De nada nos sirve ir tomados de la mano
    y repitiéndonos que nos amamos,
    si entre los dedos hay abismos tuyos y míos
    para los cuales no existen puentes.
    Algún momento extendimos un hilo
    para creer que los puentes son posibles, pero se rompió fácil.
    Cada paso que así damos, nos lleva por la calle
    pero en realidad nos distancia
    del alma. Como si nos introdujéramos en un laberinto.

    Cada beso es un minotauro.
    Y cada abrazo otro minotauro mayor.
    Toda palabra de amor
    prepara el momento de los adioses.
    Estos dedos tuyos y míos son en realidad
    garfios y anclas que nos impiden volar.

    Queremos otras manos pero sin soltarnos
    de la que nos conduce hacia la soledad.
    Cada uno desea volar o saltar, pero no lo dice.
    Cada uno teme soltarse de la mano
    del otro porque vislumbra abismos a lado y lado.

    De nada sirve simular amor.
    Nadie puede caer por el otro.
     Nadie acompaña en las caídas.

     Al final, cada uno de nosotros se desprendería
     hasta de la propia mano
     dejándosela al otro para caminar libre.
     Pero tenemos mucho miedo.
     Demasiado miedo
     a caminar desprendidos intentando engañar
     por siempre a la soledad.

    Creo que pronto aprenderemos
     a caminar sin tomarnos de las manos de nadie.