La metamorfosis segn Dostoievski
Publicado en Oct 14, 2012
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Cuando, tras unos sueños desesperantes, Fedor Samsa despertó esa mañana, se encontró convertido en un enorme ser humano. Yacía con el vientre claro, dos piernas que se delineaban claramente y terminaban en plantas con pequeños dedos que, luego, sintió aterciopelados. La grasitud de las máquinas se le pegaba  al cuerpo, no estaba acostumbrado a caminar con dos piernas, al principio gateó como un niño hasta que al fin, consiguió estabilidad. Sus ojos ya no veían la realidad fragmentada de un caleidoscopio donde la humedad tibia guiaba sus impulsos con sus antenas.
-¿Qué es lo que me ha ocurrido?- pensó.
No se trataba de un sueño. La fábrica, la misma de siempre, llena de ruidos y zapatos que esquivar. Sólo que esta vez todo se había empequeñecido.
La mirada de Fedor  se dirigió después hacia la ventana, y al cielo nublado.
 
Podían oírse las gotas de lluvia rebotando en el techo curvo de chapa.
Le infundió una honda melancolía, extrañó su antiguo cuerpo, se sintió, de repente, atacado por una paranoia jamás experimentada por él hasta entonces.
-¿Qué ocurriría si siguiera  durmiendo un rato más y olvidara este disparate?- pensó.
Pero esto era inimaginable, irrealizable, pues, estaba acostumbrado a dormir con entre sus numerosas patas  en algún charquito de agua podrida y no podía, en su actual condición, colocarse en esa postura. Fuese cuál fuese la ubicación de sus cuatro extremidades de carne forrada con piel, no conseguía conciliar el sueño como antes de despertar.
De repente, comenzó a sentir un ligero dolor en el estomago que nunca había sentido.
-Dios mío- pensó- ¿qué haré si alguien se acerca a hablarme?
Trató, en vano, de ocultarse detrás de algunos tarros, pero su cuerpo era enorme, nada lo cubría en su totalidad.
Sintió comezón en las axilas  y descubrió que un olor ácido emanaba de aquella articulación de músculos, esa tensión de tejidos y presiones liquidas, que diferente a la simple presión dentro de la coraza.
Eran las cinco de la mañana, en breve una ola de cuerpos, símiles al que él ahora portaba, ingresaría por las puertas de la fábrica poniendo en movimiento los engranajes, paseándose con sus cascos amarillos y mamelucos de gabardina azul.
 
De repente un escalofrío le recorrió todo el cuerpo y sintió ganas de correr, pero las piernas se le inmovilizaron, observó las puertas cerradas.
A lo lejos se escuchaba una gota hundiéndose en algún charco, afuera las ventanas vibraban por el viento y se sentía el zumbido característico de cuando el viento se parte en dos.
Eran las  seis y media y las manecillas seguían girando pausadamente. Era incluso más tarde, casi menos cuarto ¿acaso no habría sonado el timbre de las cinco?
 
Volvió su mirada al ala izquierda de la fábrica y las puertas comenzaron a emanar chirridos tan agudos, símiles a los cantos familiares de sus hermanas cucarachas, sintió una súbita  nostalgia recorrerle la garganta, tragó saliva y contempló las puertas metálicas abrirse de par en par.
Un obrero gordo, de bigote espeso y de escasa estatura sostenía una planilla; detrás una fila de caras que se le desenfocaban a Fedor obnubilado por la sorpresa de no haberse vestido.
Sale corriendo y encuentra tirado debajo de unas latas oxidadas un mameluco azul y se lo calza de golpe cruzando torpemente una a una las piernas: luego se dirige a la salida, sintiendo deseos terribles de contemplar cómo es el mundo más allá de esas inmensas puertas.
Cuando está a punto de atravesar la línea horizontal superior del rectángulo vacío enmarcado, que es la puerta, escucha una voz áspera y ronca que se le dirige.
Fedor gira la cabeza sobre sus  hombros y se encuentra con la cara arrebolada del gordo con la planilla  que sostiene en su derecha un trozo de carbonilla desgastado
-tu nombre muchacho, ¿adónde crees que vas?- le dice el gordo alisándose los bigotes con la mano derecha, dejando rastros de carbonilla que fedor examina con extraña curiosidad.
-yo no trabajo aquí- dice, pero su voz a los oídos del gordo suenan como un balbuceo gutural con silavas precarias y no moduladas.
-Eh, chico, no entiendo lo que dices. ¿Estás en la lista o no? Te dicto los nombres que aún faltan marcar y cuando sea el tuyo mueves la cabeza.-
Fedor comprendió al instante que, por más que tratara de explicar que él era una humilde  cucaracha en la humedad cálida de la fábrica nadie, absolutamente nadie, entendería jamás sus palabras.
Sin saber qué hacer entonces, Fedor mueve la cabeza al escuchar el tercer nombre que lee el gordo
-estás algo cambiado, hace años que no veo a tus padres, ¿cómo andan?
Ah, pobrecito, cierto que tú no sabes hablar.- luego al darse cuenta de su inútil intento de adquirir respuestas, el gordo se lamentó en voz alta , descategorizó el rostro de Fedor, su mameluco, su pelo, su apariencia sobre su estado de salud.
-Pasa por aquí- dijo después de enumerar todos los rasgos negativos del empleado que le balbuceaba quejándose- deberás apretar este botón verde cada vez que se encienda la lucecita roja- le indicó con el meñique un pequeño circulito de vidrio rojo.
El trabajo parecía sencillo. Al rato Fedor ya se había adecuado e interpretaba con destreza cada una de sus nuevas apretadas, a veces, saltando, otras girando con los brazos abiertos, brincando luego y cayendo de manera aterciopelada para luego, como si la tensión que controlase todo su cuerpo fluyese desde los dedos de los pies, se estremecía cada uno de sus músculos para presionar en tiempo y forma el botón verde.
Así se distrajo los primeros días, en un momento se oía un chirrido metálico, más parecido a un estornudo hueco de cucaracha y sabía que debía ir a comer, no diferenciaba el orden de tragar sus alimentos. Por ejemplo, le daba igual comerse todo el líquido para luego masticar la materia sólida y al fin dejarla bajar por su esófago. Algunas veces el sabor de algún fragmento sólido se le hacía conocido, volvían a su mente las imágenes húmedas y los brillos sobre el líquido viscoso lleno de pequeñas partículas que destrozaban en murmullos sonoros de pinzas cortando distintas texturas amorfas, él y sus iguales.
Al cabo de unos largos días, de ver infinitas veces la luz aparecer y desaparecer de las ventanas de la fábrica sobre el colchón que el gordo, su jefe, le había acomodado en una esquina, se decidió al fin al dar un paso firme. Atravesó de una vez por todas la franja rectangular llena de vacío y esta vez no se detuvo ante ninguna voz, que efectivamente sonaron alarmadas al verlo tan decidido y dejando atrás una lucecita roja, encendida, lo primero que vio fue dos colores bien diferenciados entre sí, arriba un celeste cremoso manchado por una espuma gris, recordó que una vez había visto una espuma igual parecida cuando uno de los empleados de casco amarillo fregaba el suelo con un escobillón de cerdas de palma.
Abajo: figuras geométricas que dentro de sí contienen otras figuras geométricas de diversos colores y reflejos. Es solo la luz la que delimita estas dos mitades a la vista de  Fedor, pues moviendo bruscamente la cabeza resulta imperceptible  esta segregación y todo se torna una esfera gris rodeada de oscuridad, como el dorso del abdomen de su viejo cuerpo.
Camina desorientado, acostumbrado a la humedad y a comer basura Fedor se da cuenta fácilmente de que los basureros de las grandes ciudades están llenos de manjares, comienza a utilizar algunas palabras, algunos gestos que imita de hombres haraposos, uno de estos es estirar la mano y recibir alguna moneda, son unas cositas redondas y plateadas que se cambian en lugares de puertas abiertas o a cielo abierto, por fluidos apetitosos, el que mas le gusta se pronuncia de manera muy sencilla, consiste en dos fonemas que se contradicen, al  comienzo no lo decía bien: io, iio, luego fue cada vez más claro:  Ino, ino. El hombre que aceptaba las monedas siempre lo entendía igual, pero luego de beber treinta botellas de vino Fedor ya estaba capacitado para ir y decir: vino, le encantaba saber decir la palabra, su primera palabra útil.
Así bebió en las infinitas noches que al igual que el día diferenció por sus detalles y bajo el poder de esos elíxires se comenzó a sentir cada vez más en casa, más cerca de su hábitat natural, la mugre y las fermentaciones.
Cuando su cuerpo había ya asimilado setenta botellas de vino, un extraño señor de sombrero, alto y de mirada cautivadora, recibe el gesto particular que hace Fedor a los señores que llevan sombrero, su clásico movimiento de brazo, con la palma deseando recibir un círculo plateado.
El señor lo mira pero no busca ningún ninguna moneda en sus bolsillos, queda inmóvil un momento y después le dice: -Acompáñame, en casa podrás bañarte y beber algo decente- Fedor sintió su cuerpo inflarse de adrenalina y le agradeció cortésmente, pero el hombre  solo llegó a escuchar unos balbuceos que vacilaban entre la O y la U y sólo se diferenciaba entre todo eso, la palabra VINO
Este esbozó una amplia sonrisa y le dirigió a Fedor un movimiento de mano indicándole que lo siguiese.
Caminaron por una avenida cuarteada, con precarios adoquines flojo, difíciles de pisar, y al fin se encontraron con la casa del señor.
Fedor esperaba algo más elegante, una de esas casas que había visto desde la vereda y que por lo general proporcionaban la mejor basura para la cena,
-Adelante- dijo el señor quitándose el sombrero- siéntese como en su casa.
Fedor quedó algo perplejo por la insinuación del hombre de que, a partir de ahora, tendría un hogar. Se puso furioso y balbuceo de manera acelerada hasta detenerse y pensar, sí, tenía casa, al menos en sus recuerdos quedaba un rincón, tibio, cálido, húmedo, al abrigo del mundo, al que podía llamar casa.
Atraviesan  un pasillo hasta dar con una puerta amarilla, Fedor camina detrás del amistoso señor.
Ingresan, hay una cama, un escritorio, una pila de libros ubicada en el rincón derecho de la habitación y una mesa pequeña.
El señor le indica a Fedor que se siente en la cama y desaparece por un instante. Después de atravesar la puerta, al rato vuelve con sus sillas, las instala frente a la mesita, y vuelve a desparecer, esta vez regresa con dos vasos y una botella.
-Espero que te guste el whisky, es lo único que tomo- dice al fin
 
Fedor balbucea amablemente, de manera casi melódica y toca su copa con el índice de la mano derecha, como tantas otras veces lo ha hecho con el botón verde.
-por cierto- interfiere el señor en las nostalgias ebrias de Fedor- me llamo Gregor- después infla un poco más los pulmones para modular con más claridad- Gregor Samsa. Después de que bebas puedes darte una ducha, puedo regalarte algunas camisas y otro pantalón, así lavas ese-
 
Pasan así un cuarto de hora hasta que Gregor acompaña a Fedor hasta el baño indicándole la ubicación del jabón  y con qué camisas sucias podrá secarse. Mientras se baña Fedor se siente alegre, se acaricia las orejas extrañando sus antenas y apoya la espalda contra la pared húmeda y tibia.
Al salir del baño encuentra a Gregor concentrado en un objeto cuadrado, también, como el paisaje aquella primera vez que contempló el mundo, separado por una línea horizontal. Fedor da pasos lentos temiendo desconcentrarlo, pero es inútil ya que instantáneamente cuando él asoma Gregor ya ha levantado la cabeza para sonreírle y observarlo limpio.
Gregor a través de los días comienza a enseñarle palabras nuevas a Fedor, le explica que no solo con la palabra vino sentirá el bienestar, y a medida que pasa el tiempo el vocabulario de Fedor se complejiza más y más, cuando es suficiente Gregor le anuncia que debe marcharse. Su tarea ha sido cumplida y Fedor ya es Un hombre complejo.
Fedor se marcha y Gregor jamás lo vuelve a ver, sus padres y su hermana vuelven de su viaje a Francia y se encuentran con una gran sorpresa.
 
Gregor despide en la puerta a Fedor, lo observa alejarse, atravesar la avenida empedrada, luego gira ciento ochenta grados a su derecha y se tira sobre la cama. Duerme. Se despierta exaltado algunas veces durante la noche.
Amanece.
Gregor despierta convertido en un enorme insecto. Yace sobre el duro caparazón y, si levanta un poco la cabeza ve su vientre oscuro, abombado, dividido en fragmentos rectangulares, en forma de arco, y contempla sus numerosas patas, ridículamente delgadas, bailar delante de sus antenas.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Foto del autor Jorge E hurtado
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Palabras Clave: Kafka dostoievski metamorfosis sepian tnosin jorge hurtado basavilbaso gualeguaychu

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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Angel Martn

¡Genialidad!
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October 14, 2012
 

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busy