles de poemas, letras y letras,
muchísimas letras, han quedado ciegas, solo para amigos,
más bien pocos los que tuvo el militar de porcelana.
Se marchó ofendido como una tormenta sin agua,
fusiló las letras de madrugada: su fusil aún humea
en esa cabeza con forma de patio militar. Palpitan
los corazones de sus poemas en la más extrema soledad.