El laberinto
Publicado en Oct 12, 2012
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El tipo levantó la botella y la miró desde el pico: cayó un gota en su ojo vidrioso que no pudo resistirse al parpadeo, la gota resbaló por el costado de la nariz y murió en un pulóver mugriento. Lo vi desde la esquina contraria relamerse la comisura del labio, lo vi saborear el último hálito de su alcohol. Y entonces se me cayó una lágrima, en el banco de la plaza, una madrugada fría. El linyera lloró con el llanto escandaloso de los borrachos y se recostó junto a la persiana de un local entre cartones y trapos. Mientras tanto yo desmenuzaba mi piedra. Me sentí extraño con mi droga sobre la mesita donde los viejos juegan a las cartas o al ajedrez. Desde ahí, resguardado detrás de los árboles, observaba todo. Hice dos líneas y las tomé de una. Más allá, un chico vestido con zapatillas amortiguadas y un rosario de plástico rió por lo bajo, y entre risas guturales inhaló y exaló su bolsa de pegamento. Esa noche deseé ser una estatua de piedra y rendirme en ese lugar. Quise ser parte de la fuente, quise mimetizarme con la plaza y perderme en la corteza de los árboles y lograr el pensamiento nulo y la existencia a la vez. 
Hay meses que me gustaría permanecer dormido y olvidarme de unas cuantas cosas. 
Por ahí nunca pasan los de la PB2, nunca vi un policía cerca del lugar. Me acordé de la vez que me encerraron en un calabozo de La Paternal, me acordé de los nariguetazos que se escucharon en los baños, los muchachos tenían un operativo esa noche y necesitaban estar preparados para reprimir los engranajes que oxidan las demás piezas del conjunto. Esa noche estaba conmigo Alejandro, un viejo amigo, fiel a mis malos hábitos. Pensé que eran una manga de maricones, pensé que son pocos los que quedan limpios en esta ciudad. Lo único que me mantiene en un cierto equilibrio es que siempre hay algo para anotar en mi libreta, entonces se mantienen vivas mis pretenciones de escritorzuelo. La literatura salvó a muchos de la locura. A cada minuto alguien muere convulsionado en un rincón de su departamento con la aguja todavía clavada en el brazo, ya quedan pocas muertes dignas. Sólo están reservadas para unos pocos "normales". Imagino que por cada línea que tomo alguien cuelga una soga y patea la silla. Los restantes terminan en una punta del laberinto con la piel arrugada y podrida, pero con una sonrisa triunfal. Todavía me toca elegir. Hoy el mundo es un lugar ajeno que sólo les pertenece a unos pocos que se la bancan. Sin embargo hay gente que se mueve muy cómoda en el laberinto y logra llegar al final y devuelta al principio, todavía hay quien sabe tomar mate y leer sus apuntes de la facultad, chatear desde una oficina con calefacción, o tomar una o dos cervezas con amigos, los fines de semana, y reírse con la boca y los ojos a la vez, como toda sonrisa verdadera.Todo eso sin la más mínima presión en sus mentes. A pesar de todo hay gente que termina el nudo de su corbata y resiste la presión del día porque para ellos no hay tal presión, giran en un sentido contrario al de muchos otros. Gente que no vio desde arriba, o mejor dicho desde abajo, el laberinto. Yo lo tengo muy presente, y me da miedo avanzar, me da terror el perderme. Así es que sigo de la misma forma hace ya un tiempo largo, con la piedra cada vez más chica y los mocos resecos en el reverso de la mano. 

Hubo un tiempo que fue distinto. Una época en la que no me incomodaba poner las monedas en el colectivo y elegir un asiento. Sabía cómo querer, lloraba lo justo y seguía el normal devenir sin saltos bruscos. Ahora veo personas estáticas, un horizonte bien delineado, sin más allá, sin formas trascendentales; ahora tengo huecos susceptibles a ser llenados por cualquier artilugio material. Hoy me ganan fácil cualquier debate existencial. Porque termino cediendo, no puedo arrebatarle el sueño a un pibe que dice saber lo que está bien y lo que está mal !Cómo si fuera fácil explicitarlo! Me incomoda ceder a una estética de puntos y comas, de pausas correctas sintácticamente. La semántica se perdió en relatos que mueren en el ensayo, se difuminaron las barreras del arte. Ganó Kafka. Eso, en el verdadero arte. Y ese es el camino a seguir. El camino de lo no resuelto, el estallido de imágenes inconexas pero embadurnadas por el mismo pegamento, porque claro, hay una unidad a pesar de las fragmentaciones. Algo muy esperanzador para los tipos como yo. Nadie puede pretender decirlo todo y llenar todos los espacios en un simple relato, porque uno pretende contener la vida al escribir, y como no puede con toda, sólo elige un pequeño fragmento. Sigo viendo poesías muertas en los nóveles como yo, cuentos cerrrados como un círculo, y yo acá con mi tiempo y mis críticas agrias y mis cuentos ensayo. Me siento orgulloso de eso. 
Tomo dos líneas más. Estoy duro como la fuente. 
Son las tres de la madrugada y los árboles se mueven con las hojas resecas. Ya no es posible armar las líneas, traje mi cucharita de jarabe por si esto llegaba a pasar. Lo mismo funciona una moneda, se pone un poco en la punta y ya está, a la cabeza con una fuerte aspiración. Me gustaría que Alejandro estuviera conmigo, para cuando viene el bajón y entonces lo único que queda por hacer es moverse inquieto por el lugar y hablar de cosas, de cualquier cosa con tal de contener el efecto hasta que se relajen los cuerpos. Doy las últimas aspiraciones y froto lo que queda en mis encías, y empiezo a elaborar todo lo que voy a decirle a mi psiquiatra en las próximas sesiones. Últimamente hago la tarea en el hogar, estoy cansado de no saber qué decir a pesar de saber que hay muchas cosas de las que tengo para hablar, como por ejemplo todo lo anterior. Pero como aprendí en un seminario de dramaturgia: "lo correcto es profundizar, no avanzar". 
Me levanté de la mesa y pasé junto al chico del tolueno que me miró con una sonrisa perdida. Le di un cigarrillo y lo agarró con las manos torpes, con los dedos endurecidos. No pudo darme las gracias, tenía la mandíbula contraída, pero entendí el gesto de cabeza. Después crucé la calle y me acerqué al borracho. Le saqué las sábanas y los cartones, y me horroricé de lo que vi: era mi cara, el linyera tenía mi cara. Las piernas se me doblaron, me tembló la boca. Y lleno de pánico y de odio le di un escupitajo justo en el medio de los ojos, y me fui, esquivando el laberinto rumbo a mi casa.
Foto del autor Ivan
Textos Publicados: 2
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Descripción

Esquivando la pared.

Palabras Clave: laberinto

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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