Los Ruralistas (captulo 05)
Publicado en Jul 30, 2009
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- V
El trabajo
 
El pái llegó a la estancia de los Pereyra cuando el sol caía. Los ruralistas lo recibieron entre vítores y aplausos, como a un héroe. El pái miró con desprecio, hosco, acomodándose la manta amarilla. Y habló, en un español medio guarango. Y dijo que su trabajo era un trabajo serio, que no andaba de chacota, que lo suyo era ciencia oculta, milenaria, y responsable. Dijo rápido y conciso, y reclamó un lugar apartado, en la finca, un espacio dónde establecerse. Y dijo que nadie lo molestara, nunca.
            Finalmente dijo que tenía hambre.
            Don Arnaldo F. encaramó la bienvenida; saludó marcial a tan ilustre visitante y lo invitó a celebrar el banquete servido en su honor. El pái accedió solícito, y se hincó en la cabecera del mesón. La manta amarilla siempre encima. Hosco. Todo silencio. Olisqueo platos y cubiertos y revisó efusivo las copas. El vino tinto no le gustaba, dijo. Prefería el blanco.
            Los ruralistas se miraban sorprendidos.
            Nadie hablaba.
            El pái engullía carnes y ensaladas, gustoso. Nadie hablaba. Don Rómulo S. preguntó amable como había ido el viaje. Pero el pái ni lo miró y siguió comiendo. Pidió vino rosado, y huevos de codorniz, y pimientos, y aceitunas. Y siguió comiendo.
            Nadie habló más.
 
 
Comió el paí largo y tendido, tumultuoso; dijo que los buñuelos le parecieron exquisitos. Correspondió generoso en agradecimientos y loas a los ruralistas que al fin se distendieron y aflojaron el semblante acongojado y latoso del inicio. Ahora sonreían, al menos, y encendían cigarros.
            El pái dijo comenzar a trabajar, y pidió conocer mejor a la Mujer.
            Don Esteban M. encabezó entonces la comitiva que acompañó al pái hasta el estudio del Viejo Pereyra. Allí los ruralistas abrieron una a una las cajas de recortes, periódicos y revistas, afiches y volantes, la propaganda oficial, el oprobio, los libros, las fotos de la Mujer, todo, la iconografía del pobrerío, la liturgia, todo, chismes, patrañas, mitos, cuentos, todo, todo.
            El pái calaba cada documento con parsimonia, ceremonioso, palpaba las fotos de la Mujer, olisqueaba, devoraba en sus manos amores y odios, percibía ansiedad tortuosa en los ruralistas: en el encono a la Mujer del rodete y la mirada lejana: en la necesidad de saberla muerta, maldita, seca, enterrarla para siempre: en los malos momentos de la Historia, como si nunca hubiera sido, como condena a la mala suerte.
            Los ruralistas cuchicheaban silenciosos.
            El pái quiso escucharlos hablar un rato, y otorgó a los estancieros el pulso de la palabra; quiso saber cómo referían ellos a la Mujer del oprobio, cómo la mentaban ellos en bares y fondas; quiso saber el tono vilipendiador de los hombres, sus maneras, la forma y el tono. Sentirlos.
            Y los ruralistas (al fin) hablaron:
            ─Perra...
            ─Perra sarnosa...
            ─Puta...
            ─Negra...
            ─Ventajera...
            ─Trepadora...
            ─Populista mentirosa...
            ─Rosista...
            ─Negra de mierda...
            ─Hija de puta...
            ─Hija bastarda...
            ─Bruta con plata...
            ─Ladrona...
            ─Usurpadora...
            ─Rosista...
            ─Negrita engrupida...
            ─Negrita...
            ─Atrevida...
            ─Cancerosa...
            ─Cancerosa...
            ─¡Viva el cáncer!
            ─¡¡¡VIVA!!!
            Todos los ruralistas vivaron...
            El pái replicó chúcaro, fastidioso a la algarabía de los estancieros, miró recio, a un costado, a otro, se mordió el labio, murmuró algo en guaraní, y pidió permanecer solo (en la habitación) un instante; sólo él y su material de trabajo, a oscuras.
            Los ruralistas se marcharon en estrépito espanto.
            ... El pái sobaba la fotografía de Evita, afectado, sentía en carne propia la fragilidad de aquella mujer. Supo certero que estaba realmente enferma, quebrada, casi muerta. Supo que el cáncer la comía por dentro, decidido y tenaz. Supo también que el trabajo estaba bien hecho. "Mujer fuerte", pensó.
            Y siguió sobando.
            Lejos, en el hospital, entre antorchas y velas, María Eva agonizaba.
 
 
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Foto del autor Martin Fedele
Textos Publicados: 46
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Fedele Ruralistas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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